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Mostrando entradas con la etiqueta Rif. Mostrar todas las entradas
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jueves, 18 de enero de 2018

La masacre de Monte Arruit en 1921

La guerra del Rif proseguía su curso tras la evacuación de Annual el 21 de julio de 1921 y las tropas españolas tuvieron que retirarse bajo una fuerte presión enemiga, con calor, sin agua y, sobre todo, desmoralizadas. El general Navarro que, como segundo jefe de la Comandancia General de Melilla se había hecho cargo de la situación tras haberse dado por muerto al general Silvestre, a duras penas había logrado ordenar sus tropas gracias a mandos excepcionales y unidades que habían mantenido su capacidad de combate. La mejor de ellas, sin duda, fue el Regimiento Alcántara de Caballería, que combatió mejor que bien hasta su final; otras, como el San Fernando de Infantería, artillería e ingenieros, conservaron un tiempo su eficacia. La única opción era retirarse porque, falto de reservas, la alternativa era el exterminio por las cabilas rebeldes, cuya ferocidad y criminales propósitos ya se habían manifestado destruyendo las posiciones españolas de Abarrán e Igueriben y forzando la salida de Annual. Tras replegarse sucesivamente a las posiciones de Ben Tieb, Dar Dríus, Batel y Tistutín, la columna, a la vez que, tiroteada, iba teniendo muertos y heridos, también aumentaba por los restos de las guarniciones repartidas por el territorio que, atacadas también, habían conseguido replegarse sobre ella. Resultaba complicado saber cuánta gente estaba retirándose, unos 2.000.
El hundimiento moral y la extrema fatiga habían puesto a las tropas españolas en una situación límite y también habían matado muchos caballos y mulos dificultando la acción de la caballería, el arrastre de los cañones y el transporte de heridos. El 28 de julio, en Tistutín, decide el general Navarro seguir replegándose saliendo en la oscuridad. La columna reanuda su retirada a las 2:00 de la noche marchando unos 12 kilómetros hasta que, al amanecer y a sólo 1 kilómetro de su destino —la posición de Monte Arruit—, los rebeldes aparecen amenazadores, aunque con banderas blancas. Los policías indígenas desertan, los rifeños disparan sobre la columna desde los cuatro lados y parte de las tropas españolas, viendo cerca su destino, se desploman de nuevo, renuncian a defenderse y se desbandan. Quedan en el camino más muertos y heridos — brutalmente asesinados después— y los únicos tres cañones que estaban salvándose. La columna acaba de entrar en Monte Arruit a las 7:00 de la mañana del 29 de julio. Su guarnición —impresionada por lo que está viendo— y los que acaban de llegar suman poco más de 3.000 hombres. Hay una ametralladora, no mucha munición de reserva —14 cajones—, unos 20 caballos y otros tantos mulos. No hay cañones. Hay víveres para un par de días, pero el agua está a unos 500 metros y hay que salir de la posición para obtenerla. Aún así, parece que podrá esperarse a los refuerzos, pues en Melilla conocen la gravedad de la situación.
Con los cañones abandonados a un kilómetro los rifeños rebeldes disparan ese día a la posición 114 cañonazos y más en días sucesivos; también hacen fuego de fusil. El 2 de agosto se acercan unos rebeldes para parlamentar pero es una trampa para intentar un asalto que es rechazado. El asedio empeora a partir del 5 de agosto porque los rebeldes, además, baten las aguadas. Las salidas de unos 200 hombres, parte desarmados para llevar más cantimploras y parte para protegerles, causan más y más muertos y heridos. El 7 de agosto ya no hay agua y el alimento, hasta entonces una sola comida diaria de arroz, garbanzos y carne de los animales que morían, sólo puede ser carne asada. Uno de los que mueren el día 8 es el teniente coronel Fernando Primo de Rivera, el héroe de Alcántara, por las heridas que le produjo una explosión. El lamento es unánime porque se había convertido en el alma de la defensa de Monte Arruit por su apoyo, tanto a mandos y tropas, como al general Navarro. Bajo un constante bombardeo —493 proyectiles en los 12 días del asedio—, los muertos y heridos aumentan sin cesar, incluido el mismo general Navarro. En vista de llevar tres días sin agua, carecer de recursos médicos, no ver aproximarse refuerzos —salvo algún lanzamiento desde aviones de hielo, pan y municiones—, el general Navarro se veía abocado a la capitulación, que el mando dejó en sus manos según su criterio. Este mismo día autorizó la entrada de una delegación de rebeldes para negociar la rendición, que se produjo el día siguiente, 9 de agosto de 1921.
Los principales términos acordados eran el abandono de las tropas españolas del territorio marroquí marchando hacia Melilla y la entrega de sus armas. Pero nada de esto sucedió en Monte Arruit. La crueldad de lo ocurrido sólo pudo deducirse en toda su horrorosa magnitud meses después, cuando la Campaña de Desquite, iniciada en Melilla el 17 de agosto, reconquistó y ocupó sus inmediaciones. Cuando el 24 de octubre se alcanzó Monte Arruit un olor a putrefacción impedía respirar y aceptar que en sus inmediaciones había unos 1.000 cadáveres insepultos, muchos mutilados; hacia la aguada, otros 200; en una era, otros 200; cerca de las casas de Ben Chel.lal otros 600 cuerpos. 107 heridos habían sido asesinados en la enfermería de la posición. Cuando se construyó cerca de Monte Arruit una fosa común para enterrar dignamente los cuerpos de los españoles cruelmente asesinados se contabilizaron, según cita del historiador Juan Pando, 2.996 cráneos. A ellos habría que sumar los muchos muertos habidos en otros combates y asesinatos, alcanzándose en todo el «desastre de Annual» un total de 8.668 muertos, cifra generalmente aceptada en la actualidad con leves diferencias que no restan un ápice al inmenso drama militar, político y social que padeció España y cuyos efectos permanecerían largo tiempo.
Con el fin del asedio, la traición de los rebeldes rifeños y los asesinatos masivos acaba sólo el segundo capítulo —el primero fueron las derrotas de Abarrán, Igueriben y la retirada de Annual— del desastre que aún habría de continuar porque otros 439 españoles quedaron prisioneros; no todos sobrevivieron al cautiverio. El Expediente Picasso sacó a la luz muchos de los defectos de todos los niveles de decisión. La Laureada concedida al Alcántara nos muestra el camino del cumplimiento del deber para que no vuelva a repetirse un desastre de tan colosales dimensiones como el de julio y agosto de 1921.

