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sábado, 6 de noviembre de 2010

La leyenda del Santo Grial de Valencia

El Santo Grial o Cáliz Sagrado puede ser una copa, un cáliz, un simple vaso o una piedra preciosa. La leyenda cristiana sostiene que es el recipiente —lo llamaremos así, sin ánimo peyorativo al desconocer su forma real— utilizado por Jesús en la Última Cena, y del cual se sirvió después José de Arimatea para recoger la sangre de Cristo crucificado. En realidad constituye un misterio, una meta que debe ser alcanzada, como Ponce de León persiguió la Fuente de la Eterna Juventud en Florida, o los alquimistas soñaban con obtener la Piedra Filosofal mientras trabajaban con sus alambiques y retortas. Varios historiadores anglosajones sitúan el Grial en las tierras de los celtas en Britania, debido a que éstos representaban la soberanía con una caldero, un plato o bandeja, o una copa llegados del «más allá». Pero los celtas no habitaron sólo en las islas británicas, sino en buena parte de España y Francia, además de otras partes de Europa. La leyenda del Santo Cáliz se construyó, posiblemente, entre los siglos III y IV, coincidiendo con las persecuciones a las que fueron sometidos los cristianos por varios emperadores romanos, y cualquier objeto o reliquia que pudiera delatarlos, debía ser ocultada.

San Lorenzo fue uno de los siete diáconos de Roma, ciudad donde fue martirizado en una parrilla en 258. La tradición sitúa el nacimiento de San Lorenzo en Huesca. Cuando en 257 Sixto fue nombrado papa, Lorenzo fue ordenado diácono, y encargado de administrar los bienes de la Iglesia para el cuidado de los pobres. Por esta labor, es considerado uno de los primeros archivistas y tesoreros de la Iglesia, y es el patrón de los bibliotecarios.

El emperador Valeriano proclamó un edicto de persecución el que prohibía el culto cristiano y las reuniones en los cementerios. Muchos sacerdotes y obispos fueron condenados a muerte, mientras que los cristianos que pertenecían a la nobleza o al senado eran privados de sus bienes y enviados al exilio. Una leyenda citada por san Ambrosio de Milán dice que Lorenzo se encontró con Sixto en su camino al martirio, y que le preguntó: «¿Adónde vas, querido padre, sin tu hijo? ¿Adónde te apresuras, santo padre, sin tu diácono? Nunca antes montaste el altar de sacrificios sin tu sirviente, ¿y ahora deseas hacerlo sin mí?», a lo que el papa profetizó: «En tres días tú me seguirás».

Tras la muerte del papa, el prefecto de Roma ordenó a Lorenzo que entregara las riquezas de la Iglesia. Lorenzo entonces pidió tres días para poder recolectarlas, pero trabajó para distribuir la mayor cantidad posible de propiedades a los pobres, para prevenir que fueran arrebatadas por el prefecto. La leyenda dice que entre los tesoros de la Iglesia confiados a Lorenzo se encontraba el Santo Grial (la copa usada por Jesús y los Apóstoles en la Última Cena) y que consiguió enviarlo a Huesca a través de un soldado cristiano, junto a una carta y un inventario, allí fue escondido y olvidado durante siglos.

Hechos esto, al tercer día Lorenzo compareció ante el prefecto, y le presentó a éste los pobres, los discapacitados, los ciegos, a los leprosos, y a los menesterosos, y le dijo que ésos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia. El prefecto entonces le dijo: «Osas burlarte de Roma y del emperador, y perecerás. Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y soportando el mayor dolor de tu vida».

Según la tradición, Lorenzo fue quemado vivo en una hoguera, concretamente en una parrilla en Roma y sus restos calcinados fueron enterrados en la Vía Tiburtina, en las catacumbas de Ciriaca, por Hipólito de Roma y el presbítero Justino. Se dice que Constantino I el Grande mandó construir un pequeño oratorio en honor del mártir, que se convirtió en punto de parada en los itinerarios de peregrinación a las tumbas de los mártires romanos y, un siglo más tarde, el papa Dámaso I reconstruyó la Basílica de San Lorenzo en Panspermia que se alza sobre el lugar de su martirio.

El Cáliz Sagrado de San Lorenzo permaneció oculto en Huesca hasta que la invasión musulmana del 711, llevó al obispo Auduberto decidiera trasladarlo. En su precipitada huida, con la morisma pisándole los talones, no encontró mejor escondite que el recóndito monasterio de San Juan de la Peña, lo que ha quedado demostrado por diversos escritos. A mediados del siglo XIV, el rey Martín el Humano lo hizo suyo y decidió trasladarlo a la Aljafería de Zaragoza. Y desde este lugar, como última etapa de su periplo, llegó a Valencia por deseo del monarca Alfonso el Magnánimo.

¿Era el Grial parte del tesoro cátaro?

Los arqueólogos han buscado alguna prueba de la presencia del Grial en infinidad de montañas, ya fuese en Oriente Medio como en Europa. Una leyenda cristiana del siglo XIII lo sitúa en un monumento pagano, situado en un lugar inaccesible y que fue destruido en el siglo VII. En la base de esta idea se llegó a la conclusión de que el punto de referencia era un viejo templo mazdeísta. También podemos aceptar, como hipótesis, que los cruzados franceses que exterminaron a los herejes cátaros del Rosellón y Languedoc tenían la convicción, acaso apoyada en pruebas palpables de que los «bons homes» poseían el Grial, el cual habrían incluido en su tesoro. Pero este objeto en particular lo habrían sacado del castillo de Montsègur antes del asalto definitivo de los cruzados católicos. Sería entonces, según otra tradición, cuando el Grial habría sido llevado a algún punto del reino de Aragón, aliado de los cátaros, para preservarlo. Esto nos sitúa a mediados del siglo XIII, casi mil años después del martirio de San Lorenzo. Desde luego, cabe la posibilidad de que los cátaros llevaran el Grial a algún punto del Pirineo español, donde lo escondieron de un modo tan secreto, que sólo unos pocos conocían el sitio exacto. Que muy bien pudo ser el monasterio de San Juan de la Peña en Huesca. No obstante, al morir los custodios del secreto, se habría perdido el rastro del Grial, hasta que un siglo después, como ya hemos apuntado, el rey aragonés Martín el Humano decidió llevarlo a Zaragoza. Las primeras rutas que siguieron los portadores del Cáliz Sagrado en el siglo III pasan por Huesca, Jaca, Yebra, San Pedro de Siresa y San Juan de la Peña. Sin embargo, es en esta última donde se conserva la documentación más detallada. En un santuario visigótico se halla condensada toda la importancia cultural de muchos siglos de arte y religión. Juan García Atienza destaca que en la capilla del monasterio de San Juan de la Peña uno de los elementos arquitectónicos más importantes lo constituyen sus enterramientos, lo que invita a pensar que si los personajes más poderosos de su época desearon contar con una sepultura en tan santo lugar se debió a que allí se custodiaba el Santo Grial. Los célebres Caballeros de San Juan fundaron su Orden en este monasterio aragonés. Sobre sus pechos llevaban una cruz muy parecida a la de los templarios. Una prueba más —para muchos— de que en el edificio religioso se debió conservar el Grial en algún momento, por eso fue tomado como centro de una variada gama de acontecimientos políticos, militares y religiosos. Uno de los mayores defensores de San Juan de la Peña como sede del Grial, es José Luis Solano. Algo que debemos considerar lógico, dado su trabajo como guía y vigilante del monasterio. Gracias a él sabemos que han sido muchos los especialistas que visitaron el lugar, como lo prueban algunos libros que allí se guardan. En uno de éstos, titulado «Le roman du Graal originaire», de André de Mandach, se intenta demostrar que los personajes que aparecen en los poemas del francés Chrétien de Troyes y del alemán Wólfram von Eschenbach se basaron, precisamente, en las gestas de los reyes aragoneses, a pesar de que posteriormente les confirieron entidades inglesas o bretonas. Eschenbach cuenta en su obra que consiguió el manuscrito original de su «Parsifal» en la ciudad española de Toledo. Especialmente relevante fue la figura del rey aragonés Pedro II el Católico que moriría defendiendo a los cátaros en la batalla de Muret en 1213, y que un año antes se había distinguido en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa contra los almohades que habían invadido España desde África. Este autor francés llega todavía más lejos, pues cree que el «Rey Pescador», guardián del Grial, fue en realidad Alfonso I el Batallador. Este bravo monarca aragonés destacó en la lucha con los musulmanes, llegando a duplicar la extensión del reino de Aragón tras obtener la conquista clave de Zaragoza. Temporalmente, y gracias a su matrimonio con doña Urraca gobernó sobre Castilla, haciéndose llamar entre 1109—1114 «Rey y Emperador de Castilla, Toledo, Aragón, Pamplona, Sobrarbe y Ribagorza», lo que duró hasta que la oposición nobiliaria forzó la anulación del matrimonio. Los ecos de sus victorias traspasaron fronteras; en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, podemos leer: «clamabanlo don Alfonso el Batallador porque en España non ovo tan buen caballero que veinte nueve batallas venció». Sus campañas lo llevaron hasta las mismísimas puertas de Córdoba, Granada y Valencia y a infligir a los musulmanes severas derrotas en Valtierra, Cutanda, Cullera y otros sitios. Tanto Alfonso I, como Pedro II después, fueron considerados auténticos paladines de la Cristiandad por sus decisivas victorias sobre los mahometanos que ocupaban parte de España y amenazan Europa en los siglos XII y XIII, mientras se desarrollaban las cruzadas en Tierra Santa.

