Powered By Blogger

jueves, 4 de noviembre de 2010

¿Por qué asesinaron a Kennedy? (3)

El general Reinhard Gehlen fue, hasta la capitulación de Alemania el 8 de mayo de 1945, el jefe de la Oficina de Inteligencia de Adolf Hitler que operaba contra la URSS. Sus captores norteamericanos lo vistieron con uno de sus uniformes para esquivar a los rusos, quienes lo buscaban por crímenes de guerra. En lo sucesivo, la inteligencia de los Estados Unidos emplearía a Gehlen y su red de espionaje contra de los rusos. La Guerra Fría había comenzado y Gehlen negoció hábilmente con sus anfitriones. Cuando la debacle alemana era evidente, él pensó en el futuro. Llevó todos sus archivos a los Alpes Bávaros y los escondió. Luego quemó su uniforme de la Wehrmacht con el águila y la esvástica bordadas, se puso un uniforme del Ejército de Estados Unidos y se convirtió en el más adelantado de sus soldados en territorio enemigo. Cuando los rusos revisaron sus oficinas en Zossen, lo único que hallaron fueron los muebles de archivos vacíos y mucha basura.

Allen Dulles, oficial de Inteligencia norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial, que más tarde dirigió la CIA, transfirió 200 millones de dólares a través de la Office of Strategic Services (OSS) a la organización de Gehlen. Los fondos los facilitó el creador de la OSS, el multimillonario norteamericano David Rockefeller, cuya compañía petrolera, la Standard Oil, había seguido suministrando combustible a los alemanes aún después de entrar Estados Unidos en guerra contra la Alemania en diciembre de 1941. Después de la guerra, dirigiendo las operaciones desde una fortaleza cerca de Baviera, Reinhard Gehlen reactivó su red de espías dentro de la Unión Soviética.

Allen Dulles estaba convencido, al igual que su hermano John Foster Dulles, el secretario de Estado, que las “naciones cautivas” del bloque soviético se alzarían si contasen con el suficiente apoyo. En esa época Gehlen reagrupó y entrenó una fuerza mercenaria exiliada para actuar en territorio soviético y países del Este, sin involucrar a los servicios secretos norteamericanos. Incluso bajo la dirección de Dulles. En los años cincuenta, uno de los principales centros de adiestramiento del contraespionaje norteamericano se encontraba en la base clandestina de Atsugi, Japón, donde en 1957 un joven llamado Lee Harvey Oswald se entrenaba como piloto del avión espía U2 concebido para misiones ultrasecretas de espionaje sobre territorio soviético. En la carrera en el seno de la Inteligencia Militar de Lee H. Oswald, Atsugi fue sólo un capítulo; también pilotó un U2 en la base de Subic Bay en Filipinas, y por breve tiempo en Ping-Tung, Taiwán. En 1959 fue transferido a la base de Santa Ana, California, para instruirse en radares de vigilancia.

Un encuentro entre el presidente Eisenhower y el primer ministro soviético Kruschev estaba planeado para el mes de mayo de 1960 en una reunión cumbre que debía realizarse en París. Pero un hecho inesperado hizo que la reunión se suspendiera. Un avión norteamericano U2 fue derribado en territorio ruso y su piloto capturado. El piloto F. Powers acusó al también piloto Lee Harvey Oswald de haberlo traicionado. El caso del U2 torpedeó la cumbre de París que fracasó estrepitosamente. En 1964, pocos meses después del asesinato de Kennedy, Nikita Kruschev fue obligado a dimitir, siendo acusado de lo mismo que él acusó a Stalin: culto a la personalidad y errores políticos, sucediéndole al frente del Partido Comunista uno de sus más estrechos colaboradores, Leónidas Bréznev. En 1966, Kruschev fue expulsado del Comité Central del Partido. Murió el 11 de septiembre de 1971 en Moscú. Curiosa fecha. Se cree que pudo morir envenenado. También Lenin sufrió en su momento una misteriosa y repentina apoplejía que le apartó definitivamente del poder.

Su sucesor, Bréznev también abogó por el entendimiento con Estados Unidos y no corrió mejor suerte. Firmó con Jimmy Carter los acuerdos SALT II el 18 de junio de 1979 en Viena, aunque el que había iniciado las negociaciones para ello fue Richard Nixon, antes de que le estallase en la cara el Watergate. El último acto en la carrera política de Bréznev fue la decisión adoptada en diciembre de 1979, de intervenir militarmente en Afganistán a petición del Gobierno del país asiático, atacado por los muyahidínes, extremistas musulmanes radicales. Esta intervención detuvo bruscamente la distensión y llegó incluso a propiciar un embargo económico por parte de Estados Unidos fuertemente implicados en la zona en la que se producía la mayor cantidad de adormidera del mundo (opio), negocio desarrollado por los señores de la guerra (financiados y armados por Estados Unidos) que en aquella zona del país luchaban contra el Gobierno prosoviético de Kabul, capital de Afganistán. En marzo de 1982 Bréznev sufrió una crisis cardíaca y murió en noviembre de aquel mismo año.

