Los asirios fueron un pueblo
guerrero asentado en las agrestes montañas de la cuenca del Tigris. En los
comienzos de su historia fueron dominados por los acadios y por Babilonia. Pero
hacia el año 1000 a.C. conquistaron toda Mesopotamia y más tarde Siria, Palestina
—donde arrollaron a los filisteos— e incluso Egipto, formando un imperio de
gran extensión geográfica. Los asirios fueron grandes conquistadores y también
excelentes organizadores de los países ocupados. Los pueblos sometidos a
vasallaje pagaban onerosos tributos y trabajaban para los asirios. Si se
rebelaban eran exterminados sin piedad, sacrificados a los dioses asirios, o
bien deportados a otras provincias y reducidos a la esclavitud. El imperio
asirio basaba su supremacía en la fuerza y el temor que infundían sus soldados
a los pueblos sometidos. Igual que en Egipto, los reyes asirios eran
omnipotentes y dueños de todo. Entre sus más importantes monarcas destacan
Sargón II y Asurbanipal. La capital del Imperio era la ciudad de Nínive.
Después del reinado de Asurbanipal, el descontento de los pueblos sometidos
provocó la ruina del imperio. Una rebelión de Babilonia contó con el apoyo de
los medos; éstos destruyeron Nínive y los países dominados
recobraron brevemente la libertad. Asiria se encontraba al norte
de la antigua Mesopotamia y sus límites geográficos eran los montes Tauro en la
parte septentrional, al sur Caldea (Babilonia), al este Media (Persia). De su
primitiva capital, Assur, a orillas del Tigris, derivó el nombre del país.
Otras ciudades importantes fueron Nínive, Harrán, Kalakh y Dur-Sharrukin
(actualmente Jorsabad). Durante el III milenio a.C., la región de Asia Anterior
estuvo bajo la influencia de la civilización sumeria establecida en la llanura
sur de Mesopotamia. En las investigaciones hechas a raíz de las excavaciones
arqueológicas de la ciudad asiria de Assur se ha podido comprobar que las
estatuas halladas tenían mucho en común con las encontradas en los templos
sumerios. Esto demuestra la gran relación cultural que sin duda existía entre
ambos pueblos desde tiempos remotos.
Hacia el año 2000 a.C. invadió Mesopotamia (aproximadamente el actual Irak) el pueblo de los elamitas, pero más tarde entró otro pueblo nómada, los amorreos, procedentes de Siria, que sometieron por el sur a los sumerios y por el norte a los asirios. Se sabe que un siglo más tarde grupos de mercaderes asirios fundaron prósperos asentamientos comerciales en la parte central de la península de Anatolia (actual Turquía), y que allí desarrollaron un boyante comercio de metales preciosos y de productos textiles. El primer imperio asirio se desarrolló entre los años 1813 y 1780 a.C., y fue obra del rey Samsiadad I hasta que en el año 1760 a.C., el gran rey Hammurabi derrotó y conquistó a los asirios que pasaron a formar parte del primer imperio babilónico. El imperio medio asirio se desarrolló en una época particularmente agitada en toda la región de Mesopotamia. El siglo XVI a.C. fue un período de invasiones y Asiria cayó bajo la dominación de mitannios e hititas, entre otros, hasta que en el siglo XIV a.C. el rey asirio Asurubalit I se liberó de sus opresores e incluso llegó a agrandar los límites de sus tierras. Los sucesores de este rey ampliaron más las fronteras y supieron enfrentarse a los pueblos de alrededor: hititas y babilonios principalmente. Hacia el año 1200 a.C., una oleada de pueblos procedentes de la península Balcánica y de las islas del Egeo, conocidos como los Pueblos del Mar, fueron los causantes del final del imperio hitita y del debilitamiento del Imperio Nuevo en Egipto. Uno de estos pueblos, llamado mushki, se asentó al este de Anatolia y fue una constante amenaza para Asiria. Otro pueblo nómada y semita, el arameo, hostigaba continuamente a los asirios por el oeste. Asiria se hizo fuerte y resistió el empuje de estos pueblos, y endureció a su ejército que a partir de entonces fue famoso por su crueldad y temido por sus enemigos, de tal manera que al verse amenazados y ante su proximidad, no les quedaba más remedio que huir; la gente que quedaba en las aldeas o las ciudades atacadas era masacrada o llevada a Asiria como esclavos. Las ciudades que se rebelaban o que no se sometían, eran saqueadas y después arrasadas hasta sus cimientos, y ya no se anexionaban a los dominios asirios.
Hacia el año 2000 a.C. invadió Mesopotamia (aproximadamente el actual Irak) el pueblo de los elamitas, pero más tarde entró otro pueblo nómada, los amorreos, procedentes de Siria, que sometieron por el sur a los sumerios y por el norte a los asirios. Se sabe que un siglo más tarde grupos de mercaderes asirios fundaron prósperos asentamientos comerciales en la parte central de la península de Anatolia (actual Turquía), y que allí desarrollaron un boyante comercio de metales preciosos y de productos textiles. El primer imperio asirio se desarrolló entre los años 1813 y 1780 a.C., y fue obra del rey Samsiadad I hasta que en el año 1760 a.C., el gran rey Hammurabi derrotó y conquistó a los asirios que pasaron a formar parte del primer imperio babilónico. El imperio medio asirio se desarrolló en una época particularmente agitada en toda la región de Mesopotamia. El siglo XVI a.C. fue un período de invasiones y Asiria cayó bajo la dominación de mitannios e hititas, entre otros, hasta que en el siglo XIV a.C. el rey asirio Asurubalit I se liberó de sus opresores e incluso llegó a agrandar los límites de sus tierras. Los sucesores de este rey ampliaron más las fronteras y supieron enfrentarse a los pueblos de alrededor: hititas y babilonios principalmente. Hacia el año 1200 a.C., una oleada de pueblos procedentes de la península Balcánica y de las islas del Egeo, conocidos como los Pueblos del Mar, fueron los causantes del final del imperio hitita y del debilitamiento del Imperio Nuevo en Egipto. Uno de estos pueblos, llamado mushki, se asentó al este de Anatolia y fue una constante amenaza para Asiria. Otro pueblo nómada y semita, el arameo, hostigaba continuamente a los asirios por el oeste. Asiria se hizo fuerte y resistió el empuje de estos pueblos, y endureció a su ejército que a partir de entonces fue famoso por su crueldad y temido por sus enemigos, de tal manera que al verse amenazados y ante su proximidad, no les quedaba más remedio que huir; la gente que quedaba en las aldeas o las ciudades atacadas era masacrada o llevada a Asiria como esclavos. Las ciudades que se rebelaban o que no se sometían, eran saqueadas y después arrasadas hasta sus cimientos, y ya no se anexionaban a los dominios asirios.
