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sábado, 30 de octubre de 2010

Trotsky y los banqueros "bolcheviques"


El famoso anarquista Bakunin declaró que los seguidores de Karl Marx “tenían un pie en el banco y otro en el movimiento socialista”. Desde luego, no iba mal encaminado. Es un hecho que la Revolución bolchevique que llevó (brevemente) a Lenin al poder fue financiada por la banca internacional. Movidos por su afán de estar en todas las salsas, los especuladores vieron inmediatamente la oportunidad de apoderarse del antiguo imperio ruso. La mayor parte del dinero para poner en marcha la revolución, lo había facilitado el banquero Max Warburg, cuyo hermano Paul, fue uno de los asistentes a la legendaria reunión en la isla de Jekyll en 1911 que hicieron posible la creación de la Reserva Federal estadounidense tres años después. El tercer hermano, Félix Warburg, estaba casado con la hija de Jacob Schiff que según declaró su nieto, John Schiff, ayudó con unos 20 millones de dólares de su propio bolsillo al triunfo de la Revolución bolchevique.

León Trotsky también recibió el apoyo directo del trust de banqueros. Cuando Trotsky fue apresado por el Ejército canadiense que le acusaba de espiar para Alemania, fue inmediatamente liberado gracias a los buenos oficios de un enigmático individuo que se hacía llamar coronel sin serlo y que no era otro que Edward Mandel House, el misterioso secretario personal del presidente Woodrow Wilson, y a quien éste llamada mi otro yo. En realidad, Edward Mandel House fue un tutor impuesto al presidente de los Estados Unidos por el trust de banqueros para controlar todos sus movimientos hasta que dejó de serles útil y le quitaron de en medio, como a Lenin.

Muchos piensan que fue Mandel House quien pudo “inducir” el infarto cerebrovascular que sufrió Wilson el 2 de octubre de 1919 y que le provocó la hemiplejia que le dejó inmóvil hasta el día de su muerte. Lenin tuvo una muerte parecida, pocos años después de sufrir un atentado que le dejó graves secuelas, sufrió también un tromboembolismo cerebrovascular que le postró en una cama para siempre con medio cuerpo paralizado, lo que favoreció la ascensión al poder de Josef Stalin.

El programa de Woodrow Wilson para acabar con la guerra, conocido como "Los 14 Puntos de Wilson" que el propio presidente leyó el 8 de enero de 1918 ante el Congreso de su país, haciendo pública su declaración de intenciones de acabar con la guerra, no gustaron a quienes le habían llevado en volandas hasta la Casa Blanca, especialmente el primero de esos puntos, que proponía la inmediata supresión de la llamada diplomacia secreta, término con el que Wilson no se refería a la natural discreción entre gobiernos, sino a las maniobras urdidas por políticos “aficionados” pero con mucho poder, que veían en la política un medio para alcanzar sus fines: obtener el poder de forma ilícita a través de la influencia ejercida sobre los políticos.

Además, aquel discurso era una invitación a todas las naciones en guerra para que aceptasen un armisticio y se sentasen a dialogar con vistas a negociar la paz. No habría vencedores ni vencidos. Pero los planes de Wilson no fueron del agrado de los especuladores, que habían invertido mucho dinero en la guerra.

En febrero de 1917, al producirse la llamada Revolución de Febrero, paso previo a la generalizada de octubre, León Trotsky vivía en Nueva York donde colaboraba con un supuesto periódico ruso aunque su actividad principal se concentraba en la contratación de revolucionarios profesionales a los que aleccionaba convenientemente en su supuesta ideología antes de enviarles a Rusia para “predicar” la revolución. ¿Quién financió esas actividades? El banquero Max Warburg cumpliendo el encargo de otros banqueros aún más poderosos: Rockefeller y Rothschild.

En mayo de 1917, un mes después de entrar en guerra los Estados Unidos, Trotsky se reúne con Lenin y pasa a formar parte del Soviet de Petrogrado, nuevo nombre que se dio a la ciudad de San Petersburgo. De esta forma Trotsky se apartaba definitivamente de su anterior neutralidad durante el exilio, implicándose directamente con los bolcheviques en el proceso revolucionario. Gracias a su poderosa verborrea, Trotsky pronto alcanzó una enorme popularidad que le permitió llegar a formar parte del Comité Central, posición privilegiada desde la que le resultaría aún más fácil apoyar los postulados de Lenin en cuanto a la necesidad de derrocar al Gobierno provisional surgido de la Revolución de Febrero y presidido por el socialista moderado Alexander Kerensky. A partir de entonces, todos sus esfuerzos se dirigirán a recabar apoyos para el movimiento bolchevique para asestar el golpe decisivo a la incipiente democracia rusa que Kerensky, con la ayuda de los aliados, pretendía desarrollar después de la guerra.