Aviación española atacando las posiciones rebeldes

sábado, 23 de diciembre de 2017

Cuando España ocupó Tánger en 1940

En los primeros años del conflicto mundial, el general Franco quiso congraciarse con Hitler (Hendaya, 23 octubre 1940) y con Mussolini (Bordighera, 12 febrero 1941), sus aliados durante la Guerra Civil. El trasfondo de estas reuniones era sacar a España del aislamiento internacional acercando posiciones con los que en entonces se pensaba que serían los vencedores de la guerra mundial. Se han cumplido más de 75 años de la ocupación militar española de la ciudad marroquí de Tánger, en junio de 1940. Era en esa época lo que se conocía como una «ciudad internacional», administrada por un estatuto fruto de las numerosas negociaciones y acuerdos entre las potencias europeas con intereses coloniales en el norte de Marruecos: Francia, Reino Unido y España los países que configuraron entre 1912 y 1923 el primer carácter de «ciudad neutral» de Tánger. Debía estar desmilitarizada y sus servicios administrativos, incluida la Policía, se gestionaban entre Francia, España, Inglaterra e Italia; esta última se había unido al reparto de influencias en Marruecos al ver perdidas todas sus opciones en Túnez, ocupado por los franceses desde 1881.
Hasta principios de la década de 1930 el estatuto internacional de Tánger tenía un evidente predominio francés, que era la potencia mejor posicionada en Marruecos tras conseguir que el sultán firmara el pacto para establecer el Protectorado en 1912. Sin embargo, en 1935, la presión conjunta de España e Italia, consiguió un nuevo acuerdo entre los gestores internacionales de la ciudad autónoma haciendo de España la principal potencia encargada de la administración del estatuto de Tánger. Era un viejo anhelo de la política exterior española, tras obtener (también en 1912) la «subrogación» de la zona septentrional del Protectorado francés de Marruecos, pues lo natural (geográfica e históricamente) era que esa ciudad, tan importante, formase parte del Protectorado del Rif o Marruecos español. En mayo-junio de 1940 los ejércitos de Hitler habían tomado París y arrojado al Canal de la Mancha al Cuerpo Expedicionario británico tras humillarle en Dunkerque, pero permitirle fatalmente que reembarcara rumbo a las costas de Inglaterra. Francia estaba derrotada y más débil que nunca en el concierto europeo, evidencia que no pasó desapercibida para el Gobierno de Franco. El anhelo español de controlar Tánger en exclusiva, basado en la diplomacia de los acuerdos internacionales, podía ser hecho realidad por la fuerza. Entre los mandos del Ejército español de África existían muchos germanófilos, admiradores de los espectaculares triunfos militares de la Wehrmacht, y más de uno pensó que la toma de Tánger sólo sería el inicio de la expansión imperial española por toda África como aliados de Alemania e Italia. En ese preciso instante, la posibilidad de que España entrase en la Segunda Guerra Mundial del lado de las llamadas potencias del Eje, fue real. No obstante, alemanes e italianos frenarían las pretensiones expansionistas españolas por temor a abrir un segundo frente en el Norte de África.
El 14 de junio de 1940, el mismo día que se conoce en todo el mundo la ocupación de París por la Wehrmacht, tropas hispano-marroquíes, compuestas por unos 4.000 efectivos pertenecientes a la Mehal-la Jalifiana (el ejército del Jalifa o gobernador), dentro del encuadre militar del nuevo Gobierno español, el Nº 1 de Tetuán, al mando del general Germán Yuste, toman la ciudad internacional de Tánger «con carácter provisional», para asegurar la «neutralidad» del enclave. Curiosamente, al mismo tiempo que tenía lugar la ocupación española de Tánger, en Madrid se producía una sonada protesta falangista reivindicando un Gibraltar español. Sin embargo, tanto