El Grial pudo estar en Montserrat

Entre los siglos XIII y XIX los autores alemanes y austríacos, como Schiller, Humboldt, Goethe y otros, fueron construyendo una leyenda tan impresionante, que pudo adquirir tintes de realidad. Y esta leyenda se refería a la montaña de Montserrat, centro neurálgico de la religiosidad catalana desde tiempo inmemorial. Richard Wagner introdujo esta idea en sus célebres óperas «Parsifal» y «Lohengrín». Hasta tal punto llegó a calar la creencia en la autenticidad de tales afirmaciones, que a finales de 1940, Heinrich Himmler, uno de los hombres más influyentes del partido Nazi, se presentó en la abadía benedictina de Montserrat y exigió que le fuese entregado el Santo Grial. Muchos años más tarde se supo que los monjes guardaban en su biblioteca un libro muy singular titulado «Montserrat, ganga del Grial», escrito por Ramón Ramonet Riu, en el que se afirmaba que la montaña de Montserrat proporcionó la ganga mineral que acompaña a la incomparable gema espiritual del Santo Grial. Puestos a describir audacias, que no podemos considerar inexactas al carecer de la prueba científica definitiva que dé autenticidad a las otras, Ramonet expone que el mago Merlín fue el conde Arnau, que Lohengrín era el seudónimo de Ramón Berenguer II y que en el mítico rey Arturo ha de verse a Wilfredo el Velloso, el primer conde independiente de Barcelona. Como veremos a lo largo de este libro, la relación entre el Grial y Cataluña, no se limita sólo a este episodio. Los historiadores calculan que desde que se escribió el primer poema sobre el Grial hasta la última novela, dentro de la Baja Edad Media, transcurrieron unos ciento cincuenta años (ss. XIV—XV). Un tiempo relativamente corto para aquella época turbulenta, en la que los autores utilizaron infinidad de símbolos, todos ellos tomados de otras culturas mucho más antiguas, anteriores incluso al cristianismo, pero a los que dieron unas envolturas de lo más sugerente. Como el Grial también estuvo unido al catarismo, una forma herética de cristianismo, la Iglesia de Roma no se atrevió a reconocerlo abiertamente. De hecho, el Sagrado Cáliz de Valencia no fue reconocido como tal hasta el pontificado de Juan Pablo II. Pocos sacerdotes católicos lo citaron en sus escritos, y se ignora si lo hicieron los obispos, cardenales y papas, aunque fuese en privado. Se cree que éstos temían que si lo apoyaban abiertamente podían crear un cisma, al conceder demasiada importancia a una leyenda cargada de elementos paganos y esotéricos. Sin embargo, bajo cuerda, dejaron que el Grial terminara siendo asociado al Cáliz de la Última Cena, no prohibieron la novela «José de Arimatea» de Robert Boron, en la que directamente se introducía el cristianismo en el argumento griálico, y casi aplaudieron la aparición del «Parsifal» de Wólfram von Eschenbach, por ser su obra la más cristiana de todas. 


La cruz torcida (1)

William Colby, jefe de la CIA entre 1973 y 1976, declaró en sus memorias que “la mayor operación política asumida por la CIA fue prevenir el avance comunista en Italia en las elecciones de 1948, impidiendo así que la OTAN fuese amenazada políticamente por una quinta columna subversiva: el PCI (Partido Comunista italiano)”. Aunque sería más exacto decir que lo que hizo la CIA fue “intervenir” y boicotear dichas elecciones alterando el resultado. Un documental emitido por la BBC hace algunos años confirmaba las palabras de William Colby a través de los testimonios del general Vernon Walters, ex subdirector de la CIA, y de Richard Allen, el que fuera titular del Consejo de Seguridad Nacional durante la administración Reagan (1981-1989). Walters describe cómo el papa Juan Pablo II pactó una coalición con la CIA y Washington, mientras Richard Allen puntualiza la función manifiestamente colaboracionista que desempeñó el jefe de la Iglesia católica dentro del sistema capitalista global liderado por Estados Unidos.

De acuerdo con las investigaciones realizadas por escritores y periodistas de la talla de David Yallop, Gurwin, Sisti, Modolo, Di Fonzo, Piazzesi, Bonsanti, Doménico, Rupert Cornwall, Jack Hoffmann y John Jackson, la mafia italonorteamericana utilizó las instituciones financieras del Vaticano para blanquear dinero sucio procedente del narcotráfico, de la evasión de capitales y de la venta ilegal de armas, principalmente, aunque habían participado mancomunadamente en otras actividades delictivas. Las investigaciones llevadas a cabo por la Justicia italiana para esclarecer la relación que mantenía la mafia con la logia masónica Propaganda Due (P2) de Licio Gelli, llevó hasta los entresijos financieros del Vaticano, que ejerció de “paraíso fiscal” durante más de una década, siendo el IOR (Instituto para las Obras de Religión, también llamado Banco Vaticano), aprovechado por la masonería (financiera, política y empresarial) y la propia mafia para desviar grandes sumas de dinero, libres de impuestos a Sudamérica, sobre todo a Argentina, y sufragar la guerra sucia contra los movimientos revolucionarios de izquierda en Nicaragua, El Salvador y otros países centroamericanos, subvencionando a grupos paramilitares como los escuadrones de la muerte, responsables, entre otros, de los asesinatos de muchos religiosos católicos en esos países.

Quedó demostrado en el sumario contra la Logia P2, instruido en Italia a principios de los años ochenta, que la conexión del Banco Ambrosiano con el Banco Vaticano (IOR) fue la vía a través de la cual Licio Gelli, jefe de la logia masónica Propaganda Due (P2) y agente encubierto de la CIA, infiltró a muchos de los suyos en la Santa Sede. Licio Gelli, como ya vimos al repasar su actuación durante la guerra, fue siempre un “doble agente” que servía a quien mejor le pagase, nada más.

Según el periodista italiano Ennio Remondino, el ex colaborador de la CIA, Richard Brenneke, afirmaba que “Gelli y la P2 habían trabajado para la Agencia recibiendo a cambio enormes sumas de dinero que el propio Brenneke sostenía haber entregado al jefe masón”. Además, ese dinero era utilizado para financiar operaciones especiales (guerra sucia) de la CIA en Sudamérica y también en Europa occidental financiando a supuestos grupos terroristas de extrema derecha o de extrema izquierda, como las Brigadas Rojas, y el origen de ese dinero negro era el tráfico internacional de armas, el narcotráfico y la prostitución, todo ello controlado por los Servicios de Inteligencia de los Estados Unidos. El objetivo de aquellas operaciones encubiertas de la CIA, ya lo hemos apuntado, era la desestabilización de gobiernos poco dispuestos a someterse a los designios de Washington, pero no sólo en aquellos países que hemos venido llamando peyorativamente del Tercer Mundo, sino en la confiada Europa occidental. Puede que algunos piensen que todo eso forma parte del pasado, desgraciadamente no es así.

Gran parte de las operaciones bancarias fraudulentas que sirvieron para “inyectar liquidez” al proyecto de terrorismo de Estado practicado en los ochenta por los EEUU, se realizaron a través de las enmarañadas redes financieras de la mafia italonorteamericana infiltrada en el Vaticano y estuvieron coordinadas desde Washington por el entonces vicepresidente, George Bush (padre) durante los ocho años de la administración republicana presidida por Ronald Reagan. En el sumario judicial abierto contra Roberto Calvi, se establecía que el Banco Ambrosiano habría sido un tapadera al servicio de la CIA y la mafia para canalizar grandes cantidades de dinero sucio, que sufragaban los asesinatos selectivos y las masacres de aldeas y poblados indígenas enteros cometidos por las formaciones paramilitares anticomunistas controladas y amparadas por Washington, aprovechando las facilidades fiscales que les ofrecía el Vaticano para desviar ese dinero ensangrentado a través de paraísos fiscales como Panamá, Gibraltar o Nassau (Bahamas), que después servía para financiar todo tipo de operaciones secretas (asesinatos de militantes y dirigentes de izquierda, líderes indígenas, golpes de Estado, desestabilización de gobiernos, etcétera), esencialmente en América Latina. Pero también en Europa.

El ex dictador panameño, Manuel Antonio Noriega, antiguo agente de la CIA, que intentó infructuosamente ser admitido en la “selecta” élite que componía la logia masónica P2, tras ser derrocado en 1989 por tropas norteamericanas, solicitó inútilmente al Vaticano que intercediese para obtener su libertad. Los norteamericanos, constituidos en “gendarmes” del mundo, le encarcelaron después de juzgarle en un simulacro de proceso judicial, muy parecido al que sometieron a Sadam Hussein para justificar su linchamiento.