Esta “ayuda” que los aliados habían prometido a Kerensky estaba condicionada a la continuidad del frente oriental, es decir, a que Rusia siguiese tomando parte activa en la guerra contra Alemania y que el nuevo Gobierno no negociase la paz por separado. Entretanto, Lenin tiene que ocultarse y Trotsky asume la Jefatura del Comité Militar Revolucionario, puesto desde el cual dirigió la fase final de la Revolución de Octubre.

Durante la primera etapa de la Revolución, Trotsky se convierte en el hombre de confianza de Lenin y éste le encomienda varias misiones. La primera será la de sacar a Rusia de la guerra y firmar la paz con Alemania. Trotsky será el encargado, como comisario de Asuntos Exteriores, de firmar con los alemanes el tratado de Brest-Litovsk, que supondrá para Rusia una pérdida considerable de su territorio.

Primer error por parte de Lenin y Trotsky: los “banqueros” no querían que Rusia se desentendiese de la guerra tan pronto. Estaban dispuestos a abastecer al paupérrimo Ejército ruso para que siguiese combatiendo a los alemanes en el frente oriental. Los “banqueros” temían que ahora Alemania, libre del frente oriental, desbordase a los aliados en el frente occidental y que la guerra terminase en verano de 1918. Sin embargo, si la guerra se alargaba, Alemania y los aliados, especialmente Francia y Gran Bretaña, los más solventes, tendrían que suscribir nuevos créditos (bonos de guerra) para hacer frente al gasto militar. ¿Quién facilitaba esos “bonos de guerra” en Europa desde hacía más de cien años? ¡Los Rothschild!

Lenin y Trotsky acabarían pagando caro su error. Inmediatamente después de firmar la paz con los alemanes, Trotsky fue nombrado por Lenin Comisario de Guerra. Desde este puesto se encargó de la creación y organización del Ejército Rojo, instrumento indispensable para imponerse en la guerra civil que se desató tras firmar la paz con Alemania y que se prolongó hasta 1920. A las fuerzas contrarrevolucionarias, los rusos blancos de Kornilov, se unieron también los aliados en un conflicto poco conocido que también se extendió por Europa oriental, y que abrió una especie de suma y sigue a la guerra europea después del Armisticio del 11 de noviembre de 1918. La guerra terminaba en el frente occidental, pero se recrudecía en el oriental, ahora con viejos y nuevos protagonistas.

Los anarquistas acusaron a Trotsky de reprimir cualquier movimiento de izquierdas opuesto a la postura oficial del Partido Bolchevique, como por ejemplo, al movimiento libertario de Néstor Makhno en Ucrania o la rebelión de los marineros del Kronstadt en el golfo de Finlandia. Esta acusación, absolutamente cierta de los anarquistas contra los bolcheviques, se repitió en la Guerra Civil española cuando el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) partidario de llevar a cabo la revolución marxista más allá de las metas señaladas por la Internacional Comunista de Moscú, fue aniquilado por los comunistas del PCE (Partido Comunista de España) en los sucesos de mayo de 1937, una auténtica guerra civil, dentro de otra guerra civil. 

Tanto en Rusia en 1918, como en España dos décadas más tarde, daba la impresión de que existían dos tendencias dentro de la supuesta revolución marxista: la propiamente revolucionaria y la “oficial” que se marcaba, en ambos casos, desde el Comité Central de Partido Comunista en Moscú pero que no parecía tener nada de marxista ni de revolucionaria. Entonces, ¿al servicio de quién estaban esos supuestos “revolucionarios” que hacían la guerra a la propia Revolución?

Como en el caso de Woodrow Wilson, una oportuna apoplejía obligó a Lenin a apartarse de la política. Entonces, en oposición a Trotsky, se unieron Grígoriy Zinóviev, Liev Kámenev y Josef Stalin. Este triunvirato se hizo con la dirección del Partido Bolchevique y acusó a Trotsky, el hombre de Lenin, de suponer una amenaza para el Partido y para la Revolución, en consecuencia Trotsky fue destituido como Comisario de Guerra, luego apartado de la dirección del Partido y posteriormente expulsado del mismo. Más tarde fue deportado a Kazajistán (Asia Central) y finalmente expulsado de la URSS en 1929.

