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viernes, 12 de noviembre de 2010

¿Por qué asesinaron a Kennedy? (13)

Después de su periplo soviético en Minsk, al regresar a los EEUU, Oswald y su esposa Marina son recibidos con los brazos abiertos por la comunidad de bielorrusos exiliados en Dallas y Fort Worth, el reducto más ultraderechista y ferozmente anticomunista de Estados Unidos. La Organización conocida como AFABN (Amigos Americanos de las Naciones del Bloque Anti Bolchevique) sufragada por la CIA y dirigida por un tal Maydell, recibió calurosamente a Oswald y a su esposa Marina, y los ayudaron a establecerse confortablemente en Fort Worth, Texas. En este período inicial el matrimonio Oswald prácticamente viven en casa de George De Mohrenschildt y su esposa Jeanne LeGon, socia de un tal Abraham Zapruder, el hombre que se haría famoso por filmar casualmente y de forma magistral, pues estaba perfectamente situado, en alto, sobre un pilar o bloque de piedra, el asesinato del presidente John F. Kennedy. ¿Estaba Zapruder involucrado también en la conjura?

Regresemos con el inquietante conde George De Mohrenschildt. Enseguida acude a nuestra mente una pregunta: ¿qué hacia este millonario snob compartiendo su hogar con unos desheredados como el matrimonio Oswald?

El conde George De Mohrenschildt, amigo entonces de un tal George Herbert Bush, formaba parte de la élite empresarial petrolera de Texas. A partir de octubre de 1962, De Mohrenschildt se convierte en el mejor amigo de Lee Harvey Oswald en Fort Worth. A sugerencia de De Mohrenschildt, Oswald decide mudarse primero a Dallas y después a Nueva Orleans donde se convierte nuevamente en un activista de izquierdas, marxista-leninista, y se une al movimiento Fair Play for Cuba Committee de la mano de Guy Banister, ex agente del FBI y vinculado con David Ferrie, de la CIA, y un tal Carlos Marcelo, que falleció de un misterioso ataque cardíaco en junio de 1964. Oswald entra a formar parte del grupo.

Marina testificaría más tarde que el 12 de abril de 1963, su esposo Oswald intentó asesinar al general Edwin Walker, líder político de la ultraderecha segregacionista texana y en cuyas filas militaban varios criminales de guerra, antiguos SS y demás miembros del Partido Nazi, como Helmut Streikher o el propio De Mohrenschildt. Luego, cabe suponer que el atentado contra Walker fue un “montaje” para publicitar a Oswald como un acreditado activista marxista-leninista, al tiempo que el general Edwin Walker se presentaba como una “víctima” inocente ante la opinión pública. Un “hombre bueno” al que había intentado asesinar el mismo “hombre malo” que había asesinado al presidente Kennedy.

La relación de Ruth Paine con el matrimonio Oswald es muy significativa, sobre todo porque su marido trabajaba en Bell Helycopters, la empresa aeronáutica al borde de la quiebra financiera a principios de los años sesenta, y que durante la guerra de Vietnam se reflotó fabricando el famoso helicóptero UH-1 Huey. Además, cuando el fiscal general de Nueva Orleans, Jim Garrison, investigó el asesinato del presidente y solicitó estudiar las declaraciones de renta de la familia Paine, curiosamente, no se lo permitieron, cuando legalmente estaban obligados a hacerlo. ¿Qué quiere decir esto? Que los Paine trabajaban muy probablemente para la comunidad de la inteligencia militar y que sus cuentas podían reflejar ingresos irregulares difíciles de justificar y, a través de los cuales, un investigador contumaz como Garrison, podía tirar del hilo.

Como ya hemos apuntado, el ‘desertor comunista’ Oswald entra a trabajar, sin ningún problema, gracias a Ruth Paine y a sus amigos bielorrusos en la compañía Yaggars, una empresa que realiza servicios cartográficos y confecciona mapas para las Fuerzas Aéreas de los EEUU: ¡un trabajo imposible para un desertor de los marines y declarado activista comunista!

Después Oswald empieza a trabajar en la empresa cafetera de un famoso empresario y activista anticomunista cubano afincado en Nueva Orleans. Cuando en 1967 Jim Garrison investigó a los compañeros que habían trabajado allí con Oswald, en busca de información que pudiera ser reveladora para el caso del asesinato de Kennedy, descubrió que “todos y cada uno” de los empleados que habían trabajado en la misma línea de producción con Oswald en la empresa cafetera, estaban entonces trabajando en la NASA, o para empresas subsidiarias de ésta. ¡Nada menos que en la misma Agencia Aeroespacial de los Estados Unidos! ¿Es esto casualidad? ¡Imposible!

Hay que tener en cuenta algunos factores para comprender esto que parece tan desconcertante a primera vista: estamos hablando de la Inteligencia Militar, de la CIA, de la NIS (Naval Intelligence Service), de la NSA (National Security Agency) y del FBI, ente otros servicios secretos que manejan vidas y esfuerzos con una facilidad impresionante; hablamos de operaciones encubiertas, de alianzas entre las variopintas comunidades de cubanos exiliados, algunos de ellos antiguos hampones y delincuentes comunes, de rusos blancos anticomunistas, criminales de guerra nazis, mafiosos judíos e italianos de Chicago y de otras partes, de empresarios corruptos y hombres de negocios sin escrúpulos. Pero todos se mueven por un objetivo común: recuperar Cuba para proseguir allí con sus negocios sucios como lo hacían antes de la Revolución. Los ideales políticos no tenían nada que ver en todo este asunto. Se trataba de negocios sucios, pero que generaban ingentes cantidades de dinero.

