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viernes, 12 de noviembre de 2010

¿Por qué asesinaron a Kennedy? (12)

El viernes 22 de noviembre de 1963, a las 12:30 horas exactamente, el 35 presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy caía asesinado en la limusina presidencial a la altura de la plaza Dealey de Dallas, Texas. Kennedy había viajado a Dallas como escala en su gira electoral con vistas a las presidenciales de 1964 y la idea de realizar un viaje en limusina descapotable a través de una ciudad tan hostil a Kennedy como era Dallas, no podía tener otro objetivo que el de congraciarse con el rico y poderoso estado de Texas. Además, a fin de cuentas, el vicepresidente Lyndon B. Johnson era tejano. En 1963 Dallas era un bastión republicano donde los rescoldos de la guerra civil aún no se habían extinguido y los sectores ultrarreligiosos protestantes gozaban de gran influencia. En Dallas se daban cita asociaciones extremistas como la John Birch Society, o los Minutemen, así como otros grupos supremacistas blancos y segregacionistas que estaban absolutamente en contra del programa de Kennedy para la integración racial de los afroamericanos y otras minorías étnicas.

En los días previos a la visita oficial del presidente habían sido repartidos por la ciudad más de 5.000 carteles con la foto de Kennedy (de frente y de perfil, como los delincuentes comunes) con la leyenda: «Se busca por traición». Para los extremistas de la ultraderecha, Kennedy estaba vendiendo el país a los comunistas y a los negros. El mismo día del atentado, estos grupos, que habían estado caldeando el ambiente contrario a la visita del presidente, compraron una hoja entera de publicidad en el diario segregacionista de la ciudad, el Dallas News, en la que se criticaba duramente al presidente. Tal era el clima de tensión que el jefe de la Policía de Dallas, Jesse Curry, compareció en la televisión local la misma mañana del viernes 22 de noviembre para hacer un llamamiento al civismo.

Por aquel entonces, hacía poco tiempo que el representante norteamericano en la ONU, Adlai Stevenson, había sido agredido en Dallas por grupos ultrarreligiosos en el día de las Naciones Unidas, porque acusaban al Gobierno de Estados Unidos de haberse vendido a la ONU, «instrumento de los comunistas».

Según el recorrido oficial previsto, la comitiva no debía pasar cerca del Depósito Municipal de Libros desde donde supuestamente disparó Oswald contra el presidente, sino que debía continuar por la calle Main hacia el puente Pontchartrain. Pero la ruta de la comitiva fue súbitamente modificada la noche anterior y nunca se ha sabido quién o quiénes tomaron la decisión de hacerlo: si fueron los servicios secretos encargados de proteger al presidente, o el alcalde de Dallas, Earle Cabell, hermano del ex vicedirector de la CIA, James Cabell, cesado por Kennedy tras el fracaso de la bahía de los Cochinos, o si fue el propio vicepresidente Johnson, que el día anterior se encontraba en Dallas, quien ordenó variar el recorrido en el último momento. Este dato es importante porque los diarios de Dallas, en su edición matinal, señalaban la dirección inicial del cortejo y no la modificada, lo que nos lleva a preguntarnos cómo sabía el tirador apostado en el almacén de libros que la limusina pasaría cerca de allí. ¿Se cambio la ruta la noche anterior precisamente para que así fuese?

Parece extraño que el Servicio Secreto encargado de la protección del presidente, así como el FBI y la Policía de Dallas, pasaran por alto las más elementales medidas de seguridad del recorrido en un vehículo totalmente descubierto, un cambio temerario de ruta, la inexistencia (según declaró el propio servicio secreto a la Comisión Warren) de agentes alrededor de la plaza Dealey, las numerosas ventanas abiertas durante todo el trayecto sin vigilancia alguna y que deberían haber permanecido cerradas.

Los propios manuales de instrucción del servicio secreto concernientes a la protección del presidente en los itinerarios indicaban el peligro de aquel recorrido en un coche descubierto por una ciudad tan hostil a Kennedy como lo era Dallas. En caso de haberse realizado, como se hizo, debería haber habido decenas de agentes de policía y del servicio secreto apostados en los puntos estratégicos del cortejo, como sucedía en todos los viajes presidenciales. Es inaudito que no hubiera ni un solo agente en toda la plaza y que el vehículo realizara aquellos giros tan raros (de Main Street a Houston y de Houston a Elm) cuando podía haber hecho ese trayecto en línea recta atravesando únicamente la calle Main. Estos giros, que no estaban previstos en el recorrido planificado inicialmente, provocaron el descenso de la velocidad de la limusina y, por lo tanto, convirtieron al presidente en un blanco fácil.

