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domingo, 7 de noviembre de 2010

Lucifer: ¿ángel o demonio?

Esta tenebrosa figura del cristianismo, es un arquetipo que proviene de la fusión de la mitología pagana grecorromana y la judeocristiana. La caída de Jerusalén (70) y la consiguiente diáspora del pueblo judío, tuvo, como consecuencia inmediata, la expansión del cristianismo, todavía una secta minoritaria dentro del judaísmo, por todas las provincias del Imperio. A partir del año 135, tras la derrota sufrida por los judíos frente a Roma en la segunda Revuelta, la ruptura entre judeocristianos y judíos ortodoxos fue inevitable. En el transcurso de los siglos II y III el cristianismo evolucionó para convertirse en una nueva religión que, a su vez, además de incluir diversos elementos propios del judaísmo y otras religiones orientales, adoptó también muchas figuras y personajes propios del paganismo grecorromano y de otras culturas autóctonas, además de las célticas y germánicas, que fue incorporando a su particular panteón de deidades menores. No es exacto decir que el cristianismo sea una religión «monoteísta», como lo demuestra la abundante existencia de Vírgenes y Santos. Además de los espantosos «demonios» que se fueron añadiendo a partir del siglo IX, coincidiendo con el temido Fin de los Tiempos profetizado por los apologetas del Apocalipsis previsto en el año 1000.

Uno de los nuevos personajes que empezó a tomar forma fue el de Lucifer, el ángel caído judeocristiano que, a su vez, guardaba numerosas coincidencias y similitudes con el Prometeo clásico, que a su vez compartía muchos rasgos con el Adán judeocristiano y con su compañera Eva. En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, hecha por orden de Zeus como parte de un castigo impuesto a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego. El término «Lucifer» proviene del latín lux (luz) y fero (llevar o portar) de ahí su identificación como el «Portador de Luz». En la mitología romana, Lucifer es el equivalente griego de Eósforo (Έωσφόρος) el «Portador de la Aurora». Este concepto se mantuvo en la antigua astrología romana en la noción de la stella matutina (el lucero del alba) contrapuesto a la stella vespertina o el véspere (el lucero de la tarde o véspero), nombres éstos que remitían al planeta Venus, que según la época del año se puede ver cerca del horizonte antes del amanecer o después del atardecer. Estaríamos, además, ante un ejemplo de figura de culto propia de una sociedad patriarcal que se ha impuesto a una antigua sociedad matriarcal.

No obstante, además del sentido grecolatino del término, Lucifer ya era identificado por la tradición veterotestamentaria con una estrella caída y, por añadidura, con un ángel. Un texto del profeta Isaías que aparentemente habla de un rey no creyente en el dios hebreo Yahvé, podría estar contando el antiguo mito del ángel caído:

«¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! Has sido abatido a la tierra, dominador de naciones! Tú que dijiste en tu corazón; “Al cielo subiré, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el monte de la Reunión en el extremo Norte. Subiré a las alturas del nublado, y seré como el Altísimo”». (Isaías, 14, 12-14)

Otro texto del Antiguo Testamento, esta vez del profeta Ezequiel podría también explicar esa leyenda:

«Hijo del Hombre, entona una elegía sobre el rey de Tiro. Le dirás: “Así dice el Señor Yahvé: Eras el sello de una obra maestra, lleno de sabiduría, acabado en belleza. En Edén estabas, en el jardín de Dios. Toda suerte de piedras preciosas formaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban labrados los aretes y pinjantes que llevabas, aderezados desde el día de tu creación. Querubín protector de alas desplegadas te había hecho yo, estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego. Fuiste perfecto en su conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad. Por la amplitud de tu comercio se ha llenado tu interior de violencia, y has pecado. Y yo te he degradado del monte de Dios, y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego. Tu corazón se ha pagado de tu belleza, has corrompido tu sabiduría por causa de tu esplendor. Yo te he precipitado en tierra, te he expuesto como espectáculo a los reyes. Por la multitud de tus culpas por la inmoralidad de tu comercio, has profanado tus santuarios. Y yo he sacado de ti mismo el fuego que te ha devorado; te he reducido a ceniza sobre la tierra, a los ojos de todos los que te miraban. Todos los pueblos que te conocían están pasmados por ti. Eres un objeto de espanto, y has desaparecido para siempre”». (Ezequiel, 28, 12—19)

Y en este texto de Ezequiel vemos que el profeta utiliza el término «Hijo del Hombre», el mismo que empleaba Jesús para referirse a sí mismo, que no era el de «Hijo de Dios», que más tarde impuso la Iglesia, y que para un judío hubiese supuesto una blasfemia. Y debemos recordar que Jesús y sus discípulos eran judíos, no cristianos. Según algunos mitos hebreos no bíblicos (es decir, que no pertenecen al corpus de la Biblia propiamente dicha) por lo tanto heterodoxos, Lucifer o Luzbel era un querubín que por soberbia se rebeló contra Dios y fue expulsado del cielo por el arcángel Miguel como castigo. A pesar de que el judaísmo consideraba a Lucifer y a Satanás como dos entidades separadas, el cristianismo fundió ambos conceptos para identificarlos con el «diablo» (Apocalipsis, 12, 9). Pero en realidad, el Apocalipsis de Juan (que no fue escrito por el Evangelista, sino por el Bautista), como él mismo reconoce, es obra del propio Jesús, y «Lucifer» no tiene nada que ver con el «diablo» cristiano. Asimismo, el término «Satanás» original es de lo más terrenal, sin ninguna connotación esotérica. Etimológicamente hablando, la palabra Satanás deriva del antiguo arameo (la lengua común que se hablaba en Judea en tiempos de Cristo) y del vocablo שטנא shatan, que significa adversario, enemigo, acusador.

