Desde 1840, las ciudades españolas de Ceuta
y Melilla sufrían constantes incursiones por parte de cabileños de la región
del Rif. A ello se unía el acoso a las tropas destacadas en distintos puntos.
Las acciones eran inmediatamente contestadas por el Ejército español, pero al
internarse en territorio bereber los agresores tendían emboscadas. La situación
volvía a repetirse de forma habitual. La guerra de África o Primera Guerra de
Marruecos, fue el conflicto bélico que enfrentó a España con el Sultanato de
ese país magrebí entre 1859 y 1860, durante el período de los Gobiernos de la
Unión Liberal del reinado de Isabel II de España.
En 1859 el Gobierno de la Unión Liberal,
presidido por su líder, el general don Leopoldo O'Donnell, presidente del
Consejo de ministros y titular de Guerra, bajo el reinado de Isabel II, firmó
un acuerdo diplomático con el sultán de Marruecos que afectaba a las plazas de
soberanía española de Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera, pero no a Ceuta.
Entonces el Gobierno español decidió realizar obras de fortificación en torno a
esta última ciudad, lo que fue considerado por Marruecos como una provocación.
Cuando en agosto de 1859 un grupo de rifeños atacó a un destacamento español
que custodiaba las reparaciones en diversos fortines de Ceuta, don Leopoldo
O'Donnell, presidente del Gobierno en aquel momento, exigió al sultán de
Marruecos un castigo ejemplar para los agresores. Sin embargo, esto no sucedió.
Entonces el Gobierno español decidió
invadir el sultanato de Marruecos con el pretexto del «ultraje inferido al
pabellón español por las hordas salvajes» cercanas a Ceuta. Los auténticos
motivos de la expedición, aunque se dijo que se trataba de «rehacerse en sus
fértiles comarcas de nuestras pérdidas coloniales» fueron de orden interno. Por
un lado, como señaló un observador de la época, acabar con las «intrigas
palaciegas» que ponían en peligro al Gobierno, que vio en el conflicto la
oportunidad de mejorar la imagen de España en el exterior, y de beneficiarse
del clima patriótico que los sucesos de Ceuta generaron en la sociedad
española.
La reacción popular fue unánime y todos los
grupos políticos, incluso la mayoría de los miembros del Partido Democrático,
apoyaron sin fisuras la intervención. En Cataluña y provincias Vascongadas se
organizaron centros de reclutamiento de voluntarios para acudir al frente,
donde se inscribieron muchos carlistas, sobre todo procedentes de Navarra, en
un proceso de efervescencia patriótica como no se había dado desde la guerra de
la Independencia. La ola de patriotismo que se extendió por todo el país, fue
fomentada también por la Iglesia católica que la «vendió» como una suerte de
moderna cruzada.
O'Donnell, hombre de gran prestigio
militar, y justo en el momento en el que estaba en plena expansión su política
de ampliación de las bases de apoyo al Gobierno de la Unión Liberal, consciente
también que desde la prensa se reclamaba con insistencia una acción decidida
del Ejecutivo, propuso al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a
Marruecos el 22 de octubre, tras recibir el beneplácito de los gobiernos
francés e inglés, a pesar de las reticencias de este último a que España
incrementase su presencia en el estrecho de Gibraltar.
La guerra, que duró cuatro meses, se inició
en diciembre de 1859 cuando el ejército desembarcado en Ceuta el mes anterior
comenzó la invasión del sultanato de Marruecos. Se trataba de un ejército mal
equipado, peor preparado y pésimamente dirigido, y con una intendencia muy
deficiente, lo que explica que cerca de 4.000 muertos españoles, dos tercios no
murieran en el campo de batalla, sino que fueran víctimas del cólera y de otras
enfermedades. A pesar de ello, se sucedieron las victorias en las batallas de
los Castillejos —donde destacó el general don Juan Prim, lo que le valió el
título de marqués de los Castillejos—, la de Tetuán —ciudad que fue tomada el 6
de febrero de 1860 y que le valió a O'Donnell el título de duque de Tetuán— y
la de Was–Ras del 23 de marzo, que despejó el camino hacia Tánger, victorias
que fueron magnificadas por la prensa en España, del mismo modo que eran
magnificadas las victorias de ambos bandos durante la guerra de Secesión
norteamericana, o dos décadas después las acciones de los soldados ingleses
durante la guerra anglo–sudanesa que se saldó con el desastre de Jartum, donde
fue masacrado un ejército británico en 1885, mucho mejor armado que el español,
y que se enfrentó a unos guerreros sudaneses cuyo rudimentario armamento y
preparación no difería mucho del de los bravos y crueles rifeños.
El Ejército expedicionario que partió de
Algeciras estaba compuesto por unos 45.000 hombres, 3.000 mulos y caballos y 78
piezas de artillería de campaña, apoyado por una escuadra formada por un navío
de línea, dos fragatas de hélice y una de vela, dos corbetas, cuatro goletas,
once vapores de palas y tres faluchos, además de nueve vapores y tres urcas que
actuaron como transportes de tropas. O'Donnell dividió las fuerzas en tres
cuerpos de ejército, y puso al frente de cada uno de ellos a los generales don Juan
Zavala de la Puente, a don Antonio Ros de Olano, y a don Ramón de Echagüe. El
grupo de reserva estuvo bajo el mando del general don Juan Prim. La división de
Caballería, al mando del mariscal de campo don Félix Alcalá Galiano, estaba
compuesta por dos brigadas, la primera al mando del brigadier don Juan de
Villate, y la segunda al mando del brigadier don Francisco Romero Palomeque. El
almirante don Segundo Díaz Herrero fue nombrado jefe de la flota.
