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domingo, 24 de enero de 2016

El reino visigodo de Hispania

En el año 409, hordas de suevos, vándalos y alanos atravesaron los Pirineos y se hicieron rápidamente dueños de la península Ibérica, menos de la Tarraconense, donde los romanos pudieron detenerles. Los invasores, después de recorrer el país destruyéndolo todo a su paso, acabaron por establecerse: los suevos en Galicia, los vándalos en la Bética y los alanos en la Meseta. Seis años más tarde, los visigodos, acantonados en el sur de Francia, entraron también en España conducidos por su rey Ataúlfo, que fue asesinado a los pocos meses. Su sucesor, Walia, hizo la paz con Roma y se retiró de España. Sin embargo, al cabo de poco tiempo, Roma encargó a Walia que regresara a la Península para expulsar a los suevos, vándalos y alanos, y restableciera el orden romano. Los visigodos reaparecieron en España, y aunque lo hicieron en calidad de aliados de los romanos, en realidad eran los dueños del país porque el Imperio Romano solo existía de nombre. Teodoredo, hijo de Walia, venció a suevos y alanos y obligó a los vándalos a retirarse de la Península y refugiarse en el norte de África, donde acabarían formando un reino que duraría más de un siglo. Los vándalos eran el único pueblo germánico que dominaba la navegación y llegaron a formar una gran escuadra que asoló el Mediterráneo occidental durante la primera mitad del siglo VI. Finalmente fueron derrotados por los generales bizantinos Belisario y Narsés.

El reino de Eurico y la pérdida de la Galia

Cuando el Imperio de Occidente dejó de existir en el año 476, los visigodos se constituyeron en un reino independiente que se extendía desde el Loira, en Francia, hasta el Guadalquivir, en el sur de España. Eurico fue el rey godo más poderoso de esta época. Pero los visigodos no conservaron durante mucho tiempo su reino transpirenaico. El hijo de Eurico, Alarico II, fue vencido y muerto por los francos en la batalla de Vouillé (507) y los visigodos tuvieron que abandonar Francia, aunque conservaron Septimania en la Narbonense. La capital fue entonces trasladada de Tolosa a Toledo, y el reino visigodo dio origen a una monarquía española.

El reino hispanovisigodo

Los primeros tiempos del Reino visigodo de España fueron muy difíciles, pues el país había quedado destrozado tras las invasiones, y su unificación no fue tarea sencilla. Por si fueran pocas tantas desgracias, sumáronse a ellas frecuentes luchas entre los propios visigodos. Como la monarquía era de carácter electivo, no hereditario, cada vez que moría un rey estallaban encarnizadas luchas intestinas entre los nobles (condes) que aspiraban a sucederle. Generalmente, el nuevo rey veía alzarse contra él a los partidarios de algún rival o a los hijos del rey anterior. De los ocho reyes que reinaron desde Eurico a Leovigildo (485-568), seis fueron destronados o asesinados.Visigodos e hispanorromanos convivieron largos años sin mezclarse, separados por profundas rencillas y, sobre todo, por la religión. Aunque ambos pueblos eran cristianos, los visigodos practicaban la fe arriana y los hispanorromanos la católica. Por otra parte, aunque menos numerosos, los visigodos detentaban la supremacía militar y se habían adueñado de las mejores tierras por la fuerza de las armas. Ambas comunidades convivían a regañadientes, separados por la lengua, la religión y las costumbres. Incluso tenían leyes diferentes.

Leovigildo

Algunos reyes enérgicos como Eurico, Alarico II, Teudis y Atanagildo, procuraron organizar el país imponiendo su autoridad y favoreciendo la fusión de ambas etnias. En este sentido se distinguió especialmente el rey Leovigildo, hombre de gran energía y dotes de gobierno. Quiso hacer del suyo un reino fuerte y organizado, y trabajó infatigablemente para lograrlo. Además, completó la unificación del país sometiendo a los levantiscos vascones, y anexionándose el Reino de los suevos (585). Los últimos años de su reinado se vieron turbados por la rebelión de su hijo.