Ahora, volvamos atrás en el túnel del tiempo. En 1955, el Gobierno de la entonces Alemania Occidental transforma la organización de Gehlen, que se convierte en la primera fuerza de Inteligencia del país, llamada BND. La BND se convirtió en una extensión de la CIA para sus operaciones globales. En una entrevista con DW-WORLD en junio de 2006, el historiador estadounidense, Timothy Naftali, confirmó a la periodista Jennifer Abramsohn que actualmente en Alemania hay mucha información sobre el papel de los nazis en el Gobierno alemán después de 1945. La Agencia Central de Inteligencia, CIA, desclasificó unas 27.000 páginas de sus archivos secretos sobre operaciones especiales durante la postguerra, época durante la cual Estados Unidos ayudó a ocultar la identidad de muchos ex agentes nazis usándolos como espías contra la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

En una conferencia de prensa mantenida en junio de 2006, Naftali señaló que los archivos desclasificados recientemente demuestran que la CIA y el Gobierno de la entonces Alemania Occidental, ocultaron conjuntamente el paradero del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann en 1958. Entonces Israel había desistido en su búsqueda por falta de pistas. Los archivos abiertos también demuestran hasta qué punto, tanto la CIA como el Gobierno de Bonn ocultaron parte del diario de Eichmann pues contenía información que salpicaba a Hans Globke, el asesor de Seguridad Nacional del canciller alemán Konrad Adenauer. Globke ayudó a formular las leyes de Núremberg bajo el régimen nazi y con Adenauer ocupó el puesto de enlace entre Alemania, la CIA y la OTAN. ¿Cuáles fueron las grandes sorpresas que salieron a la luz con los documentos secretos de la CIA desclasificados? Según el propio Timothy Naftali:

“En 2004 nos encontramos con información que demostraba que la organización de Gehlen (predecesora de los actuales servicios secretos alemanes), había reclutado algunos nazis con pasado criminal. Fue para mí una sorpresa el comprobar que el Gobierno estadounidense no supervisó a la organización de Gehlen. La información sobre Eichmann me pareció muy interesante pero no fue una gran sorpresa pues sabía que no era una prioridad de Estados Unidos el rastrear a Eichmann”.

Estas dos agencias, la BND alemana y la CIA norteamericana, ya habían trabajado juntas en Irán en 1953 durante la preparación del golpe de Estado que derrocó al primer ministro, doctor Mohammed Mossadegh, después que su Gobierno hubo nacionalizado la industria petrolera. Los alemanes aún conservaban sus contactos en la zona que se remontaban a los años previos a la Primera Guerra Mundial.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el proyecto principal fue el de formar un grupo de inmigrantes de Europa del Este, en los Estados Unidos, para utilizarlos después contra los soviéticos. Tanto la Fundación Tolstoi como la Unión de Obispos de la Iglesia Ortodoxa fuera de Rusia fueron financiadas por la CIA. Cuando Lee Harvey Oswald llegó a Dallas procedente de la Unión Soviética en junio de 1962, él y su esposa Marina fueron recibidos calurosamente por decenas de rusos blancos exiliados. Muchos de ellos luego serían identificados como antiguos nazis; otros pertenecían a las industrias del cártel petrolero del Club del Petróleo de Texas y estaban relacionadas con el Departamento de Defensa de Estados Unidos y empresas de armamento como Bell Helycopters, fabricante del famoso helicóptero utilizado en la guerra de Vietnam (1965-1975) que hemos visto en tantas películas. Ésta era una empresa al borde de la quiebra en 1963 y que, gracias a los contratos con el Ejército, firmados ya bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson, se reflotó convirtiéndose en una de más rentables. Diez años de guerra supone la fabricación de muchos helicópteros de combate, mucho más vulnerables que los carros blindados.

En aquella época, principios de la década de 1960, la Organización Gehlen formaba parte del Gobierno de Alemania Occidental y Gehlen ya contaba con un agente dentro de los Estados Unidos, Otto Albrecht von Bolschwing, capitán de las SS a las órdenes de Heinrich Himmler y superior de Adolph Eichmann en Europa y Palestina. Von Bolschwing entró en los Estados Unidos en febrero de 1954 y trabajó continuamente para la OSS de Allen Dulles, la primitiva CIA, que fue puesta en marcha por David Rockefeller durante la Segunda Guerra Mundial.

(Continuará...)