Eliminado el papa Luciani, y con la promoción del polaco Wojtyla al Trono de Pedro, se favoreció lo que buscaba la CIA apoyándose en los sectores más conservadores de la Iglesia, vinculados, algunos de ellos, con el crimen organizado y la masonería financiera (Logia P2) que también actuaba como patrocinadora de diversos grupos terroristas programados para desestabilizar al Gobierno italiano, y de otros países, en caso de que llegase a vislumbrarse un giro político hacia la izquierda. El Vaticano actuaba como catalizador de todos estos lobbies con intereses diversos.

El Opus Dei y sus socios de la ultraderecha clerical y política vieron disiparse el último nubarrón con la desaparición de Giovanni Bennelli, firme opositor a la creciente influencia de la organización de Escrivá de Balaguer en la Santa Sede, con sus solventes redes financieras que se extendían hasta Washington. Tras la muerte de Luciani, Juan Pablo II alcanza la jefatura del Vaticano en octubre de 1978, en vísperas de la reactivación de la Guerra Fría que sería completada con el advenimiento de Ronald Reagan a la Casa Blanca en enero de 1981. No obstante, en ese período intermedio comprendido entre 1977-1981, coincidiendo con el mandato del presidente Jimmy Carter, Washington y Moscú protagonizarían un encarnizado enfrentamiento por obtener nuevas áreas de influencia y consolidar las relaciones con sus aliados de la OTAN y el Pacto de Varsovia respectivamente. Eran los prolegómenos de la reedición de la Guerra Fría que se desarrolló en la década de 1981-1991 bajo el nombre de Guerra de las Galaxias, banalizando el apocalíptico riesgo de un conflicto termonuclear a escala mundial.

El perfil marcadamente inmovilista del cardenal Karol Wojtyla y su apostolado “anticomunista” en Polonia, calzaba a la medida de los intereses de Washington, de la masonería financiera, de la mafia tradicional y los demás lobbies que controlaban el crimen organizado que ya se estaba globalizando con la liberalización del tráfico internacional de drogas y estupefacientes. El narcotráfico se había convertido en un lucrativo negocio y en una forma barata de sufragar las guerras sucias contra el comunismo en América Latina y otras partes del mundo, donde los grupos paramilitares de extrema derecha practicaban el Terrorismo de Estado al dictado de Washington y Londres. Los narcodólares empezaban a cotizar más que los petrodólares. Con la muerte de Luciani, el polaco Juan Pablo II, el “papa del Opus Dei” ya tenía el paso franco para acometer su involución doctrinal y perseguir sus dos principales objetivos políticos: impartir la extremaunción a los regímenes socialistas de Europa del Este y bendecir a los militares golpistas y represores que perseguían a los Teólogos de la Liberación en América Latina.

En medio de esa persecución feroz fueron asesinados, entre otros, monseñor Óscar Romero (1980) y el religioso español Ignacio Ellacuría (1989), éste junto a otros cinco jesuitas y dos monjas, que fueron muertos por los paramilitares con la complicidad del Ejército salvadoreño y la CIA. Juan Pablo II nunca escuchó a monseñor Romero en sus súplicas para que intercediera ante el Gobierno de El Salvador, sus verdugos a la postre. Unos meses antes de su muerte, después de una audiencia en torno a las violaciones de los derechos humanos en su país, el papa le despidió airado con un “no me traiga usted más papeles porque no tengo tiempo para leerlos... Y además, procure ponerse de acuerdo con el Gobierno”.

Como relata López Sáez en su libro, monseñor Romero salió llorando de la audiencia papal, mientras comentaba “el papa no me ha entendido, no puede entenderme, porque El Salvador no es Polonia”. Paradójicamente, a partir de 1978, con el ascenso al solio pontificio del polaco Wojtyla, cuya línea doctrinal ha venido continuando el alemán Ratzinger a partir de 2005, son precisamente Estados Unidos y Gran Bretaña, dos países de mayoría protestante, los que más se han beneficiado de unas relaciones privilegiadas con la Santa Sede que son la continuación de la alianza secreta establecida en los primeros tiempos del pontificado de Juan Pablo II con esos dos gobiernos.

Este clientelismo del Vaticano hacia Washington fue enormemente favorecido por la obsesión que atenazó a Wojtyla desde mucho antes de su llegada al poder: acabar con el comunismo ateo, el sistema social en el que él había vivido y que todavía seguía vigente en su país. Estaba obsesionado con “su” país, Polonia, y los abusos que pudiesen cometerse en El Salvador le traían al pairo. Wojtyla era, ante todo, el papa anticomunista de los polacos, y la idea de “liberar” a Polonia de las garras del marxismo a través de la “Santa Alianza” del Vaticano con la CIA, refrendada desde Washington por los miembros y partidarios del Opus Dei próximos a la Casa Blanca, era lo único que le interesaba al iniciarse su pontificado. Sin duda, su férrea voluntad fue determinante a la hora de contribuir a la desestabilización política de Europa oriental y la Unión Soviética legitimando dogmáticamente la irrupción incontrolada de la economía de mercado en las antiguas repúblicas soviéticas tras la desintegración de la URSS en 1991. Desde entonces, EEUU ha venido desarrollando un titánico esfuerzo para incrementar su influencia militar, económica y política en la zona, con las consecuencias que pudimos constatar en agosto de 2008 con la guerra entre Rusia y Georgia, que venía siendo alentada por Washington desde la caída del presidente georgiano Edward Shevardnadze en 2003.

Presionando por la comunidad católica moderada, Juan Pablo II había criticado tibiamente la estrategia de la escalada armamentista y la beligerante política exterior del presidente Ronald Reagan, en un evidente intento por contentar a los sectores renovadores del Vaticano. No era más que un paripé, el Vaticano estaba perfectamente alineado con EEUU y Gran Bretaña. Wojtyla estaba dispuesto a lo que fuese con tal de que Washington no se olvidase de Polonia e intercediese para su ingreso el Mercado Común Europeo (MCE) una vez “rescatada” del comunismo ateo. El Salvador, Honduras, Nicaragua o Guatemala, no estaban entre las prioridades del pontífice polaco Juan Pablo II.

Cuenta en sus memorias el ex subdirector de la CIA, Vernon Walters, que el presidente Reagan decidió enviarlo como embajador itinerante de Washington para conseguir el apoyo del papa al programa para el despliegue de misiles en Europa denominado Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI por sus siglas en inglés) y popularmente conocida como ‘Star Wars’ o Guerra de las Galaxias, como la película de ciencia-ficción de George Lucas. Hablando del éxito de su misión cuenta Walters lo siguiente: “Esta fue una de las experiencias más extraordinarias de mi vida”. Y agrega: “Me gustaría pensar que esto tuvo algún éxito. Él [Juan Pablo II] no criticó nuestros programas de defensa y esto era todo lo que queríamos”. ¿Les parece poco?

Durante la época de la Santa Alianza entre Juan Pablo II, Washington y la CIA, el otro protagonista de la trama vaticana, el Opus Dei, adquirió un enorme poder e influencia en Roma. Su ascensión se vio coronada en 1992 por la beatificación meteórica de Escrivá de Balaguer (el fundador del Opus Dei) por parte de Juan Pablo II –amigo de larga data de la organización– apenas diecisiete años después de su muerte y luego de un proceso expeditivo, donde sólo se tuvieron en cuenta los testimonios positivos sobre la vida y obras del hasta entonces beato.

El periodista y escritor Sanjuana Martínez, en un artículo referido al libro Opus Dei: la telaraña del poder señala que durante el papado de Juan Pablo II hay un claro beneficiario: el Opus Dei. Su estatus particular de “diócesis supranacional” institucionalizó su poder y radicalizó la guerra intestina en el Vaticano. Los ejemplos concretos –señala Sanjuana Martínez– son contados por el grupo Los Discípulos de la Verdad en el libro publicado por Ediciones B: A la sombra del papa enfermo y los escándalos durante el pontificado de Juan Pablo II y la lucha por la sucesión. En el capítulo titulado “Los pecados del papa Wojtyla” se hace un recorrido por los escándalos de corrupción, los negocios ilegales y los apoyos del Vaticano a los regímenes dictatoriales de América Latina patrocinados por EEUU, con la “bendición” papal.

En el apartado titulado “El obispo 007” se detallan las responsabilidades de Juan Pablo II en el escándalo financiero del banco pontificio IOR (Instituto para Obras de Religión) dirigido por monseñor Paul Marcinkus, antiguo guardaespaldas de Pablo VI, al que el papa Albino Luciani (Juan Pablo I) quiso apartar del banco en 1978, pero que fue inmediatamente confirmado en su puesto por el nuevo pontífice, el polaco Karol Wojtyla, que adoptó el nombre de Juan Pablo II tras su elección en el cónclave celebrado en octubre de 1978. En ese mismo capítulo se dice también: “La quiebra del Banco Ambrosiano fue una colosal estafa que costó a los acreedores y a los contribuyentes italianos alrededor de 287 millones de dólares, además de otros 241 millones de dólares que salieron de los generosos bolsillos de los fieles católicos. La estafa fue posible por la manifiesta connivencia de la banca vaticana, y el IOR sólo pudo ser cómplice gracias a la anuencia –implícita o explícita– de Juan Pablo II. El escándalo del IOR-Ambrosiano costó la vida a Roberto Calvi. Si se trató de un suicidio: monseñor Marcinkus estuvo entre quienes empujaron a Calvi a su desatinado gesto”.