Rebelión de Hermenegildo

La Bética, que apenas había sido repoblada por los visigodos tras la expulsión de los vándalos, era la región donde los hispanorromanos eran más numerosos, ricos y hostiles a los invasores. Leovigildo envió a su hijo Hermenegildo para gobernar en su nombre la antigua Bética. Éste había desposado a la princesa franca Ingunda, que profesaba la religión católica y, más tarde, apoyado por los hispanorromanos, e influido por su esposa, se rebeló contra su padre. Después de seis años de guerra civil, Leovigildo pudo dominar la insurrección. El príncipe rebelde fue desterrado a Valencia y luego a Tarragona, donde fue asesinado, quizá por orden de su padre. Posteriormente, la Iglesia lo canonizó.

Conversión de Recaredo al catolicismo

Leovigildo murió a los pocos meses del asesinato de su hijo (586) y le sucedió su segundo hijo, Recaredo. Éste, impresionado por la trágica muerte de su hermano, y siguiendo los consejos de Leandro (arzobispo de Sevilla, que había bautizado a Hermenegildo), abrazó el catolicismo en el III Concilio de Toledo (587). Como la mayoría de los visigodos siguieron el ejemplo de su rey y se convirtieron al catolicismo, la Iglesia adquirió gran influencia sobre la sociedad visigoda, y los obispos obtuvieron un gran ascendente sobre los monarcas. Los Concilios de Toledo, que hasta entonces se habían circunscrito al ámbito eclesiástico, se convirtieron en un importante órgano de gobierno, pues muchos nobles ingresaron en la filas de la poderosa Iglesia católica para obtener sinecuras e influencia cerca del rey. Ciertamente, la unificación religiosa, forzada o no por las circunstancias, favoreció la fusión de visigodos e hispanorromanos. Más tarde (672-673) los reyes Chindasvinto y Recesvinto, su hijo, dictaron una sola ley para ambas comunidades. San Isidoro, obispo de Sevilla (556—636), fue un pensador de gran fama que publicó numerosas obras, y está considerado como uno de los intelectuales más importantes de su tiempo. Entre sus muchos libros sobre todas las materias, destacan los Orígenes o Etimologías, compendio de todo el saber de la época. San Isidoro dejó numerosos discípulos que continuaron su obra, cuya influencia en la cultura española dejó una profunda impronta.

El arte visigótico

El arte visigodo fue una continuación del romano, pero mucho más modesto. Se conservan algunos monumentos de aquella época, sobre todo religiosos. Uno de los más destacados es la Iglesia de San Juan de los Baños (Palencia) y el baptisterio de San Miguel en Terrassa, de pequeñas dimensiones. El principal elemento de la arquitectura visigoda fue el arco de herradura, que después asimilaron los musulmanes.

Ocaso de la España visigoda

A pesar de la fusión de razas y de la unificación religiosa, la Monarquía hispanovisigoda no consiguió jamás organizarse como un Reino fuerte. El sucesor de Recesvinto, Wamba (672—680), fue un rey enérgico que reorganizó el ejército e hizo un último esfuerzo para imponer el orden. Pero sus esfuerzos fracasaron, y él mismo fue destronado y encerrado en un monasterio por su rival. Los últimos treinta años del Reino visigodo de España se vieron agitados por continuas guerras civiles y luchas internas por la sucesión al trono. Al morir el rey Witiza (709) estalló una nueva guerra contra los partidarios de sus hijos y los de Rodrigo, duque de la Bética. Triunfó este último, pero los partidarios de Witiza, deseando vengarse, llamaron en su auxilio a los musulmanes del norte de África que, tras invadir la Península, pusieron fin a la monarquía visigoda en 711.

