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sábado, 6 de noviembre de 2010

El discurso del rey

Eduardo VIII fue rey de Inglaterra solamente durante 326 días, desde la muerte de su padre, Jorge V, el 20 de enero de 1936, hasta su abdicación el 11 de diciembre del mismo año. El nuevo rey deseaba casarse con su amante, Wallis Simpson, con la que ya vivía. Wallis era una divorciada estadounidense que residía en Inglaterra, y que tenía, además de unas manifiestas ínfulas de convertirse en reina, un turbulento pasado y una pésima reputación en sus relaciones con los hombres, habiéndose divorciado ya dos veces. Como se daba la circunstancia de que el monarca británico es también el jefe de la Iglesia anglicana, varios dignatarios religiosos y gubernamentales no aprobaban una unión entre el rey y la señora Simpson. Pero Eduardo decidió casarse con Wallis a pesar de las abundantes objeciones. El resultado fue que después de unos doce meses como rey, abdicó. Anunció su decisión y reafirmó su amor por Wallis Simpson en un discurso radiofónico a la nación el mismo día. Cuando Wallis se enteró de la renuncia de Eduardo al trono, tuvo un ataque de ira, porque ella deseaba convertirse en reina.

La pareja se exilió en Francia donde se casaron el 3 de junio de 1937 y la ambiciosa Wallis tuvo que contentarse con el título de duquesa de Windsor, pero no consiguió ser reina. Bien, ésa es la historia oficial, que resumida vendría a ser que el 10 de diciembre de 1936, Eduardo VIII renunció al trono de Inglaterra para casarse con Wallis Simpson. Sin embargo, hoy se empieza a aceptar el hecho, negado durante mucho tiempo por las autoridades y los historiadores británicos, de que un amplísimo sector de la aristocracia inglesa era abiertamente favorable a las tesis nazis, y creían necesario un entendimiento con los alemanes, empezando por el propio rey Eduardo VIII, siendo ése el auténtico motivo por el que fue obligado a abdicar. Pero no es menos cierto que quien introdujo las bondades del nazismo en la egregia cabeza del príncipe, y futuro rey de Inglaterra, fue la señora Wallis Simpson, de marcadas tendencias filonazis, y de la que existen varias fotografías saludando efusivamente a su admirado Adolf Hitler.

Dejemos ahora a Wallis y a Eduardo, para fijarnos en otro suceso de la Segunda Guerra Mundial escasamente abordado o, por decir más, deliberadamente ocultado. Parece algo inconcebible pero, el 10 de mayo de 1941, con Francia derrotada y un mes antes de iniciar la campaña contra la Unión Soviética, el lugarteniente del Führer, Rudolf Hess, voló solo a Escocia para encontrarse supuestamente con el duque de Hamilton, y negociar la paz con Gran Bretaña por separado. Hitler quería tener las manos libres para concentrar todos sus esfuerzos en la campaña de Rusia. Pero los ingleses no estaban por la labor, sabían que si los alemanes derrotaban a la Unión Soviética la posición de predominio que todavía conservaba Gran Bretaña en el mundo habría llegado a su fin. Hess fue capturado y, tras escuchar su propuesta, el primer ministro británico Winston Churchill se negó a considerarla y lo encerró en prisión. Finalizada la guerra, y después de los juicios de Núremberg contra los criminales de guerra alemanes, el antiguo lugarteniente de Hitler fue encarcelado en solitario en la cárcel de Spandau.

Hess falleció en 1987 víctima de un extraño y conveniente suicidio, apenas dos años antes de producirse la caída del Muro de Berlín. Sin duda Hess podría haber contado bastantes cosas interesantes acerca de los representantes de algunas casas reales europeas afines al régimen nacionalsocialista, empezando por el ex rey de Inglaterra, Eduardo VIII. Estos influyentes personajes formaban parte de lo que el presidente Woodrow Wilson definió en 1918 como la “diplomacia secreta” cuando presentó ante el Congreso sus 14 Puntos para logar la paz en Europa en la anterior guerra. En 1940, igual que en 1915, Winston Churchill deseaba provocar la intervención de Estados Unidos en la guerra europea, único modo de derrotar a Alemania. Y fue por eso por lo que Rudolph Hess jamás salió de prisión y desde el principio los ingleses pusieron mucho empeño en etiquetarlo de loco. Hess había volado a Inglaterra para ofrecer la paz a Winston Churchill y éste rechazó su propuesta.


El príncipe Bernardo de Holanda
Bernhard von Lippe Biesterfeld (de origen alemán) más tarde conocido como el príncipe Bernardo de Holanda, era primo político de la princesa Victoria de Hoehenzollern, hermana del káiser Guillermo II de Alemania, y a él se debe la fundación del llamado Club Bilderberg en 1954.

Pero mucho antes de fundar este célebre y elitista club que defiende a ultranza las supuestas bondades del libre mercado, el príncipe Bernardo de Holanda fue un miembro destacado del Partido Nacionalsocialista (NSDAP) con carné de afiliación número 02383009, fecha oficial de ingreso del 1 de mayo de 1933 y fecha de renuncia a su militancia del 8 de enero de 1937, precisamente para contraer matrimonio con la entonces princesa Juliana de Holanda. Su dimisión fue acompañada con una carta de despedida dirigida al Führer en la que estampaba su firma después de escribir un emotivo «Heil Hitler!».

No obstante, el príncipe Bernardo fue nuevamente reclutado por los servicios secretos nazis durante la guerra. Así, el SS Bernhard von Lippe Biesterfeld, trabajó activamente como directivo en la compañía química alemana I.G. Farben, la productora del gas letal Zyklon-B utilizado en las cámaras de gas de los campos de exterminio nazis. Bajo las órdenes de Bernhard von Lippe Biesterfeld, la I.G. Farben alemana y sus socias comerciales, la compañía química británica ICI (Imperial Chemical Industries) y la petrolera norteamericana Standard Oil of New Jersey, prosiguieron con sus negocios al margen de la situación de guerra existente entre sus respectivos países: Gran Bretaña y Estados Unidos de un lado, y Alemania del otro.

Después de la guerra, el príncipe Bernardo se convirtió en destacado accionista de la petrolera angloholandesa Royal-Dutch Shell y en el fundador y principal impulsor del Club Bilderberg con el loable propósito de estrechar lazos entre Europa y los Estados Unidos y trabajar por la paz. Por supuesto, a nadie se le ocurrió preguntarle cuál había sido exactamente su actividad para la I.G. Farben durante la guerra. El príncipe Bernardo vivió discretamente, dentro de su opulencia, hasta que en 1976 su insigne nombre saltó a las primeras planas de todos los periódicos del mundo por haber aceptado sobornos de la compañía aeronáutica norteamericana Lockheed para que influyera en las Fuerzas Aéreas de su país a la hora de escoger los aparatos que ésta les ofrecía para dotar a sus escuadrones. El avión en cuestión era un caza llamado «Starfighter», pero al que los pilotos habían apodado «ataúd volador» dado el gran número de accidentes mortales que habían sufrido sus pilotos en otros países aliados. El príncipe Bernardo murió en diciembre de 2004 y pidió ser enterrado con su perrito de peluche, un recuerdo de su infancia.

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