¿Qué sabemos realmente de Satanás?
Satán es una entidad inmaterial que en muchas religiones actuales representa la encarnación suprema del «Mal». En la religión judeocristiana es llamado «Príncipe de los Demonios» o «Príncipe de las Tinieblas». Pero la raíz shtn significa impedir, hostigar, oponerse, y el sentido primario de shatan es simplemente enemigo, adversario, sin más connotaciones místicas (1Samuel, 29, 4; 1Reyes, 5, 18; 1Reyes, 11, 14 y 25). Por otra parte, en Números se llama shatan (en el sentido de adversario u oponente), al ángel que el Dios hebreo, Yahvé, envía para impedir que el “falso profeta” o vidente impío Baalam, maldiga al pueblo de Israel (Números, 22, 22—32). Luego ahí, Satán, está ejecutando una orden directa de Yahvé, precisamente para impedir una maldición, es decir, una mala acción.

El término shatan entra después en la vida jurídica israelita, y alcanza el sentido de acusador delante del tribunal (Salmos, 109, 6; Zacarías 3, 1) y el término shitna, derivado de la misma raíz, es la acusación. Su equivalente en griego es diábolos, procedente del verbo dia-ballö, y posee un significado parecido al término hebreo de oposición o confrontación. En 1Macabeos (1, 36) en el texto original escrito en griego encontramos nuevamente la palabra diábolos con el significado de adversario o enemigo.

También podía incluir, además del sentido de acusador, el de calumniador, si el testimonio dado ante el tribunal era falso. Hoy hablaríamos de perjurio. De ahí que a Satanás se le conozca también en la tradición judeocristiana como el «Padre de la Mentira». Lo cual no era exacto, ya que en el judaísmo la mentira o la calumnia se asociaban con la intercesión de un espíritu maligno (demonio) llamado «Azazel», también conocido como el «Padre de la Mentira». Por otra parte, en los documentos no canónicos del Antiguo Testamento, Satán es llamado frecuentemente «Belial», a su vez una deformación de «Baal», que era uno de los principales dioses cananeos y fenicios. Aquí sí tenemos una relación entre oponentes: de un lado está Belial, el dios fenicio y cananeo, enemigos de Israel, y del otro está su adversario, el dios nacional de los judíos, Yahvé. Motivo por el que puede encontrarse en la Biblia la identificación de Belial, o Baal, con Satanás (Génesis, 1, 28—29) o Belcebú (Marcos, 3, 20—30).

Pero ¿son esas dos entidades simples metáforas de la tentación y la perdición o nuevos nombres de Satanás? La perdición en el sentido judaico estricto era la idolatría, es decir la conversión religiosa a otros cultos. Los judíos demonizaron a los dioses nacionales de los pueblos vecinos, del mismo modo que la Iglesia católica hizo lo propio con las deidades paganas grecorromanas. Sin embargo, lo cierto es que el Satán judeocristiano incitando al pecado y buscando el mal del hombre aparece en todo el Antiguo Testamento solamente dos veces: en 1Crónicas (21, 1) y en Sapiencia (2, 24), en el segundo caso de manera más clara. Ya en los evangelios se le otorga al término un carácter personal como enemigo de Cristo, especialmente en los relatos de las tentaciones (Marcos, 1, 12—13; Mateo, 4, 1—11; Lucas, 4, 1—13) y los exorcismos llevados a cabo por Jesús (Marcos, 3, 22—27; Mateo, 12, 22—30; Lucas, 11, 14—23). Queda así fijada la figura del Maligno para la imaginería cristiana. También se menciona en Job (1, 6 a 9 y 1, 12) y varios otros versículos.

Con el correr de los siglos y las sucesivas traducciones e interpolaciones de mitos paganos y judeocristianos en el Nuevo Testamento, Satanás y Lucifer se fusionaron en la figura del diablo. Por otra parte, la relación entre el Maligno y la famosa Bestia del Apocalipsis no es más que una alusión metafórica a Roma y su Imperio. Así, pues, el Portador de Luz de los paganos, se convirtió en Lucifer y, con la llegada del cristianismo católico surgido del Concilio de Nicea (325), se demonizó esa figura sincrética primitiva y Lucifer, el Ángel de Luz, de los cristianos gnósticos, se convirtió en el Ángel de las Tinieblas de los católicos y, donde antes había luz, ahora había una impenetrable oscuridad.

Cuando se acercaba el año 1000 de nuestra Era, que los profetas cristianos y otros fanáticos habían identificado con el Apocalipsis y el Fin de los Tiempos, la Iglesia decidió recuperar a Lucifer, ya reciclado y convertido en Satanás y conferirle un reino tenebroso a su medida: el Infierno, que no era más que otro refrito, una síntesis del antiguo Hades griego y del Seol judaico. Pasó la larga noche medieval y llegó el siglo XV con las luces del Renacimiento, parecía que Grecia y Roma habían resurgido del desván mil años después de que las hubiesen depositado allí los monjes y clérigos cristianos. Lucifer de nuevo era el Ángel de Luz, pero la fiesta no duró demasiado. La Iglesia no tardó en reinventar de nuevo al diablo, esta vez revestido como nigromante (médico), ocultista (científico), alquimista (químico) o brujas (comadronas y boticarias) y durante los siglos XVI y XVII, la Iglesia mantuvo a Europa dividida con sus Guerras de Religión a cuenta del diablo. Los primeros en conocer la férula de los monjes dominicos de la Inquisición por sus supuestos tratos con el diablo fueron los templarios. Pues se dijo que el famoso Bafomet, al cual supuestamente adoraban, era una representación más del Maligno.



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