“En cualquier caso –señala Sanjuana Martínez en su libro– el pontífice polaco no pronunció una sola palabra de cristiana compasión ni de humana congoja por la muerte violenta del banquero que durante tantos años había negociado en nombre y por cuenta de las finanzas vaticanas”.

El misterioso poder del Opus Dei, sus tentáculos en las sombras, es, según los expertos, el que impone la agenda dentro del sinuoso mundo de los negocios y del control político sobre el Vaticano en la era de Juan Pablo II. Su vinculación con la CIA, la mafia y el crimen organizado internacional, se intensificó durante la época de la administración Reagan (1981-1989) gracias a sus contactos con la curia ultraderechista latinoamericana, principalmente en Chile, Argentina, Paraguay y Centroamérica. El cardenal Wojtyla era el candidato del Opus Dei y en su elección como sumo pontífice desempeñó un papel determinante el cardenal König, arzobispo de Viena y hombre cercano a la organización. Siendo obispo de Cracovia, monseñor Karol Wojtyla ya viajaba a Roma invitado por el Opus, que lo alojaba en la bella residencia del Viale Bruno-Bozzi N° 73, en un elegante y exclusivo barrio de Roma. Además de la categorización de la Obra (Opus Dei) y de la beatificación de Escrivá de Balaguer, dos decisiones que levantaron una ola de críticas en todo el mundo católico, el papa Juan Pablo II se rodeó de miembros del Opus Dei, señalados como testaferros vinculados con los distintos vasos comunicantes de esta organización religiosa católica con la CIA, oscuras organizaciones terroristas de ideología extremista y las redes del crimen organizado.

Según diversas investigaciones reflejadas en el libro del sacerdote López Sáez, con Juan Pablo II al frente del Vaticano, se desviaron ilegalmente más de 500 millones de dólares de los fondos del IOR, a través del Banco Ambrosiano, para la financiación del sindicato polaco Solidaridad liderado por Lech Walesa, el sosias político del propio Wojtyla en su país.

El general Vernon Walters, antes de morir, y refiriéndose a Ronald Reagan, dijo que “fue él quien ayudó al Espíritu Santo en la elección de Wojtyla, y puede que colaborase en la muerte del papa Luciani”. Por su parte, Richard Allen, que fue consejero de Seguridad del mismo presidente, afirmó que “la relación de Reagan con el Vaticano fue una de las mayores alianzas secretas de todos los tiempos”.

En realidad, y como queda expuesto en el libro del sacerdote López Sáez, el ascenso de Karol Wojtyla al trono de Pedro había sido cuidadosamente planificado. Con la ayuda de una profesora universitaria católica bien relacionada, Wojtyla fue introducido en los círculos próximos al poder político en Washington a través del cardenal de Filadelfia, Krol, y del renombrado político Zbigniew Brzezinski (ambos de ascendencia polaca). Otras fuentes en el Vaticano señalan que la otra clavija decisiva en el enchufe de Wojtyla para “conectarlo” a la red del poder vino dada por la relación de su secretario privado, el arzobispo polaco Stanislaw Dziwisz (señalado como el jefe del “grupo polaco” que controlaba a Wojtyla) con el establishment del lobby norteamericano “Trilateralista” que giraba alrededor de Brzezinski en la administración Carter, entre 1977 y 1981.

Zbigniew Brzezinski, que era uno de los personajes clave de los ‘think tanks’ del Council on Foreign Relations (CFR), estaba asociado intelectualmente al republicano Henry Kissinger, que fue consejero de Seguridad del presidente Jimmy Carter y que se comunicaba epistolarmente con Karol Wojtyla de forma regular, cuando éste ya era el papa Juan Pablo II. Gran admirador de Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski preconizaba una teoría para debilitar y acorralar militarmente a la Unión Soviética y sostenía que la mejor manera para conseguirlo era la desestabilización de sus regiones fronterizas y la penetración ideológica, principalmente a través de la religión, postergada desde la irrupción del comunismo ateo en las repúblicas soviéticas surgidas tras la Revolución de 1917.

En ese tablero estratégico de la geopolítica mundial de la época –no muy distinto del actual– encajaba perfectamente la figura del ferviente anticomunista polaco Karol Wojtyla, por ese motivo, Zbigniew Brzezinski, testaferro del CFR y el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, en colaboración estrecha con el Opus Dei y los sectores más conservadores de la Iglesia católica, le auparon hasta el solio papal en 1978.

La edulcorada figura de Juan Pablo II, por decirlo de alguna manera, cumplía con dos propósitos fundamentales de Washington: abrir el camino a la expansión de sus multinacionales hacia Europa del Este de la mano de la prédica anticomunista de Karol Wojtyla, y obtener la “bendición” del Vaticano para seguir adelante con sus políticas de guerra sucia y terrorismo de Estado contra los movimientos revolucionarios de izquierda aparecidos en Latinoamérica.

Con la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan, en enero de 1981, la relación entre el Gobierno de Estados Unidos y el Vaticano se haría aún más estrecha cuando el nuevo presidente designó entre sus representantes de política exterior a varios católicos influyentes y militantes del Opus Dei.

En diciembre de 1984, Juan Pablo II nombró al periodista español Joaquín Navarro-Valls, miembro numerario del Opus Dei, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Como único portavoz papal, esta designación, según señalaron algunos expertos vaticanistas anglosajones, provocó fuertes resistencias en el interior de la rígida estructura de poder dentro de la curia romana, debido a que la influencia del Opus Dei sobre el papa Wojtyla se había convertido ya en vox populi en los pasillos del Vaticano.

Asimismo, la influencia de las facciones masónicas (P2) se veían desbordadas por la estrategia del Opus, por la cual, el papa viajero y mediático se dirigía al mundo a través de un portavoz del Opus Dei. Navarro-Valls se convirtió así en el hombre de confianza del papa, manteniendo una situación de contacto permanente sólo igualada por la que mantenía el histórico secretario privado de Wojtyla, monseñor Dziwisz, el jefe del grupo polaco.

En los círculos del poder de la curia romana se señalaba que el responsable del nombramiento de Navarro-Valls como portavoz del papa, había sido monseñor Martínez Somalo, operador político del Opus Dei, contando con la anuencia del secretario Dziwisz. Según los expertos, la oficina de prensa, controlada por el Opus Dei, se separó de la comisión pontificia para las comunicaciones sociales y se constituyó en un departamento autónomo de la Secretaría de Estado, bajo supervisión directa del propio papa Juan Pablo II.

Joaquín Navarro-Valls reestructuró la Oficina de Prensa, que transformó en un instrumento del Opus dedicado a la proyección de Juan Pablo II y a la mistificación de las supuestas verdades oficiales de su apostolado mediático y fue también él, el principal nexo de comunicación entre el Estado Vaticano y el Gobierno norteamericano durante la administración de George H. Bush entre 1989 y 1993 y la de Bill Clinton (1993-2001). Asimismo, el portavoz papal del Opus Dei, fue el gran estratega mediático de Juan Pablo II en sus giras por todo el mundo, cubiertas por el aparato propagandístico de las grandes cadenas de televisión internacionales, y una década más tarde, Navarro-Valls fue también clave para que el Vaticano y la curia española próxima al Opus Dei, acogiesen con toda clase de parabienes el apoyo incondicional prestado por el presidente del Gobierno español de entonces, José María Aznar, a la administración norteamericana presidida por George W. Bush durante la campaña de desinformación que siguió a los atentados del 11 de septiembre de 2001 para justificar las posteriores guerras de Afganistán e Iraq. Dos sangrientos conflictos que en 2010 aún continúan, con un flujo constante de soldados aliados muertos y civiles asesinados.

Expertos en asuntos del Vaticano señalaron en su día que la presencia del presidente George W. Bush, y de los ex presidentes Bill Clinton y George H. Bush en el velatorio de Juan Pablo II en abril de 2005, fue un homenaje encubierto al Opus Dei organizado por Navarro-Valls bajo la apariencia de unos funerales de Estado por la muerte del papa. El Opus Dei se valió de su lobby en la curia romana, al que se agregó el grupo polaco encabezado por monseñor Dziwisz, para controlar y dirigir la mayoría de las decisiones políticas del papa Juan Pablo II desde que fuera instalado al frente de la Iglesia católica en octubre de 1978.