Con Oswald estaban creando un culpable creíble desde hacía bastante tiempo con la intención de utilizarlo en un previsible atentado contra Kennedy, o cualquier otro personaje incómodo; acaso por aquel entonces todavía no tenían definido el papel que iba a jugar Oswald en la conjura, o de qué forma llevarían a cabo el asesinato. Da igual, él era un militar y cumplía órdenes. No importaba qué le hubiesen dicho, él siempre haría lo que le hubiesen ordenado.

¿Por qué todos sus compañeros en la empresa cafetera cambiaron de trabajo y todos acabaron en la NASA? Pues porque todos eran agentes de los servicios secretos o de alguna manera estaban relacionados con la extensa red de la comunidad de inteligencia, y alguien vio el peligro de esas relaciones si algún día, como más tarde ocurrió, a algún juez o fiscal “puntilloso” le daba por investigar el caso a fondo. ¿Por qué Hacienda no permitió a Jim Garrison investigar las declaraciones de renta de Ruth Paine? Pues porque sería muy difícil ocultar los ingresos no declarados en el transcurso de una investigación o de una auditoría rutinaria. El fraude fiscal es uno de los delitos más perseguidos en los Estados Unidos. Tal vez, el que más.

Ruth Paine fue quien le consiguió el trabajo a Lee Harvey Oswald en el depósito de libros pocas semanas antes del atentado, según constató la propia Comisión Warren. Asimismo, se modificó el recorrido de la caravana presidencial la noche antes de la visita de Kennedy, para que ésta discurriese cerca del almacén de libros escolares donde Oswald trabajaba, concretamente en el sexto piso. Aunque, como veremos después, los disparos se realizaron desde el quinto piso. Es imposible pensar que ni el FBI, ni los servicios secretos hubiesen puesto bajo vigilancia a un individuo como Oswald si era quien pretendía ser: un fanático activista marxista-leninista que además, siempre supuestamente, había comprado por correo un fusil semiautomático con mira telescópica.

Son tantas las pruebas que demuestran que había una conspiración para asesinar a Kennedy cuidadosamente planeada, que resulta difícil no creerlo. Si Oswald hubiese sido el asesino solitario, si hubiese sido cierto que la CIA, el FBI, el servicio secreto y la Policía de Dallas habían sido capaces de demostrar una incompetencia tan manifiesta como inexplicable, siendo tan eficaces cuando querían serlo, entonces ¿por qué Oswald no disparó cuando la caravana subía por la avenida Houston? Era el sitio idóneo para hacerlo, frontalmente, después de haber desacelerado la limusina en el cruce con la calle Main, y además, hubiese tenido tiempo para volver a disparar, al menos un disparo más, con el viejo fusil de cerrojo Mannlicher-Carcano que se dijo que había empleado. Pero no, la clave era Elm Street, porque allí habría un fuego cruzado de tres tiradores del cual Kennedy jamás saldría vivo. Cualquier francotirador de las Fuerzas Especiales o de la Policía, hubiese confirmado que esa habría sido la opción elegida, un equipo de tres francotiradores, estableciendo un fuego cruzado sobre el objetivo.

Más elementos: cuando –según la CW–, Oswald realizó el primer disparo, que además falló, entre la caravana de Kennedy y el 6º piso del depósito de libros, se interponían unas encinas tejanas, árboles que estaban florecidos totalmente y cuyo follaje, al dificultar la visión o anularla, impedía como mínimo el primer disparo realizado supuestamente desde el 6º piso del almacén de libros, donde se encontraba Oswald trabajando. La CW pasó por alto todo esto, además de otros muchos detalles.

¿Cómo sabemos que el primer disparo concuerda con la imposibilidad de visión? Por Abraham Zapruder que grabó toda la secuencia del asesinato en una película de súper 8 mm que ha dado la vuelta al mundo gracias a Jim Garrison, que fue quien la extrajo del baúl de los recuerdos de la revista Time-Life. ¿Cómo podía ser que una película así hubiese sido escamoteada a la opinión pública mundial durante más de cinco años? Muy fácil: las imágenes filmadas desmontan, fotograma a fotograma, toda la falsa estructura pergeñada por la Comisión Warren para encubrir el asesinato. Pero dejemos el análisis detallado de la película de Zapruder para más tarde.

Lee Oswald era un tirador mediocre, su especialidad en los Marines eran las telecomunicaciones y el servicio de radios y radares. Todos sus compañeros marines interrogados por la Comisión Warren así lo testificaron, igual que sus pruebas de tiro registradas en su expediente militar. Todos ellos también dijeron que jamás habían oído a Oswald hacer ninguna declaración política, ya fuese ésta a favor o en contra de Fidel Castro, del comunismo o de nada parecido. Todos menos uno, que, claro está, fue el que la Comisión Warren utilizó profusamente para dar credibilidad al supuesto fanatismo marxista-leninista de Lee H. Oswald.

Mientras que las declaraciones del resto de sus compañeros pasaron sin pena ni gloria por las conclusiones de la Comisión Warren, la de este testigo ocupa hojas y hojas, algo muy curioso. En una investigación tan seria como ésta tiene más importancia lo que diga uno que lo que digan 7 u 8, pero lo asombroso no acaba ahí. Lo definitivamente demoledor es que cuando el fiscal Jim Garrison, extrañado por la providencial comparecencia de este testigo tan “oportuno” para inculpar a Oswald y la utilización que la Comisión Warren hizo de su acusación, quiso contactar con él para investigar y verificar todo lo que había declarado a la Comisión, ¡le encontró trabajando para la NASA!