Enigmas del 11 de Septiembre

El 11 de septiembre de 2001 el mundo contuvo el aliento conmocionado por las terribles imágenes retransmitidas en directo desde Nueva York: las Torres Gemelas del World Trade Center desplomándose envueltas en llamas, anularon el resto de noticias. El estupor generalizado al saber que aquello era producto de un ataque terrorista sin precedentes conmovió a todo el planeta. ¿Cómo era posible que la nación más poderosa de la tierra fuese tan vulnerable? ¿Para qué servían entonces sus sofisticados mecanismos de defensa? Pero la pregunta que acabó imponiéndose fue, sobre todo, ¿quién había tenido la osadía de perpetrar semejante atrocidad y cuál era el motivo? Aquel día trágico, marcó un antes y un después en la reciente historia de la humanidad. El ‘Sueño Americano’ había tocado a su fin y los países aliados de la Unión Europea comprendían bruscamente que Estados Unidos no era invulnerable, al tiempo que una angustiosa sensación de pánico quebrantaba el ánimo de Occidente. El terrorismo había demostrado ser inmune a los escudos antimisiles, a los servicios de inteligencia, al ejército más poderoso del mundo y a su avanzada tecnología militar. Súbitamente la amenaza a la supremacía occidental adquiría nombre árabe y se revelaba como invencible contando con dos armas tan sencillas como eficaces: su inconmovible fe religiosa, el islam, y su determinación a morir por ella. La frívola sociedad occidental quedaba aturdida al comprobar que aún había fanáticos dispuestos a ceñirse un cinturón de explosivos y a inmolarse volando en pedazos junto con sus objetivos. Las versiones oficiales sobre los atentados todos las conocemos pero… ¿son ciertas?

En la novela titulada ‘Operación Hebrón’ escrita por un ex agente del Mossad (servicio secreto israelí) que dijo haberse inspirado en informes de la CIA para escribirla, se detallaban una serie de ataques terroristas aéreos contra las Torres Gemelas, el Pentágono, el Capitolio y la Casa Blanca. A continuación destacamos algunos sucesos extraños recogidos en ese libro: Según el periódico israelí ‘Yadiot Ahranot’, Ariel Sharon, que se disponía a realizar una primera visita a los Estados Unidos tras ser nombrado primer ministro de Israel, suspendió su viaje dos días antes de los atentados por imposición del Shabak. Esta agencia israelí, antes conocida como el Shin Bet o el GSS, se encarga de la Seguridad Interior, mientras que el Mossad hace lo propio con la Seguridad Exterior. Pero además de las israelíes, las agencias de seguridad de medio mundo, incluyendo las europeas, alertaron a Washington de que algo muy extraño y peligroso se estaba tramando. Numerosos pilotos comerciales con dilatada experiencia, consultados en varios países del mundo, declararon que era materialmente imposible que unos individuos con unas pocas horas de vuelo en avionetas y que habían completado su adiestramiento ensayando con paneles dibujados en cajas de cartón –como se dijo más tarde– pudiesen haber pilotado dos aviones de pasajeros para que impactasen con la precisión que lo hicieron contra los objetivos. Eso hubiese requerido al menos de una radiobaliza para teledirigir la ruta, un dispositivo similar al conocido piloto automático.

Se calcula que el World Trade Center daba trabajo a unas 50000 personas que diariamente entraban y salían de ese edificio, sin contar a los empleados de los niveles inferiores, muchos de ellos inmigrantes ilegales que trabajan de forma clandestina, y que no estaban censados. En el momento de producirse los atentados se estima que debía haber al menos unas 20000 personas en el interior de las Torres Gemelas. Sin embargo, la cifra oficial de víctimas mortales, contando policías y bomberos, no supera las 2800 personas. ¿Dónde estaban todas las demás personas que trabajaban a diario en esos edificios? ¿Cómo es que se ausentaron de sus puestos de trabajo justamente ese día? El ataque al Pentágono no pudo realizarlo uno de los aviones secuestrados que, según la versión oficial impactó contra la fachada. Aparte de ser, posiblemente, el edificio mejor vigilado del mundo, sus propias cámaras de seguridad grabaron una explosión, pero en las imágenes no se ve ningún avión. Ni siquiera una parte de la aeronave, ya fuese la cola, las alas o parte del fuselaje, apareció en los alrededores del edificio del Pentágono, como habría sido lógico después de la explosión, al diseminarse los restos del avión por las inmediaciones del edificio, especialmente, dado su gran tamaño. Más que de una explosión al uso, tendríamos que hablar entonces de una “desintegración” completa del aparato. Algo del todo imposible. Basta compararlo con el reciente accidente del avión de Spanair en Barajas (Madrid) del 20 de agosto de 2008: había partes del fuselaje del avión diseminadas por todas partes, a pesar de que había ardido totalmente. Además, los cadáveres de las víctimas aparecieron carbonizados: ¿dónde están los restos de los que murieron en el avión que supuestamente impactó contra el Pentágono aquel fatídico 11 de septiembre de 2001?

