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viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Por qué asesinaron a Kennedy? (4)

La Operación ‘Sunrise’ (Amanecer) fue ideada por Allen Dulles, jefe de la Office of Strategic Services, en su oficina provisional de Berna, Suiza, donde desde 1942 mantenía contactos regulares con los nazis, algunos de cuyos jefes empezaban a vislumbrar la derrota militar del III Reich. La mayoría de los oficiales alemanes, tanto de la Wehrmacht como de las SS, preferían rendirse a los norteamericanos y británicos antes que a los rusos. El principal negociador por parte de Alemania fue el comandante Karl Wolff, jefe de la Gestapo en Italia. La relación de Wolff con Allen Dulles le evitó tener que sentarse en el banquillo de los acusados en el tribunal de Núremberg que juzgaba los crímenes de guerra cometidos por los alemanes. Más tarde, cuando se supo que Wolff aniquiló a más de 300000 judíos, incluidas mujeres, ancianos y niños en el campo de exterminio de Treblinka, sólo se dictó contra él una sentencia simbólica. Cuando Wolff alcanzó con Dulles el acuerdo secreto de los términos de la rendición, negoció para él y los demás criminales de guerra alemanes una salida segura del país para no caer en manos de los soviéticos. 

Es entonces cuando la OSS (Office of Strategic Services), William Donovan y el Estado Vaticano entran en escena. Donovan era un destacado agente de la OSS. Poco antes de la definitiva debacle del Ejército alemán, el padre Felix Morlion, funcionario papal, creó una organización de Inteligencia vaticana llamada Pro Deo, con sede en Lisboa. Cuando los Estados Unidos entraron oficialmente en la Segunda Guerra Mundial (finales de 1941), Donovan trasladó a Morlion y su organización a Nueva York. Allí el sacerdote fundó la organización Consejo Americano Internacional de Dios para la Promoción de la Democracia. En el mismo edificio donde se encontraba esta “oficina” papal, estaba también la oficina de William Taub, que alcanzaría cierta celebridad varios años más tarde con el escándalo ‘Watergate’.

William Taub tenía excelentes contactos, además del propio Richard Nixon, con el que participó en alguna de sus campañas electorales, con Howard Hughes, un prolijo hombre de negocios que, además de dedicarse al cine, fue también fabricante de aviones y armamento, Aristóteles Onassis, magnate naviero griego y Jimmy Hoffa, destacado líder del Sindicato de Transportes, al que se atribuían contactos con la mafia. Hoffa desapareció en extrañas circunstancias, jamás esclarecidas, el 30 de julio de 1975. Taub también mantenía una relación muy especial con el cardenal Alfredo Ottaviania, a quien en 1929 entregó 89 millones de dólares que ‘durmieron’ en la cuenta del Vaticano durante varias décadas. Una parte importante fue entregada a Michelle Sindona para que moviese el dinero en inversiones rentables. Años después Sindona utilizó parte de esos fondos en la primera campaña presidencial de Richard Nixon, la de 1960, que acabó perdiendo con John F. Kennedy por un estrecho margen de votos.

Michelle Sindona, como ya hemos visto en otro capítulo, jugó un destacadísimo papel en la trama del Banco Ambrosiano. Sindona era un hombre de negocios ligado a la Democracia Cristiana italiana y a la mafia, y había amasado una gran fortuna personal como asesor financiero del futuro papa Pablo VI cuando éste era arzobispo de Milán. Para Allen Dulles, la Operación ‘Sunrise’ fue un triunfo personal que lo llevó a la cabeza del aparato de Inteligencia. Con el tiempo la OSS (Office of Strategic Services) creada durante la Segunda Guerra Mundial bajo la dirección y supervisión de David Rockefeller, se convirtió en la CIA. Pero conservó al nutrido grupo de criminales de guerra alemanes, y a otros de la Europa oriental, a los que Dulles había logrado salvar del tribunal aliado de Núremberg y de la Justicia soviética. En 1964, Allen Dulles, en virtud de su posición, se integró como representante de la CIA en la Comisión Warren, que investigaba por cuenta del Senado el asesinato del presidente Kennedy. Cosa bastante extraña ya que Dulles no podía sentir un gran aprecio por el presidente asesinado pues éste le había destituido en septiembre de 1961.

