La propia primera dama, Jacqueline Lee Bouvier Kennedy, fue el primer testigo presencial desautorizado por la versión oficial del asesinato de su esposo el presidente Kennedy. Jackie, como era popularmente conocida, estaba sentada al lado de su marido cuando éste recibió el disparo en la cabeza que le mató. La señora Kennedy testificó ante la Comisión Warren y declaró “haber visto cómo saltaban trozos de la cabeza de su esposo”. Sin embargo la CW determinó que la posición de la primera dama en la limusina “no le permitía ver la cabeza de su marido al menos hasta un segundo después de que recibiera el disparo”. Aquel fatídico día, en cuestión de segundos, Jackie se subió a la parte trasera del vehículo presidencial aterrorizada: ¡temiendo que también fuesen a asesinarla a ella! La primera dama, mejor que nadie, fue testigo de cómo su marido recibía el impacto frontalmente y de cómo estallaba su cráneo, salpicándola con restos de hueso y masa encefálica.
El 20 de octubre de 1968, Jacqueline Bouvier Kennedy se casó con el armador griego Aristóteles Onassis. Cuando su cuñado Robert F. Kennedy fue asesinado meses antes, Jacqueline se sintió también en peligro y se convenció de que los Kennedy sufrían una persecución y que tanto ella como sus hijos “corrían peligro” y que debían abandonar los Estados Unidos. El matrimonio con Onassis cobraba sentido: él tenía el dinero y el poder suficientes para brindarle la “protección” que ella buscaba. Hasta el final de sus días, Jackie Kennedy vivió obsesionada con la idea de que su vida corría peligro. En 1994 se le diagnosticó un linfoma, un tipo de cáncer que estaba en estado muy avanzado. Murió en su apartamento de la Quinta Avenida de la ciudad de Nueva York el 19 de mayo de ese mismo año. Su funeral, aunque tenía carácter privado, adquirió dimensiones de auténtico funeral de Estado, fue televisado a todo el país y asistió el entonces presidente de los EEUU, Bill Clinton.
Jacqueline Bouvier Kennedy se había ganado un lugar en el corazón de los norteamericanos y su templanza en los momentos posteriores al asesinato de su marido hizo que se ganara también la admiración del mundo entero. Presidió el funeral por el presidente, llevando a sus dos hijos de la mano, caminando detrás del féretro desde la Casa Blanca hasta la catedral de Saint Matthew, en la que se celebró un funeral multitudinario. Jackie fue la encargada de encender la llama eterna en la tumba de su esposo en el cementerio de Arlington, donde finalmente reposan también sus restos, junto al que fue su primer marido, el presidente John Fitzgerald Kennedy.
Lo que Jacqueline Bouvier Kennedy posiblemente no sabía al casarse con Aristóteles Onassis en 1968, era la relación que éste había mantenido con algunos de los individuos más siniestros relacionados con el asesinato de su esposo, entre los que destacaba el conde George De Mohrenschildt, un aristócrata que había sido la mano derecha de Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon y que tras el fin de la guerra se había trasladado a Estados Unidos. De Mohrenschildt, que jamás fue interrogado ni molestado por las autoridades norteamericanas por sus crímenes de guerra, formaba parte del exclusivo Club del Petróleo de Texas, y fue quien introdujo a Lee Harvey Oswald, presunto asesino del presidente Jack Kennedy, en la comunidad de bielorrusos antisoviéticos asentados en Dallas, entre los que figuraban un nutrido grupo de antiguos nazis.
De Mohrenschildt fue también quien presentó a los Oswald, Lee y Marina, a Ruth Paine, que le consiguió a él un trabajo en la compañía Yaggars, una empresa que trabajaba para el Ejército y las Fuerzas Aéreas realizando mapas de precisión y revelando las fotografías aéreas de los vuelos espía que los aviones U2 realizaban sobre territorio cubano para espiar los movimientos soviéticos y la construcción de las célebres rampas lanzamisiles que provocaron la crisis de octubre de 1962.
Sin saberlo, Jackie estuvo durante mucho tiempo durmiendo con su enemigo. Onassis murió el 15 de marzo de 1975 cuando se disponía a iniciar los trámites del divorcio, por lo que le dejó una millonaria herencia a su esposa, lo que desencadenó un largo y agrio litigio con Christina Onassis, hija del armador griego.