Los mismos manuales de instrucción del servicio secreto especificaban claramente que cualquier curva o giro que hiciera la comitiva presidencial en la ruta debía ser inspeccionada y asegurada convenientemente situando agentes en los puntos estratégicos.

A todo esto hay que unir un factor importante. Según la Comisión Warren, Oswald, un comunista convencido y desertor de la URSS al mismo tiempo, había sido el “único” capaz de efectuar tres disparos en menos de 6 segundos con un viejo fusil de cerrojo semiautomático contra el presidente desde el 6º piso del almacén de libros. El primer disparo habría sido el mejor, sin duda, pero después debía recargar el arma, apuntar y disparar en otras dos ocasiones. Es imposible hacerlo en ese corto margen de tiempo con un fusil de cerrojo. 

Este fue uno de los aspectos que jamás quedaron demostrados en la Comisión Warren, a pesar de que varios especialistas del Ejército y de las Fuerzas Armadas lo intentaron. Ningún tirador de élite lo consiguió, sin embargo, la Comisión Warren se empeñó obstinadamente, una y otra vez, en que ésa era la única explicación: que sólo hubo un tirador que fue el que realizó los tres disparos y que, además, el disparo mortal fue el tercero. Y en esa insistencia irracional en demostrar algo imposible, estuvo el primer indicio que animó en 1967 al fiscal general de Nueva Orleans, Jim Garrison a reabrir el caso. Por supuesto, no faltaron los que le tildaron de paranoico por empeñarse en demostrar su teoría de la conspiración contra el presidente John F. Kennedy.

Hoy, casi medio siglo después, son pocos los que ponen en duda que existió dicha conspiración para asesinar al presidente Kennedy, y que Oswald no fue más que un cabeza de turco como él mismo declaró poco después de su detención. Pero, desgraciadamente, como suele suceder, averiguar qué sucedió realmente aquel fatídico día en Dallas, interesa ya a muy pocos.

Tuvo que existir esa conspiración, si no fue así, de qué otro modo se explica que tanto la CIA, el FBI, el servicio secreto y la Policía de Dallas permitieran que la comitiva presidencial circulara a 12 kilómetros por hora sin protección debajo de la ventana donde trabajaba el mayor “comunista” declarado de Dallas: Lee Harvey Oswald. ¿Cómo puede el FBI reconocer ante la Comisión Warren que Oswald no había sido sometido a vigilancia preventiva antes y durante el viaje presidencial? ¿Por qué Jesse Curry, jefe de la Policía de Dallas, aparece en televisión pocas horas después del atentado diciendo que tiene constancia de que el FBI tenía controlado a Oswald y reaparece minutos después para desdecirse públicamente?

En plena Guerra Fría, se podían contar con los dedos de una mano los desertores del Ejército norteamericano emigrados a la URSS y después repatriados sin pasar por prisión. Menos todavía los que después llevaron una actividad política “pública” supuestamente marxista en Nueva Orleans. Y aún se entiende mucho menos que toda la comunidad de servicios de inteligencia norteamericana no vigilara a Oswald.

Por mucho menos, Edgar Hoover, todavía jefe del FBI, había arruinado la vida de intelectuales, artistas, actores, escritores y periodistas de prestigio tachándoles de “comunistas”. Y esa supuesta militancia marxista de Oswald es una de las claves de todo el asunto, el elemento que contradice los argumentos de la Comisión Warren (CW): Oswald no fue jamás un “auténtico” comunista, sino un agente de la CIA infiltrado en misiones de contraespionaje. ¿Cómo podía un marxista convencido simpatizar con el conde George De Mohrenschildt, un criminal de guerra nazi? Si Lee Harvey Oswald era realmente marxista-leninista ¿cómo pudo entablar amistad con varios bielorrusos antisoviéticos en Dallas? ¿Cómo pudo haber estado destinado como especialista de radar en Atsugi (Japón) una de las bases aéreas secretas mejor protegidas?