Orígenes del pueblo visigodo

Los visigodos fueron la rama occidental de los pueblos godos. Surgieron de grupos góticos anteriores (posiblemente de los tervingios), que habían invadido el Imperio tras derrotar a los romanos en la batalla de Adrianópolis (378). Unos años más tarde, los visigodos invadieron Italia bajo Alarico I y saquearon Roma (410). Luego se establecieron en el sur de la Galia como aliados del Imperio, y posteriormente invadieron Hispania. Los visigodos gobernaron buena parte de la Galia e Hispania a lo largo de todo el siglo V, hasta que fueron derrotados en la decisiva batalla de Vouillé en el año 507, y pasaron a establecerse definitivamente en la península Ibérica, donde sus reyes gobernaron hasta que fueron derrotados por los árabes en la batalla de Guadalete en el año 711. La división de los godos se encuentra afirmada por vez primera en 291, donde aparecen mencionados los tervingios; esta primera mención tuvo lugar en un elogio al emperador Maximiano pronunciado en Tréveris en 292, y atribuido a Claudio Mamertino, que dice que «los tervingios, otra división de los godos (“Tervingi pars alia Gothorum”) se unieron a los taifalos para atacar a los vándalos y a los gépidos». Las referencias contemporáneas empleaban los términos Vesi, Austrogothi, Tervingi y Greuthungi para referirse a los godos. La mayor parte de estudiosos han concluido que los términos «vesi» y «tervingi» fueron usados indistintamente para referirse a una misma tribu, mientras que los términos «ostrogothi» y «greuthungi» fueron usados para referirse a otra. Según Herwig Wolfram, en la «Notitia Dignitatum» los vesi son igualados a los tervingios en una referencia a los años 388—391; esto no está claro en la propia «Notitia». Jordanes identificó a los reyes visigodos desde Alarico I a Alarico II como los herederos del juez tervingio del siglo IV, Atanarico; y los reyes ostrogodos desde Teodorico el Grande a Teodato como los herederos del rey jurutungo Hermanarico. Esta interpretación, aunque muy divulgada entre los eruditos actuales, no está universalmente aceptada. Para Wolfram existe una continuidad entre tervingios y visigodos, y entre jurutungos y ostrogodos. Las derrotas godas en época de Claudio II y Aureliano habrían hecho que los godos se escindieran. Al este del Dniéster permanecieron los ostrogodos, y en el Bajo Danubio los visigodos constituyeron junto con otros pueblos como los taifalos o sármatas, una confederación de que estuvo encabezada por un juez, Atanarico. Por su parte, Rogelio Collins cree que la identidad visigótica surgió de la guerra Gótica (376—382) cuando un conjunto de tervingios, jurutungos y otros contingentes «bárbaros» formaron un ejército confederado al este de los Balcanes que no se integró en la sociedad romana, y que por tanto no podían ser reconocidos únicamente como tervingios. Para algunos eruditos actuales, el término «visigodo» es una invención del siglo VI. Casiodoro, que era un romano al servicio del rey Teodorico el Grande, inventó el término «Visigothi» para establecer la correspondencia con el de «Ostrogothi», así, mientras él pensaba que este último término significaba godos orientales, se inventó un término para designar a los godos occidentales. El término «visigodo» fue empleado en el Reino visigodo de España, pues así consta en sus relaciones diplomáticas con Roma en el siglo VII. Durante el siglo III los godos efectuaron varias incursiones en el Imperio, destacando las del 251 (sobre Moesia y Tracia), la campaña del 258—259 (contra la costa del mar Negro, Propóntide, las islas del Egeo, Éfeso y Atenas) y la del 269 (contra Creta, Chipre y Tesalónica). Entre los años 270 y 273, el emperador romano Aureliano abandonó la Dacia, región que se extendía al norte del Danubio (se corresponde aproximadamente con la actual Rumanía), y los visigodos emprendieron hacia el 300 la ocupación del territorio. Posteriormente fueron reclutados como mercenarios al servicio de los romanos, para contener a otros invasores.