Hitler como Mussolini disuadieron a Franco para que España no entrase en la guerra y pudiera aspirar a un nuevo reparto colonial. Ambos líderes consideraban que España era un país arruinado y agotado, con un ejército válido para ganar una contienda civil, pero no para aportar esos «dos millones de soldados» que Franco había prometido a las potencias del Eje. La toma de Tánger en 1940 también sirvió para desbaratar la resistencia republicana que se había exiliado allí tras su derrota en abril de 1939. Pocos días antes de acabar la guerra en Europa, en mayo de 1945, una Francia ya liberada exigía que Tánger volviese al estatus de los años 1920, con preponderancia francesa en su condición de «Ciudad Internacional»; condición que recuperó en 1946. De todos modos, la presencia española y francesa en Marruecos fue efímera porque en 1956 el rey Mohamed V consiguió el reconocimiento de la independencia de su país por parte de Francia, y el 7 de abril de 1956 el Gobierno español hizo lo propio reconociendo también la independencia marroquí. Finalizaban así los protectorados ejercidos por Francia y España en Marruecos. La zona sur (Cabo Juby o Tarfaya) no pasó a soberanía marroquí hasta 1958, en tanto que Ifni, que se había convertido en provincia española ese mismo año, hizo lo propio once años más tarde, siguiendo las resoluciones de Naciones Unidas.

Tropas españolas en el monte Gurugú (por Ferrer-Dalmau)

jueves, 7 de diciembre de 2017

El desastre del Barranco del Lobo en 1909

Este luctuoso episodio de nuestra Historia tuvo su origen en la compra de unas explotaciones mineras por parte de empresas españolas a El Rogui, un caudillo rifeño rebelde enfrentado al sultán de Marruecos, Abd al-Aziz, al que apoyaban Francia y España. El Rogui era el jefe de las tribus rifeñas que no reconocían la autoridad del Sultanato de Marruecos, y se habían proclamado independientes. Sin embargo, cuando El Rogui vendió las explotaciones mineras a los europeos, muchas tribus que hasta entonces le eran fieles, se sintieron traicionadas y empezaron a hostigar a los trabajadores de las explotaciones consiguiendo paralizarlas. El Rogui, fue apresado por el sultán de Marruecos y encarcelado hasta su muerte. Presionado el Gobierno español por las compañías mineras y por el Gobierno francés, debido a sus intereses económicos en la zona, se consiguió volver a poner en marcha las explotaciones mineras. Cuando parecía haberse recuperado la normalidad, todo saltó por los aires y el 9 de julio los rebeldes rifeños atacaron las obras del ferrocarril destinado a la exportación del mineral extraído y mataron a varios trabajadores. Cuando la noticia llegó a Madrid, el Gobierno, presidido por Maura decidió movilizar a los reservistas. Esta movilización generó muchas protestas y manifestaciones contrarias al envío de tropas, teniendo su expresión más dramática en la Semana Trágica de Barcelona que tuvo lugar del 26 de julio al 2 de agosto de ese mismo año. Tras varios días de escaramuzas, el 27 de julio de 1909, un columna dirigida por el General de Brigada don Guillermo Pintos fue sorprendida y atacada en el Barranco del Lobo. Se produjo entonces una cruel matanza en la que más de 1.000 soldados españoles, entre ellos el general Pintos, fueron brutalmente asesinados. La escasa instrucción militar recibida por los jóvenes reclutas, lo obsoleto del armamento, el factor sorpresa y la complicada orografía del terreno, precipitaron el desastre. El Gobierno de Madrid siguió enviando tropas hasta acumular más de 40.000 efectivos en la zona. En el mes de noviembre el Ejército español consiguió controlar la zona de Melilla y las explotaciones mineras, aunque a costa de sufrir numerosas bajas. El 29 de septiembre de 1909 las tropas españolas culminaron exitosamente la campaña con la toma del monte Gurugú.