Sus agentes más representativos en el cónclave fueron los cardenales Sodano, Herranz y Ratzinger, quienes se aseguraron de que en el Vaticano siguiese reinando un papa dispuesto a continuar con la alianza establecida con Washington y el Opus Dei que manejarían el rumbo de la Santa Sede a partir de 1978.
Por otro lado, en marzo de 1979 fallecía, en extrañas circunstancias, el cardenal masón Jean Villot, el último que había visto con vida al papa Luciani, y a partir de 1982 el entramado masónico en el Vaticano empezó a desmoronarse como un castillo de naipes con el suicidio de Roberto Calvi. A través de Juan Pablo II, el Opus Dei gobernaba el Vaticano con mano de hierro y asestaba un terrible golpe a la Logia P2. Con sus propios recursos financieros y el apoyo de la CIA, el Opus había dejado fuera de combate, en un abrir y cerrar de ojos, a dos poderosas organizaciones: la mafia y la masonería, que desde los tiempos de Pablo VI habían hecho del Vaticano su hucha particular.

Las conexiones entre la masonería y los diferentes partidos socialistas europeos se remontaban a la segunda mitad del siglo XIX, y en Italia, en los años setenta y ochenta, habían subvencionado inicialmente al líder socialista Bettino Craxi que en 1983 fue elegido primer ministro con el apoyo del ‘pentapartito’ formado por PSI, DC, PSDI, PRI, PLI. Entre sus principales éxitos políticos destacaron la firma de un nuevo Concordato con la Santa Sede en 1984, que nunca fue del agrado de Juan Pablo II. En 1989, con la caída del Muro de Berlín y la consiguiente crisis en el Partido Comunista Italiano (PCI), Craxi propuso la unión de todo el socialismo italiano: PSI, PSDI y un PCI que anunciaba que abandonaba el marxismo, bajo una bandera común (Unitá Socialista). Craxi buscaba crear una única fuerza socialdemócrata capaz de aglutinar a todos los partidos de izquierda, lo que, desde luego, tampoco fue del agrado del papa Juan Pablo II, martillo de herejes y comunistas, con lo que la buena estrella política de Craxi comenzó a apagarse, a pesar de haber logrado importantes logros para su país, como fue la inclusión de Italia en el G-7 (G-8 a partir de entonces).

Debido a la recesión económica y, sobre todo, a la crisis de corrupción política destapada a principios de los años 1990, la unificación entre socialistas y comunistas no llegó a cristalizar, lo que permitió el ascenso fulgurante de una nueva y rutilante estrella del panorama político italiano: Silvio Berlusconi, ex miembro de la logia masónica Propaganda Due (P2) de Licio Gelli. Ocho años después de renegociar los Concordatos con la Santa Sede (1992), a través de la iniciativa judicial denominada Manos Limpias, que intentó acabar con la corrupción imperante en la política italiana, Craxi fue oportunamente señalado entre los corruptos y tuvo que dimitir de su cargo en un PSI que no tardaría en desaparecer. Bettino Craxi marchó a Túnez huyendo de la Justicia y murió en la ciudad de Hammamet en 2000.

(Continuará...)




¿Por qué asesinaron a Kennedy? (5)

Antes de las elecciones de 1960, un grupo de extremistas, próximo a sectores protestantes ultraconservadores, había intentado asesinar al futuro presidente John F. Kennedy en su residencia de Van Nuys, California. El grupo estaba formado por cubanos anticastristas, mercenarios y antiguos agentes nazis, ahora al servicio de la CIA para ejecutar operaciones encubiertas. Algunos de ellos declararon como testigos citados por el fiscal general de Nueva Orleans, Jim Garrison, en el juicio contra Clay Shaw, uno de los cabecillas de la conspiración de noviembre de 1963 que culminó con el asesinato del presidente. Sin embargo, cuando el fiscal Garrison cursó la orden de extradición contra un tal Edgar Eugene Bradley, miembro destacado del grupo próximo a Clay Shaw, el entonces gobernador de California, Ronald Reagan, la rechazó. El líder de uno de estos grupos de extremistas protestantes, la Liga de Defensa Cristiana (CDL) era el Reverendo William P. Gale. Durante la guerra en el Pacífico, Gale entrenó, en su calidad de coronel del Ejército, a grupos de guerrilleros en Filipinas para luchar contra los japoneses, inspirándose en la guerra de guerrillas que los filipinos ya habían llevado a cabo contra los españoles medio siglo antes. El superior jerárquico de William P. Gale era Charles Willoughby. A finales de los años 1950, el reverendo Gale reclutaba veteranos para otro grupo terrorista llamado ‘Identidad’ generosamente financiado por un poderoso y enigmático hombre de negocios de Los Ángeles.

Uno de los contactos de CDL era el capitán Robert K. Brown, de las Fuerzas Especiales del Ejército destinado en Fort Benning, Georgia. Brown estaba trabajando con cubanos anticastristas y mercenarios profesionales similares a los equipos de Skorzeny. Hoy Robert K. Brown es el editor de la revista Soldier of Fortune y de textos paramilitares y de tendencias neonazis tales como ‘Silencers, Snipers and Assasins’ (silenciadores, francotiradores y asesinos). Este libro explica cómo Mitchell Werbell fabricó armas especiales para el asalto de los escuadrones de mercenarios de la CIA en playa Girón (bahía de los Cochinos), Cuba. Werbell, hijo de un acaudalado oficial de la antigua caballería zarista, perfeccionó un silenciador tan efectivo que un arma podía ser disparada en una habitación y no ser oída en la habitación contigua. Ideal para cometer asesinatos e imprescindible para los servicios secretos de cualquier país.

Las discusiones sobre la cantidad de armas disparadas contra Kennedy el día de su asesinato, así como el tipo de las mismas, e incluso el calibre de los proyectiles, continúa siendo motivo de controversia en la actualidad. Las heridas que presentaba el cadáver del presidente y los orificios de bala en la limusina, evidenciaban varios disparos con diversas trayectorias de entrada, lo que sugiere que fueron efectuados desde diversos puntos y por varios francotiradores, como poco dos, aunque podrían haber sido tres, ejecutando un fuego cruzado triangular, un modo de operar característico de los profesionales de las Fuerzas Armadas o de los servicios secretos. Pero a pesar de todas las evidencias y de las numerosas contradicciones en sus conclusiones, la Comisión Warren estableció que hubo “tres” únicos disparos realizados por un solo tirador, Lee H. Oswald, y la CW (Comisión Warren) no tuvo en cuenta la posibilidad de que se hubiesen empleado armas con silenciadores acoplados.

Cuando Clay Shaw fue detenido por la policía en cumplimiento de la orden de arresto cursado por el fiscal de Nueva Orleans, Jim Garrison, la noticia tuvo una inusitada resonancia mediática en Italia, y en especial para el periódico italiano ‘Paesa Sera’. Por lo visto, este periódico también había investigado por su cuenta las actividades de Clay Shaw en Italia, descubriendo que pertenecía a una organización filantrópica ubicada en Roma llamada ‘Centro Mondiale Commerciale’ (CMC), precedente del posterior Club de Roma refundado en 1968.

Dos años más tarde (1970) el Club de Roma quedaba establecido bajo legislación suiza, para evitar cualquier injerencia en forma de investigación de las autoridades judiciales italianas. El Club de Roma fue el principal impulsor, ya a inicios de los años setenta del ecologismo militante y combativo que hoy impera en todas las formaciones de izquierda que se definen a sí mismas como ‘ecologistas’ o ‘verdes’. Abandonado el marxismo que les inspiró, muchos partidos antes socialistas y comunistas se han reconvertido en abanderados del ecologismo militante.

La organización paramilitar subvencionada por CMC (Centro Mondiale Commerciale) se creó poco antes de las elecciones presidenciales de 1960 en Estados Unidos, que acabaría ganado John F. Kennedy por un estrecho margen de votos sobre el candidato republicano, el ex vicepresidente Richard Nixon. Sus principales líderes ya tenían una dilatada experiencia en la formación de grupos paramilitares y redes terroristas y de sabotaje. La mayoría contaban con experiencia de campo por su participación en los diferentes frentes de la todavía reciente Segunda Guerra Mundial. Uno de los miembros más destacados de la cúpula directiva de CMC era Ferenç Nagy, ex primer ministro húngaro y un ferviente anticomunista. Edgar Hoover, a la sazón jefe del FBI, trajo a Nagy a los Estados Unidos y en 1963 el siniestro Nagy ya estaba viviendo en Dallas, donde también residía el siniestro aristócrata nazi George De Mohrenschildt.

CMC era de hecho una empresa subsidiaria de la compañía suiza PERMIDEX, la corporación que el fiscal Jim Garrison acusó de ser el vehículo financiero utilizado para sufragar los gastos para el asesinato de John F. Kennedy en noviembre de 1963. Asimismo, la inteligencia francesa señaló que PERMIDEX lavó 200.000 dólares en el BCI, el Banque de Credit International, con sede en Ginebra, y matriz de PERMIDEX, para financiar varios intentos de asesinato contra el general Charles de Gaulle, presidente de la República francesa. Es poco conocido el hecho del enfrentamiento que existía en aquellos momentos, coincidiendo con el inicio de la administración Kennedy, entre el Gobierno de Estados Unidos y el de Francia presidido por Charles De Gaulle, que se negaba a la integración de su país en la estructura militar de la OTAN, cediendo su soberanía militar al tándem anglonorteamericano. De Gaulle decidió preservar la independencia de Francia en materia de Defensa, y no someterla a la OTAN.