El episodio del Oswald tirador y su inculpación tienen una importancia vital para el caso. Como ya hemos señalado, Oswald fue interrogado sin abogado durante más de doce horas y en ese interrogatorio se le mostró la famosa fotografía (encontrada en el registro de su casa) en la que aparece él con un fusil, un revólver y un periódico. Los especialistas en el tema aseguran que se trata de un montaje, como así lo declara el propio Oswald, que sabe de fotografías, puesto que había trabajado para Yaggars, la empresa cartográfica que proveía de mapas al Ejército y revelaba las fotografías de los aviones espías Lockheed U2. Resulta extraño que Oswald posara en una fotografía con un fusil y un periódico, como queriendo decir: “esta es el arma homicida y esta es la prueba”. Los que quisieron inculparle con este montaje fueron demasiado concienzudos en su empeño por “demostrar” la culpabilidad de Oswald, y quien se empeña en demostrar demasiadas cosas al mismo tiempo, al final no demuestra ninguna.

Además, el fusil Mannlicher-Carcano, que según la Comisión Warren fue el arma utilizada por el homicida, había sido comprado por correo supuestamente por Oswald poco antes del atentado en Dallas. La compra se efectuó a nombre de A. J. Hidell, uno de los alias de Lee Harvey Oswald.

Resulta insólito que Oswald, si fue realmente el “asesino” que se pretendió hacer creer, se hubiese complicado tanto la vida. En aquella época en Dallas, era más fácil comprar un arma en una tienda que por correo. Bastaba con entrar en una armería y pagar el arma, ya que no era necesario identificarse. Sin embargo, al comprarla por correo, era necesario contratar un apartado postal e identificarse en la correspondiente ficha del Servicio de Correos, bien con el nombre verdadero o bien con uno falso, como lo hizo: A. J. Hidell, fuera quien fuese este evanescente individuo. A la hora de recoger el fusil, el destinatario debía identificarse, bastaba con mostrar el carné de conducir.

Si Oswald había dado un nombre falso (A. J. Hidell) lo hubiesen descubierto en el momento de ir a recoger el arma en la oficina de correos. Si tenía la intención de asesinar al presidente, sabía que comprando el fusil por correo sería fácilmente identificado y, en consecuencia, localizado y arrestado por la policía después del magnicidio. Por lo tanto, ¿por qué escogió este método para procurarse el arma? Muy sencillo, porque el fusil no lo compró él. Alguien compró el fusil usando su alias y fue a recogerlo en su nombre: Oswald sólo era un peón prescindible en el tablero de la conjura, el “culpable” al que debía encontrar la policía y del que se desharían oportunamente, antes que todo el castillo de naipes se desmoronase.

Cuando el fiscal de Nueva Orleans, Jim Garrison, investigó en la oficina de correos quién había ido a recoger el fusil encargado por A. J. Hidell, la ficha había desaparecido. Ni los propios funcionarios del Servicio Estatal de Correos se lo explicaban.

A pesar de ser un pésimo tirador, y de disparar con un fusil tan inadecuado (el Mannlicher-Carcano era conocido por los militares como ‘el humanitario’ porque difícilmente acertaba en el blanco) resulta que el fusil es enviado a los laboratorios del FBI en Washington para que los expertos busquen las huellas del tirador impresas en el arma. Allí nadie encuentra nada, pero 4 días más tarde, después de que todos los especialistas en la materia hayan buscado las huellas dactilares de Oswald sin éxito, resulta que un policía de Dallas encuentra una huella suya en el fusil, cuando Lee Harvey Oswald ya había sido asesinado por Jack Ruby. Lo más escandaloso del asunto es el modo en que se desarrollaron los acontecimientos: la Policía de Dallas irrumpió con el fusil en el depósito de cadáveres donde se encontraba el cuerpo de Oswald. Según ellos: para comparar huellas. Poco después de abandonar el depósito de cadáveres es cuando se hace público el descubrimiento de la huella dactilar incriminatoria de Oswald en el fusil supuestamente empleado para asesinar a Kennedy. La Policía de Dallas había triunfado donde los especialistas del FBI en Washington, los más preparados y equipados del mundo, habían fracasado, al no encontrar una miserable huella de Oswald tras cuatro días de exhaustivas pruebas y análisis.

Igualmente, las pruebas de nitrato realizadas a Oswald el mismo día del asesinato, unas sencillas pruebas que realiza la policía de forma rutinaria a todos los sospechosos de asesinato, y que de forma muy fiable establecen si alguien ha disparado un arma de fuego, en función de los restos químicos que se impregnan en la piel después de realizar el disparo, demostraron que Oswald no disparó un arma de fuego el viernes 22 de noviembre de 1963, tal y como demuestran las propios datos de la policía. Tampoco se encontró huella alguna hasta 4 días después, como lo reconoce la propia Comisión Warren y cuando, para rematar el asunto, el FBI utilizó a sus mejores expertos en balística para reconstruir el asesinato, el primero de ellos, un reputado tirador de élite, advirtió inmediatamente que la mira telescópica del fusil estaba mal ajustada. ¿Cómo pudo entonces Oswald, pésimo tirador, acertar a un blanco en movimiento con un fusil anticuado y con la mira telescópica desajustada?

Pero hay más: según la propia CW, Oswald realizó los tres disparos en 5,7 segundos. El Mannlicher-Carcano era un fusil de cerrojo y, por lo tanto, debía ser recargado después de cada disparo. Ninguno de los tres tiradores expertos del FBI que reconstruyeron el atentado pudo bajar de los 7 segundos. Además hay que tener en cuenta otro factor primordial: aquí el primer disparo falla, mientras que el último, el mortal, es el más certero. Hubiera sido más probable que el primero fuera el más efectivo, pues es el primero y el tirador está más preparado, no el último, cuando según el cronómetro no hay tiempo para recargar, apuntar y disparar, y mucho menos para un tirador tan deplorable como Oswald.