Días antes de los atentados, y esto es muy significativo, Wall Street registró extraños movimientos especulativos que afectaron, entre otras, a las acciones de las dos compañías aéreas que iban a sufrir los secuestros aéreos, la empresa Morgan Stanley Dean Witter & Company que ocupaba nada menos que 22 pisos del World Trade Center y a las aseguradoras involucradas: Múnich Re, Swiss Re y AXA. Se calcula que las ganancias de los misteriosos inversores alcanzaron un valor de varios cientos de millones de dólares, lo que oficialmente constituye el más flagrante delito por tráfico de información privilegiada jamás cometido. Pero ¿quién podía saber lo que iba a suceder aparte de los mismos que lo habían planificado? Dos de las compañías que más se beneficiaron con esas operaciones bursátiles previas a los atentados fueron el Carlyle Group, compañía de la que es accionista la familia Bush, y el Bin Laden Group, la sociedad de valores de la familia Ben Laden, cuyas inversiones en los Estados Unidos suponen alrededor de un 18% de su PIB (Producto Interior Bruto). Dicho de otro modo: los Ben Laden son propietarios de casi una quinta parte del país más poderoso del mundo: los Estados Unidos de América. Existen decenas de datos que aportan serias dudas sobre los acontecimientos sucedidos el 11 de septiembre de 2001. Empezando por el extraño comportamiento del FBI, que en cuestión de horas había evacuado a todos los miembros de la familia Ben Laden residentes en EEUU para “preservar su seguridad” y sin interrogarles acerca del posible paradero de Osama, sospechoso de haber instigado los terribles atentados.

Es evidente que tanto los servicios secretos franceses (GNRS), que fueron los primeros en discrepar con la versión oficial de los hechos, así como el Mossad, entre otros muchos, además de la red de espionaje ECHELON sabían que “algo” iba a suceder. Ariel Sharon se disponía a realizar su primera visita a Estados Unidos, pero dos días antes de los atentados (el 9 de septiembre) decidió anular la visita. ¿Por qué el Shabak impidió al primer ministro israelí viajar a Nueva York en esas fechas?

¿Sabían los servicios secretos israelíes cuál era el peligro que se cernía sobre Estados Unidos? ¿Lo comunicaron a sus aliados norteamericanos? ¿Cómo pudieron saberlo con tanta exactitud? El 11 de septiembre de 2001 el presidente Bush estaba en Sarasota, Florida, en su segundo día de visita a la zona. Los planes de Bush para ese día eran públicamente conocidos con anticipación y se sabía, desde dos días antes, que esa mañana el presidente estaría en la escuela Booker leyendo un cuento a los niños más pequeños.

Entonces, los acontecimientos se precipitaron. El primer avión impacta contra el World Trade Center y el servicio secreto pone en conocimiento del presidente que se ha producido el ataque. Un ataque sin precedentes en la historia de Estados Unidos. ¿Qué hacen entonces? ¿Se lo llevan apresuradamente a un búnker de seguridad, o a una base militar? No. George W. Bush, impertérrito, asume la noticia sin sorpresa (tal y como se vio posteriormente en las imágenes de televisión), y con total naturalidad, prosigue leyendo el cuento infantil a los escolares y sujetando el libro al revés.

Desde los tiempos de la Guerra Fría, cuando se ensayaban los efectos de bombardeos nucleares o de las Fuerzas Aéreas soviéticas convencionales contra la Casa Blanca, sede del Gobierno de la Nación, se sabía que uno de los resquicios en materia de Defensa era la posibilidad de que un avión militar, camuflado como uno de pasajeros, aterrizase normalmente en el Aeropuerto Nacional de Washington, para entonces reemprender el vuelo y atacar impunemente el objetivo. Al haber aterrizado normalmente, como avión comercial, no se habrían activado los dispositivos de seguridad. Se sabía desde mucho tiempo antes que un avión comercial podía ser secuestrado para su utilización como “kamikaze” contra objetivos civiles o militares en territorio continental de los Estados Unidos.

Ahora bien, la escuela Booker se encuentra a menos de 8 kilómetros del aeropuerto internacional de Sarasota-Bradenton. Consecuentemente, durante un día en que estaban siendo secuestrados unos aviones para atacar edificios desde distintos aeropuertos, la precaución de seguridad más obvia era mantener al presidente alejado de una reunión anunciada públicamente en un edificio cercano a un aeropuerto.

Sólo existe una explicación para el hecho de que el servicio secreto permitiera al presidente Bush afrontar el riesgo mortal de concurrir a la escuela Booker en la mañana del 11 de septiembre. De alguna manera, George Walker Bush sabía que nadie iba a atacar la escuela.

Muchos indicios, fundamentalmente provenientes de los sesudos analistas de la inteligencia militar, advirtieron sobre la posibilidad de que pudiesen producirse ataques terroristas como los del 11 de septiembre, incluso se habían descrito en novelas de ficción, como en la novela futurista ‘Operación Hebrón’, en la que se describía un ataque aéreo terrorista a las Torres Gemelas, el Pentágono, el Capitolio y la Casa Blanca, prácticamente idéntico al que se llevó a cabo en la realidad.