John McCloy
Después del asesinato de Kennedy en noviembre de 1963, el nuevo presidente, Lyndon B. Johnson nombró a John McCloy para integrar la Comisión Warren. McCloy conocía bien el lúgubre mundo del espionaje, las intrigas, y a los antiguos agentes nazis integrados en la CIA (desde la época que era aún la OSS) en virtud de la Operación Sunrise, en la que había participado activamente.
John McCloy había pasado buena parte de la década de 1920 en París, defendiendo precisamente a antiguos agentes y espías alemanes acusados de haber cometido actos de sabotaje en Francia durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Mayor general Charles A. Willoughby
Cuando los nazis ocuparon media Europa, el intercambio bancario entre Gran Bretaña y los Estados Unidos por un lado, y Alemania por el otro, no fue interrumpido en ningún momento. Algunas de las compañías que continuaron operando fueron la Standard Oil of New Jersey, perteneciente al Chase Manhattan Bank (y ambos propiedad de la familia Rockefeller), I.G. Farben’s Sterling Products y el Bank for International Settlements. Buques petroleros de la Standard Oil atravesaban tranquilamente el océano en plena batalla del Atlántico, para abastecer a la industria de guerra nazi. McCloy había trabajado como representante legal de I.G. Farben, la empresa que ostentaba el monopolio de la industria química alemana, antes de la guerra.
Durante la guerra, siendo secretario asistente en el Departamento de Guerra, McCloy suspendió la ejecución de criminales de guerra alemanes, y rechazó la entrada en los Estados Unidos de refugiados judíos. También ayudó a Klaus Barbie (el Carnicero de Lyon) a escapar de los franceses. Barbie y otros colaboradores de Hitler fueron ocultados y sacados de Europa por equipos especiales de la inteligencia norteamericana. Uno de esos colaboradores que se prestó a brindar refugio a los criminales de guerra nazis fue, paradójicamente, un joven judío llamado Henry Kissinger, a punto de ingresar en la prestigiosa Universidad de Harvard apadrinado por John McCloy.

En 1949 John McCloy regresó a Alemania como Alto Comisionado Americano. Allí conmutó sentencias de muerte a un número considerable de nazis acusados de crímenes de guerra, y consiguió reducir las condenas de otros muchos, industriales y banqueros en su mayoría, que habían colaborado con el régimen Nacional Socialista alemán entre 1933 y 1945. Entre ellos figuraba Alfred Krupp, condenado por utilizar a trabajadores esclavos (forzados) en sus fábricas de armamento que proveían a las Fuerzas Armadas alemanas. Estaba también el genio de las finanzas de Hitler, el doctor Hjalmar Schacht, muy bien relacionado con el armador griego Aristóteles Onassis.

En 1952 John McCloy llega a la presidencia del Chase Manhattan Bank, propiedad de la familia Rockefeller. Durante este período entabla relación con un nuevo cliente, la firma Nobel Oil, relacionada con el padre de George De Mohrenschildt, miembro del Club del Petróleo de Texas, y el amigo más allegado en Dallas de Lee Harvey Oswald, presunto asesino del presidente Kennedy. George De Mohrenschildt fue acusado de haber formado parte del Gobierno francés de Vichy que colaboró con la Alemania nazi. El siniestro aristócrata lideraba, además, a la significativa colonia de bielorrusos anticomunistas residentes en Dallas, Texas. Algunos de ellos antiguos criminales de guerra nazis. 