Sin embargo, a pesar de todos estos datos contradictorios, que planteaban numerosas dudas sobre la autoría del asesinato, y de que buena parte de la información procedía precisamente de las investigaciones oficiales realizadas por la propia CW, que las recoge y expone en sus 26 tomos, los que debían esclarecer la autoría y las circunstancias del asesinato, la ignoraron. Para ellos estaba claro que Lee H. Oswald fue el asesino solitario que acabó con la vida del presidente Kennedy en Dallas.

Para terminar con este asunto del arma, añadir sólo que las tres vainas o camisas metálicas de los cartuchos supuestamente disparados por el fusil fueron encontrados ordenadamente, las tres colocados cuidadosamente en paralelo, cuando cualquiera que haya disparado con un fusil de cerrojo sabe que éste expulsa las vainas desordenadamente, del mismo modo que lo hace un arma semiautomática. No caen ordenadamente para depositarse en el suelo en paralelo. Un fotógrafo de Dallas fotografió, pocos minutos después del atentado, a un policía que bajaba del depósito de libros con un fusil Máuser, un modelo diferente al Mannlicher-Carcano que la Comisión Warren califica como el arma utilizada en el asesinato. También hay constancia de que el primer policía que encontró el fusil en el sexto piso del almacén donde trabajaba Oswald, declaró que se trataba de un Máuser alemán de alta precisión (este policía, citado por el fiscal Jim Garrison, era un experto cazador y tenía una tienda de armas en Dallas donde vendía y reparaba fusiles, escopetas y carabinas, por lo que sabía muy bien de lo que hablaba. ¿Dónde está ese fusil Máuser? ¿Fue realmente el arma, o una de las armas asesinas? A estas alturas todo eso ya da igual, como que el fotógrafo de Dallas que tomó esas instantáneas, las del policía portando el fusil Máuser (no el Mannlicher-Carcano) muriera en extrañas circunstancias y que sus fotos jamás fuesen publicadas ni consultadas por la CW.

Tampoco nadie en la Comisión Warren hizo caso al trabajador del depósito de libros que aseguró haber visto a Oswald un minuto antes del tiroteo comiendo en el segundo piso del almacén. O a otra empleada, una secretaria, que dijo haberle visto tomando un refresco en la cafetería del edificio. Para ser el asesino, Oswald tenía poca prisa. Otras dos trabajadoras del almacén, que se encontraban en el quinto piso, dijeron que tras oír los disparos bajaron por la escalera y que en ningún momento se cruzaron con Oswald corriendo, como debería haber sido, para que coincidiesen los disparos hechos supuestamente por él desde el sexto piso, con la sucesión cronológica de los mismos establecida por la Comisión Warren.

Dos minutos, como mucho, después del tiroteo, un policía de Dallas llamado Marrion Baker entró en el edificio y vio a Lee Harvey Oswald en el segundo piso (el mismo lugar donde había sido visto instantes antes de producirse los disparos). Oswald estaba tranquilo, no jadeaba como si hubiera corrido, además de subir y bajar escaleras, y estaba tranquilamente sentado bebiendo un refresco. Si era el asesino, desde luego no tenía demasiada prisa por huir.

¿Cómo podía sostener la Comisión Warren que Oswald realizó tres disparos en 5,7 segundos con un fusil de cerrojo y con la mira telescópica mal ajustada sobre un blanco en movimiento? Dejando después las vainas de los cartuchos bien alineadas, corre hasta el otro extremo del sexto piso, limpia sus huellas del fusil y lo esconde debajo de unas cajas. Después sale corriendo escaleras abajo sin ser visto por nadie, llega al segundo piso y, sin jadear, tan tranquilo, se compra un refresco y sale del edificio varios minutos después por la puerta principal, que aún no había sido precintada por la Policía de Dallas y demás Fuerzas de Seguridad. Y todo eso en menos de dos minutos.

Después está el episodio del asesinato del policía Tippitt. Según varios testigos del crimen, ninguno pudo reconocer a Oswald como el asesino, ni siquiera el que mejor llegó a verle, Domingo Benavides (cuyo hermano, como tantos otros testigos, murió asesinado en extrañas circunstancias).Tampoco otra testigo, Achilla Clemonds, fue capaz de identificar a Oswald. El primer policía que acudió al lugar del asesinato encontró cuatro cartuchos: según la Comisión Warren, Oswald había disparado con un revólver. Una de las diferencias básicas entre un revólver y una pistola, es que en el caso del primero, los cartuchos vacíos, después de haber disparado la munición, permanecen en el tambor del mismo, en cambio en una pistola, como en cualquier arma semiautomática, las vainas son extraídas y expulsadas fuera de la recámara, una vez se ha efectuado el disparo. El tambor o cargador de un revólver debe abrirse para extraer las vainas vacías, generalmente, cuando se ha terminado la munición, y se extraen de una vez. Resultaría extraño que Oswald, si utilizó un revólver, y vació el cargador del mismo sobre Tippitt, se hubiese quedado allí para vaciar el tambor, arrojando las vainas al suelo, y recargarlo, introduciendo los cartuchos uno a uno. El proceso de recarga de un revólver es más lento y laborioso que el de una pistola semiautomática; se extrae el cargador vacío y se introduce otro lleno.