La principal preocupación de John F. Kennedy al hacerse cargo de la presidencia en enero de 1961, eran Francia y Charles De Gaulle, ni mucho menos Cuba y Fidel Castro, o el lejano Vietnam. Estados Unidos y Gran Bretaña no estaban dispuestos a permitir que Francia se convirtiese en una nueva potencia nuclear al margen de la OTAN y Kennedy había llegado a plantearse una acción militar a gran escala para derrocar a Charles De Gaulle.

Debido a la fuerte medicación que soportaba a causa de sus dolores crónicos de espalda, Kennedy tenía un carácter que podríamos calificar en el mejor de los casos de inestable. Por lo que sus “jefes” pudieron plantearse la posibilidad de “eliminarlo” poco tiempo después de que jurase su cargo como presidente de los Estados Unidos en enero de 1961. Y, posiblemente, su decisión tomó consistencia tras la destitución de Allen Dulles como director de la CIA en septiembre de aquel mismo año. Lo de Cuba y los mercenarios de playa Girón, sólo fue una cortina de humo. Una más. Carnaza para despistar a la prensa y a la opinión pública.

Tibor Rosenbaum (ya fallecido) fue el primer jefe de Logística de los Servicios de Inteligencia israelíes, hoy conocidos como Mossad. A través del Banque de Credit International, con sede en Ginebra, junto con el mayor Louis Mortimer Bloomfield (destacado miembro del Club 1001), la red de Rosenbaum financió a PERMIDEX, que fue identificado por la revista Life en 1967, el mismo año en que Jim Garrison reabrió el caso JFK, como el centro de lavado de dinero de Meyer Lansky (1902-1983), jefe del crimen organizado judío en Cuba en la época de Fulgencio Batista. Amigo de Lucky Luciano y Bugsy (“bichito”) Benjamín Siegel, el gánster que “inventó y creó” Las Vegas en medio del desierto de Nevada. Los hampones judíos e italianos colaboraron estrechamente en Cuba en las décadas de los años cuarenta y cincuenta. Bugsy Siegel fue asesinado en 1947 por desviar dinero destinado a “inversiones” en Cuba, y emplearlo en Las Vegas.

Pero llegados a este punto y antes de proseguir se impone una pregunta: ¿qué hacían banqueros, jefes mafiosos y empresarios judíos en la misma organización de extrema derecha que contaba entre sus filas a algunos de los criminales de guerra nazis más destacados?

Además, el Banque de Credit International, con sede en Ginebra, también fue utilizado por el Mossad, el Servicio Secreto israelí, en sus operaciones en Europa, como por ejemplo el asesinato de varios miembros de ‘Septiembre Negro’, la organización terrorista palestina que había asesinado a varios atletas israelíes durante las Olimpiadas de Múnich de 1972.

El mayor Louis Mortimer Bloomfield, veterano de la OSS, precursora de la CIA, residente en Montreal, estaba en el punto de mira del fiscal Garrison. En Canadá controlaba el Credit Suisse, la cervecera Heineken y la Israel Continental Company, entre otras firmas internacionales. El nombre de Clay Shaw figuraba entre los once directores de una firma de Montreal, por entonces con base en Roma. ¿Quién estaba virtualmente proporcionando dinero, sin limitaciones, a CMC, y quién lo recibía? La respuesta puede encontrarse en el enorme flujo de dinero registrado en las cuentas bancarias de María Eva Duarte de Perón, más conocida como «Evita».

El diario ‘Paesa Sera’ publicó en marzo de 1967 que CMC era una creación de la CIA, que servía como conducto de dinero y de información del espionaje político ilegal efectuado por Clay Shaw y Louis M. Bloomfield. La vinculación de Clay Shaw con PERMIDEX, permitiría relacionarle más tarde con Argentina, España, Roma y, finalmente, con Dallas y Nueva Orleans. Después del arresto de Clay Shaw ordenado por Garrison, comenzaron a relacionarse los contactos y los canales internacionales que utilizaba la CIA para “lavar” el dinero que utilizaba para financiar sus operaciones de terrorismo, guerra sucia y acciones de sabotaje encubiertas en el extranjero, supuestamente, sin conocimiento del Gobierno, y a las que Kennedy quería poner fin terminando así con el “reinado” de Allen Dulles, director de la Agencia, al que destituyó al poco de tomar posesión del cargo. El dinero de la CIA servía además para proveer de fondos a las empresas de cartón piedra montadas por la ‘Organización Gehlen’, formada por antiguos criminales de guerra nazis en Estados Unidos. Algunos cabos, no todos, empezaron a unirse después del arresto de Clay Shaw.

En noviembre de 1960 tendrían lugar las elecciones presidenciales disputadas entre Kennedy y Nixon. Frank Sinatra, un famoso cantante de la época que se tenía a sí mismo por uno de los mejores amigos de John Kennedy, presentó a Judith Exner al futuro presidente durante las primarias de Nueva Hampshire. Unas semanas más tarde Frank Sinatra presentaba a la misma Judith Exner al jefe de la mafia de Chicago, Sam Giancana, antiguo protector de Marilyn Monroe en sus inicios.

Por aquel entonces, Sam Giancana había sido subcontratado por Edgar Hoover, jefe del FBI, para formar un equipo de asesinos y mercenarios para acabar con Fidel Castro, que había arrebatado a la mafia su paraíso en Cuba. El hombre que contactó con Giancana fue un tal Robert Maheu, un ex agente del FBI (como Guy Banister) y también matón a sueldo de la CIA a tiempo parcial. Aunque Maheu nunca reconoció que la CIA estaba detrás de la operación para asesinar a Castro, le dio a entender a Giancana que acaudalados exiliados cubanos estaban dispuestos a facilitar todo el dinero necesario.

Maheu era la mano derecha del multimillonario Howard Hughes, ‘El Aviador’ en la película de Scorsese. Giancana aceptó el encargo y puso al frente de los escuadrones de mercenarios y agentes anticomunistas a su lugarteniente Johnny Rosselli, que por aquella época actuaba como enlace entre la mafia y la oficina del jefe del FBI, Edgar Hoover. Cuando en 1978 Rosselli fue interrogado, al reabrir el presidente Gerald Ford el caso JFK, insinuó que su misión apuntaba tanto a John Kennedy como a Fidel Castro. Poco después su cadáver fue encontrado flotando en el mar frente a la costa de Florida. Sam Giancana nunca tuvo la oportunidad de testificar, fue hallado muerto de un disparo en su casa de Chicago el 19 de junio de 1975.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Carl Byoir Associates, prestigioso bufete de abogados vinculado al multimillonario Howard Hughes, representó y defendió los intereses de varios banqueros e industriales alemanes afincados en Estados Unidos, en especial de la I.G. Farben, fabricante del gas ‘Zyklon B’ utilizado en las cámaras de gas de los campos de exterminio y asociada de la petrolera Standard Oil de la familia Rockefeller que abasteció de combustible a las Fuerzas Armadas alemanas entre 1939-1943.

Entre la selecta clientela de Carl Byoir Associates se encontraban, además de numerosos criminales de guerra, varios banqueros e industriales filonazis. Entre ellos: Ernst Schmitz, también miembro de I.G. Farben, que contaba además con sus propios servicios de información sufragados por el Gobierno nazi. Estaba también un tal George Silvestre Viereck, director de la Agencia Alemana de Información, también conocida como la Biblioteca; Frederick Flick, uno de los hombres más poderosos dentro del Partido Nacional Socialista, aunque poco conocido, que fue liberado de ser acusado en Núremberg por John McCloy. Frederick Flick y George De Mohrenschildt eran socios en la empresa W. R. Grace Company, fundada por William Grace.

El presidente Harry Truman ya demostró cierta inquietud por el protagonismo y la fuerza que estaba adquiriendo la entonces OSS (Office of Strategic Services) dentro del aparato gubernamental y militar de Estados Unidos al finalizar la guerra mundial en 1945 e iniciarse, cuatro años después, la Guerra Fría con el ascenso al poder de Mao Zedong en China (1949) y las primeras pruebas nucleares soviéticas realizadas con éxito. Sin duda, Truman era consciente de que habían creado un Estado dentro del Estado.

En las elecciones de 1960 Richard Nixon era el candidato republicano para ocupar la presidencia. Aunque teóricamente pertenecía al ala moderada del Partido, su profundo anticomunismo le había convertido en la “gran esperanza” del sector republicano protestante más reaccionario e inmovilista que veía a Kennedy, por su condición de católico, como una auténtica amenaza.

Richard Nixon dominaba al dedillo la eficaz táctica del “pánico rojo” ya que trabajó estrechamente con el senador Joe McCarthy, fanático anticomunista. Además, durante su larga vicepresidencia, Nixon estableció estrechas conexiones con diversos miembros del crimen organizado, con destacados empresarios de las industrias de defensa y del petróleo y con antiguos miembros del Partido Nazi.