(Continuará…)

El caníbal de Hannover

Hans Bruman, conocido también como el caníbal de Hannover, cometió la mayoría de sus crímenes en los años veinte, aunque no fue arrestado hasta 1933. La carrera criminal de Hans Bruman comenzó en 1919, poco después de licenciarse del Ejército y caer bajo el encanto de una hermosa y adinerada joven que se prostituía por lascivia. Ella le introdujo en un universo de sexo, lujo y depravación, que finalmente le condujo al asesinato. Sus víctimas eran siempre mujeres jóvenes a las que ambos daban muerte después de retenerlas durante varios días y someterlas a toda clase de vejaciones y crueldades. En 1924, la pareja puso una charcutería que no tardó en adquirir fama en toda la ciudad por lo exquisito de sus productos. El negocio lo regentaba Hans, y Greta, su cómplice, sólo se dejaba caer por allí cuando había que preparar salchichas y otros embutidos típicos alemanes. 

Hasta que la pareja fue arrestada, varios años después, nadie imaginó cuál era la naturaleza de la exquisitez de aquellas chacinas que la pareja preparaba mezclando carne humana y de cerdo, añadiéndole especias y ahumándola posteriormente. Cuando Hans y Greta relataron con todo lujo de detalles sus crímenes durante el juicio al que fueron sometidos, hubo que interrumpir en numerosas ocasiones la vista porque muchos asistentes, incluidos los abogados y magistrados, sufrieron mareos y desvanecimientos debido a la crueldad que los acusados reconocieron haber empleado en los suplicios que infligieron a las infelices muchachas que cayeron en su poder. 

Hans sólo era un mero ejecutor, era Greta quien llevaba la manija en todo momento. Ella decidía el modo y el momento en que cada víctima debía ser despachada y convertida en embutido. Hans se encargaba de desollarlas y, después de eviscerarlas, las despiezaba convenientemente para aprovechar las partes del cuerpo más sabrosas como suele hacerse con el ganado destinado al consumo humano. Lo sorprendente del caso fue que, a medida que avanzaba el juicio, la impresión demoledora que causaba la relación de estos hechos execrables en el público y en el tribunal, fue trocándose en una morbosa y ávida necesidad de conocer, cada vez con mayor lujo de detalles, todos los pormenores de las actividades criminales y antropofágicas de Hans y Greta. Durante el juicio, Hans empezó a recibir correspondencia en la cárcel de admiradoras que decían sentirse profundamente atraídas por él y que deseaban ser devoradas del mismo modo que habían escuchado decir que él lo hacía con las víctimas que más le complacían. Lo que, en contra de lo que pueda pensarse, no era la forma más rápida o benigna de darles muerte, sino todo lo contrario. 

Hans y Greta mantenían relaciones sexuales con las víctimas a las que iban mutilando sistemáticamente a lo largo de varios días, hasta que sólo quedaba el tronco. Administraban a las víctimas abundantes dosis de láudano, opio u otros estupefacientes para aliviarles el dolor y mantenerlas en un estado de semi consciencia hasta que decidían desollarlas vivas y después degollarlas para desangrarlas convenientemente. Hans logró escapar de la cárcel en 1934 y, cuando la Policía empezó abandonar la búsqueda convencida de que había huido al extranjero, reapareció para secuestrar a la hija del juez que le estaba juzgando y devorarla tranquilamente en su guarida. Cuando Hans fue nuevamente detenido, la muchacha todavía vivía, aunque ya no le quedaban brazos ni piernas. Hans también le había arrancado los ojos para sustituirlos por unos de cristal de color azul claro. Lo hizo, según declaró a la Policía, porque el color castaño de los ojos de la muchacha no le excitaba. Hans fue finalmente ahorcado en 1937, pero Greta escapó de la cárcel durante los bombardeos que sufrió la ciudad en 1944 y jamás se volvió a saber de ella. Se cree que pudo huir a los Estados Unidos, u ocultarse en Sudamérica entre los cientos de miles de refugiados europeos que huían de los horrores de la guerra.