Tropas españolas embarcando en el puerto de Valencia en el verano de 1909

martes, 13 de junio de 2017

La primera guerra del Rif (1859-1860)

Desde 1840, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla en el norte de África, sufrían constantes incursiones por parte de los cabileños de la región del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos aislados. Las acciones eran inmediatamente contestadas por el Ejército español, pero al internarse en territorio bereber, los agresores tendían fatales emboscadas. La situación volvía a repetirse de forma habitual. Finalmente estalló la guerra entre España y el Sultanato de Marruecos que protegía y apoyaba a los rifeños. En 1859 el Gobierno de la Unión Liberal, presidido por su líder, el general don Leopoldo O'Donnell, presidente del Consejo de ministros y titular del de Guerra, aún bajo el reinado de Isabel II, firmó un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta. Entonces el Gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación. Cuando en agosto de 1859 un grupo de rifeños atacó a un destacamento militar español que custodiaba las reparaciones en diversos fortines de Ceuta, don Leopoldo O'Donnell, presidente del Gobierno en aquel momento, exigió al sultán de Marruecos un castigo ejemplar para los agresores. Sin embargo, esto no sucedió. Entonces, y sin más preámbulos, el Gobierno español decidió invadir Marruecos por el «ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes» del sultanato. Los sucesos de Ceuta generaron en la opinión pública española un clima de gran fervor patriótico, y el Gobierno decidió aprovecharlo iniciando una campaña de castigo contra los moros de las cabilas cercanas a Ceuta.
La reacción popular fue unánime y todos los grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático, apoyaron sin fisuras la intervención militar. En Cataluña y las provincias Vascongadas se organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente, donde se inscribieron muchos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la guerra contra el Francés de 1808-1814. La ola de patriotismo que se extendió por todo el país, fue fomentada por la Iglesia católica que la «vendió» como una suerte de moderna cruzada. O'Donnell, hombre de gran prestigio militar, y justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política de ampliación de las bases de apoyo al Gobierno de la Unión Liberal, consciente también que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida del Ejecutivo, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos el 22 de octubre, tras recibir el beneplácito de los gobiernos francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último a que España incrementase su presencia en el estrecho de Gibraltar.
La guerra, que duraría cuatro meses, se inició en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior inició la invasión de Marruecos. Se trataba de un ejército mal equipado, peor preparado y pésimamente dirigido, y con una intendencia muy deficiente, lo que explica que dos tercios de los casi 4.000 muertos españoles no murieran en el campo de batalla, sino que fueran víctimas del cólera y de otras enfermedades. A pesar de ello, se sucedieron las victorias en las batallas de los Castillejos —donde destacó el general don Juan Prim, lo que le valió el título de marqués de los Castillejos—, la de Tetuán —ciudad que fue tomada el 6 de febrero de 1860 y que le valió a O'Donnell el título de duque de Tetuán— y la victoria de Wad-Ras del 23 de marzo, que despejó el camino hacia Tánger. Los éxitos militares fueron magnificados por la prensa en España, del mismo modo que lo fueron las victorias de ambos bandos durante la guerra de Secesión norteamericana, o dos décadas después las acciones de los soldados ingleses durante la guerra anglo-sudanesa que se saldó con el desastre de Jartum, donde en 1885 fue masacrado un ejército británico mucho mejor armado que el español, y que se enfrentó a unos sudaneses cuyo rudimentario armamento no difería mucho del de los rifeños.