¿Qué sucedería si Richard Nixon era derrotado en las elecciones de 1960? Había mucho en juego, sobre todo dinero e intereses creados vinculados a una intervención norteamericana en Vietnam a gran escala y con la “reconquista” de Cuba. Si Nixon era derrotado, ¿volvería a estar respaldado por semejante equipo? ¿Podían el Pentágono, la CIA, el clan Rockefeller, Allen Dulles o Reinhard Gehlen dejar la presidencia de los Estados Unidos al azar de las elecciones?

En julio de 1960, dos meses antes de dar comienzo la campaña electoral, William F. Buckley hijo, ponía en marcha la YAF (Young Americans for Freedom) en el Estado de Connecticut. En el currículum de William F. Buckley cabe destacar que había servido en la OSS en Japón entre 1950 y 1954. A mediados de los años cincuenta conoció en México a Howard Hunt, que dos décadas después se convertiría en jefe de los “fontaneros” de la Casa Blanca y en uno de los protagonistas del escándalo ‘Watergate’ que en 1974 pondría punto final, sin broche de oro, a la carrera política de Richard Nixon.

Otro de los destacados cofundadores de la YAF fue Douglas Caddy, cuyas oficinas fueron utilizadas por la CIA y la organización del multimillonario Howard Hughes para entretejer parte del entramado de falsas donaciones monetarias al Comité para la Reelección de Nixon, sobre las que se cimentó el Watergate, pilotado por un confidente anónimo llamado “garganta profunda” (ex Número Dos del FBI) y un periodista “estrella” de investigación del Washington Post llamado Woodward que resultó ser agente de la CIA. Al final Nixon sería víctima de las mismas artimañas y mentiras que él había utilizado en los años 50, durante la “caza de brujas” de McCarthy y los suyos para perjudicar a muchos intelectuales y funcionarios moderados, a los que se vistió con el sambenito del comunismo.

Pero Joe McCarthy no fue el único “inquisidor” y “martillo de herejes” comunistas, Robert Kennedy, desde su puesto de fiscal general del Estado, no le fue a la zaga, y Jimmy Hoffa, por su condición de líder sindical del gremio de Transporte, fue sometido a una dura persecución por parte de Robert Kennedy que, en su empeño por combatir al crimen organizado, olvidó investigar a su propio padre, Joseph Kennedy, que reunió una considerable fortuna durante la Ley Seca con la importación y distribución de licor ilegal asociado con lo más florido del hampa y los bajos fondos del crimen organizado.

Es curioso constatar que los enemigos de Nixon (que salieron de las entrañas de su propio Partido, el Republicano, y de su círculo de “íntimos” esperasen a que Edgar Hoover hubiese fallecido, en mayo de 1972 para poner en marcha el circo de tres pistas del Watergate. De todas formas, hay que tener en cuenta que Nixon jamás fue del agrado de Nelson Rockefeller, que siempre había albergado la idea de convertirse en presidente de Estados Unidos, ni de su hermano David, el auténtico “jefe” de la CIA en el anonimato y al que su hombre de confianza, Henry Kissinger, mantenía al corriente de todos los tejemanejes de Nixon y sus accesos de ira, consecuencia directa de su incipiente alcoholismo.

Tampoco Katherine Graham, propietaria del Washington Post, se encontraba en el club de fans de Richard Nixon. La señora Graham, además, escondía sus propios muertos en el armario, por lo que no dudó en airear los trapos sucios de Nixon cuando los Rockefeller se lo ordenaron. Entre las actividades de Buckley se encuentra la publicación de la revista ‘The National Review’, en la que reunió a los escritores más conservadores del mundo. Ya con la revista en marcha, Buckley decide poner a los jóvenes de la YAF en acción; viejas ideas, viejo dinero, nuevas mentes para modelar. Detrás de este proyecto se encontraban: Tom Charles Huston, los senadores Strom Thurmond y John Tower, como asesores, el ex actor y delator durante la “caza de brujas” Ronald Reagan, el profesor Lev Dobriansky, Robert Morris, y uno de los más destacados, el general Charles Willoughby, el que fuera jefe de la Inteligencia Militar en el Pacífico Sur durante la guerra mundial, y mano derecha del general Douglas MacArthur. Robert Morris no era un nombre familiar, pero Buckley lo conocía bien, y Morris, Nixon y el senador Joseph McCarthy jugaban en el mismo equipo. Kennedy y Nixon habían servido en la Armada durante la guerra en el Pacífico Sur.

En 1961, un año después de que Buckley fundara YAF, otra organización conservadora fue formada en Múnich, Alemania, precisamente por miembros del Ejército de Estados Unidos allí destacados. La organización llevaba por nombre CUSA, (Conservatism USA). En noviembre de 1963 aparecen de sopetón en Dallas, Texas; su anfitrión sería Robert Morris. Se conserva parte de la correspondencia entre Larry Schmidt en Dallas y Bernie Weissman en Múnich, entre 1962 y 1963, que evidencian las “malas” intenciones que albergaban ambas organizaciones contra el presidente John F. Kennedy.

Después del asesinato de Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, la policía de Dallas se presentó en la casa del matrimonio Paine. Fue precisamente en el garaje y en otras partes del domicilio de los Paine, donde la policía obtuvo la mayor parte de la “pruebas” incriminatorias contra Oswald, que después de su asesinato, seguros ya de que el “asesino solitario” no podría declarar ante un tribunal de justicia, fueron utilizadas por la Comisión Warren para echar tierra sobre el asunto.

Ruth y Michael Paine fueron presentados a Lee Oswald y a su mujer, Marina, por George De Mohrenschildt y su esposa Jane. Después de la presentación De Mohrenschildt no volvió a reunirse con los Paine.
Ruth Paine alojó a Marina mientras Lee se encontraba en Nueva Orleans, donde tenían sus bases de operaciones David Ferrie, Clay Shaw, Guy Banister y el oscuro coronel Orlov, que acompañó a George De Mohrenschildt cuando visitó por primera vez a Marina Oswald, para ofrecerle a ella y a su esposo su “ayuda” desinteresada.

Después de las vacaciones de aquel verano de 1963, Marina fue a vivir a la casa de Ruth Paine en Irving, Texas, mientras Lee se encontraba en México con Albert Osborne/John Bowen, y otros elementos de la red de bielorrusos. Al parecer Ruth y Michael Paine se habían separado repentinamente por problemas conyugales. Michael Paine estaba empleado en Bell Aircraft, que a su vez trabajaba para el Departamento de Defensa. Su ocupación profesional en Bell requería un alto grado de reserva y confidencialidad, por consiguiente: ¿qué hacía Oswald en su casa? Un doble desertor: primero de Estados Unidos hacia la Unión Soviética, entregando supuestos secretos militares a los rusos, y después desertando del lado soviético para reincorporarse al bando de los Estados Unidos. Sólo si aceptamos que Oswald era un agente doble del contraespionaje militar podemos explicarnos semejante periplo en plena Guerra Fría entre los dos bloques.

Por otra parte, el jefe de Paine en Bell Aircraft (más tarde Bell Helycopters) como director de desarrollo e investigación era el criminal de guerra alemán, general Walter Dornberger, al que los norteamericanos libraron de su enjuiciamiento en Núremberg. Bell Aircraft estaba al borde la quiebra cuando recibió un crédito del First National Bank para empezar a construir los famosos helicópteros que después se emplearían en la guerra de Vietnam, y a la que Kennedy, en principio, se oponía. ¿Quién podía saber entonces, antes del asesinato del presidente, que la intervención norteamericana en Vietnam se produciría de todos modos?

La primera llamada a las autoridades locales de Dallas después de los disparos que acabaron con la vida de Kennedy el 22 de noviembre de 1963, fue hecha por un hombre que se identificó como empleado de Bell Aircraft, quien sugirió que Oswald había sido el autor del magnicidio. La policía jamás se preocupó por descubrir la identidad de aquel informador, o por saber desde dónde se realizó la llamada, y lo más importante: ¿cómo sabía ese oportuno soplón que Oswald era el asesino del presidente? No hicieron nada a pesar de que el anónimo informador se identificó como empleado de Bell Aircraft.

Michael Paine llevó a Oswald a una reunión pocos días antes del magnicidio, con el general Edwin Walker. Más tarde se responsabilizó a Oswald de haber disparado contra Walker en abril de aquel mismo año. ¿Un montaje? Parece absurdo que si Oswald intentó asesinar a Walker en abril, a finales de año, entre octubre y noviembre, éste le acompañase a una reunión.

¿Quiénes eran realmente los Paine? Según la Comisión Warren y el equipo de abogados de la CIA, eran simplemente unos buenos y altruistas ciudadanos. Ruth sólo quería aprender el ruso con una nativa, por ese motivo alojó a Marina, la esposa de Oswald, a su hija de dos años, y al bebé recién nacido, durante dos años, nada menos. Con el trastorno que provocan tres nuevas personas en una casa pequeña como la de Ruth en aquella época, resulta difícil de creer que lo hiciese por simple altruismo.