Roberto Calvi: 'el banquero de Dios'

Posiblemente nunca se sepa quién mató a Calvi, el banquero que lavó ingentes cantidades de dinero procedente del narcotráfico y de la mafia, que financió las operaciones anticomunistas encubiertas del Vaticano en Polonia y Centroamérica, que se asoció con la logia masónica P2 y que promocionó con grandes sumas de dinero el imparable ascenso político del socialista Bettino Craxi. El 5 de junio de 1982, Calvi envió una carta desesperada a Juan Pablo II en la que garantizaba al papa que no revelaría nada de lo que había hecho en interés de la Iglesia. También le ofrecía importantes documentos. La carta no tuvo respuesta y el cadáver de Calvi apareció colgado del puente londinense de Blackfriars sobre el río Támesis dos semanas después, el 18 de junio de 1982. La policía británica cerró el caso como suicidio, pero lo reabrió años más tarde y dictaminó que fue un asesinato. Un tribunal romano absolvió en junio de 2007, por falta de pruebas concluyentes, a cuatro acusados de participar en el crimen. Aunque el caso no se dio por cerrado porque los fiscales apelaron. Hay, además, otro proceso en marcha, en el que figura, como presunto autor intelectual del asesinato, el fundador de la Logia P2, Licio Gelli. Pero han pasado ya 28 años, los principales protagonistas de la época han fallecido y todo parece cada vez más oscuro y lejano en el tiempo. La muerte de Calvi está destinada a ser uno de los grandes misterios del siglo XX.

Uno de los motivos de la rápida expansión del Banco Ambrosiano fue la relación de Calvi con Michelle Sindona, el banquero de la mafia. Sindona tenía abiertas las puertas del Vaticano gracias a su condición de asesor oficioso del papa Pablo VI en cuestiones económicas (aún no eran públicas sus conexiones mafiosas) y trató de crear con Calvi algo parecido a un holding bancario católico, capaz de rivalizar con la banca pública laica y privada. Calvi y Sindona se distanciaron poco después. Para entonces, Calvi contaba ya con un nuevo aliado: el arzobispo Paul Marcinkus, director del Instituto de Obras Religiosas (IOR), el banco del Vaticano.

El IOR, fundado como Comisión para las Causas Pías por León XIII en 1887, se había convertido en un banco importante y muy especial por dos circunstancias históricas. La primera tuvo lugar en 1929, cuando se firmaron los acuerdos del Tratado de Letrán que garantizaron la soberanía pontificia sobre unas pocas hectáreas alrededor de la Basílica de San Pedro, e indemnizaron a la Santa Sede por la pérdida de los antiguos Estados Pontificios. El dinero de la indemnización proporcionó una enorme liquidez al IOR, que empezó a invertir sin escrúpulos. La segunda circunstancia fue una ley italiana de 1962 que impuso a la Iglesia católica cargas fiscales sobre los rendimientos del capital. El IOR reaccionó desviando al extranjero la mayor parte de sus actividades.

Paul Marcinkus llegó a Roma en 1950 para estudiar Derecho Canónico. Hizo rápidamente amistades en la curia, y cultivó muy especialmente la del arzobispo Montini, secretario de Estado, que le acogió en la sección anglófona de su departamento. Pocos años después de convertirse en papa, Montini encomendó a Marcinkus la organización de sus viajes (en uno de ellos, en Manila, Marcinkus evitó con grandes reflejos que el pontífice fuera apuñalado por un demente), Pablo VI le nombró obispo en 1968 y en 1971 le asignó la dirección del IOR.

El obispo Paul Marcinkus y el banquero Roberto Calvi establecieron una relación estrechísima. Calvi se acostumbró a asesorar a Marcinkus y a cubrir las pérdidas en las que éste incurría regularmente: al director del IOR no le gustaba invertir, sino especular en Bolsa. Ninguno de los dos hacía ascos al blanqueo de dinero sucio a través de su red bancaria internacional. Les protegía Licio Gelli, gran maestre de la logia masónica P2 que gozaba de crédito ilimitado en el Banco Ambrosiano. También recibía del banco millones a fondo perdido un dirigente socialista, Bettino Craxi, que se convirtió en los años ochenta en la figura hegemónica de la política italiana.