El Ejército expedicionario que partió de Algeciras estaba compuesto por unos 45.000 hombres, 3.000 mulos y caballos y 78 piezas de artillería de campaña, apoyado por una escuadra formada por un navío de línea, dos fragatas de hélice y una de vela, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de palas y tres faluchos, además de nueve vapores y tres urcas que actuaron como transportes de tropas. O'Donnell dividió las fuerzas en tres cuerpos de ejército, y puso al frente de cada uno de ellos a los generales don Juan Zavala de la Puente, a don Antonio Ros de Olano, y a don Ramón de Echagüe. El grupo de reserva estuvo bajo el mando del general don Juan Prim. La división de Caballería, al mando del mariscal de campo don Félix Alcalá Galiano, estaba compuesta por dos brigadas, la primera al mando del brigadier don Juan de Villate, y la segunda al mando del brigadier don Francisco Romero Palomeque. El almirante don Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la Flota. Los objetivos fijados eran la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El 17 de diciembre se desataron las hostilidades por la columna mandada por Zabala que ocupó la Sierra de Bullones. Dos días después Echagüe conquistó el Palacio del Serrallo y O'Donnell se puso al frente de la fuerza que desembarcó en Ceuta el 21. El día de Navidad los tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden de avanzar hacia Tetuán. El 1 de enero de 1860, el general Prim avanzó en tromba hasta la desembocadura de Uad el-Jelú con el apoyo al flanco izquierdo del general Zabala, y el de la Armada que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la costa. Las escaramuzas continuaron hasta el 31 de enero, momento decisivo en que fue contenida una contraofensiva rifeña, y O'Donnell comenzó la marcha hacia Tetuán con el apoyo de los voluntarios catalanes. Recibía la cobertura del general Ros de Olano y de Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató las filas rifeñas hasta el punto de que los restos de su ejército se refugiaron en Tetuán, que cayó el día 6 de febrero. El siguiente objetivo era Tánger. El ejército se vio reforzado por otra división de infantería de 5.600 soldados, junto a la que desembarcaron las unidades de voluntarios vascos, formadas por 3.000 hombres, la mayoría carlistas, junto al batallón de voluntarios catalanes, con unos 450 reclutas de la misma procedencia. Fueron desembarcando a lo largo del mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11 de marzo. El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad-Ras en la que venció el ejército español y forzó al caudillo rifeño Muley Abbas a pedir la paz.
El tratado de Wad-Ras
Tras un armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad-Ras en Tetuán el 26 de abril, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El acuerdo estipuló lo siguiente: España ocuparía los territorios de Ceuta y Melilla a perpetuidad; cesarían las incursiones rifeñas a Ceuta y Melilla; Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas, e indemnizaría a España con 100 millones de reales. España recibía el territorio de Santa Cruz de la Mar Pequeña —lo que más tarde sería Sidi Ifni— para establecer una pesquería. Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el Sultanato pagase las indemnizaciones y reparaciones de guerra a España. A la paz que se firmó el 26 de abril de 1860 algunos periódicos sensacionalistas la calificaron de «paz chica para una guerra grande» argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque desconocían el pésimo estado en que se encontraba el Ejército español tras la batalla de Wad-Ras, y que el Gobierno se había comprometido con Gran Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún otro territorio que pusiera en peligro el dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que «España estaba llamada a dominar una gran parte del África», pero que «la empresa requeriría, al menos, de veinte a veinticinco años». Además, el tratado comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado hasta setenta años después. Por último, las presiones británicas por mantener el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron al Gobierno a abandonar Tetuán dos años después. España tendría que volver a luchar en Marruecos durante la segunda guerra del Rif, librada entre 1893-1894, en ciernes ya de los desastres de Cuba y Filipinas. 