Michael Paine era descendiente, por ambas líneas parentales de la familia Cabot. Su primo, Thomas Dudley Cabot, era expresidente de la Unión de Frutas que operaba en Cuba en la época de Batista y que era subsidiaria de la Union Fruit Co., y había ofrecido su barco para encubrir a la CIA durante el episodio de la fallida invasión de Cuba con el desembarco en playa Girón. Otro de sus primos era Alexander Cochrane Forbes, también directivo de la compañía Unión de Frutas y miembro del Consejo de Administración de la Cabot & Forbes Co. A su vez Ruth Hyde Paine tenía lazos familiares cercanos con la familia Forbes. Tanto Allan Dulles (director de la CIA entre 1953-1961) como Joe McCloy, formaron parte del grupo de directivos y accionistas de la Unión de Frutas. La familia Paine tenía contactos con miembros de la antigua OSS y de la CIA.

Después de que los soviéticos aplastasen a los alemanes en la batalla de Kursk en 1943, la mayor batalla entre carros de combate de la Historia, los dirigentes nazis empezaron a pensar en su futuro ante la inminente derrota militar, que se confirmó con el desembarco aliado en Normandía en junio de 1944. Como desde antes de la declaración oficial de guerra en diciembre de 1941, muchos oficiales nazis habían mantenido sus contactos en Estados Unidos a través de la OSS, no les fue difícil comunicarse con ellos con la suficiente antelación para asegurarse la forma de salir de Alemania y evitar caer en manos de los soviéticos.

Entre los que contactaron con la OSS había personajes tan destacados como Albert Speer, el arquitecto de Hitler y el general Dornberger. Ambos ya habían mantenido un encuentro en abril de 1943, cuando era obvio que Alemania iba a ser derrotada por la Unión Soviética, y establecieron minuciosos procedimientos y protocolos de actuación para tener “hechas las maletas en cinco minutos” y poder abandonar Alemania con rumbo a Estados Unidos. El encuentro se produjo en Peenemunde, la fábrica de misiles y cohetes V-1 y V-2 en la costa báltica dirigida por Werner von Braun, quien posteriormente dirigiría todo el programa espacial de la NASA en Houston, Texas, que se convirtió en la “Tierra Prometida” del reagrupamiento nazi después de la guerra. 

(Continuará…)

El discurso del rey

Eduardo VIII fue rey de Inglaterra solamente durante 326 días, desde la muerte de su padre, Jorge V, el 20 de enero de 1936, hasta su abdicación el 11 de diciembre del mismo año. El nuevo rey deseaba casarse con su amante, Wallis Simpson, con la que ya vivía. Wallis era una divorciada estadounidense que residía en Inglaterra, y que tenía, además de unas manifiestas ínfulas de convertirse en reina, un turbulento pasado y una pésima reputación en sus relaciones con los hombres, habiéndose divorciado ya dos veces. Como se daba la circunstancia de que el monarca británico es también el jefe de la Iglesia anglicana, varios dignatarios religiosos y gubernamentales no aprobaban una unión entre el rey y la señora Simpson. Pero Eduardo decidió casarse con Wallis a pesar de las abundantes objeciones. El resultado fue que después de unos doce meses como rey, abdicó. Anunció su decisión y reafirmó su amor por Wallis Simpson en un discurso radiofónico a la nación el mismo día. Cuando Wallis se enteró de la renuncia de Eduardo al trono, tuvo un ataque de ira, porque ella deseaba convertirse en reina.

La pareja se exilió en Francia donde se casaron el 3 de junio de 1937 y la ambiciosa Wallis tuvo que contentarse con el título de duquesa de Windsor, pero no consiguió ser reina. Bien, ésa es la historia oficial, que resumida vendría a ser que el 10 de diciembre de 1936, Eduardo VIII renunció al trono de Inglaterra para casarse con Wallis Simpson. Sin embargo, hoy se empieza a aceptar el hecho, negado durante mucho tiempo por las autoridades y los historiadores británicos, de que un amplísimo sector de la aristocracia inglesa era abiertamente favorable a las tesis nazis, y creían necesario un entendimiento con los alemanes, empezando por el propio rey Eduardo VIII, siendo ése el auténtico motivo por el que fue obligado a abdicar. Pero no es menos cierto que quien introdujo las bondades del nazismo en la egregia cabeza del príncipe, y futuro rey de Inglaterra, fue la señora Wallis Simpson, de marcadas tendencias filonazis, y de la que existen varias fotografías saludando efusivamente a su admirado Adolf Hitler.

Dejemos ahora a Wallis y a Eduardo, para fijarnos en otro suceso de la Segunda Guerra Mundial escasamente abordado o, por decir más, deliberadamente ocultado. Parece algo inconcebible pero, el 10 de mayo de 1941, con Francia derrotada y un mes antes de iniciar la campaña contra la Unión Soviética, el lugarteniente del Führer, Rudolf Hess, voló solo a Escocia para encontrarse supuestamente con el duque de Hamilton, y negociar la paz con Gran Bretaña por separado. Hitler quería tener las manos libres para concentrar todos sus esfuerzos en la campaña de Rusia. Pero los ingleses no estaban por la labor, sabían que si los alemanes derrotaban a la Unión Soviética la posición de predominio que todavía conservaba Gran Bretaña en el mundo habría llegado a su fin. Hess fue capturado y, tras escuchar su propuesta, el primer ministro británico Winston Churchill se negó a considerarla y lo encerró en prisión. Finalizada la guerra, y después de los juicios de Núremberg contra los criminales de guerra alemanes, el antiguo lugarteniente de Hitler fue encarcelado en solitario en la cárcel de Spandau.

Hess falleció en 1987 víctima de un extraño y conveniente suicidio, apenas dos años antes de producirse la caída del Muro de Berlín. Sin duda Hess podría haber contado bastantes cosas interesantes acerca de los representantes de algunas casas reales europeas afines al régimen nacionalsocialista, empezando por el ex rey de Inglaterra, Eduardo VIII. Estos influyentes personajes formaban parte de lo que el presidente Woodrow Wilson definió en 1918 como la “diplomacia secreta” cuando presentó ante el Congreso sus 14 Puntos para logar la paz en Europa en la anterior guerra. En 1940, igual que en 1915, Winston Churchill deseaba provocar la intervención de Estados Unidos en la guerra europea, único modo de derrotar a Alemania. Y fue por eso por lo que Rudolph Hess jamás salió de prisión y desde el principio los ingleses pusieron mucho empeño en etiquetarlo de loco. Hess había volado a Inglaterra para ofrecer la paz a Winston Churchill y éste rechazó su propuesta.


El príncipe Bernardo de Holanda
Bernhard von Lippe Biesterfeld (de origen alemán) más tarde conocido como el príncipe Bernardo de Holanda, era primo político de la princesa Victoria de Hoehenzollern, hermana del káiser Guillermo II de Alemania, y a él se debe la fundación del llamado Club Bilderberg en 1954.

Pero mucho antes de fundar este célebre y elitista club que defiende a ultranza las supuestas bondades del libre mercado, el príncipe Bernardo de Holanda fue un miembro destacado del Partido Nacionalsocialista (NSDAP) con carné de afiliación número 02383009, fecha oficial de ingreso del 1 de mayo de 1933 y fecha de renuncia a su militancia del 8 de enero de 1937, precisamente para contraer matrimonio con la entonces princesa Juliana de Holanda. Su dimisión fue acompañada con una carta de despedida dirigida al Führer en la que estampaba su firma después de escribir un emotivo «Heil Hitler!».

No obstante, el príncipe Bernardo fue nuevamente reclutado por los servicios secretos nazis durante la guerra. Así, el SS Bernhard von Lippe Biesterfeld, trabajó activamente como directivo en la compañía química alemana I.G. Farben, la productora del gas letal Zyklon-B utilizado en las cámaras de gas de los campos de exterminio nazis. Bajo las órdenes de Bernhard von Lippe Biesterfeld, la I.G. Farben alemana y sus socias comerciales, la compañía química británica ICI (Imperial Chemical Industries) y la petrolera norteamericana Standard Oil of New Jersey, prosiguieron con sus negocios al margen de la situación de guerra existente entre sus respectivos países: Gran Bretaña y Estados Unidos de un lado, y Alemania del otro.

Después de la guerra, el príncipe Bernardo se convirtió en destacado accionista de la petrolera angloholandesa Royal-Dutch Shell y en el fundador y principal impulsor del Club Bilderberg con el loable propósito de estrechar lazos entre Europa y los Estados Unidos y trabajar por la paz. Por supuesto, a nadie se le ocurrió preguntarle cuál había sido exactamente su actividad para la I.G. Farben durante la guerra. El príncipe Bernardo vivió discretamente, dentro de su opulencia, hasta que en 1976 su insigne nombre saltó a las primeras planas de todos los periódicos del mundo por haber aceptado sobornos de la compañía aeronáutica norteamericana Lockheed para que influyera en las Fuerzas Aéreas de su país a la hora de escoger los aparatos que ésta les ofrecía para dotar a sus escuadrones. El avión en cuestión era un caza llamado «Starfighter», pero al que los pilotos habían apodado «ataúd volador» dado el gran número de accidentes mortales que habían sufrido sus pilotos en otros países aliados. El príncipe Bernardo murió en diciembre de 2004 y pidió ser enterrado con su perrito de peluche, un recuerdo de su infancia.