Pocos segundos después del atentado, decenas de testigos en la plaza Dealey corrieron hacia el montículo de hierba donde habían oído disparos. La policía de Dallas realizó varias detenciones de vagabundos sospechosos, pero lo curioso del caso es que ninguno de ellos fue llevado a las dependencias policiales, aunque sólo fuese para realizar una simple identificación rutinaria. Acababa de ser asesinado el presidente de los Estados Unidos, y esos sospechosos desaparecieron como por arte de magia. No fueron identificados ni interrogados, y jamás se volvió a saber de ellos. ¿Quiénes eran realmente y qué hacían en Dallas aquel día fatídico?

Pero, ¿cómo sabemos de esas detenciones? Pues por varios fotógrafos de Dallas que tomaron instantáneas de los sospechosos y nunca fueron publicadas. Tampoco la CW hizo nada con ellas, ni se preocupó tampoco por identificar a los detenidos.

El presidente ingresó cadáver en el Hospital Parkland Memorial de Dallas pocos minutos después del atentado, y a continuación, el vicepresidente Lyndon B. Johnson ordenó que la limusina, manchada de sangre y llena de pruebas, fuera limpiada por los agentes del servicio secreto en el aparcamiento de ambulancias del propio hospital. Resulta desconcertante que la máxima preocupación del vicepresidente Johnson, apenas 10 minutos después del asesinato de Kennedy, fuese limpiar el coche, no sólo por lo absurdo de la premura, sino también por lo escandaloso de aquella actuación realizada con la manifiesta intención de eliminar unas pruebas que podrían haber contribuido a esclarecer el caso.

Los médicos de Dallas que examinaron el cadáver determinaron que el impacto del proyectil que Kennedy había recibido en el cuello procedía de un disparo realizado de frente, afirmación que posteriormente entraría en contradicción con la teoría oficial de la Comisión Warren. Legalmente, según la Constitución y las leyes del estado de Texas, la autopsia debería haber sido realizada en Dallas, pero de repente estalló una discusión entre los médicos del Parkland y el servicio secreto sobre la custodia del cuerpo. Entre empujones, en medio de una auténtica reyerta, los hombres del servicio secreto se hicieron cargo del cadáver por la fuerza y lo embarcaron en el Air Force One, el avión presidencial, que despegó poco después con rumbo a Washington, para realizar allá la autopsia oficial. Durante el trayecto se produjo la toma de posesión del cargo del nuevo presidente, Lyndon Baines Johnson y fue en ese momento, durante 20 minutos, el único instante en el que Jacqueline Kennedy se separó del cuerpo de su marido. Este detalle sería relevante durante la investigación de la CW.

La autopsia oficial se efectuó en el Hospital Naval de Bethesda, cerca de Washington, y los tres patólogos que la realizaron, dirigidos por James Humes, eran cirujanos militares aunque sin experiencia en heridas por arma de fuego porque ninguno de ellos había entrado en combate. El resultado de la autopsia en Bethesda contradijo las declaraciones de los médicos de Dallas, los primeros en examinar las heridas.

Pocos minutos después del atentado, a eso de las 12:40, la Policía de Dallas transmite a sus agentes una descripción completa de un sospechoso que podría haber sido el autor de los disparos. Se trata de un hombre joven, de unos 30 años, 1,80 de estatura y pelo moreno liso. Según la Comisión Warren esta descripción concuerda con Oswald y se alertó a la Policía porque era el único empleado que faltaba en el depósito de libros. Esto es falso porque faltaban realmente más operarios, pero es igual, hacía tiempo que Oswald había sido designado como el infame ‘asesino solitario’ por una mano negra y todos los elementos empezaban a concadenarse y a conjugarse en su contra para incriminarle.

A las 12:45 Oswald llegó al apartamento que tenía alquilado a Aerlene Roberts, quien declaró ante la Comisión Warren que mientras Oswald se cambiaba de camisa vio un coche de policía que hizo sonar dos veces el claxon, como si hiciese una señal acústica convenida con anterioridad, mientras esperaba en la puerta de la casa. Oswald abandonó la casa y unos dos minutos después, a un kilómetro y medio de allí, se produjo el asesinato del agente de la Policía de Dallas, Tippitt, que según la Comisión Warren fue también obra de Oswald.

Según la CW, el policía Tippitt, alertado por la descripción del sospechoso facilitada por radio, se topó con Oswald y le pidió que se identificara. Oswald accedió, pero mientras Tippitt bajaba del coche Oswald le descerrajó cuatro disparos a consecuencia de los cuales el policía falleció al instante. Hay, no obstante, varios elementos que cuestionan esta versión.