El brevísimo pontificado de Albino Luciani, Juan Pablo I, fue un mal momento para el tándem Calvi-Marcinkus. Su inesperada muerte, y el hecho de que no se le practicara la autopsia al cadáver, suscitaron enormes especulaciones. Se habló de asesinato y Marcinkus fue de inmediato el principal sospechoso. Libros como ‘En nombre de Dios’, de David Yallop, y ficciones cinematográficas como la película ‘El Padrino III’ abonaron la tesis de la conspiración homicida.

En 1978, la llegada al papado del polaco Karol Wojtyla, contra todo pronóstico, cambió radicalmente la situación. Juan Pablo II estaba muy vinculado al Opus Dei, una organización religiosa en situación de precaria influencia en los asuntos de la Iglesia (Pablo VI detestaba al Opus y no había querido concederle una posición autónoma en la jerarquía eclesiástica) pero económicamente muy fuerte. El Opus Dei, visto como una fuerza conservadora desde el punto de vista religioso, insistía en que los liberales como Marcinkus abandonaran el IOR; al margen de cuestiones religiosas, en el mundillo económico vinculado al Opus se sabía que el IOR iba derecho al desastre y, según numerosos testimonios incluidos en el sumario del caso Calvi, se ofrecía a enderezar los balances contables.

Para Juan Pablo II, sin embargo, la máxima prioridad era la lucha contra el comunismo. El Vaticano empezó a enviar grandes sumas de dinero para subvencionar las actividades subversivas del sindicato polaco ‘Solidaridad’ y a los grupos paramilitares y a las organizaciones anticomunistas centroamericanas. Cuando el IOR no podía (por falta de recursos o para mantener un mínimo de discreción) ocuparse directamente de las transferencias, Calvi y el Banco Ambrosiano se hacían cargo de la tarea. El IOR llegó a acumular una deuda superior a los 1200 millones de dólares con el Banco Ambrosiano, que nunca fueron reembolsados.

El agujero creado en el Ambrosiano por las necesidades de Marcinkus (y del propio papa) empezó a descubrirse en 1981. Calvi sufrió una primera condena de cuatro meses en arresto domiciliario por delitos monetarios. El banquero, sintiéndose acosado, se convenció de que sólo un acuerdo con el Opus Dei podía salvarle. Pensaba que el Opus era capaz de movilizar el dinero suficiente para recapitalizar el IOR y devolver el dinero adeudado al Banco Ambrosiano; a cambio, la Obra podría asumir un control directo sobre el IOR y las finanzas vaticanas. La idea figura en muchas de las cartas escritas por Calvi en esa época, aunque no existen pruebas de que el Opus Dei participara en el proyecto de ‘rescate’ financiero.

El 11 de junio de 1982, Roberto Calvi abandonó Italia desde Trieste, a bordo de un yate. La nave atracó en Isola (Yugoslavia) y el banquero tomó un avión privado hasta Klagenfurt (Austria). Llevaba un pasaporte falso a nombre de Gian Roberto Calvini que le había proporcionado Ernesto Diotallievi, uno de los jefes de la delincuencia común romana. Con Calvi viajaban Flavio Carboni, empresario de la construcción y ex socio de Silvio Berlusconi en Cerdeña, y Silvano Vittor, contrabandista italiano afincado en Yugoslavia. Calvi quería ir a Zúrich, pero Carboni y Vittor le convencieron para que tomara otro avión privado y se dirigiera a Londres. Allí le buscaron alojamiento en el Chelsea Cloister, un ruinoso bloque de apartamentos, más propio de indigentes que de rutilantes banqueros.

Roberto Calvi dedicó su última semana de vida a recopilar varios documentos comprometedores para numerosas personas e instituciones. Esperaba una respuesta a la carta que había enviado a Juan Pablo II, en la que le advertía contra “los enemigos internos” dirigidos, según él, por el secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli. Confiaba aún en salvar al Banco Ambrosiano y su propia vida. El 18 de junio, Carboni y Vittor le dejaron solo en el Chelsea Cloister. La última persona que vio a Roberto Calvi con vida fue el pintor Cecil Gerard Coomber, residente en el edificio. Hacia las diez de la noche del día 17, el pintor se cruzó en el pasillo con el banquero Calvi, a quien acompañaban dos hombres que hablaban italiano.