Horas después de los atentados, multitud de personas llamaban indignadas a las embajadas norteamericanas en Túnez, Riad, o Yemen. Se les acusaba de haber participado en el atentado. A esto hubo que añadir a los saudíes que veían sus fotos publicadas en los periódicos de todo el mundo. A muchos de ellos se les presentó como los terroristas que murieron en los atentados. Un ciudadano saudí que estaba trabajando en Yedda en el momento del atentado, Abdul Rahmán al Omari, supo por la prensa de su propia muerte en uno de los atentados. Inmediatamente llamó a la embajada norteamericana para informarles de que se encontraba sano y salvo y que no estaba implicado de ninguna manera con los atentados. La prensa y el propio Gobierno saudí no ocultaron su irritación por el trato vejatorio que recibieron en todo momento por parte de los medios de comunicación norteamericanos, cuya única fuente de información, aparte de las imágenes, fueron las historias “precocinadas” que les facilitaron sus servicios de seguridad nacionales.

La imagen de Arabia Saudí, y de toda la comunidad musulmana internacional, quedó definitivamente dañada por la manipulación de la información que los servicios secretos ejercieron en las primeras horas, incluso meses, después de los atentados. Pero tal vez se tratase de eso, porque para declarar una guerra primero hay que tener un “enemigo” y si no se tiene hay que crearlo, puesto que la maquinaria de guerra que mueve la economía norteamericana ya estaba en marcha.

Unos días más tarde, el 18 de septiembre, la agencia France Press informó que otro piloto saudí considerado por las autoridades estadounidenses como un posible sospechoso, Said Husein Garamallah al Gamdi, vivía en Túnez, donde residía desde hacía poco menos de un año. Al enterarse de que los investigadores norteamericanos le consideraban como el principal sospechoso del secuestro del vuelo 93 de American Airlines, el llamado “vuelo de los héroes” que se dirigía presuntamente hacia la Casa Blanca, y al que habría que dedicar otro capítulo –si no un libro– por la cantidad de irregularidades que se produjeron antes, durante y después de que supuestamente se estrellase en Pennsylvania. Al Gamdi se puso inmediatamente en contacto con la embajada norteamericana en Túnez para desmentirlo categóricamente.

Por otra parte, el diario The Gulf News, editado en Bahréin, publicó el 20 de septiembre una entrevista con un veterano piloto de una línea aérea, Ishaq Kuheji, que puso en duda que pilotos sin una experiencia muy dilatada de vuelo pudieran haber llevado a cabo los atentados del 11 de septiembre de 2001. Según él, y otros pilotos que lo han ido confirmando a lo largo de estos años transcurridos, es imposible que pilotos con escasas horas de vuelo, realizadas en su mayor parte en avionetas o aparatos ligeros, pudieran pilotar grandes aviones, de más de 200 toneladas, volando a muy baja altura con la pericia suficiente para estrellarlos contra los blancos. Eso requiere muchos años de experiencia en el manejo de tales aparatos.

Rudi Dekkers, propietario de la escuela de vuelo de la localidad de Venice (Florida), en la que dos de los presuntos terroristas, Mohammed Atta y Maruan al Shehhi, se formaron como pilotos, declaró al diario británico ‘The Independent’ que “ambos habían realizado un curso de vuelo de cinco meses, el cual fue llevado a cabo, sobre todo, en avionetas Cessna y Piper Cessna, pero el total de horas que pasaron pilotando un jet de pasajeros fue de 15 ó 20 en total”. Pero un jet no es, ni mucho menos, un avión con las dimensiones de un gigantesco Boeing y las horas de vuelo acumuladas son a todas luces insuficientes para adquirir la pericia necesaria para pilotarlo.

Según Kuheji existe un escenario alternativo que podría ser más realista. Los sistemas de manejo de vuelo de los cuatro aparatos pudieron ser manipulados y programados en tierra por individuos altamente cualificados para poder ser posteriormente activados en un momento determinado del vuelo. Esto permitiría que los aparatos despegaran, descendieran y volaran a una cierta altura hasta puntos predeterminados que se encuentran en el suelo, y podría impedir también la existencia de comunicaciones con tierra, dejando a los pilotos a merced de los propios sistemas de navegación del aparato. Esta tecnología es utilizada en los misiles de crucero, los aviones espía y otros aparatos militares no tripulados. De hecho, en la mismísima CNN, y durante los primeros instantes, expertos en aviación civil no dejaban lugar a dudas: los aviones llevaban a bordo a pilotos militares muy bien entrenados, o bien fueron teledirigidos desde tierra. Obviamente, sólo las Fuerzas Aéreas cuentan con semejante tecnología y personal cualificado para ello.

El que los supuestos pilotos suicidas fueran pilotos militares entrenados, no es excesivamente descabellado. Precisamente, la experiencia del atentado en el edificio de Oklahoma, en el cual se señaló también al propio Ben Laden como instigador, nos hace dirigir nuestra mirada al interior de Estados Unidos. A título de anécdota podemos mencionar que en el coche en que viajaba el autor del atentado de Oklahoma, el estadounidense Timothy McVeigh (ex boina verde y veterano de la guerra del Golfo), se encontró el libro de William Pierce ‘Los Diarios de Turner’, el manual que inspiró y guió sus actos. Curiosamente, el protagonista del libro, desencantado con el sistema, se suicida lanzándose con un avión contra el Pentágono.