Imperio nuevo o neoasirio
Este sistema de lucha y
conquista fue variando con el tiempo. A finales del siglo X a.C. los reyes
asirios ya se habían anexionado varios territorios de los arameos que estaban
situados al este del río Jabur (en el valle central del Éufrates) y de los de
la región de los ríos Gran Zab y Pequeño Zab. En el siglo IX a.C. reinó
Asurnasirpal II, desde el 884 al 859 a.C. Construyó la ciudad de Kalhu y la
hizo su capital, en sustitución de la antigua Assur. La arqueología de esta
ciudad ha aportado un verdadero tesoro arqueológico en las inscripciones
halladas en los monumentos acerca de la historia de este gran rey. Se sabe de
él, entre otras cosas, que sus campañas bélicas fueron numerosas, devastadoras
y brutales. Basándose en su poderío militar, a lo largo del siglo VIII a.C. los
asirios consolidaron un floreciente imperio que perduró doscientos años. En
este vasto período histórico fueron tributarias de Asiria las célebres
ciudades-estado fenicias de Biblos, Sidón y Tiro, los reinos bíblicos de Israel
y de Judá, y otras muchas ciudades cananeos y tribus semíticas, así como otras
originarias de Media y Persia (actual Irán). Los asirios llevaron su expansión territorial
hasta Egipto por el oeste y a Persia por el este. Es una época de esplendor en la
que los reyes vivían con gran lujo, ejerciendo un gobierno despótico. Durante
estos años gobernó la dinastía de los Sargónidas, cuyo primer rey fue Sargón II
que trasladó su séquito a una nueva ciudad llamada Dur-Sharrukin («Fuerte de
Sargón»). Las ciudades se embellecieron con magníficos monumentos a costa de
los cuantiosos tributos cobrados a los pueblos sometidos.
Sargón II fue sucedido por
Senaquerib, (célebre por el relato bíblico que afirma que no pudo tomar
Jerusalén en tiempos del rey Ezequías y del profeta Isaías), y éste por
Asarhadón, que reinó en los primeros años del siglo VII a.C., y llegó hasta
Egipto y tomó la capital norteña, Menfis. Su hijo Asurbanipal llegó aún más
lejos, hasta Tebas en el sur, saqueándola y causando una gran devastación.
Además emprendió exitosas campañas militares en Persia que le llevaron hasta la
ciudad de Susa. A la muerte de este rey hubo una gran conmoción política que
desembocó en numerosos luchas intestinas que debilitaron al imperio, aunque se
han conservado escasos vestigios sobre los acontecimientos en esa convulsa
época. La gran expansión territorial del imperio asirio se basará en las
reformas administrativas llevadas a cabo por el rey Tiglatpileser III, que
establece una transformación que extiende el sistema provincial a la zona
exterior, donde los reinos autónomos se convierten en provincias asirias con una
capital con palacio y que son regidas por un gobernador. Un elemento importante
son las deportaciones cruzadas de los pueblos vencidos, que permitieron repoblar
los campos y ciudades asirias. Esto trajo como consecuencia la destrucción de
las identidades nacionales y culturales de los pueblos sojuzgados y la
expansión del idioma arameo, que se extendió por todo el imperio asirio por las
deportaciones masivas de cautivos. El fin del imperio asirio se
vincula a la devastación de Susa por parte de los ejércitos de Asurbanipal, con
lo que se crea un vacío de poder en la región de Elam, que posteriormente será
ocupado por los persas, y a la posterior derrota sufrida por los últimos reyes
asirios Sinsharishkún y Asurubalit II contra los medos y los babilonios.
También influye la entrada en escena de un nuevo pueblo guerrero que entra por
el norte: los escitas. Babilonia recuperó su independencia y [ii]Ciáxares, rey de Media sitió y
destruyó Nínive, la ciudad asiria más odiada por sus enemigos. Allí fue donde
murió Sinsharishkún en el año 612 a.C. Asiria aún resistió tres años más bajo
la dirección del autoproclamado rey Asurubalit II, que gobernó un reducido
territorio con capital en Harrán merced al apoyo egipcio. En el 609 a.C. medos
y babilonios tomaron Harrán poniendo punto final al imperio asirio.
El poder real en el antiguo reino de Assur
El poder real en el antiguo reino de Assur
El rey ocupaba el lugar
principal de la jerarquizada sociedad asiria, y gobernaba en nombre del dios
Assur, como sucedía en otros reinos de este período en el Próximo Oriente,
incluidos los bíblicos reinos de Israel y de Judá. Junto a él se encontraba la «ciudad»,
que tomaba decisiones como cuerpo unitario representado por una asamblea en la
que participan todos los ciudadanos libres (cabezas de familia). Esta ciudad
poseía competencias judiciales, cuya importancia se manifestaba por su intervención
en litigios por actividades mercantiles. El modelo de sociedad patriarcal era
evidente en toda Asiria, influyendo en la organización del comercio. Un tercer
elemento era el funcionario epónimo, cuya ocupación es la de limitar el poder
del rey, aunque sus atribuciones no están claramente establecidas. A diferencia
de la realeza, esta función no era hereditaria, sino que los miembros que la
componían para cumplir con un mandato de duración preestablecida —representando
a las familias más ilustres—, eran elegidos entre un número limitado de
candidatos, echándolo a suertes mediante un juego de dados. El pueblo asirio obedecía a su
rey que era a la vez sumo sacerdote del dios Assur. Al principio los reyes asirios
fueron vasallos de los caldeos —originarios de Babilonia, también llamada
Caldea—, pero después consiguieron emanciparse y someter a los reinos vecinos. Como
los faraones y otros monarcas absolutos del Próximo Oriente —también de la
cristianísima Europa medieval—, el rey era, además, el comandante en jefe del
ejército. No obstante, los gobernadores o virreyes de los territorios
conquistados podían tomar decisiones en su nombre y ejercer el gobierno de una
provincia de forma autónoma. Su idioma era una variante
dialéctica del acadio, una lengua semítica. Era de tipo flexiva, muy parecida a
la babilónica, hablada en las tierras caldeas. También la escritura asiria era
muy parecida a la escritura cuneiforme propia de las regiones de Mesopotamia, y
también escribían sobre tablillas de arcilla. Los antiguos asirios utilizaron
el idioma sumerio en su literatura y en la liturgia. Solían enterrar a sus
muertos en flexión, con las rodillas cerca del pecho. No tenían un lugar
determinado que utilizasen como cementerio sino que los enterraban en los
espacios cercanos a las chozas. Con el paso del tiempo, Asiria se fue
convirtiendo en el centro de un nuevo imperio. Los reyes de las pequeñas ciudades-estado
vecinas no tenían otra opción que declararse súbditas del rey asirio y de pagar
grandes cantidades de oro, plata y piedras preciosas, en concepto de tributo.