A las 7:30 horas del día 18, un empleado del diario ‘Daily Express’ descubrió un cuerpo que colgaba del puente de Blackfriars. La Policía comprobó que se trataba de Roberto Calvi. Llevaba encima dos relojes Patek Philippe, 15000 dólares en divisas y unos cinco kilos de piedras preciosas repartidas entre los bolsillos de la chaqueta y los del pantalón. El primer informe forense determinó precipitadamente que se trataba de un suicidio por ahorcamiento.

En 1988, sin embargo, los tribunales británicos e italianos establecieron que Roberto Calvi había muerto asesinado. Carboni, Vittor, Diotallievi y el temido y sanguinario capo mafioso, Pippo Caló, además de una antigua amante de Carboni, fueron acusados de homicidio. Según la Fiscalía de Roma, los cuatro acusados conspiraron para que dos sicarios, siguiendo sus instrucciones, cometieran el crimen. Continuando con la hipótesis de los fiscales: los dos desconocidos convencieron a Calvi para que les acompañara hasta un barco que, a través del Támesis, le llevaría a alta mar y desde allí embarcaría en otro con rumbo a Sudamérica, donde estaría a salvo. Todos los indicios apuntaban a que Roberto Calvi, en efecto, subió a una embarcación y que debieron asesinarle en ella por estrangulamiento. Después colgaron su cadáver del puente Blackfriars. Como la marea estaba alta, el cuerpo se hundió en el agua hasta las axilas.

El Opus Dei fue convertido en Prelatura personal pocos meses después de la muerte de Roberto Calvi. Casi al mismo tiempo, un amigo personal de Juan Pablo II, el eclesiástico Pavel Hnilica, compró a Carboni los “documentos comprometedores” que guardaba Roberto Calvi antes de morir. No se supo más de ellos. Hnilica murió en 2006 y, como suele decirse, se llevó el secreto a la tumba.

En 1987, la policía italiana cursó una orden de búsqueda y captura contra el cardenal Paul Marcinkus, acusado de fraude y estafa: sin embargo, Marcinkus exhibió su pasaporte vaticano, que le confería inmunidad diplomática y siguió tranquilamente al frente del IOR hasta 1989. Desde 1991 fue presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano. Se jubiló en 1997 y murió en Arizona en 2006. Bettino Craxi murió exiliado en Túnez en 2000 y Licio Gelli, de casi 90 años, condenado por numerosos delitos, permaneció varios años recluido en arresto domiciliario a la espera de juicio por el caso Calvi, veinticinco años después de su asesinato.

(Continuará…)

La logia Propaganda Due (P-2)

En la crisis que finalizó con la muerte del papa Juan Pablo I tuvo un papel preponderante la Logia P2, una sociedad secreta dentro de otra sociedad secreta. Su fundador fue Licio Gelli, nacido en 1919 en Pistoia, Italia, quien no tuvo ninguna educación formal más allá de la media de los adolescentes. Aunque no era católico, luchó contra los comunistas en la Guerra Civil española y durante toda su vida demostró un odio absoluto hacia ellos. Durante la ocupación alemana fue ‘Oberleutnant’ de las SS en Italia y trabajó para los nazis como un oficial de enlace durante la Segunda Guerra Mundial. A medida que se vislumbraba la debacle del III Reich alemán, Gelli colaboró también con los partisanos comunistas italianos alquilando sus servicios a cambio de dinero. Licio Gelli fue un clásico agente doble: capaz de hacerse pasar por católico, sin serlo, o de colaborar con los comunistas en Italia, después de haberles combatido en España. Todo dentro del más puro estilo del doble juego para servir a un único interés: el suyo. Terminada la guerra mundial en 1945, Gelli facilitó la huída a Sudamérica a muchos oficiales nazis a los que exigía, a cambio de su ayuda, el 40 por ciento del dinero y las joyas que llevasen encima. En la segunda mitad de los años cuarenta y en los cincuenta, Licio Gelli desarrolló importantes contactos políticos en Sudamérica y se hizo amigo personal del presidente argentino Juan Perón. Asimismo, estableció una sociedad comercial secreta con Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon, que durante algún tiempo permaneció oculto en Bolivia gracias a los buenos oficios de Licio Gelli.