Tropas españolas en la defensa de Melilla en 1893

jueves, 7 de enero de 2016

La guerra de África de 1859-1860

Desde 1840, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla sufrían constantes incursiones por parte de cabileños de la región del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos. Las acciones eran inmediatamente contestadas por el Ejército español, pero al internarse en territorio bereber los agresores tendían emboscadas. La situación volvía a repetirse de forma habitual. La guerra de África o Primera Guerra de Marruecos, fue el conflicto bélico que enfrentó a España con el Sultanato de ese país magrebí entre 1859 y 1860, durante el período de los Gobiernos de la Unión Liberal del reinado de Isabel II de España.
En 1859 el Gobierno de la Unión Liberal, presidido por su líder, el general don Leopoldo O'Donnell, presidente del Consejo de ministros y titular de Guerra, bajo el reinado de Isabel II, firmó un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta. Entonces el Gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación. Cuando en agosto de 1859 un grupo de rifeños atacó a un destacamento español que custodiaba las reparaciones en diversos fortines de Ceuta, don Leopoldo O'Donnell, presidente del Gobierno en aquel momento, exigió al sultán de Marruecos un castigo ejemplar para los agresores. Sin embargo, esto no sucedió.
Entonces el Gobierno español decidió invadir el sultanato de Marruecos con el pretexto del «ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes» cercanas a Ceuta. Los auténticos motivos de la expedición, aunque se dijo que se trataba de «rehacerse en sus fértiles comarcas de nuestras pérdidas coloniales» fueron de orden interno. Por un lado, como señaló un observador de la época, acabar con las «intrigas palaciegas» que ponían en peligro al Gobierno, que vio en el conflicto la oportunidad de mejorar la imagen de España en el exterior, y de beneficiarse del clima patriótico que los sucesos de Ceuta generaron en la sociedad española.
La reacción popular fue unánime y todos los grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático, apoyaron sin fisuras la intervención. En Cataluña y provincias Vascongadas se organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente, donde se inscribieron muchos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la guerra de la Independencia. La ola de patriotismo que se extendió por todo el país, fue fomentada también por la Iglesia católica que la «vendió» como una suerte de moderna cruzada.
O'Donnell, hombre de gran prestigio militar, y justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política de ampliación de las bases de apoyo al Gobierno de la Unión Liberal, consciente también que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida del Ejecutivo, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos el 22 de octubre, tras recibir el beneplácito de los gobiernos francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último a que España incrementase su presencia en el estrecho de Gibraltar.
La guerra, que duró cuatro meses, se inició en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior comenzó la invasión del sultanato de Marruecos. Se trataba de un ejército mal equipado, peor preparado y pésimamente dirigido, y con una intendencia muy deficiente, lo que explica que cerca de 4.000 muertos españoles, dos tercios no murieran en el campo de batalla, sino que fueran víctimas del cólera y de otras enfermedades. A pesar de ello, se sucedieron las victorias en las batallas de los Castillejos —donde destacó el general don Juan Prim, lo que le valió el título de marqués de los Castillejos—, la de Tetuán —ciudad que fue tomada el 6 de febrero de 1860 y que le valió a O'Donnell el título de duque de Tetuán— y la de Was–Ras del 23 de marzo, que despejó el camino hacia Tánger, victorias que fueron magnificadas por la prensa en España, del mismo modo que eran magnificadas las victorias de ambos bandos durante la guerra de Secesión norteamericana, o dos décadas después las acciones de los soldados ingleses durante la guerra anglo–sudanesa que se saldó con el desastre de Jartum, donde fue masacrado un ejército británico en 1885, mucho mejor armado que el español, y que se enfrentó a unos guerreros sudaneses cuyo rudimentario armamento y preparación no difería mucho del de los bravos y crueles rifeños.
El Ejército expedicionario que partió de Algeciras estaba compuesto por unos 45.000 hombres, 3.000 mulos y caballos y 78 piezas de artillería de campaña, apoyado por una escuadra formada por un navío de línea, dos fragatas de hélice y una de vela, dos corbetas, cuatro goletas, once vapores de palas y tres faluchos, además de nueve vapores y tres urcas que actuaron como transportes de tropas. O'Donnell dividió las fuerzas en tres cuerpos de ejército, y puso al frente de cada uno de ellos a los generales don Juan Zavala de la Puente, a don Antonio Ros de Olano, y a don Ramón de Echagüe. El grupo de reserva estuvo bajo el mando del general don Juan Prim. La división de Caballería, al mando del mariscal de campo don Félix Alcalá Galiano, estaba compuesta por dos brigadas, la primera al mando del brigadier don Juan de Villate, y la segunda al mando del brigadier don Francisco Romero Palomeque. El almirante don Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la flota.
Los objetivos fijados eran la toma de Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El 17 de diciembre se desataron las hostilidades por la columna mandada por Zabala que ocupó la Sierra de Bullones. Dos días después Echagüe conquistó el Palacio del Serrallo y O'Donnell se puso al frente de la fuerza que desembarcó en Ceuta el 21. El día de Navidad los tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden de avanzar hacia Tetuán. El 1 de enero de 1860, el general Prim avanzó en tromba hasta la desembocadura de Uad el–Jelú con el apoyo al flanco del general Zabala, y el de la flota que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la costa. Las refriegas continuaron hasta el 31 de enero, en que fue contenida una acción ofensiva rifeña, y O'Donnell comenzó la marcha hacia Tetuán, con el apoyo de los voluntarios catalanes. Recibía la cobertura del general Ros de Olano y de Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató las filas rifeñas hasta el punto de que los restos de este ejército se refugiaron en Tetuán, que cayó el día 6 de febrero.
El siguiente objetivo era Tánger. El ejército se vio reforzado por otra división de infantería de 5.600 soldados, junto a la que desembarcaron las unidades de voluntarios vascos, formadas por 3.000 hombres, la mayoría carlistas, junto al batallón de voluntarios catalanes, con unos 450 reclutas de la misma procedencia. Desembarcaron durante el mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11 de marzo. El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad–Ras en la que venció el ejército español y forzó al caudillo rifeño Muley Abbás, a pedir la paz.