Obviamente, la sociedad asiria
fue cambiando a lo largo de su dilatadísima historia. Durante el Reino Medio
(también llamado Imperio Medio) se produjo el encumbramiento de la nobleza propietaria
de grandes latifundios. En un principio, los reyes asirios solían retribuir a
sus subalternos con tierras, a cambio de un oneroso servicio militar. Con el
paso del tiempo, este grupo de nobles y terratenientes acabaría convirtiéndose
en una clase social privilegiada, hermética y endogámica, cuyas principales
familias controlaban la administración provincial. Este creciente poder les
pondría en numerosas ocasiones en conflicto con el clero. Esta situación fue
decisiva en los últimos reinados, pues se sucedieron las revueltas e intrigas
palaciegas, debilitando de este modo la organización y la administración del Estado,
que poco a poco fue perdiendo todo su poder.
El pueblo llano recibía el
nombre de hupshu, y su estatus era similar al de los libertos en Roma, o al de
los siervos medievales, ya fueran pequeños campesinos o artesanos. Inicialmente
«libres», fueron mermando cuantitativamente y empobreciéndose debido a las
grandes imposiciones fiscales y militares. Finalmente, algunos acabarían por
entrar en una situación de «servidumbre por deudas», debido a que no podían
pagar a tiempo a sus acreedores, por lo general prestamistas que cobraban
intereses abusivos. Con el trabajo pagaban sus deudas, aunque no eran del todo
esclavos, y disponían de un nivel de vida mucho mejor que el de los esclavos y
cautivos de guerra, muy numerosos. Estos últimos, de elevado coste a pesar de
las sucesivas campañas militares, solían trabajar en explotaciones agrícolas y
diversas obras de construcción, careciendo totalmente de derechos. A menudo se
les cegaba y mutilaba de diversas formas para evitar que se rebelasen o que
huyeran de sus amos. Esta práctica cruel no era exclusiva de los asirios, sino
que la practicaron muchos pueblos del Próximo Oriente en la Antigüedad.
Durante el período histórico
conocido como Imperio Nuevo, se incrementó el poder de la plutocracia y se
agudizó el empobrecimiento de los campesinos y pequeños propietarios de tierras
de cultivo, y cada vez eran más los que se veían reducidos a la esclavitud a
causa de sus deudas. La situación en las ciudades era bastante mejor, ya que
disponían de diversos privilegios y exenciones fiscales. Los esclavos
domésticos, debido a su constante aumento, experimentaron un desarrollo en su
estatus, adquiriendo personalidad jurídica y el derecho a poseer bienes y fundar
familias. Sin embargo, el control de los dueños de esclavos seguía siendo absoluto,
siendo rara la manumisión.
El ejército asirio
Los asirios, junto con los
hititas, fueron las dos grandes sociedades militaristas del Próximo Oriente en
la Antigüedad. El poderío asirio se basaba en un gran ejército —muy
profesionalizado y jerarquizado— compuesto por infantería y caballería. Fue el
primer ejército del que se sabe que utilizó armas de hierro. La infantería
estaba integrada por arqueros y lanceros que se protegían el cuerpo con una
coraza hecha con trozos de cuero y la cabeza con un casco de metal coronado por
una cimera, generalmente adornada con plumas o crines de caballo. El escudo era
oblongo y cubría el torso y los muslos del infante. Empleaban como principales armas
ofensivas un arco curvado, flechas cortas o saetas, jabalinas y espadas cortas.
La caballería contaba con unos caballos de poca alzada y cola ancha. No usaban
estribo ni silla, aunque a veces ponían una alfombrilla sobre el animal para
montarlo. Los guerreros de origen aristocrático luchaban desde un carro de combate
ligero de dos ruedas, tirado por dos o tres caballos que iban ricamente enjaezados. En campaña, rodeaban el
campamento con un muro hecho con tierra. Dentro del muro alzaban las tiendas de
tela sostenidas por un listón. Se conocen todos estos detalles y más gracias a
los bajorrelieves encontrados, en que se pueden ver escenas castrenses cotidianas:
los soldados dentro de sus tiendas, un soldado preparándose la cama y otro que
coloca objetos sobre una mesa. Empleaban también algunas máquinas de guerra
como el ariete, que consistía en una viga gruesa rematada por la figura de
alguna criatura mitológica espantosa. Se le daba un movimiento de vaivén para
que la cabeza del ariete golpease contra la base de la muralla con el fin de
abrir una brecha. Otra máquina empleada especialmente en los asedios era la
torre de asalto, hecha de madera y muy alta para poder expugnar las murallas de
las plazas enemigas; los guerreros se introducían en las torres de asalto y
éstas se deslizaban sobre una plataforma con ruedas hasta las fortificaciones.
Para minar dichas fortificaciones, los ingenieros abrían galerías subterráneas
bajo los muros de las ciudadelas para provocar su derrumbamiento, y también
cavaban trincheras frente a la fortaleza para poder posicionarse los arqueros y
lanzar sus flechas con mayor eficacia de tiro, o situar las catapultas,
ballestas y escorpiones para que lanzasen sus proyectiles: pesadas piedras y
grandes virotes con una virola de hierro en la cabeza.