Pero esto no es todo. Si fue realmente Oswald quien asesinó al policía Tippitt (aunque nadie le reconoció como el asesino) si usó un revólver (cuando todo indica que se utilizó una pistola) entonces, ¿por qué los 4 cartuchos presentados por la Comisión Warren no son los mismos que encontró el primer policía que llegó al lugar del crimen? ¿Y cómo lo sabemos? Pues porque ese policía marcó las vainas de los cartuchos con sus iniciales (PW) y luego estas marcas no aparecen en las vainas presentadas a la Comisión Warren. Además, para el policía, las camisas de los cartuchos que encontró eran diferentes a los que luego le presentó la Comisión Warren.

El asesinato de Kennedy tuvo lugar un viernes, y el domingo Oswald era asesinado por un tal Jack Ruby, un conocido hampón y proxeneta de la ciudad de Dallas, que regentaba un local nocturno de streeptease al cual acudían la mayoría de policías de la ciudad, que solían compartir mesa con bribones, pillos y delincuentes comunes. Todo eso fue confirmado por varias bailarinas del local como Nancy Hamilton, que aseguró que la mayoría de los policías de Dallas, al menos tres cuartas partes, habían pasado en algún momento por el club de Jack Ruby, y que éste contaba con muchos “amigos” entre la Policía Local. Es imposible dirigir un local como el de Ruby sin contar con “amigos” entre la Policía, en el Ayuntamiento y en la Administración de Justicia, como poco.

Solo así se entiende, aunque la Comisión Warren lo negase obstinadamente, cómo Jack Ruby pudo acceder aquel domingo al aparcamiento de la Comisaría y asesinar a Oswald impunemente. Ruby aseguró que lo hizo por venganza, pero resulta extraño a primera vista que un proxeneta y reconocido mafioso, sea tan “patriótico” como para tomarse la justicia por su mano y asesinar al asesino del presidente. Jack Ruby sólo era una pieza más del monstruoso rompecabezas.

Ruby asesinó a Oswald de un disparo en el pecho utilizando un calibre 38 (el calibre habitual de la mafia). ¿Cuál fue el papel de Ruby? Está claro: hacer callar para siempre a Oswald. La investigación que Garrison reabrió en 1967 demostró que Oswald era también otro de los habituales en el Carrousel, el local de Jack Ruby, que ambos se conocían desde hacía tiempo y que había más gente sospechosa (que luego veremos) clientes habituales (no olvidemos que el local estaba cada noche lleno de policías). Pero, ¿investigó todo esto la Comisión Warren? ¡No!

No hace falta decir que varias bailarinas del local murieron asesinadas, o en extrañas circunstancias, como más de cuarenta testigos y personas involucradas de una u otra forma en el asesinato de Kennedy: Oswald, Ruby, De Mohrenschildt, Clay Shaw, David Ferrie, periodistas, bailarinas, testigos oculares, etcétera. Y resulta obvio, en realidad lo fue desde el primer momento, que se trató de una trama urdida al más alto nivel. Aunque los ejecutores finales, los peones del escalafón, acabasen siendo agentes de la CIA, policías corruptos, mafiosos, hampones, golfos y proxenetas como Jack Ruby. Y queda claro desde el primer momento que hubo una conspiración policial. Nada de todo eso podría haberse hecho, ocultando con tanta facilidad algunas pruebas, de no haber contado con la complicidad policial, al menos de una buena parte de ella y de los servicios secretos.

La mayoría de los testigos oculares que se encontraban en la plaza Dealey, y varias de las personas que podían aclarar muchos aspectos del asesinato de Kennedy, fueron despareciendo misteriosamente. Los casos más comunes fueron: accidentes en carreteras solitarias o atropellos con vehículos que se dieron a la fuga y que jamás fueron localizados; cáncer no detectado, cuellos rotos con extrañas contusiones, disparos, suicidios tan curiosos como el de David Ferrie, que escribió una carta de suicidio, a máquina, no a mano, y luego la autopsia oficial amañada demostró que había muerto por causas naturales al sufrir una especie de infarto. La autopsia original señalaba que tenía el cuello roto.

La cifra mayor de muertos se dio entre los años 1963 y 1965, o sea, poco después del asesinato y luego en 1967, inmediatamente después de reabrir el caso Jim Garrison. Y ya más tarde, en el 1976, después de iniciarse las investigaciones del Comité de Asesinatos del Senado. Fue además por esa época cuando el polémico editor de las revista Hustler, Larry Flynt, ofreció una recompensa de un millón de dólares para quien aportase información sobre los asesinos de Kennedy. Poco después, el editor y su abogado sufrían un atentado que dejaba a Flynt paralítico de por vida. Jamás de atrapó al autor. La policía y el FBI aún mantienen la teoría de otro loco solitario.

Regresemos a noviembre de 1963. Jack Ruby era un mafioso de segunda fila, y por designación de sus jefes a él le tocó el encargo de acabar con Oswald. Luego fue encarcelado y se pudrirá en la cárcel durante tres años hasta que un día le visitó el juez Warren. Allí, ante testigos dice: “si me lleva a Washington a testificar lo diré todo. Aquí no puedo hablar porque me matarán”. Luego una periodista le pregunta: “¿puede decirnos qué pasó en el asesinato?” A lo que Ruby contesta: “Esa pregunta debería hacérsela al actual presidente, Lyndon Johnson”. La periodista, sorprendida, le replica: “¿me lo podría repetir?” A lo que Ruby contesta: “Lo que le he dicho, que si Johnson no hubiera sido el vicepresidente, ahora Kennedy seguiría vivo”.