Reino de los Visigodos hacia el año 500

Los reinos germánicos tras la desaparición del Imperio de Occidente

Como algunas fuentes de la época nos indican, hubo un enfrentamiento real entre germanos y romanos, pero esta causa no fue suficiente para evitar la fusión de ambas culturas. Sin embargo, entre las muchas causas que propiciaron este enfrentamiento secular destacan las diferencias religiosas tras la cristianización del Imperio. Dejando como cuestión aparte los pueblos germanos paganos o arrianos (francos, alamanes, sajones, jutos…), que no representaron especial problema para el catolicismo, pues solo fomentaron su espíritu de evangelización y de predicación, la dificultad mayor residió en los pueblos de religión arriana. La extensión del arrianismo entre los godos fue tardía, a fines del siglo IV, y otros pueblos se adhirieron a él aún más tarde, después de haberse iniciado las grandes invasiones del siglo siguiente. Por esto, el arrianismo no caló hondo entre los pueblos germánicos y fue, más que otra cosa, un signo de diferenciación con respecto a los romanos (católicos) y una forma de evitar su asimilación mediante la creación de una Iglesia nacional con un clero propio. En general, el arrianismo fue una religión no misionera y pacífica, como lo prueba la actitud de los burgundios y los ostrogodos ante los católicos. Otra cosa fueron los vándalos. Ahora bien, la persecución arriana contra los católicos hispanorromanos en la época de Leovigildo (568-586) y en el África del Norte ocupada por los vándalos de Genserico, respondió más a motivaciones políticas que a fanatismos religiosos.

En el primer caso existen implicaciones de posibles intervenciones francas o bizantinas en la Península, unidas al levantamiento de su hijo Hermenegildo, apoyado en la Bética, de población mayoritariamente hispanorromana. Aunque también hay que admitir la posibilidad de que Leovigildo intentara alcanzar la unidad religiosa a base del arrianismo durante el periodo 570-580, unidad que realizaría finalmente su hijo Recadero en 587, pero en favor del catolicismo. La persecución de los vándalos se debió principalmente a los propósitos de expoliar los bienes de los estamentos más ricos, como era el eclesiástico. En consecuencia, esta lucha económico-religiosa, que unió a propietarios laicos y a Bizancio, fue pretexto más que un verdadero motivo (440-495). La actitud de los lombardos en Italia respondió a las mismas motivaciones de los vándalos, pero con menor virulencia. Otro motivo de diferenciación fue la separación jurídica, generalmente admitida, debido al deseo de no ser absorbidos rápidamente por la mayoría romana. Esta distinta legislación respondió a una tolerancia mutua originada en la concesión hecha por el Imperio para que los germanos siguieran rigiéndose por sus propias leyes. Como consecuencia, los germanos no se creyeron en la necesidad de regirse por el código imperial, que además los romanos ya no estaban en condiciones de imponer por la fuerza. A cada individuo se le aplicaba la ley que le correspondía por nacimiento. Sin embargo, esta barrera se fue superando a través del tiempo al incorporar a una y otra legislación disposiciones de la contraria. De esta manera las diferencias se suavizaron.

Asimismo, hay que mencionar el establecimiento de los germanos en las tierras de propietarios romanos según el foedus y, más concretamente según el principio de la «hospitalidad», por el que un grupo bárbaro recibía la asignación de una propiedad rural romana para proporcionarse alimentos y vivienda. Esta forma de usufructo salvaba las confiscaciones y hacía al bárbaro conservador de aquellas tierras. Así entre los grandes propietarios romanos y la aristocracia germana, transformada en territorial, se establecieron contactos que fueron un factor activo de asimilación. Aunque al principio, según una ley promulgada por los emperadores Valentiniano y Valente (370–375), estaba prohibido bajo pena de muerte el matrimonio entre bárbaros y romanos e incluso algunos pueblos germanos, como los visigodos y los ostrogodos, adoptaron esta ley, aunque en realidad se celebraban los matrimonios mixtos. Pero, en cambio, no cabe hablar de diferenciaciones por superioridades raciales. En menor grado hay que mencionar la diversidad de costumbres y formas de vida entre bárbaros y romanos; pero paulatinamente esta diferenciación fue despareciendo y transformándose más bien en distinción de clases sociales que de pueblos. En definitiva, aunque se encontraron dos concepciones distintas, la germánica y la romana, ambas subsistieron con diversa vitalidad. En algunas regiones se puede hablar de una supremacía de una sobre la otra, pero siempre con influencias del otro elemento. Todos los reinos medievales de Occidente fueron fruto directo de la fusión entre la civilización germánica, el cristianismo y el legado de Grecia y Roma.