Jürgen Storbeck, director de Europol, declaró al periódico ‘The Daily Telegraph’ que era necesaria una investigación más amplia antes de inculpar a alguien: “Es posible que Ben Laden estuviera informado de la operación; es incluso posible que tuviera alguna influencia en ella, pero no es probablemente el hombre que diseñó todas las operaciones o controló el plan en su conjunto. La idea de que él, sentado en Afganistán, pudiera haber controlado la última fase de la operación es algo que resulta muy dudoso” señaló Storbeck.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001, pudieron llevarse a cabo debido a un fenomenal error de los servicios secretos y de las agencias de inteligencia norteamericanas, o bien estaban minuciosamente planificados y fueron ejecutados con precisión milimétrica por personal bien adiestrado.

Paradójicamente, después de haber hecho gala de un alto nivel operacional y una increíble sofisticación y coordinación de movimientos al preparar y ejecutar los atentados, los autores de los mismos dejan rastros y pistas incriminatorias por todas partes. Por ejemplo: tarjetas de crédito falsas o un manual de navegación aérea en lengua árabe, que fue convenientemente encontrado en un vehículo aparcado en el aeropuerto internacional Logan de Boston, donde dos de los secuestradores embarcaron.

Esto es un disparate, ya que se sabe que los pilotos en cuestión habían estudiado en Florida, y lo lógico es que hubieran utilizado la terminología inglesa mientras aprendían a volar y no la árabe. Otro tanto cabe decir de los retratos de Osama ben Laden encontrados, así como de las copias del Corán dejadas en todos los vehículos de los sospechosos que fueron identificados por la Policía. En lo que respecta a la información acerca de un pasaporte árabe, encontrado a cincuenta metros de distancia de las Torres Gemelas, sólo cabe calificarla de montaje. También podemos preguntarnos ¿por qué algunas bases militares norteamericanas en Europa, incluidas las de Rota y Morón en España, estuvieron en alerta máxima a las 11:05 hora española? ¡Casi 4 horas antes de los atentados!

Un arresto llevado a cabo en enero de 2004 en el aeropuerto internacional de Denver (Colorado) hizo que cobraran mayor nitidez los vínculos entre empresarios israelíes y grupos islamistas interesados en la producción de armas de destrucción masiva: químicas y biológicas, principalmente, pero incluyendo también armamento nuclear. Miembros del FBI y funcionarios de aduanas estadounidenses arrestaron a un individuo llamado Asher Karni, judío ortodoxo nacido en Hungría, con pasaporte israelí y residencia en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) por intentar vender de forma ilícita más de doscientos componentes electrónicos de última generación. Se trataba en su mayor parte de cierto tipo de interruptores que envían impulsos eléctricos sincronizados, concebidos con fines quirúrgicos, pero que también se pueden emplear en la fabricación de artefactos explosivos, incluidas las bombas convencionales y nucleares. El pedido era un encargo de un tal Humayún Khan, un ciudadano paquistaní relacionado con ciertos grupos terroristas de inspiración islámica radical. La operación debía realizarse a través de una compañía de exportación e importación llamada Giza Technologies con sede en la ciudad de Secaucus, en Nueva Jersey, y que pertenecía a un judío turco llamado Zekí Bilmen, que declaró el material en los manifiestos de embarque como material electrónico para el Hospital Baragwanath de Soweto. Puesto que las piezas emiten descargas eléctricas continuas, de intensidad moderada y muy breve, también pueden funcionar satisfactoriamente como improvisados detonadores nucleares.

Según los propios informes del FBI, filtrados a la prensa, Asher Karni, que había servido en el Ejército israelí durante unos quince años, era uno de los principales referentes en el tráfico ilícito internacional de componentes electrónicos y tecnología punta para su aplicación en programas de desarrollo de armamento termonuclear. Karni regentaba un lucrativo negocio suministrando tecnología de última generación que el Gobierno de Estados Unidos y sus aliados tienen vetada a determinados gobiernos extranjeros calificados de hostiles.

El periódico Los Ángeles Times siguió investigando y pudo confirmar a través de sus fuentes que la empresa de la familia de Humayún Khan, Pakland Corp., actuaba como intermediario en la compra de suministros para el desarrollo del programa nuclear paquistaní desde 1975. Asimismo, las investigaciones desvelaron que por aquella época, Pakland Corp., se encontraba negociando al menos un importante contrato de compra de material para la fabricación privada de armas nucleares que dirigía un industrial alemán llamado Alfred Hempel, antiguo miembro del Partido Nazi y personaje clave en el negocio del contrabando de material bélico nuclear. 