Jack Ruby moriría unos días después de haber mantenido esta entrevista a causa de un “cáncer” que jamás se le había diagnosticado. Nunca se le practicó la autopsia. Jack Ruby se llevó sus secretos a la tumba. Al cabo de un tiempo le acompañó la misma periodista que le había entrevistado en la cárcel, y que decidió seguir investigando sobre la base de los indicios que Ruby le había sugerido acerca de una conspiración que involucraba al propio presidente de los Estados Unidos: Lyndon Johnson.

(Continuará...)

¿Por qué asesinaron a Kennedy? (12)

El viernes 22 de noviembre de 1963, a las 12:30 horas exactamente, el 35 presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy caía asesinado en la limusina presidencial a la altura de la plaza Dealey de Dallas, Texas. Kennedy había viajado a Dallas como escala en su gira electoral con vistas a las presidenciales de 1964 y la idea de realizar un viaje en limusina descapotable a través de una ciudad tan hostil a Kennedy como era Dallas, no podía tener otro objetivo que el de congraciarse con el rico y poderoso estado de Texas. Además, a fin de cuentas, el vicepresidente Lyndon B. Johnson era tejano. En 1963 Dallas era un bastión republicano donde los rescoldos de la guerra civil aún no se habían extinguido y los sectores ultrarreligiosos protestantes gozaban de gran influencia. En Dallas se daban cita asociaciones extremistas como la John Birch Society, o los Minutemen, así como otros grupos supremacistas blancos y segregacionistas que estaban absolutamente en contra del programa de Kennedy para la integración racial de los afroamericanos y otras minorías étnicas.

En los días previos a la visita oficial del presidente habían sido repartidos por la ciudad más de 5.000 carteles con la foto de Kennedy (de frente y de perfil, como los delincuentes comunes) con la leyenda: «Se busca por traición». Para los extremistas de la ultraderecha, Kennedy estaba vendiendo el país a los comunistas y a los negros. El mismo día del atentado, estos grupos, que habían estado caldeando el ambiente contrario a la visita del presidente, compraron una hoja entera de publicidad en el diario segregacionista de la ciudad, el Dallas News, en la que se criticaba duramente al presidente. Tal era el clima de tensión que el jefe de la Policía de Dallas, Jesse Curry, compareció en la televisión local la misma mañana del viernes 22 de noviembre para hacer un llamamiento al civismo.

Por aquel entonces, hacía poco tiempo que el representante norteamericano en la ONU, Adlai Stevenson, había sido agredido en Dallas por grupos ultrarreligiosos en el día de las Naciones Unidas, porque acusaban al Gobierno de Estados Unidos de haberse vendido a la ONU, «instrumento de los comunistas».

Según el recorrido oficial previsto, la comitiva no debía pasar cerca del Depósito Municipal de Libros desde donde supuestamente disparó Oswald contra el presidente, sino que debía continuar por la calle Main hacia el puente Pontchartrain. Pero la ruta de la comitiva fue súbitamente modificada la noche anterior y nunca se ha sabido quién o quiénes tomaron la decisión de hacerlo: si fueron los servicios secretos encargados de proteger al presidente, o el alcalde de Dallas, Earle Cabell, hermano del ex vicedirector de la CIA, James Cabell, cesado por Kennedy tras el fracaso de la bahía de los Cochinos, o si fue el propio vicepresidente Johnson, que el día anterior se encontraba en Dallas, quien ordenó variar el recorrido en el último momento. Este dato es importante porque los diarios de Dallas, en su edición matinal, señalaban la dirección inicial del cortejo y no la modificada, lo que nos lleva a preguntarnos cómo sabía el tirador apostado en el almacén de libros que la limusina pasaría cerca de allí. ¿Se cambio la ruta la noche anterior precisamente para que así fuese?

Parece extraño que el Servicio Secreto encargado de la protección del presidente, así como el FBI y la Policía de Dallas, pasaran por alto las más elementales medidas de seguridad del recorrido en un vehículo totalmente descubierto, un cambio temerario de ruta, la inexistencia (según declaró el propio servicio secreto a la Comisión Warren) de agentes alrededor de la plaza Dealey, las numerosas ventanas abiertas durante todo el trayecto sin vigilancia alguna y que deberían haber permanecido cerradas.

Los propios manuales de instrucción del servicio secreto concernientes a la protección del presidente en los itinerarios indicaban el peligro de aquel recorrido en un coche descubierto por una ciudad tan hostil a Kennedy como lo era Dallas. En caso de haberse realizado, como se hizo, debería haber habido decenas de agentes de policía y del servicio secreto apostados en los puntos estratégicos del cortejo, como sucedía en todos los viajes presidenciales. Es inaudito que no hubiera ni un solo agente en toda la plaza y que el vehículo realizara aquellos giros tan raros (de Main Street a Houston y de Houston a Elm) cuando podía haber hecho ese trayecto en línea recta atravesando únicamente la calle Main. Estos giros, que no estaban previstos en el recorrido planificado inicialmente, provocaron el descenso de la velocidad de la limusina y, por lo tanto, convirtieron al presidente en un blanco fácil.

Los mismos manuales de instrucción del servicio secreto especificaban claramente que cualquier curva o giro que hiciera la comitiva presidencial en la ruta debía ser inspeccionada y asegurada convenientemente situando agentes en los puntos estratégicos.

A todo esto hay que unir un factor importante. Según la Comisión Warren, Oswald, un comunista convencido y desertor de la URSS al mismo tiempo, había sido el “único” capaz de efectuar tres disparos en menos de 6 segundos con un viejo fusil de cerrojo semiautomático contra el presidente desde el 6º piso del almacén de libros. El primer disparo habría sido el mejor, sin duda, pero después debía recargar el arma, apuntar y disparar en otras dos ocasiones. Es imposible hacerlo en ese corto margen de tiempo con un fusil de cerrojo. 