Los objetivos fijados eran la toma de
Tetuán y la ocupación del puerto de Tánger. El 17 de diciembre se desataron las
hostilidades por la columna mandada por Zabala que ocupó la Sierra de Bullones.
Dos días después Echagüe conquistó el Palacio del Serrallo y O'Donnell se puso
al frente de la fuerza que desembarcó en Ceuta el 21. El día de Navidad los
tres cuerpos de ejército habían consolidado sus posiciones y esperaban la orden
de avanzar hacia Tetuán. El 1 de enero de 1860, el general Prim avanzó en
tromba hasta la desembocadura de Uad el–Jelú con el apoyo al flanco del general
Zabala, y el de la flota que mantenía a las fuerzas enemigas alejadas de la
costa. Las refriegas continuaron hasta el 31 de enero, en que fue contenida una
acción ofensiva rifeña, y O'Donnell comenzó la marcha hacia Tetuán, con el
apoyo de los voluntarios catalanes. Recibía la cobertura del general Ros de
Olano y de Prim en los flancos. La presión de la artillería española desbarató
las filas rifeñas hasta el punto de que los restos de este ejército se
refugiaron en Tetuán, que cayó el día 6 de febrero.
El siguiente objetivo era Tánger. El
ejército se vio reforzado por otra división de infantería de 5.600 soldados,
junto a la que desembarcaron las unidades de voluntarios vascos, formadas por
3.000 hombres, la mayoría carlistas, junto al batallón de voluntarios
catalanes, con unos 450 reclutas de la misma procedencia. Desembarcaron durante
el mes de febrero hasta completar una fuerza suficiente para la ofensiva del 11
de marzo. El 23 de marzo se produjo la batalla de Wad–Ras en la que venció el
ejército español y forzó al caudillo rifeño Muley Abbás, a pedir la paz.
El tratado de Wad–Ras
Tras un armisticio de 32 días, se firmó el
Tratado de Wad–Ras en Tetuán el 26 de abril, en el que se declaraba a España
vencedora de la guerra y a Marruecos perdedor y único culpable de la misma. El
acuerdo estipuló lo siguiente: España ocuparía los territorios de Ceuta y
Melilla a perpetuidad. El cese de las incursiones rifeñas a Ceuta y Melilla. Marruecos
reconocía la soberanía de España sobre las islas Chafarinas. Marruecos indemnizaría
a España con 100 millones de reales. España recibía el pequeño territorio de
Santa Cruz de Mar Pequeña —lo que más tarde sería Sidi Ifni— para establecer
una pesquería. Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que
el Sultanato pagase las indemnizaciones de guerra a España.
La paz que se firmó el 26 de abril de 1860
alguna periódicos sensacionalistas la calificó de «paz chica para una guerra
grande» argumentando que O’Donnell debía haber conquistado Marruecos, aunque
desconocían el pésimo estado en que se encontraba el Ejército español tras la
batalla de Wad–Ras y que el Gobierno español se había comprometido con Gran
Bretaña a no ocupar Tánger ni ningún otro territorio que pusiera en peligro el
dominio británico del estrecho de Gibraltar. O’Donnell se excusó diciendo que
España estaba llamada «a dominar una gran parte del África», pero la empresa
requeriría «lo menos de veinte a veinticinco años». Además, el tratado
comercial firmado con Marruecos acabó beneficiando más a Francia y a Gran
Bretaña y al territorio de Ifni, al sur de Marruecos, que no sería ocupado
hasta setenta años después. Por último, las presiones británicas para mantener
el statu quo en la zona del estrecho de Gibraltar obligaron a España a evacuar
Tetuán dos años después.
Consecuencias
La guerra de África fue un completo éxito
para el Gobierno y aumentó su respaldo popular, pues levantó una gran ola de
patriotismo por todo el país, a pesar de que el desenlace de la guerra no
colmó, sin embargo, las expectativas creadas en un clima de euforia patriótica
que no tenía parangón en la historia reciente. La guerra de África produjo una
gran cantidad de crónicas periodísticas —varios periódicos enviaron corresponsales
a la zona—, relatos, obras literarias, canciones, cuadros, monumentos, etcétera,
muchas de ellas teñidas de un patriotismo grandilocuente y propagandístico. El
corresponsal del diario La
Iberia, Núñez de Arce, escribió en una de
sus crónicas: «El cielo me ha proporcionado la dicha de ser testigo de la
empresa más grande y más heroica que ha acometido y llevado a feliz término
nuestra querida España desde la gloriosa guerra de la Independencia».
La Diputación de Barcelona encargó al
pintor Mariano Fortuny, nacido en Reus como el general Prim, una serie de
cuadros conmemorativos, basados en los bocetos que había hecho Fortuny en su
visita a los principales escenarios de la guerra. Una de las obras que más
reconocimiento recibió fue una pintura de gran formato y visión panorámica
titulada La Batalla de
Wad–Ras, que le costó varios años
terminar. Por su parte, el Gobierno llevó a cabo una «política de memoria»,
aprovechando la ola de fervor patriótico, que se plasmó en nombres de plazas,
calles y barrios: el barrio de Tetuán de las Victorias en Madrid; la plaza de
Tetuán y la calle de Wad–Ras en Barcelona; o la plaza de Tetuán en Valencia, y
en monumentos públicos, como el levantado al general don Juan Prim en Reus, su
ciudad natal.
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