En el año 929, Abderramán III estableció el Califato de Córdoba, declarando la independencia religiosa de Bagdad, capital del Califato abasí. Esta proclamación del Califato contenía un propósito doble: en el interior, los omeyas querían consolidar su posición. En el exterior, apuntalar las rutas marítimas para el comercio en el Mediterráneo Oriental, garantizando las relaciones económicas con Bizancio y asegurando la subadministración del oro. Tras la conquista de Melilla en 927, a mediados del siglo X, los omeyas cordobeses controlaban el triángulo formado por Argelia, Siyilmasa y el océano Atlántico. El poder del Califato se extendía hacia el norte y en 950 el Sacro Imperio Romano Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba. En el año 939 un ejército cristiano liderado por Ramiro II de León derrotó a las huestes sarracenas enviadas por Abderramán III en una de sus operaciones de castigo contra el Norte cristiano. El resultado de la batalla disuadió a los omeyas de su intención de instalar poblaciones árabes en las inmediaciones del Duero y sus áreas despobladas. La de los omeyas es la etapa política más importante de la presencia islámica en la Península, aunque de corta duración pues en la práctica terminó en el 1010 con la guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro, Almanzor, que desencadenó la fragmentación del Estado omeya en multitud de reinos conocidos como reinos de Taifas. En el trasfondo se hallaban también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos en sucesivas campañas contra el Norte cristiano cada vez más gravosas.
Las Taifas fueron hasta treinta y nueve pequeños reinos en que se dividió el Califato cordobés como consecuencia de la guerra civil. El movimiento, iniciado por los Banu Hamud con la proclamación del Reino de Málaga, se generalizará en este periodo y conducirá a la fragmentación del Califato y a los primeros reinos de Taifas. Este no será un periodo pacífico, ya que los distintos reinos de Taifas combatirán entre ellos. Al Califato omeya de Córdoba lo sucedió el Califato Hammudí de Málaga, si bien el derecho de los Hammudíes a reclamar para sí el imanato o primacía de la comunidad no fue reconocido por un número de régulos de Taifas, era un derecho legítimo. Durante gran parte del periodo de las Taifas, la dinastía hammudí desde la Taifa de Málaga ejerció su poder efectivo y su autoridad religiosa reconocida en un gran territorio a ambas orillas del Mediterráneo.
Cada Taifa se identificó al principio con una familia, clan o dinastía. Así surgieron, además de la ya mencionada dinastía Hammudí que dominaría los territorios de la antigua Cora de Rayya, la Taifa de Algeciras y la Cora de Ceuta, la Taifa de los amiríes (descendientes de Almanzor) en Valencia; la de los tuyibíes en Zaragoza; la de los aftasíes en Badajoz; la de los birzalíes en Carmona; y la de los abadíes en Sevilla. Con el tiempo, las Taifas de Sevilla, Badajoz, Toledo y Zaragoza, constituían las grandes potencias islámicas peninsulares.
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