Las maniobras militares y las
expediciones punitivas o de conquista se llevaban a cabo todos los años por
primavera, y contaban con la inexcusable participación del monarca. Las expediciones
consistían en la invasión de un pequeño estado al mismo tiempo que se procedía
a talar el campo. Se cortaban las cabezas a los muertos y se tomaban
prisioneros que eran encadenados para llevarlos cautivos y convertirlos en esclavos
o nuevos súbditos; la crueldad de la que hicieron gala los
asirios estuvo presente desde sus inicios, solo hay que ver su código de leyes,
mucho más duro que el de Babilonia o el de los hititas. Entre los cautivos de
guerra siempre había obreros especializados y mujeres. Ambos eran muy valorados
por los asirios: sobre todo los forjadores de metales y las mujeres jóvenes en
edad de procrear. Antes de reducir las ciudades a escombros prendiéndoles
fuego, los asirios se llevaban todo lo que podía serles de utilidad como botín
de guerra. Las mejores piezas se reservaban para el rey, los oficiales del
ejército, los nobles que habían participado en la campaña y los sacerdotes. El
resto se repartía entre la soldadesca a título de paga. Entre los años 1318 a.C. y
1050 a.C., el imperio asirio fue la mayor potencia militar desarrollada en
tierras de la antigua Mesopotamia. Gracias a su gran profesionalidad y
preparación militar, los asirios consiguieron llegar al lago Van en Armenia, y
por el oeste alcanzaron las costas del mar Mediterráneo, ocupando las principales
ciudades fenicias y conquistando el Líbano y Canaán. El imperio asirio finalizó
abruptamente con la muerte del rey Tiglatpileser I el año 1077 a.C.
La industria
Los pueblos de Oriente Próximo
comenzaron a utilizar el bronce hacia el año 2000 a.C. y fabricaron sus armas
con esta aleación, haciéndolas mucho más efectivas. Los hititas dieron a
conocer el hierro hacia el siglo X a.C., así que los asirios en su época de
apogeo en el siglo VIII a.C. ya estaban familiarizados con las nuevas armas forjadas
con en este metal. El algodón o árbol de la lana se conocía en la India desde
tiempos remotos. Fue introducido en Asiria por el rey Senaquerib (hijo de Sargón
II), que reinó del 705 al 681 a.C.
Religión y mitología asiria
Los dioses gozaban de un poder
ilimitado y eran numerosos en el Próximo Oriente. Los pueblos de estas regiones
profesaban un temor reverencial hacia los dioses. Los cananeos, como los
hebreos y otros pueblos semíticos, temían invocar a los dioses llamándoles por
sus nombres. Por esto se dirigían a ellos llamándoles Baal (señor), Adonay
(amo) o Melek (rey). Todos los cultos religiosos practicados por los pueblos
del Próximo Oriente en la Antigüedad tenían por objeto aplacar la ira de sus
terribles dioses. Los fenicios, por ejemplo, realizaban sacrificios humanos
—generalmente niños— a sus baales para apaciguarlos. Tanto en Canaán como en
Siria, cada ciudad tenía su propio Baal, pero a veces se importaban los de
otras ciudades y se rendía también culto a las deidades mesopotámicas como
Astarté (Ishtar).
Asiria no era una excepción y estaba
llena de grandes templos donde los sacerdotes ofrecían sacrificios. Había
siempre una construcción mayor, un templo que sobrepasaba en altura a los
demás, con forma de torre escalonada; es lo que se conoce como zigurat. La
religión en general en toda Asiria no era como la de Egipto, optimista y con
esperanza en el Más Allá. Por el contrario, se vivía con un temor permanente a
los espíritus malignos y la muerte era muy temida, pues el espíritu del hombre
se marchaba a una penumbra eterna donde de ningún modo era feliz. En Asiria el
dios principal era Assur que dio nombre a la región, a la nación y a una
ciudad. El símbolo de Assur era el árbol de la vida, pues él era el dios de la
vida vegetal. Más tarde, cuando Asiria es ya un gran imperio, Assur se
convierte en un dios guerrero y es identificado con el Sol. Su símbolo fue
entonces un disco con alas, el mismo que tenían los hititas y que a su vez
habían recibido de Egipto. La diosa principal era Ishtar, diosa del amor, de la
guerra y la fecundidad. Se le daban las advocaciones de «Primera entre los
dioses», «Señora de los pueblos», y «Reina del cielo y la tierra» entre otras.
En la ciudad asiria de Nínive se encontraron unas listas pertenecientes a la
biblioteca de Asurbanipal en las que se podían contar hasta dos mil quinientos nombres
de divinidades, entre las que había pequeñas deidades locales. Los dioses
mayores que se adoraban en las ciudades eran: Anu, dios del cielo; Enlil, señor
de los vientos y las tempestades; Ea, señor de las aguas, entre otros. El
dios-sol Shamash era el señor de la luz que asegura la vida y permite juzgar
las acciones humanas con claridad. Era por tanto el dios de la justicia. Marduk
era un dios de Babilonia, pero fue adoptado y adorado en toda Mesopotamia.
Llegó a ser un dios universal y primero entre los dioses. Existían además unas
criaturas al servicio de los dioses: los genios y los demonios que podían ser
tanto benefactores como maléficos. Su misión era proteger o castigar a los
hombres. Estos demonios, cuando atormentaban a sus víctimas lo hacían
cruelmente. Podían castigar a los hombres convirtiéndoles en espectros, en
criaturas errantes, en devoradores de niños, etcétera.
Arte asirio
El arte asirio (escultura,
arquitectura, pintura y cerámica) se conoce a través de las excavaciones y
posteriores estudios hechos en Nínive (actual Mosul) y otras ciudades del norte
de Mesopotamia, que formaron parte de la civilización asiria. Los arqueólogos
que trabajaron en Mesopotamia estudiaron antes las antigüedades asirias que las
babilónicas por razones de simple facilidad. Les era más sencillo acceder y
seguir el rastro de las excavaciones de la ciudad de Nínive, donde se
conservaban los cimientos en piedra casi intactos que en Babilonia, donde
abundaba el adobe muy destruido por el paso de los siglos. Después de los
estudios exhaustivos de los palacios, templos y trazados de las ciudades
asirias fue más fácil para ellos seguir un plan practicado de antemano en
ciudades mesopotámicas demolidas y casi totalmente destruidas.