Este fue uno de los aspectos que jamás quedaron demostrados en la Comisión Warren, a pesar de que varios especialistas del Ejército y de las Fuerzas Armadas lo intentaron. Ningún tirador de élite lo consiguió, sin embargo, la Comisión Warren se empeñó obstinadamente, una y otra vez, en que ésa era la única explicación: que sólo hubo un tirador que fue el que realizó los tres disparos y que, además, el disparo mortal fue el tercero. Y en esa insistencia irracional en demostrar algo imposible, estuvo el primer indicio que animó en 1967 al fiscal general de Nueva Orleans, Jim Garrison a reabrir el caso. Por supuesto, no faltaron los que le tildaron de paranoico por empeñarse en demostrar su teoría de la conspiración contra el presidente John F. Kennedy.

Hoy, casi medio siglo después, son pocos los que ponen en duda que existió dicha conspiración para asesinar al presidente Kennedy, y que Oswald no fue más que un cabeza de turco como él mismo declaró poco después de su detención. Pero, desgraciadamente, como suele suceder, averiguar qué sucedió realmente aquel fatídico día en Dallas, interesa ya a muy pocos.

Tuvo que existir esa conspiración, si no fue así, de qué otro modo se explica que tanto la CIA, el FBI, el servicio secreto y la Policía de Dallas permitieran que la comitiva presidencial circulara a 12 kilómetros por hora sin protección debajo de la ventana donde trabajaba el mayor “comunista” declarado de Dallas: Lee Harvey Oswald. ¿Cómo puede el FBI reconocer ante la Comisión Warren que Oswald no había sido sometido a vigilancia preventiva antes y durante el viaje presidencial? ¿Por qué Jesse Curry, jefe de la Policía de Dallas, aparece en televisión pocas horas después del atentado diciendo que tiene constancia de que el FBI tenía controlado a Oswald y reaparece minutos después para desdecirse públicamente?

En plena Guerra Fría, se podían contar con los dedos de una mano los desertores del Ejército norteamericano emigrados a la URSS y después repatriados sin pasar por prisión. Menos todavía los que después llevaron una actividad política “pública” supuestamente marxista en Nueva Orleans. Y aún se entiende mucho menos que toda la comunidad de servicios de inteligencia norteamericana no vigilara a Oswald.

Por mucho menos, Edgar Hoover, todavía jefe del FBI, había arruinado la vida de intelectuales, artistas, actores, escritores y periodistas de prestigio tachándoles de “comunistas”. Y esa supuesta militancia marxista de Oswald es una de las claves de todo el asunto, el elemento que contradice los argumentos de la Comisión Warren (CW): Oswald no fue jamás un “auténtico” comunista, sino un agente de la CIA infiltrado en misiones de contraespionaje. ¿Cómo podía un marxista convencido simpatizar con el conde George De Mohrenschildt, un criminal de guerra nazi? Si Lee Harvey Oswald era realmente marxista-leninista ¿cómo pudo entablar amistad con varios bielorrusos antisoviéticos en Dallas? ¿Cómo pudo haber estado destinado como especialista de radar en Atsugi (Japón) una de las bases aéreas secretas mejor protegidas?

Pocos segundos después del atentado, decenas de testigos en la plaza Dealey corrieron hacia el montículo de hierba donde habían oído disparos. La policía de Dallas realizó varias detenciones de vagabundos sospechosos, pero lo curioso del caso es que ninguno de ellos fue llevado a las dependencias policiales, aunque sólo fuese para realizar una simple identificación rutinaria. Acababa de ser asesinado el presidente de los Estados Unidos, y esos sospechosos desaparecieron como por arte de magia. No fueron identificados ni interrogados, y jamás se volvió a saber de ellos. ¿Quiénes eran realmente y qué hacían en Dallas aquel día fatídico?

Pero, ¿cómo sabemos de esas detenciones? Pues por varios fotógrafos de Dallas que tomaron instantáneas de los sospechosos y nunca fueron publicadas. Tampoco la CW hizo nada con ellas, ni se preocupó tampoco por identificar a los detenidos.

El presidente ingresó cadáver en el Hospital Parkland Memorial de Dallas pocos minutos después del atentado, y a continuación, el vicepresidente Lyndon B. Johnson ordenó que la limusina, manchada de sangre y llena de pruebas, fuera limpiada por los agentes del servicio secreto en el aparcamiento de ambulancias del propio hospital. Resulta desconcertante que la máxima preocupación del vicepresidente Johnson, apenas 10 minutos después del asesinato de Kennedy, fuese limpiar el coche, no sólo por lo absurdo de la premura, sino también por lo escandaloso de aquella actuación realizada con la manifiesta intención de eliminar unas pruebas que podrían haber contribuido a esclarecer el caso.

Los médicos de Dallas que examinaron el cadáver determinaron que el impacto del proyectil que Kennedy había recibido en el cuello procedía de un disparo realizado de frente, afirmación que posteriormente entraría en contradicción con la teoría oficial de la Comisión Warren. Legalmente, según la Constitución y las leyes del estado de Texas, la autopsia debería haber sido realizada en Dallas, pero de repente estalló una discusión entre los médicos del Parkland y el servicio secreto sobre la custodia del cuerpo. Entre empujones, en medio de una auténtica reyerta, los hombres del servicio secreto se hicieron cargo del cadáver por la fuerza y lo embarcaron en el Air Force One, el avión presidencial, que despegó poco después con rumbo a Washington, para realizar allá la autopsia oficial. Durante el trayecto se produjo la toma de posesión del cargo del nuevo presidente, Lyndon Baines Johnson y fue en ese momento, durante 20 minutos, el único instante en el que Jacqueline Kennedy se separó del cuerpo de su marido. Este detalle sería relevante durante la investigación de la CW.