(Continuará…)

Los amigos de Hitler en Wall Street

El magnate Fritz Thyssen es el único de todos los banqueros, políticos y hombres de negocios –y fueron muchos–, que mostró un cierto arrepentimiento público por haber colaborado con los nazis. Fritz Thyssen estaba al frente del German Steel Trust, consorcio de la industria del acero, imprescindible para el rearme alemán de entreguerras, fundado en 1926 por Clarence Dillon, uno de los hombres fuertes de Wall Street. Uno de los colaboradores de confianza de Dillon fue Samuel Bush, padre de Prescott, abuelo del ex presidente George Herbert y bisabuelo del también ex presidente George Walker Bush. Por su parte, los Harriman y los Thyssen fundaron en 1926 la Union Banking Corporation y pusieron al frente del banco a George Herbert Walker, suegro de Prescott Bush. Ese mismo año, Prescott Bush fue nombrado vicepresidente de la Brown Brothers Harriman. Los Bush no fueron los únicos que ayudaron a los nazis, sus principales socios en Estados Unidos fueron la Standard Oil y el Chase Manhattan Bank, y ambas empresas eran propiedad de la familia Rockefeller. Todos ellos, Harriman, Thyssen, Bush y Rockefeller, compartían intereses económicos tanto en la industria del petróleo como en el negocio de la banca internacional.

El pianista de Hitler

Ernst Sedgwick Hanfstaengl, hijo de un adinerado editor alemán, fue otro de los amigos y patrocinadores de Hitler en sus inicios. Hanfstaengl pasó sus primeros años en Alemania y más tarde se trasladó a Nueva York, donde se hizo cargo del negocio familiar, la editorial Franz Hanfstaengl especializada en libros de arte. Cada mañana practicaba al piano en el Harvard Club de Nueva York, donde conoció a Franklin Delano Roosevelt, futuro presidente de los Estados Unidos, que también era aficionado al piano, y entablaron amistad. Entre el selecto círculo de amigos de Hanfstaengl en aquellos días estuvieron el ex presidente Theodor Roosevelt, el magnate de la prensa William Randolph Hearst, el banquero de John Pierpont Morgan, la escritora Djuna Barnes, el director de orquesta Toscanini y el famoso actor Charles Chaplin.

Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, Hanfstaengl intentó regresar a Alemania para enrolarse en el ejército, pero no lo consiguió y tuvo que permanecer en los Estados Unidos. La parte del negocio familiar que él dirigía en Nueva York fue confiscada como propiedad del enemigo, cuando Estados Unidos declaró la guerra a Alemania en abril de 1917.

Terminada la contienda, Ernst se casó con Helene Adelheid Niemeyer, una distinguida dama de la mejor sociedad de Long Island, y el matrimonio se instaló en Múnich en 1922. Allí fue donde Hanfstaengl escuchó hablar de Hitler por primera vez en una cervecería. A partir de este momento, la biografía de Hanfstaengl es un tanto ambigua, posiblemente porque ha sido ampliamente retocada para ocultar su pasado nazi. Según esta biografía oficial, Hanfstaengl habría contactado con Hitler y los suyos a petición de Truman Smith, agregado militar de la Embajada de los Estados Unidos en Berlín. Éste sugirió a Hanfstaengl que acudiese a uno de los mítines nazis que tenían lugar en la cervecería donde se reunían Hitler y los suyos. En otras versiones de la biografía de Hanfstaengl, fue el propio Smith quien le presentó a Hitler.

Hanfstaengl quedó tan fascinado por el discurso de Hitler, que inmediatamente después se convirtió en uno de sus más fervientes seguidores. Inicialmente, su estrecha relación personal con Hitler se debió a que a éste le gustaba escucharle tocar el piano mientras gesticulaba y ensayaba sus apasionados discursos ante un espejo.

Durante el fallido golpe de Estado (Putsch de Múnich) del 8 y 9 de noviembre de 1923, Hitler resultó herido en uno de los enfrentamientos con el Ejército. Cuando buscó refugio en casa de Hanfstaengl en Uffing, en las afueras de Múnich, se encontró con que Ernst había huido a Austria abandonando a su esposa, Helene, que al parecer evitó que Hitler se suicidara cuando la policía llegó para detenerle. Hitler interpretó la huida de Hanfstaengl como una traición personal y, aunque siguió utilizándole, le apartó de su círculo íntimo de colaboradores.

Su esposa Helene, sin embargo, fue la que disuadió a Hitler para que abandonase su huelga de hambre cuando estaba preso en la cárcel de Lansberg. A partir de ese momento, tal vez sintiéndose atraído por Helene, Hitler reunió nuevos bríos y empezó a escribir Mein Kampf ayudado por Rudolph Hess, que vivía cerca de la prisión. De hecho, Hess pasó tantas horas con Hitler ayudándole como secretario mientras duró su encierro, que fue como si también él estuviese encarcelado. Una ironía del destino haría que Hess muriera en la cárcel muchos años después.

A lo largo de la década de 1920, Hanfstaengl presentó a Hitler a la alta sociedad de Múnich y ayudó a promocionar su imagen. También financió la publicación de Mein Kampf y colaboró estrechamente en la edición del periódico oficial del NSDAP, el Völkischer Beobachter.