Los verdaderos creadores del
arte mesopotámico fueron los antiguos sumerios (pueblo del que solo se sabe que
su origen no es indoeuropeo, semita ni elamita, y que repobló esas tierras
hacia el año 4000 a.C. Parte de la cultura de estos pueblos fue luego adoptada
por los acadios —de origen semita— en un extenso período que va del año 3000 al
1500 a.C. aproximadamente. En esa época otros pueblos semíticos de menor
importancia —quizá también los hebreos— poblaron u ocuparon de forma violenta
esas tierras y acabaron fusionándose con otras etnias autóctonas. Entre los
siglos XI y VII a.C. el estilo sumerio adquirió su pleno desarrollo con las
civilizaciones neoasiria y neobabilónica.
El gran rey Senaquerib
Senaquerib fue rey de Asiria
entre los años 705 y 681 a.C., y también lo fue de Babilonia en dos etapas
distintas a lo largo de su reinado, la segunda desde el 689 a.C. hasta su
muerte. Hijo y sucesor de del gran rey asirio Sargón II, estuvo ocupado en incesantes
conflictos por todo el creciente fértil durante la mayor parte de su reinado,
guerreando con Elam, Urartu y Egipto. Combatió al rey Ezequías de Judá, asedió
infructuosamente Jerusalén y arrasó Babilonia tras varias revueltas contra su
dominio, la última de las cuales provocó la muerte de su hijo y heredero,
Asurnadimsumi, desgracia que acarrearía un conflicto sucesorio, a resultas del
cual Senaquerib murió asesinado por dos de sus hijos en una revuelta palaciega.
Fue sucedido y vengado por su hijo menor y heredero designado, Asarhadón. A
pesar de su intensa actividad bélica, sus mayores esfuerzos los dedicó a la
arquitectura y las obras públicas. Reconstruyó con colosales proporciones la
antigua ciudad sagrada de Nínive, convirtiéndola en la gran capital de Asiria,
dotándola de templos, palacios, jardines y murallas, y construyó el acueducto
de Jerwán, un gigantesco acueducto para abastecerla de agua. A su muerte en 705 a.C.,
Sargón II dejó un imperio asirio sólidamente asentado, dotado de una eficaz
administración y la maquinaria militar más formidable de su tiempo. Senaquerib,
como sucesor designado, había sido bien instruido por su padre, y estaba
versado en las artes de la guerra, la administración y la diplomacia. Sin
embargo, apenas había subido al trono cuando comenzó una seria crisis, habitual
con cada cambio de monarca en un imperio tan despótico y odiado como fue el
suyo. Las victorias militares de Sargón no habían logrado acabar con el feroz
espíritu de independencia de los pueblos sometidos, y había situado sus
fronteras en vecindad de las tres grandes potencias de la época en Oriente
Próximo: Egipto, Urartu y Elam, países que iban a procurar garantizar su propia
seguridad espoleando las dificultades internas de los asirios. Elam, en
particular, experimentaba una época de auge bajo el gobierno del enérgico
Shuturnakhkhunte II, que había invadido Mesopotamia en 710 y 708 a.C., e iba a
suscitar de nuevo muchos problemas a los asirios en Babilonia y la Baja
Mesopotamia. Negándose a adoptar el título de shakanaku (virrey), a fin de
satisfacer al clero de Marduk y halagar el orgullo de los babilonios,
Senaquerib se proclamó rey de Babilonia, sin molestarse en adoptar un segundo
nombre real babilonio o prodigarse en obsequios a Marduk y sus poderosos
sacerdotes.
La campaña de Babilonia (703
a.C.)
Pronto se encendió la llama de
la rebelión en Babilonia. En 703 a.C. un desconocido hijo de esclavos,
Mardukzakirshumi II, expulsó a los asirios y se hizo con el poder; sin embargo,
fue destituido apenas un mes después por el ex monarca Merodac-Baladán,
derrotado por Sargón en 710 a.C., que había permanecido más de un lustro oculto
en las marismas del País del Mar, esperando el momento de su venganza.
Merodac-Baladán se hizo proclamar de nuevo rey de Babilonia y comenzó a recabar
apoyos para combatir a los asirios. Empleando con prodigalidad los inmensos
tesoros de oro, plata y gemas sepultados en el templo Esagila, se aseguró el
auxilio del rey de Elam, que le envió importantes refuerzos al mando de su
lugarteniente, un tal Imbapa, el segundo de éste, un tal Tannanu, y diez
generales más, junto con el temible caudillo suteo Nergalnasir, al frente de
unas fuerzas que los Anales de Senaquerib elevaban a 80 000 hombres. Pronto se
hicieron con el control de las principales ciudades de la Baja Mesopotamia,
como Ur, Eridu, Nipur, Kutha y Borsipa, así como del apoyo de las tribus
cercanas. Senaquerib, reaccionó con su
característico brío («rugiendo como un león»), movilizando un inmenso
dispositivo militar y emprendiendo personalmente la reconquista de la zona.
Partió de Assur a principios de año (enero o febrero) a la cabeza de un primer
ejército y cercó, en las proximidades de Kutha, a los rebeldes babilonios.