La autopsia oficial se efectuó en el Hospital Naval de Bethesda, cerca de Washington, y los tres patólogos que la realizaron, dirigidos por James Humes, eran cirujanos militares aunque sin experiencia en heridas por arma de fuego porque ninguno de ellos había entrado en combate. El resultado de la autopsia en Bethesda contradijo las declaraciones de los médicos de Dallas, los primeros en examinar las heridas.

Pocos minutos después del atentado, a eso de las 12:40, la Policía de Dallas transmite a sus agentes una descripción completa de un sospechoso que podría haber sido el autor de los disparos. Se trata de un hombre joven, de unos 30 años, 1,80 de estatura y pelo moreno liso. Según la Comisión Warren esta descripción concuerda con Oswald y se alertó a la Policía porque era el único empleado que faltaba en el depósito de libros. Esto es falso porque faltaban realmente más operarios, pero es igual, hacía tiempo que Oswald había sido designado como el infame ‘asesino solitario’ por una mano negra y todos los elementos empezaban a concadenarse y a conjugarse en su contra para incriminarle.

A las 12:45 Oswald llegó al apartamento que tenía alquilado a Aerlene Roberts, quien declaró ante la Comisión Warren que mientras Oswald se cambiaba de camisa vio un coche de policía que hizo sonar dos veces el claxon, como si hiciese una señal acústica convenida con anterioridad, mientras esperaba en la puerta de la casa. Oswald abandonó la casa y unos dos minutos después, a un kilómetro y medio de allí, se produjo el asesinato del agente de la Policía de Dallas, Tippitt, que según la Comisión Warren fue también obra de Oswald.

Según la CW, el policía Tippitt, alertado por la descripción del sospechoso facilitada por radio, se topó con Oswald y le pidió que se identificara. Oswald accedió, pero mientras Tippitt bajaba del coche Oswald le descerrajó cuatro disparos a consecuencia de los cuales el policía falleció al instante. Hay, no obstante, varios elementos que cuestionan esta versión.

Lo cierto es que Oswald, asesino o no de Tippitt, continuó caminando hasta un cine donde entró sin pagar la entrada, pese a que tenía dinero suficiente en el bolsillo para hacerlo, sin necesidad de llamar la atención con su actitud. El empleado de una zapatería de la zona, cuya tienda se encontraba próxima al cine, alertado por la extraña apariencia de Oswald y por el hecho de que éste hubiera entrado en el cine sin pagar, llamó a la policía y en poco menos de dos minutos aparecieron allí doce coches patrulla. Era como si hubiesen estando esperando una señal para actuar. En la calle ya se había congregado un nutrido grupo de personas increpando al “asesino” cuando en realidad, aún no había sido acusado de nada. ¿Quién era ese desconfiado y receloso empleado de la zapatería? ¿Tan estrafalario era el aspecto de Oswald como para llamar la atención de esa manera?

Oswald es detenido en el cine y llevado a las dependencias policiales sin que se haga una acusación formal contra él en la comisaría central de Dallas donde es interrogado por primera vez. Después de cuatro horas, cuando todavía se le está interrogando e investigando sus actividades, los medios de comunicación ya empiezan a culparle del asesinato del presidente y sacan a relucir su supuesta afiliación marxista-leninista. La teoría del asesino solitario, en este caso, un fanático activista comunista, empieza a tomar forma.

Doce horas después de su detención acaba el interrogatorio. Oswald no ha contado con un abogado y los agentes de la Policía de Dallas y del FBI que le han tomado declaración no lo han hecho por escrito, ni siquiera han tomado notas. Esto es muy irregular en Estados Unidos, donde los procedimientos judiciales son muy estrictos en este aspecto, puesto que cualquier declaración de un acusado, ¡y más la del supuesto asesino del presidente!, no tiene validez alguna ante un tribunal de justicia si el abogado del acusado no ha estado presente durante el interrogatorio y se acompaña su testimonio de una declaración firmada. ¿Cómo pudieron pasar por alto los policías de Dallas y, sobre todo, los agentes del FBI, un aspecto jurídico tan importante? ¿Con qué base pretendían acusar a Oswald del asesinato de Kennedy si habían cometido semejantes irregularidades durante el interrogatorio?

Sabían de antemano que poco importaban aquellos tecnicismos, Lee H. Oswald jamás llegaría a juicio, ¡iban a silenciarle para siempre! Sabía demasiado y su declaración resultaba embarazosa y comprometedora para poder “ocultar” convenientemente la trama de la conspiración urdida para asesinar al presidente de los Estados Unidos.

Casi 48 horas después de su detención, el domingo 24 de noviembre, Oswald iba a ser trasladado desde los calabozos municipales a la prisión de Dallas para ofrecerle “una mayor protección” puesto que se habían recibido amenazas de muerte contra él. Mientras era escoltado por la policía de Dallas en el aparcamiento de la comisaría, un hombre salió de entre la multitud de policías, agentes secretos y periodistas e, impunemente, asesinó a Oswald ante los ojos de todo el mundo.

Con la muerte de Lee H. Oswald se cerraba para siempre la boca al mayor implicado en el asesinato de Kennedy y se eliminaba definitivamente la posibilidad de esclarecer el caso.

(Continuará…)