La principal institución sobre la que se apoyaban los pueblos germanos al realizar las invasiones era la realeza. Esta institución acrecentará su prestigio y su poder, que llegará a ser casi absoluto. Aunque en un primer momento la figura del rey solo tendrá tal carácter para sus respectivos pueblos, a finales del siglo V dejará de ser únicamente el caudillo de las fuerzas bárbaras para convertirse, incluso para las poblaciones romanas, en la autoridad máxima de cada territorio. En principio, la sucesión del rey tenía carácter electivo, pero luego cambiaría su naturaleza según cada reino germánico. Así, entre los francos la realeza quedó asegurada para los descendientes de Clodoveo; entre los vándalos para el familiar de Genserico de mayor edad, con el fin de evitar la inestabilidad de las regencias, y entre los visigodos fue una preocupación constante de sus reyes el obtener el principio hereditario. En muchos casos se tenía un sentido patrimonial del reino, como entre los merovingios, que repartían el reino entre sus hijos para que cada uno de ellos pudiera disfrutar de sus rentas. En cambio, otras veces se distinguía el patrimonio del monarca del patrimonio de la Corona. Generalmente la corte carecía de aparatosidad y burocracia, llegándose al caso de cortes ambulantes sin residencia fija. Algo muy opuesto al lujo y al boato que presidía la corte de Constantinopla.

Las nuevas circunstancias hicieron que paulatinamente dejaran de realizarse entre los germanos las acostumbradas asambleas nacionales. Cada vez se fueron espaciando más en el tiempo hasta desaparecer, como entre los visigodos, pues los concilios de Toledo respondieron a otra casuística o se transformaron en ceremoniales como los Campus Martius entre los francos. Los acostumbraban ir acompañados de unos cómites, que llegaron a formar una guardia personal —los gardingos en la monarquía visigoda; individuos de uno de los Órdenes del oficio palatino, pero inferior a los duques y condes—, unidos por un juramento de fidelidad. Por otro lado, estos mismos cómites al permanecer al lado del monarca recogieron para sí muchas de las funciones reales e incluso alcanzaron de hecho el poder real, como ocurrió entre los francos, cuyos «mayordomos de palacio» derrocaron al rey en su propio beneficio. Este fue el caso de Pipino el Breve en el 751. En su mayoría, los nuevos estados germanos unieron los servicios de tipo doméstico de origen germano con los organismos heredados del Imperio. Hay que mencionar los propósitos del rey ostrogodo Teodorico, que pretendía organizar la península Itálica mediante dos organizaciones administrativas paralelas, la romana y la germánica, unidas en la persona del rey y de algunos organismos. La falta de una preparación y la ausencia de un personal capacitado por parte de los germanos hicieron que el aparato administrativo romano prosiguiera todavía durante algún tiempo. Asimismo, entre los visigodos, ostrogodos, vándalos y burgundios, los romanos siguieron viviendo en las ciudades, mientras a los germanos se les reservaba el estamento militar. Pero pronto desaparecería este exclusivismo, pues, a excepción de los reinos ostrogodo y vándalo, el servicio militar incluyó a los romanos. Las antiguas divisiones administrativas romanas se conservaron a veces, pero en su mayoría tendieron a desaparecer. Un cargo muy importante en la vida de los nuevos reinos germanos fue el de comes civitatis. El conde era el representante del rey y como tal administraba justicia. Además los condes eran los jefes militares de los municipios y otros territorios de su jurisdicción, y reunían en su persona tanto la autoridad civil como militar. El sistema financiero se nutrió principalmente del impuesto territorial, que solo afectaba a los romanos. La acuñación de moneda propia, no imitada de las monedas del Imperio, se hizo tardíamente, a mediados del siglo VI. La importancia de la organización de los reinos germánicos es manifiesta, ya que de ella nació la sociedad medieval europea como producto de las invasiones.