Mientras, sus generales marcharon en vanguardia sobre la antigua ciudad de Kis,
para mantener a raya al grueso de la coalición. Elamitas y babilonios salieron
de la ciudad al encuentro de los asirios y trabaron combate en la llanura de
Kis. Tras tomar Kutha al asalto y exterminar a sus defensores, Senaquerib
acudió a marchas forzadas en auxilio de sus generales, y derrotó en batalla a
Merodac-Baladán, que huyó de nuevo al País del Mar. Los asirios tomaron
prisioneros a un hijo de Merodac-Baladán, Adinu, así como a Baskanu, hermano de
Yatié, reina de los árabes, y numerosos soldados. De igual modo cayó en sus
manos un inmenso botín de carros, carretas, caballos, mulas, burros, camellos y
dromedarios, que formaban el aparato logístico de los vencidos, y los
suministros que transportaban. A continuación, Senaquerib entró vencedor en
Babilonia, apoderándose de los tesoros e insignias reales de Merodac-Baladán,
así como de su esposa e hijas, harén y cortesanos. Sin embargo, los asirios no
lograron atrapar a Merodac-Baladán, persiguiéndolo en vano durante cinco días
por las marismas de la Baja Mesopotamia. En represalia, Senaquerib devastó su
país de origen, Bityakín. Tras someter de nuevo toda la Baja Mesopotamia al
dominio asirio, esclavizando a los rebeldes, Senaquerib instaló en el trono a
un nuevo rey-títere, el potentado babilonio Belibni, educado en la corte
asiria. Una vez restablecida su autoridad, el monarca emprendió el retorno a su
patria, deteniéndose a someter a distintas tribus arameas y a recibir cuantioso
tributo de la ciudad de Hararati, a orillas del Éufrates. Retornó a Asiria con
un botín que sus anales regios elevaban a la cifra de 208 000 prisioneros, 7 200
caballos y mulas, 11 073 burros, 5 230 camellos, 80 050 cabezas de ganado y 800
100 ovejas, sin incluir el material de guerra y el botín repartido entre sus
soldados.
La campaña de los montes
Zagros (702 a.C.)
La gran rebelión de la Baja
Mesopotamia y la intervención elamita provocó que el poderío asirio quedara en
entredicho en sus límites nororientales. El rey Ishpabara de Ellipi, país
montañés situado en la vertiente occidental de los Zagros y sometido a tributo,
se levantó en armas, determinado a recuperar su plena independencia, al igual
que los kasitas y los habitantes de Yasubigallai. Por ello, Senaquerib
emprendió una difícil y devastadora campaña en estas escarpadas regiones, en
702 a.C. Primero tomó la ciudad de Bitkilamzak, reconstruida y convertida en
capital de un distrito, que pasó a depender del gobierno de Arrapkha. Los
montañeses sometidos fueron obligados a asentarse en la nueva capital, así como
en las ciudades de Hardishpi y Bitkubati. Una estela conmemoró la conquista
asiria. A continuación, los asirios se dirigieron contra el corazón de Ellipi.
Tras tomar sus capitales, Murubishti y Akudu, así como las principales ciudades
y fortalezas del reino, los asirios se dedicaron a arrasar el territorio y
esclavizar a sus habitantes, antes de someter a sus gobernantes a nuevos
tributos. Una parte del territorio de Ellipi, la región llamada Bitbarru, fue
anexionada por Asiria y convertida en una provincia con capital en Elenzash e
integrada en el círculo militar de Kharkhar. Incluso las lejanas tribus medas
rindieron tributo a los conquistadores.
La campaña del Oeste (701
a.C.)
También en Siria y el Levante
mediterráneo la muerte de Sargón II provocó el estallido de una revuelta
general entre los principados tributarios de los asirios, instigados por
Egipto, que en aquel entonces estaba gobernado por el beligerante Shabitko, de
origen kushita. En la ciudad-estado filistea de Ascalón, el rey Sharruludari,
entronizado por Sargón II, fue depuesto y sucedido por Sitka. En las fenicias
Sidón y Tiro, su soberano Luli también se unió a la revuelta. Asimismo, el
gobernador asirio de Cilicia se alzó en armas, y con él los colonos griegos
asentados en la polis de Tarso. El rey Ezequías de Judá recibió cartas de
Merodac-Baladán de Babilonia, animándole a unirse a la rebelión y a convertirse
en el pilar en torno al cual gravitaron las fuerzas anti asirias en Canaán
(Palestina). El rey pro asirio de Ecrón, Padi, fue destronado por los egipcios
y enviado encadenado a Ezequías, para mayor humillación. Siendo tal la situación en el
Levante, en 701 a.C., tras sus victorias en los Zagros, Senaquerib marchó hacia
el Oeste para someter de nuevo a los sublevados contra el yugo asirio. En
primer lugar, la revuelta cilicia fue aplastada y la colonia griega de Tarso
destruida. Tiro se rindió a los asirios. Su rey, Luli, se vio forzado a huir a
Chipre, donde fallecería, y Senaquerib impuso a un tal Itobaal como nuevo
príncipe en la ciudad-estado, que perdió el control de Sidón y de Acre, que
formaron un nuevo reino. Los reyes de las ciudades costeras fenicias, Menachem
de Samsimuruna, Abdiliti de Harbad y Urumiliki de Biblos, se sometieron
nuevamente. A continuación, el rey asirio se dirigió hacia el sur, recibiendo
el homenaje de diversos reyes: Mitinti de Ashod, Buduilu de Bethammón,
Kamusunadbi de Moab y Malikrammu de Edom. Pero las cosas no fueron tan sencillas.
Ascalón hubo de ser tomada por la fuerza, junto con las ciudades vecinas del
mismo reino, Bethdagón, Jopa, Banaibarka y Asuru. Sitka fue tomado prisionero
junto con su familia, tesoro y dioses, y Sharruludari restaurado en el trono de
Ascalón. Pero el dominio asirio sobre Levante distaba mucho de haberse
restablecido.
Volviendo su atención hacia el
interior, hacia Judá, la Biblia indica que «en represalia por su traición» los
asirios sitiaron y capturaron muchas de sus ciudades y pueblos fortificados.
Ezequías envió un mensaje a los asirios que procedían al asedio de Laquis,
reconociendo su traición y ofreciéndose a pagar el tributo que Senaquerib le
impusiera a cambio de la paz: «A los catorce años del rey Ezequías, subió
Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las
tomó. Entonces Ezequías, rey de Judá, envió a decir al rey de Asiria que estaba
en Laquis: “Yo he pecado; apártate de mí, y haré todo lo que me impongas.” Y el
rey de Asiria impuso a Ezequías, rey de Judá, trescientos talentos de plata y
treinta talentos de oro». La captura asiria de Laquis se presenta en un célebre
friso, donde el cruel monarca aparece sentado sobre un trono ante la ciudad
vencida, aceptando los despojos que le llevaban de aquella ciudad mientras se
torturaba a algunos de los cautivos. Senaquerib envió a tres de sus capitanes,
Rabsaqué, Tartán y Rabsarís, con una poderosa fuerza militar para pedir al rey
y al pueblo de Jerusalén que capitularan y con el tiempo se sometieran a ser
enviados al exilio. El mensaje asirio despreciaba de manera particular la fe ciega
del rey Ezequías en su dios Yahvé. A pesar de la fe en su dios,
el rey Ezequías pagó el exorbitante tributo de 300 talentos de plata y 30
talentos de oro que exigió Senaquerib. La embajada asiria regresó con su
monarca, quien a la sazón estaba luchando contra Labná, y se oyó decir respecto
al príncipe kushita Taharqa, futuro faraón: «Mira que ha salido a pelear contra
ti». Las inscripciones de Senaquerib hablan de una batalla en Elteqeh, unos 15
km al noroeste de Ecrón, en la que derrotó a un ejército egipcio y a las
fuerzas del rey de Etiopía. Luego, conquistó las ciudades de Timnah y Ecrón,
donde ejecutó a los líderes rebeldes y restauró en el trono al liberado Padi.