A pesar de su supuesta animadversión hacia los comunistas, parece plausible que Gelli espiara para los soviéticos durante la Guerra Fría en los años cincuenta. También realizó encargos y trabajos especiales para funcionarios del Vaticano, para los Servicios de Inteligencia norteamericanos y también para el Gobierno italiano, a cambio de la cancelación de su voluminoso expediente criminal. Su especialidad, por así decirlo, y por la que frecuentemente eran contratados sus servicios, era el espionaje y seguimiento de banqueros, políticos y demás personajes destacados susceptibles de ser observados por el Gobierno, o extorsionados por la mafia u otros grupos afines del crimen organizado.

En 1963, Gelli se unió a la masonería, pero no tardó en formar su propia logia paralela, la Raggruppamento Gelli P2. La “P” significaba propaganda y era una logia secreta al más puro estilo del siglo XIX. Primero introdujo en la P2 a miembros jubilados de las Fuerzas Armadas, después a mandos intermedios del Ejército y la Policía en activo, a los que posiblemente metieron en la logia los primeros. Gelli, a través de la P2, llegó a tejer una compleja maraña que alcanzaba los estamentos más altos del poder ejecutivo en Italia. La idea era que la P2 llegase a ser un Estado dentro del Estado. Y lo consiguieron durante bastante tiempo. De cara al exterior, Licio Gelli supo “vender” muy bien la idea de sus servicios secretos paralelos presentándose como un paladín cristiano empeñado en acabar con el comunismo ateo, primero en Italia, y después en toda Europa. Esto le valió el apoyo incondicional de la CIA con la que colaboró extensamente durante varios años.

No se sabe a ciencia cierta qué miembros del Gobierno, o de la sociedad civil italiana en general, pudieron llegar a formar parte de la P2 en su momento de máximo apogeo, lo que sí se sabe es que tanto Michelle Sindona como Roberto Calvi, formaron parte de ella y que todos estuvieron implicados en la trama de la gestión fraudulenta del Banco Ambrosiano. Por mediación de su amigo Umberto Ortolani, Gelli fue admitido en la elitista sociedad de los Caballeros de Malta y del Santo Sepulcro.

Según varios expertos, la fundación de la Logia P2 (Propaganda Due) a mediados de los años setenta, fue concebida como parte de la Operación Gladio, una maniobra de la CIA a través de la OTAN, para infiltrase en determinados centros de poder y gobiernos de Europa occidental para desestabilizarlos. Al principio los miembros de la Logia P2 fueron reclutados entre los de la Logia del Gran Oriente de la Masonería Egipcia, pero poco después se fue abriendo el abanico hasta incorporar a más de 950 individuos seleccionados entre lo más granado del Ejército, la banca, el empresariado y la política italianas. El grupo estuvo bajo sospecha de haber reorganizado el fascismo italiano con vistas a desencadenar un golpe de Estado, y se consideró que estuvo relacionado con el terrible atentado de la estación de Bolonia en 1980. Otros delitos y actividades ilegales que se les imputaron a los componentes de la Logia P2 fueron el tráfico de drogas, fraude fiscal y evasión de divisas.

La Logia P2 comenzó a ser objeto de interés por parte de la opinión pública a partir de la bancarrota del Banco Ambrosiano (uno de los principales de Italia) y la más que sospechosa muerte de su presidente, Roberto Calvi, en 1982. La íntima relación entre Roberto Calvi y Licio Gelli provocó que tanto el interés del público italiano como el de la prensa internacional se encaminara en esa dirección, impulsando una investigación policial más profunda que culminó con el descubrimiento de la existencia de la siniestra logia Propaganda Due (P2). En el domicilio privado de Licio Gelli, en Arezzo, fue encontrada una lista de integrantes del grupo que incluía los nombres de algunas de las personalidades más relevantes de la vida pública italiana, desde miembros del Gobierno, a personajes famosos del mundo del espectáculo, pasando por banqueros, militares y religiosos. En la lista también aparecieron los nombres del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi y el del príncipe de Nápoles, Víctor Emanuel, jefe de la Casa de Saboya.