Lo cierto es que Oswald, asesino o no de Tippitt, continuó caminando hasta un cine donde entró sin pagar la entrada, pese a que tenía dinero suficiente en el bolsillo para hacerlo, sin necesidad de llamar la atención con su actitud. El empleado de una zapatería de la zona, cuya tienda se encontraba próxima al cine, alertado por la extraña apariencia de Oswald y por el hecho de que éste hubiera entrado en el cine sin pagar, llamó a la policía y en poco menos de dos minutos aparecieron allí doce coches patrulla. Era como si hubiesen estando esperando una señal para actuar. En la calle ya se había congregado un nutrido grupo de personas increpando al “asesino” cuando en realidad, aún no había sido acusado de nada. ¿Quién era ese desconfiado y receloso empleado de la zapatería? ¿Tan estrafalario era el aspecto de Oswald como para llamar la atención de esa manera?

Oswald es detenido en el cine y llevado a las dependencias policiales sin que se haga una acusación formal contra él en la comisaría central de Dallas donde es interrogado por primera vez. Después de cuatro horas, cuando todavía se le está interrogando e investigando sus actividades, los medios de comunicación ya empiezan a culparle del asesinato del presidente y sacan a relucir su supuesta afiliación marxista-leninista. La teoría del asesino solitario, en este caso, un fanático activista comunista, empieza a tomar forma.

Doce horas después de su detención acaba el interrogatorio. Oswald no ha contado con un abogado y los agentes de la Policía de Dallas y del FBI que le han tomado declaración no lo han hecho por escrito, ni siquiera han tomado notas. Esto es muy irregular en Estados Unidos, donde los procedimientos judiciales son muy estrictos en este aspecto, puesto que cualquier declaración de un acusado, ¡y más la del supuesto asesino del presidente!, no tiene validez alguna ante un tribunal de justicia si el abogado del acusado no ha estado presente durante el interrogatorio y se acompaña su testimonio de una declaración firmada. ¿Cómo pudieron pasar por alto los policías de Dallas y, sobre todo, los agentes del FBI, un aspecto jurídico tan importante? ¿Con qué base pretendían acusar a Oswald del asesinato de Kennedy si habían cometido semejantes irregularidades durante el interrogatorio?

Sabían de antemano que poco importaban aquellos tecnicismos, Lee H. Oswald jamás llegaría a juicio, ¡iban a silenciarle para siempre! Sabía demasiado y su declaración resultaba embarazosa y comprometedora para poder “ocultar” convenientemente la trama de la conspiración urdida para asesinar al presidente de los Estados Unidos.

Casi 48 horas después de su detención, el domingo 24 de noviembre, Oswald iba a ser trasladado desde los calabozos municipales a la prisión de Dallas para ofrecerle “una mayor protección” puesto que se habían recibido amenazas de muerte contra él. Mientras era escoltado por la policía de Dallas en el aparcamiento de la comisaría, un hombre salió de entre la multitud de policías, agentes secretos y periodistas e, impunemente, asesinó a Oswald ante los ojos de todo el mundo.

Con la muerte de Lee H. Oswald se cerraba para siempre la boca al mayor implicado en el asesinato de Kennedy y se eliminaba definitivamente la posibilidad de esclarecer el caso.

(Continuará…)

1 comentario:

  1. Muy bueno el artículo, serio, bien escrito y sumamente crítico. Entré buscando información sobre el tema de la seguridad. Hay una foto donde se observa perfectamente el coche que seguía a JFK, cargadito de agentes, pero a él lo dejan totalmente aislado.. es descarado! es tanta la chapuza que no es digna de estos sátrapas miserables y asesinos del gobierno USA, como si "quisieran" que el investigador supiese del asesinato -igual que el caso de Isaac Rabin por ejemplo-. Y sin querer entrar en la paranoia conspiratoria estoy investigando otros temas para mi tesis y descubro numerosos casos de este estilo, en el que se disfraza la mentira para la masa pero donde se intuyen ciertas pistas que dejan estos genocidas -¿quizás como advertencia para los que preguntamos demasiado?-
    Bueno antes de que se me termine de ir la cabeza te mando un fuerte abrazo y te agradezco el artículo.
    Salud!

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