La campaña de Judá y el sitio
de Jerusalén (701 a.C.)
En cuanto a Jerusalén, aunque
Senaquerib había enviado cartas amenazadoras advirtiendo a Ezequías que no
había desistido de su determinación de tomar la capital del reino de Judá, la
Biblia —que no es fuente fiable en absoluto— dice que el dios de los hebreos
golpeó el campamento asirio con una epidemia que mató a más de 180 000 soldados
en una sola noche. Por otra parte, las inscripciones de Senaquerib no mencionan
nada respecto a este desastre, pero en vista del tono jactancioso que domina
habitualmente las inscripciones de los soberanos asirios, difícilmente cabría
esperar que Senaquerib registrara tal derrota. No es menos cierto que los
antiguos judíos solían exagerar sus victorias y fantaseaban con la intervención
de su dios en todos los conflictos. No obstante, la versión asiria del asunto,
inscrita en el llamado Prisma de Senaquerib, conservado en el Instituto
Oriental de la Universidad de Chicago, muestra que, si bien Senaquerib no llegó
a tomar Jerusalén, Judá fue sometido de nuevo al dominio asirio: «En cuanto a Ezequías el
Judío, que no se sometió a mi yugo, puse sitio a 46 de sus ciudades fuertes, e
innumerables aldehuelas de sus inmediaciones, y (las) conquisté mediante
arietes y máquinas de asedio. Saqué (de ellas) 200.150 personas, jóvenes y
ancianos, varones y hembras, [así como] innumerables caballos, mulas, asnos,
camellos y ganado mayor y menor, que le arrebaté y consideré botín. A él mismo
(Ezequías), encerré en Jerusalén, su residencia real, como a un pájaro en una
jaula. [...] Las ciudades que había tomado a saco desgajé de su país y las
entregué a Mitinti, rey de Ashod, a Padi, rey de Ecrón, y a Sillibel, rey de
Gaza. Y así disminuí su territorio. (...) El propio Ezequías, fue por el
terrible esplendor de mi majestad, y los árabes y las tropas mercenarias que
había traído para reforzar Jerusalén, su ciudad real, le abandonaron. Me envió
más tarde a Nínive, mi ciudad señorial, además de 30 talentos de oro, 800
talentos de plata, piedras preciosas, antimonio, grandes bloques de piedra
roja, lechos (taraceados) con marfil, sillas [taraceadas] con marfil, cueros de
elefante, madera de ébano, madera de boj [y] toda clase de valiosos tesoros,
sus hijas, concubinas, músicos y músicas. Para entregar el tributo y rendir
obediencia como un esclavo envió a sus mensajeros (personales)».
Algunos comentaristas intentan
explicar el desastre refiriéndose a un relato de Heródoto en el que cuenta que
sobre el campamento asirio «cayó durante la noche un tropel de ratones campestres
que royeron sus aljabas, sus arcos y, asimismo, los brazales de sus escudos»,
lo que los incapacitó para la invasión de Egipto. Este relato, obviamente, no
coincide con el registro bíblico, ni tampoco armoniza con las inscripciones
asirias. No obstante, los relatos de Berozo y Heródoto reflejan el hecho de que
las fuerzas de Senaquerib sufrieron una repentina calamidad en esta campaña que
les obligó a levantar el asedio sobre Jerusalén.
Segunda campaña de
Babilonia (700 a.C.)
A pesar de su victoriosa
campaña en Levante, las dificultades de Senaquerib no habían terminado.
Aprovechando que el monarca asirio estaba comprometido junto al grueso de sus
fuerzas en el oeste, el tenaz rey babilonio Merodac-Baladán reapareció y volvió
a alzarse en armas al sur de Mesopotamia. Marchando sobre Babilonia en la
cuarta campaña de su reinado, el monarca asirio depuso y tomó prisionero al
entonces rey, Belibni, cuya lealtad era más que sospechosa, para avanzar a
continuación sobre Bityakín. Shuzubi el Caldeo, señor de Bitutu, huyó. Con
objeto de acabar de una vez con la revuelta, Senaquerib envió a sus tropas al
corazón mismo de las marismas. Merodac-Baladán retrocedió ante el avance de las
huestes asirias, pero, finalmente, fue acorralado en sus últimos reductos a
orillas del golfo Pérsico. Embarcó entonces una parte de sus tropas, las
estatuas de sus dioses e incluso los huesos de sus antepasados, y navegó por la
costa hasta la ciudad elamita de Nagitu, donde buscó refugio. Las tropas
asirias, que no pudieron impedir su huida, batieron los cañaverales y sus
poblaciones, saqueando la región hasta la frontera de Elam y trajeron, entre
los prisioneros, a varios príncipes reales y a los hermanos que el monarca
fugitivo había dejado atrás. A fin de solventar la irritante y siempre
renaciente rebelión, espoleada por la permanente traición de los babilonios,
Senaquerib decidió esta vez poner en el trono de Babilonia a su propio
primogénito, el príncipe heredero, Asurnadimsumi, el cual ejercería un férreo
dominio sobre la Baja Mesopotamia al tiempo que iba aprendiendo el ejercicio
del poder.
La campaña de Nipur (699 a.C.)