La revista The Rebel, del grupo editorial del que es propietario Larry Flynt, publicaba el siguiente artículo el 22 de noviembre de 1983, al cumplirse veinte años del asesinato del presidente Kennedy en circunstancias jamás del todo esclarecidas. El artículo lo firmaba la periodista Mae Brussell y recogía las siguientes declaraciones de Helmut Streikher, ex SS en los tiempos de Hitler, y reclutado al finalizar la Segunda Guerra Mundial como agente de la OSS[1]:
“Uno de los peores secretos de la CIA es la verdad sobre la muerte del presidente Kennedy. No fue Fidel Castro ni fueron los rusos. Los hombres que mataron a Kennedy fueron agentes contratados por la CIA. El asesinato de John Kennedy fue una conspiración en dos partes. Una es la acción que finalizó con el homicidio; la otra parte, aún más oscura, es la aceptación y protección de los homicidas por el aparato de Inteligencia que controla el modo en que operan en todo el mundo”.
¿Participaron exagentes nazis en el asesinato, aún sin resolver, del presidente John F. Kennedy? Ciertamente hoy, en 2010, todo eso nos queda ya muy lejos en el tiempo. Tanto el asesinato de Kennedy (1963) como la Segunda Guerra Mundial que finalizó en 1945. En parte, el éxito de las conspiraciones reside en eso, en dejar pasar el tiempo hasta que a nadie le importe saber qué sucedió realmente y los ecos del “¡Queremos saber!” se vayan apagando, hasta extinguirse por completo.
Pero en 1963 apenas hacía sólo dieciocho años que había terminado la Segunda Guerra Mundial, luego era un aconteciendo relativamente reciente. Y los combatientes que participaron en ella eran todavía jóvenes, por lo que las investigaciones que muchos han llevado a cabo desde entonces permiten establecer que hubo una conexión entre ex miembros del Partido Nacional Socialista alemán y la CIA, del mismo modo que a nadie sorprendería hoy que se reconociese que la Agencia reclutó a ex agentes del KGB en situación de desempleo tras la desintegración de la URSS en 1991.
Incuso el propio Fidel Castro “trabajó” para la agencia, y el “heroico” periodista Woodward destapó el escándalo Watergate gracias a los chivatazos de un soplón que a las puertas de la muerte reconoció haber sido el Número 2 del FBI, y que resentido con Richard Nixon por no haberle ascendido a director de la misma tras la muerte del legendario Edgar Hoover, urdió las patrañas del Watergate para vengarse. Y hasta el propio Howard Hunt, otro de los “héroes” del Watergate reconoció poco antes de morir un “cierto” grado de implicación por su parte en el caso JFK. Aunque también es factible pensar que estuviese lanzando un mensaje al ciberespacio: “¡Dejadme en paz, o tiraré de la manta!”
La mayoría de los que estuvieron relacionados de un modo u otro con el caso JFK murieron en extrañas circunstancias a lo largo de los primeros dos años después del magnicidio, y los demás de forma más distanciada en el tiempo.
Poco antes de sufrir el atentado que le dejó paralítico, Larry Flynt había ofrecido una recompensa de un millón de dólares a quién pudiese aportar información que ayudase a la captura de los asesinos de Kennedy. Asimismo, durante la moción de censura contra el presidente Bill Clinton en 1998, a propósito del escándalo Lewinsky, Flynt ofreció un millón de dólares para obtener información acerca de cualquier escándalo sexual que implicase a algún legislador republicano alegando que “En tiempos desesperados son necesarias medidas desesperadas”. En su revista publicó los resultados bajo el título de El Informe Flynt (The Flynt Report). Su informe provocó la dimisión de Bob Livingston. También acusó al congresista Bob Barr de haber cometido perjurio cuando testificó sobre el aborto de su mujer, negándolo. Asimismo, Flynt expresó su extrañeza ante el hecho de que una mujer, refiriéndose a Mónica Lewinsky, guardase durante varios años un vestido manchado de semen, si no tenía un propósito premeditado para hacerlo. ¿Dónde estaban los supuestos periodistas de investigación tan pagados de sí mismos? Tuvo que ser Larry Flynt, el editor de Hustler, una revista erótica –que muchos califican de pornográfica– quien saliese en defensa del presidente Bill Clinton.
Durante el juicio en el que Flynt fue acusado de obscenidad en el condado de Gwinnett, Georgia el 6 de marzo de 1978, Flynt y su abogado Gene Reeves Jr. fueron tiroteados en Lawrenceville en una emboscada cerca de los Juzgados del Condado. Joseph Paul Franklin, un asesino en serie y supremacista blanco confesó ser el autor de los disparos alegando sentirse ultrajado por unas fotos pornográficas publicadas en Hustler –la principal de las publicaciones de Flynt– en las que aparecían un hombre negro y una mujer blanca en una actitud que sugería explícitamente un acto de sexo oral.
Franklin, que cumple cadena perpetua con cargos de asesinato, nunca fue acusado ni juzgado por el intento de asesinato perpetrado contra Larry Flynt y su abogado. Otro asesino solitario sin móvil aparente. La mayoría tachados después, si no son eliminados, de desequilibrados.
(Continuará...)
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