Asimismo, Hanfstaengl escribió la marcha de los Camisas Pardas y varios de los himnos de las Juventudes Hitlerianas inspirándose en los estribillos de los populares cánticos deportivos de Harvard. También se cree que fue Hanfstaengl quien ideó y popularizó el característico saludo nazi «Sieg Heil!».

Su perfecto dominio del idioma inglés, y sus muchos contactos con la alta sociedad, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, le valieron el puesto de jefe de la Oficina de Prensa Extranjera en Berlín. La llegada de Ernst Hanfstaengl a Nueva York en 1934 fue apoteósica, y su presencia en la Universidad de Harvard para asistir a los actos que conmemoraban el 25 aniversario de su graduación, causó furor entre los estudiantes y el claustro de profesores.

No obstante, algunos meses después de su visita a Harvard, el decano de la universidad, James Conant, presionado por los estudiantes judíos, rechazó una donación de 1000 dólares hecha por Hanfstaengl. Mientras el NSDAP consolidaba su poder, surgieron varios conflictos entre Hanfstaengl y el nuevo ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, y Hanfstaengl fue apartado definitivamente de la cúpula del Partido cuando Hitler ganó las elecciones y formó su primer gobierno a principios de 1933. El ocaso político de Hanfstaengl coincidió con el distanciamiento de su esposa Helene. La pareja se divorció en 1936.

Al año siguiente, en 1937, Hanfstaengl recibió órdenes de lanzarse en paracaídas sobre una zona donde supuestamente se estaban librando encarnizados combates durante la Guerra Civil española. Según escribió Albert Speer en sus memorias: “la misión de Hanfstaengl en España no fue más que una broma pesada concebida por Hitler y Goebbels para ridiculizarle. El avión estuvo todo el tiempo sobrevolando Alemania para desconcertar a Hanfstaengl con los falsos informes sobre la ruta de vuelo que le fue facilitando el piloto. Finalmente, el avión aterrizó en el aeropuerto de Leipzig sin contratiempos”.

En cualquier caso, Hanfstaengl quedó tan amedrentado que huyó a Suiza y desde allí se trasladó a Inglaterra, donde fue encarcelado acusado de espionaje al poco tiempo de haber estallado la guerra en septiembre de 1939. Más tarde fue trasladado a un campo de prisioneros en Canadá (como Trotsky en su día) y en 1942, por mediación del presidente Roosevelt, fue deportado a los Estados Unidos. Allí trabajó para la inteligencia militar revelando información acerca de Hitler y otros líderes del Partido Nazi que entonces ocupaban puestos destacados en el gobierno. En 1943 colaboró con el profesor Henry A. Murray, director del departamento de Psicología de Harvard, y con el eminente psicoanalista Walter C. Langer y otros expertos, en la elaboración de un informe para la OSS (Office of Strategic Services) denominado «Análisis de la personalidad de Adolf Hitler».

Hanfstaengl fue devuelto a los británicos en 1944 y éstos le repatriaron a Alemania al finalizar la guerra al año siguiente. Hanfstaengl escribió Unheard witness (1957) sobre sus experiencias personales. En 1974 regresó a Harvard para conmemorar el 65 aniversario de su graduación. Fue recibido cortésmente y su antigua relación con Adolf Hitler fue cubierta con un prudente manto de silencio.

En 2004 el escritor Peter Conradi publicó un libro basado en su vida titulado «El pianista de Hitler. El ascenso y caída de Ernst Hanfstaengl, confidente de Hitler, aliado del FDR». A pesar de su larguísimo título, la biografía de Hanfstaengl estaba plagada de lagunas, contradicciones y ambigüedades. No ya para edulcorar la figura de Hanfstaengl, sino la de muchos de sus antiguos amigos; políticos y personajes destacados de la época que, al igual que Hanfstaengl, sintieron una fascinación hipnótica por Hitler y su movimiento.

Otro hecho poco conocido es que Ernst Hanfstaengl pertenecía a una distinguida familia de rancio abolengo nobiliario. Su madre era Katherine Heine Guillermina, hija de William Heine y su padrino fue el duque Ernst II de Sajonia-Coburgo-Gotha. La casa de Windsor, previamente llamada de Sajonia-Coburgo-Gotha (Sachsen-Coburg und Gotha), es la casa real del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte desde la muerte de la reina Victoria en 1901 hasta nuestros días. Fue renombrada el 17 de julio de 1917 por el rey Jorge V durante la Primera Guerra Mundial, dado el origen germánico del anterior título y a que el Reino Unido estaba en guerra con Alemania en ese momento. De hecho, el rey de Inglaterra, el káiser de Alemania y el zar de Rusia eran primos segundos.

Quizá por ese motivo, para preservar el anonimato de varios apellidos ilustres, todavía célebres en la actualidad, Hanfstaengl rara vez ha sido mencionado en la historia oficial del ascenso del nazismo, y se ha ocultado deliberadamente la buena acogida que tuvieron los postulados nazis entre muchos intelectuales, políticos, artistas y hombres de negocios de entonces, dentro y fuera de Alemania. Incluso entre la nobleza.