Estos acontecimientos tuvieron
una repentina repercusión en Elam. Una revuelta palaciega derribó a
Sutruknahunte II, en provecho de su hermano más joven, Hallusuinsusinak, que
reinó en Susa desde 699 a 693 a.C. Este cambio provocaría nuevas guerras, pero,
por el momento, la tranquilidad parecía reinar de nuevo en el imperio asirio,
si bien la regia vanidad exigió que se registrara como «quinta campaña» una
expedición menor contra la ciudad de Utku, en los montes de Nipur, al este del
Tigris. Senaquerib dejó que sus generales se encargaran solos de reprimir la
rebelión del gobernador de Cilicia, Kirúa, en 696, cuya capital fue tomada al
asalto; él mismo fue enviado prisionero a Nínive, donde fue desollado vivo. Al
año siguiente hubo una campaña punitiva contra Tilgarimmu, cerca del Tauro. Senaquerib
permaneció en Asiria entregado a la realización de una obra que deseaba
vivamente: la construcción de su propia capital.
La reconstrucción de Nínive
(705–690 a.C.)
Al ascender al trono
Senaquerib abandonó la inacabada ciudad de su padre, Dur-Sharrukin, convertida
en una simple capital provincial. Centró sus esfuerzos en la reconstrucción de
la nueva ciudad sobre la antigua ciudad de Nínive, un ancestral centro
religioso de gran importancia que nunca había sido corte real, con objeto de
convertirla en la más bella ciudad del reino y en capital de su pujante
imperio. El rey la reconstruyó desde sus cimientos e hizo de ella una fastuosa
metrópolis. La primera versión de los anales de su reinado, escrita después de
la campaña de 703 a.C., ya comprendía un balance prometedor de las obras de
Nínive. La quinta, en 694 a.C., fecha en que fue inaugurado solemnemente el
nuevo palacio, ofrece una descripción completa.
Senaquerib tenía un vivo
interés por el urbanismo y la ingeniería, pasión por la belleza y refinados
gustos artísticos. En primer lugar, el rey asirio amplió el perímetro de la
ciudad enormemente, de 9 300 a 21 815 codos. Agrandó sus plazas y calles, hizo
construir a la puerta de la ciudadela interior un puente de ladrillos y cal,
dispuso una triunfal «vía real», de más de treinta metros de ancha y bordeada
de estelas que, a través de la ciudad, venía a desembocar en la «Puerta de los
Jardines», una de las quince grandes puertas de la muralla exterior, de 40
ladrillos de espesor y 100 de alta, y protegida por un foso de cincuenta metros
de anchura. Tenía entre 15 y 18 puertas impresionantes, cada una de ellas
dedicada a una divinidad. Se desvió el canal Tebiltu, cuyas aguas habían minado
los cimientos de la antigua acrópolis, que no medía más que 395 codos por 95.
Tras rellenar el antiguo cauce, la plataforma se expandió a 914 codos por 440,
y alzada hasta una altura de 190 hileras de ladrillos. Sobre esta superficie se
edificó un espectacular palacio. Tenía al menos 80 habitaciones y 3 kilómetros
de decoración mural sobre placas de alabastro adosadas a los muros de adobe.
Senaquerib lo bautizó como el «Palacio sin rival». Para su construcción hizo
venir de todas partes los materiales necesarios. Se explotaron nuevas canteras,
talaron bosques aún vírgenes y refinaron las artes de la escultura y la
metalurgia. Monstruosos toros alados con cabezas de reyes barbudos, los Shedu,
franqueaban sus principales puertas.
La paz y el problema sucesorio
(688–681 a.C.)
Tras la destrucción de
Babilonia (689 a.C.), los ocho años restantes del reinado de Senaquerib fueron
de aparente paz. El rey permaneció en Nínive, entregado a tareas constructivas,
aunque sus generales dirigieron alguna campaña punitiva —por ejemplo contra los
árabes—. Apenas tres meses después de la caída de Babilonia, murió
Khumbannimena II, rey de Elam, y le sucedió Khumbankhaltash II, que
probablemente fuera su sobrino. Bajo su pacífico reinado, Elam vio crecer su
influencia: Ellipi y el País del Mar —donde se instaló como gobernante un hijo
del tenaz Merodac-Baladán— se sacudieron la tutela asiria para volverse hacia
Elam. En Anatolia, el país de Tabal también recobró su independencia, y Urartu
ocupó de nuevo Musashi y algunas regiones vecinas de la frontera septentrional
de Asiria. Por lo tanto, Senaquerib no fue capaz de mantener intactas las
fronteras del dilatado imperio forjado por su padre. En el interior del país se
sucedieron los problemas, paralizando nuevas ofensivas que permitieran el
restablecimiento de la hegemonía asiria en todos los frentes. La muerte de su
príncipe heredero provocó una grave crisis en la corte asiria, ya de por sí
dada a la intriga. La tradición mesopotámica establecía que el hijo mayor del
rey era siempre, de derecho y de conformidad con los mandatos divinos, el
legítimo heredero del trono. Sin embargo, si llegaba a morir antes que su
padre, éste podía designar libremente a su sucesor en el poder, sin tener en
cuenta la edad o la madre. Senaquerib tenía aún cinco hijos vivos, el menor de
los cuales era Asarhadón (Assurakhaiddina), nacido de su última esposa, Naquia,
a la que se llamaba en asirio Zacuto. Mujer en apariencia enérgica y ambiciosa,
intrigó apasionadamente en favor de su hijo, conquistando poco a poco el corazón
del rey. Sin embargo, los hermanos mayores de Asarhadón defendían no menos
encarnizadamente sus respectivas candidaturas, y contaban con sus propias camarillas.
El nacionalismo asirio se convirtió en una importante cuestión en disputa, ya
que denunciaban como crímenes las simpatías pro babilonias de la reina y su
hijo. El resultado fue el florecimiento de las luchas y las intrigas constantes
en el seno de la familia real. Finalmente, el elegido fue Asarhadón. Según el Antiguo Testamento
«sucedió que mientras [Senaquerib] adoraba a su dios en el templo de Nisroc,
sus hijos Adramelec y Saraza lo mataron a espada y huyeron a la tierra de
Ararat». Sucedió esto en el 681 a.C. Una inscripción de su hijo, sucesor y
vengador, Asarhadón, confirma esta declaración bíblica, aunque no menciona los
nombres de los asesinos.
Jinete y soldados asirios del siglo VIII a.C. |
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