Trotsky acabó refugiándose en México, pero Stalin había dado orden de asesinarle, y Jotov, encargado de las operaciones contra Trotsky en México, se valió de dos comunistas españoles, Caridad y Ramón Mercader (madre e hijo), para llevar a cabo el plan. Aunque el palacete en el que vivía Trotsky estaba fuertemente custodiado, Ramón Mercader lograría infiltrarse en su círculo de amistades ganándose la confianza de una de las secretarias de Trotsky. Con el pretexto de que leyera un escrito suyo se acercó a Trotsky y le clavó un objeto metálico punzante en la cabeza. Trotsky murió doce horas más tarde a consecuencia de las terribles heridas. Nunca quedó claro de dónde sacaba Trotsky el dinero para costearse el palacete en el que vivía y el tren de vida que llevaba en México, aunque se ha insinuado que sus mecenas eran agentes próximos al poderoso clan Rockefeller.

Ramón Mercader había nacido en Barcelona en 1914 y fue uno de los fundadores de Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). Durante la guerra civil formó parte de los servicios secretos soviéticos en España y posteriormente se infiltró en los círculos de simpatizantes trotskistas en París. Artistas fracasados y gente adinerada que disfrutaba escandalizando a sus familiares y amigos haciéndose pasar por “bolcheviques” por esnobismo.

Mercader se trasladó a México en 1939 con el nombre falso de Frank Jackson y dispuesto a cumplir el encargo de la temida NKVD estalinista de asesinar a León Trotsky. Cumplió una condena de 20 años en prisión por este crimen. Pero hasta 1953 no se averiguó la verdadera identidad de Frank Johnson.

Ramón Mercader abandonó la cárcel en 1960 y fijó su residencia en la URSS, más tarde viajó a Checoslovaquia y por último a Cuba, donde le aguardaba su madre, quien también había sido agente de la NKVD. Mercader fue condecorado en secreto como Héroe de la Unión Soviética y falleció en La Habana en 1978.

Breve historia de la banca internacional

La antiquísima y relativamente misteriosa institución de la banca está documentada desde tiempo inmemorial, pues se han encontrado tablillas de arcilla con apuntes contables en los valles entre los ríos Éufrates y Tigris, donde se desarrolló la civilización mesopotámica, y donde floreció también la sofisticada cultura babilónica. Ahora bien, el problema que afrontaron los banqueros medievales, cuando los reyes acudieron a ellos en busca de dinero para financiar sus campañas militares, no fue desdeñable ni de fácil solución. A un particular, si no devolvía el capital más los intereses del crédito, se le podían embargar sus bienes aplicándole la ley, pero ¿a un rey? Lo más probable era que si un banquero pretendía presionar a un rey moroso se encontrase con que su deudor ordenara a los alguaciles que le detuviesen y que le cortasen la cabeza para ensartarla en una pica. La banca moderna comienza en Gran Bretaña con la revolución industrial del siglo XVIII, y coincide en el tiempo con la fundación de las principales dinastías de banqueros en Europa, en especial los Rothschild, Baring, Warburg, Lazard, Selignam, Schröder, Speyer, Morgan, etcétera. Un hecho trascendental en la formación del cártel de banqueros europeos de entonces, fue la creación del Banco de Inglaterra en 1694, ya que la Corona necesitaba canalizar las ganancias obtenidas con el boyante negocio del comercio de esclavos y del opio a través de la Compañía de las Indias Orientales, hacia actividades más decentes que consolidaran el prestigio del Imperio, y favorecieran su expansión y la supremacía de los intereses británicos a escala mundial. Los países que participaron en el Congreso de Viena en 1815, tras las guerras napoleónicas, así como los que lo hicieron en 1919 en Versalles para firmar los tratados de paz después de la Primera Guerra Mundial, eran deudores de la banca Rothschild, internacionalizada desde hacía más de un siglo, y de los bancos controlados por el magnate del petróleo y las finanzas, John D. Rockefeller. Básicamente, de lo que se trató en aquellas conferencias de paz fue la forma en que los estados beligerantes iban a devolver sus créditos o, como en el caso de la derrotada Alemania, cómo iban a renegociar sus deudas por los créditos de guerra asumidos. Y fueron, entre otras cosas, las draconianas condiciones impuestas en Versalles a las potencias para la devolución de los créditos, las que provocaron la terrible depresión económica y financiera que sufrieron los Estados Unidos y Europa en los años de entreguerras. De hecho, Alemania ha saldado su deuda por reparaciones de guerra recientemente, casi 92 años después de finalizada la Gran Guerra de 1914-1918.