El escándalo alcanzó tales proporciones que precipitó la dimisión del entonces primer ministro Arnaldo Forlani. El Parlamento italiano tomó cartas en el asunto nombrando una comisión de investigación presidida por la cristianodemócrata Tina Anselmo que llegó a la conclusión de que la logia masónica P2 era una organización criminal. La comisión también sacó a la luz una serie de conexiones internacionales de la logia, en especial con Argentina y EEUU. Precisamente dos de los países donde se reorganizaron los nazis tras la derrota de 1945, y que, como veremos más adelante, estuvieron implicados, entre otros asuntos turbios, en el asesinato del presidente Kennedy en 1963.

El escándalo de la P2 terminó por salpicar también al Vaticano. Como consecuencia del descubrimiento de las actividades ilícitas de la logia, el arzobispo Paul Marcinkus fue retirado de la presidencia del banco del Vaticano y regresó a su ciudad natal, Chicago, auténtico santuario de los gánsteres que actuaron durante la Ley Seca en los años treinta. Pero quizá la más grave de todas las acusaciones que aún pesan sobre la Logia P2 sea la de su implicación en el asesinato del líder democristiano Aldo Moro en 1978, supuestamente llevado a cabo por la organización terrorista de extrema izquierda conocida como las Brigadas Rojas.

A principios de 1979, Mino Pecorelli, periodista y antiguo miembro de la Logia P2, organización que había abandonado desencantado, publicó una comprometedora lista con los nombres de varios agentes aún activos de la P2. Poco después comenzaba a chantajear a Gelli insinuando que podía publicar también los pormenores de cierta estafa relacionada nada menos que con el mismísimo Gobierno italiano que implicaba a varios miembros destacados de la Logia P2. La brutal respuesta de Gelli no se hizo esperar: el 20 de marzo de aquel mismo año 1979, Mino Pecorelli, el primer periodista que se atrevió a hacer públicos los nombres de los conspiradores masones infiltrados en el Gobierno italiano y el Vaticano, fue asesinado en una calle de Roma con un disparo en la boca, “il sasso in bocca”, castigo tradicional de la mafia para los delatores.

Dos meses después, Gelli fue detenido, juzgado y condenado a cuatro años de cárcel y a pagar una indemnización de 16 mil millones de liras. Sin embargo, sus abogados recurrieron la sentencia, y Gelli obtuvo la libertad bajo fianza, quedando así libre para seguir dedicándose a sus negocios bancarios. Ese mismo año, Gelli viajó a Montevideo (Uruguay) y pasó allí una temporada recibiendo grandes sumas de dinero que le hacía llegar Calvi. Años más tarde, la viuda de Roberto Calvi declaró a la Policía, durante las investigaciones para esclarecer la muerte de su esposo, que Licio Gelli no se identificaba con su nombre, sino que se hacía llamar “Luciani” el apellido del papa Juan Pablo I, muerto en extrañas circunstancias a finales de septiembre de 1978.

En abril de 1982, Licio Gelli viajó a Europa desde Sudamérica para comprar misiles ‘Exocet’ en el mercado negro para Argentina que necesitaba rearmar a sus Fuerzas Aéreas durante la guerra de las Malvinas con Gran Bretaña. Más tarde Gelli entró en Suiza con un pasaporte falso y fue detenido mientras intentaba transferir más de cincuenta millones de dólares a una de sus cuentas en Uruguay. En 1983 logró escapar de la prisión donde se hallaba recluido en Suiza y regresar a Sudamérica. En 1984 vivía tranquilamente en un rancho, a pocos kilómetros de Montevideo.

Licio Gelli sigue figurando entre los principales sospechosos implicados en la muerte del papa Juan Pablo I, junto con Roberto Calvi, el ‘banquero de Dios’ y Umberto Ortolani.

(Continuará...)