El tratado de Wad–Ras
Tras un armisticio de 32 días, se firmó el Tratado de Wad–Ras en Tetuán el 26 de abril, en el que se declaraba a España vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El acuerdo estipuló lo siguiente: España ocuparía los territorios de Ceuta y Melilla a perpetuidad. El cese de las incursiones rifeñas a Ceuta y Melilla. Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas. Marruecos indemnizaría a España con 100 millones de reales. España recibía el pequeño territorio de Santa Cruz de Mar Pequeña —lo que más tarde sería Sidi Ifni— para establecer una pesquería. Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el Sultanato pagase las indemnizaciones de guerra a España.
La paz que se firmó el 26 de abril de 1860 alguna periódicos sensacionalistas la calificó de «paz chica para una guerra grande» argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque desconocían el pésimo estado en que se encontraba el Ejército español tras la batalla de Wad–Ras y que el Gobierno español se había comprometido con Gran Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún otro territorio que pusiera en peligro el dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que España estaba llamada «a dominar una gran parte del África», pero la empresa requeriría «lo menos de veinte a veinticinco años». Además, el tratado comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado hasta setenta años después. Por último, las presiones británicas para mantener el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron a España a evacuar Tetuán dos años después.

Consecuencias
La guerra de África fue un completo éxito para el Gobierno y aumentó su respaldo popular, pues levantó una gran ola de patriotismo por todo el país, a pesar de que el desenlace de la guerra no colmó, sin embargo, las expectativas creadas en un clima de euforia patriótica que no tenía parangón en la historia reciente. La guerra de África produjo una gran cantidad de crónicas periodísticas —varios periódicos enviaron corresponsales a la zona—, relatos, obras literarias, canciones, cuadros, monumentos, etcétera, muchas de ellas teñidas de un patriotismo grandilocuente y propagandístico. El corresponsal del diario La Iberia, Núñez de Arce, escribió en una de sus crónicas: «El cielo me ha proporcionado la dicha de ser testigo de la empresa más grande y más heroica que ha acometido y llevado a feliz término nuestra querida España desde la gloriosa guerra de la Independencia».

La Diputación de Barcelona encargó al pintor Mariano Fortuny, nacido en Reus como el general Prim, una serie de cuadros conmemorativos, basados en los bocetos que había hecho Fortuny en su visita a los principales escenarios de la guerra. Una de las obras que más reconocimiento recibió fue una pintura de gran formato y visión panorámica titulada La Batalla de Wad–Ras, que le costó varios años terminar. Por su parte, el Gobierno llevó a cabo una «política de memoria», aprovechando la ola de fervor patriótico, que se plasmó en nombres de plazas, calles y barrios: el barrio de Tetuán de las Victorias en Madrid; la plaza de Tetuán y la calle de Wad–Ras en Barcelona; o la plaza de Tetuán en Valencia, y en monumentos públicos, como el levantado al general don Juan Prim en Reus, su ciudad natal.