La solución sugerida por los banqueros para facilitar la devolución de esos créditos, fue una explotación más eficaz de los obreros a través del abaratamiento de los salarios. Así, los países que habían participado en la guerra podrían liquidar antes la deuda contraída con la banca internacional como consecuencia del esfuerzo bélico. El sistema fracasó estrepitosamente, porque al caer el poder adquisitivo de los asalariados, disminuyó el consumo y cayó el empleo. El resultado fue una depresión devastadora cuyos terribles efectos se agudizaron debido al colapso financiero que provocó el hundimiento de Wall Street en 1929. En una situación de crisis prolongada, es cuando más se endeudan los Estados con los bancos internacionales, que compran la deuda exigiendo unos altísimos tipos de interés. De ahí que los ataques lanzados por los especuladores contra Grecia y España en 2010 no fuesen, como muchos se empeñan en hacernos creer, fruto de la casualidad y de la manida mano invisible que mueve el mercado. Fueron estrategias financieras perfectamente orquestadas desde Londres y Wall Street. 

Como acabó demostrando la amarga experiencia de templarios y judíos, prestar dinero a los monarcas europeos entrañaba una serie de riesgos que los banqueros tuvieron que sortear. Hubo que agudizar el ingenio para contrarrestar o neutralizar esos peligros, y así nació una doble estrategia. En primer lugar, el banquero exigía cierta parcela de poder político inmediato a cambio del préstamo que hacía al monarca, así consiguieron varios banqueros de entonces sus títulos nobiliarios, recibiendo además tierras y otras prebendas cuando el rey no podía hacer frente a la devolución del crédito. En otros casos, los usureros consiguieron el control de lucrativos negocios públicos, como el de la recaudación de impuestos. En poco tiempo, todas las cortes europeas asistieron al nacimiento de una nueva e influyente casta de cortesanos y consejeros que no provenía de la tradicional nobleza feudal y la aristocracia de rancio abolengo, sino de la banca. Los avezados banqueros supieron reconocer inmediatamente la oportunidad que se ofrecía ante ellos y decidieron diversificar sus inversiones. Es decir, se apoyaba públicamente al rey, pero también de forma más discreta al menos a uno de sus más encarnizados enemigos, otro aspirante al trono, un monarca extranjero, o incluso el mismo enemigo al que se enfrentaba en la guerra para la que había pedido el dinero. De esta manera, en caso de que el primero no devolviera la cantidad adelantada y en el tiempo pactado, se podía interrumpir su financiación a la vez que se incrementaba la línea de crédito al segundo, dándole a entender que dispondría de todo el dinero que necesitase para destruir a su rival. De paso se fidelizaba también al enemigo del rey. Con el paso del tiempo, las guerras se internacionalizaron involucrando a varios países. Así hasta llegar a las dos guerras mundiales del siglo XX. En aquellos primeros conflictos armados internacionalizados del siglo XVII, como la Guerra de los Treinta Años, a veces era precisa la intervención de más de dos contendientes para obtener los beneficios y resultados deseados, por eso, desde hace ya tres largos siglos, la ascensión de la banca ha estado directamente ligada a su participación en la financiación de todas las grandes guerras europeas, y los patriarcas de la banca internacional han demostrado estar dotados de una ambición sin límites y de una falta de escrúpulos infinita, convencidos todos ellos de que están llamados a gobernar el mundo para convertirlo en un inmenso parqué. Para ellos no hay más ley que la del mercado, todo lo demás es superfluo.

Aquella doble estrategia de apoyar al monarca y a sus enemigos, ya fuesen éstos internos (revolucionarios) o externos (otros Estados) se perfeccionó hasta constituir la marca distintiva de determinadas familias de banqueros. Durante el siglo XIX éstas adoptaron una pose cosmopolita y progresista, al tiempo que un interés exagerado en asumir las deudas de los distintos países europeos. Su propósito era harto sencillo entonces, como lo sigue siendo ahora: influir en la política internacional en su propio interés, a través de las finanzas. Desde la remota Antigüedad, la forma más eficaz de gobernar una sociedad ha sido a través de la guerra. Sin embargo, los antiguos monarcas no disponían de grandes ejércitos, porque la guerra, por otra parte, ha sido siempre una empresa onerosa. Así que en el siglo XVIII, coincidiendo con la conversión de la banca privada en una nueva e influyente élite, se crearon los grandes ejércitos nacionales y se instauró el servicio militar obligatorio. Con mayores ejércitos se podían hacer mayores guerras, y a mayores guerras… mayores beneficios. De las guerras medievales entre señores feudales, se pasó a las grandes guerras entre dos o más estados en los siglos XVIII y XIX, y ya en los inicios del siglo XX, antes de globalizarse la economía, se mundializó la guerra, un excelente negocio para los grandes cárteles de banqueros que prestaron dinero a los bandos en conflicto, haciendo con ello un excelente negocio.