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sábado, 13 de mayo de 2017

Jasón y los argonautas se apoderan del Vellocino de Oro

En el Olimpo, Hera y Atenea estaban debatiendo ansiosamente cómo su protegido Jasón, podría conseguir el vellocino de oro. Por fin decidieron hablar con Afrodita, quien prometió que su travieso hijo Eros despertaría en Medea, la hermosa hija del rey Eetes, una repentina pasión por el apuesto argonauta. Entretanto, en el consejo de guerra celebrado en el remanso, Jasón propuso ir, acompañado por los hijos de Frixos, a la cercana ciudad de Ea, donde gobernaba Eetes, y pedir el vellocino como un favor; sólo si esto les fuera denegado recurrirían al engaño o al uso de la fuerza. Todos recibieron bien esta sugerencia y Augias, hermanastro del tirano Eetes, se unió de buen grado a la expedición. Cuando Jasón y los demás argonautas se acercaron, fueron recibidos primero por Calíope, quien se sorprendió al ver a Citisoro y a sus otros tres hijos regresando tan pronto, y, cuando escuchó su relato, colmó a Jasón de palabras de agradecimiento por haberlos rescatado. Luego llegó Eetes, acompañado por Idía, y con vivas muestras de indignación —pues Laomedonte se había comprometido a impedir la entrada al Ponto Euxino (mar Negro) a todos los griegos— le pidió a su nieto predilecto, Argo, que le explicara la intrusión. Argo contestó que Jasón, a quien él y sus hermanos debían la vida, había venido a llevarse el vellocino de oro de acuerdo con lo dispuesto por el oráculo. Al ver en la cara de Eetes una mirada furiosa, añadió enseguida:

—Y a cambio de este favor, estos nobles griegos subyugarán a los saurómatas al gobierno de vuestra majestad.

Eetes soltó una carcajada de desprecio y luego ordenó a Jasón que regresara por donde había venido antes de que les cortara a todos la lengua y las manos. En aquel preciso momento, la bellísima princesa Medea salía del palacio, y cuando Jasón la saludó con galantería, Eetes, algo avergonzado de sí mismo, se comprometió a entregarle el vellocino, aunque bajo unas condiciones que parecían imposibles de cumplir. Jasón debía uncir dos toros con patas de bronce que echaban fuego por la boca, creaciones de Hefestos; labrar el Campo de Ares hasta formar cuatro surcos; luego sembrarlos con los dientes del dragón que le diera Atenea, los que sobraron de la siembra de Cadmo en Tebas. Jasón se quedó estupefacto, preguntándose cómo iba a ejecutar tales proezas, pero Eros apuntó una de sus flechas a Medea y se la clavó en el pecho, hincándosela hasta el fondo.

Calíope, al acudir aquella noche a la alcoba de Medea para conseguir su ayuda en nombre de Citisoro y de los hermanos de éste, descubrió que se había enamorado locamente de Jasón. Al ofrecerse Calíope como intermediaria, Medea se comprometió a ayudarle con ahínco a uncir los toros con aliento de fuego y a conseguir el vellocino, imponiendo como única condición regresar con él a bordo del «Argo» convertida en su esposa. Llamaron a Jasón y él juró por todos los dioses del Olimpo que sería eternamente fiel a Medea. Ella le ofreció un frasco con una loción, el zumo del azafrán caucásico de doble tallo, rojo como la sangre, que le protegería del abrasador aliento de los toros de bronce. Jasón aceptó el frasco con gratitud y después de una libación de hidromiel, lo destapó y se frotó el cuerpo con su contenido, y también aplicó el líquido a su lanza y al escudo que debía protegerle. De este modo pudo apaciguar a los toros y engancharlos a un arado con una yunta inquebrantable. Labró todo el día, y al anochecer sembró los dientes del dragón, de los que brotaron inmediatamente unos esqueletos armados con lanzas y espadas. Provocó una pelea entre éstos para que luchasen entre sí, como había hecho Cadmo en una ocasión similar, arrojando entre ellos un tejo de piedra; luego despachó sin grandes dificultades a los maltrechos vencedores.

Sin embargo, el pérfido rey Eetes no tenía intención alguna de desprenderse del sagrado vellón y tuvo la desfachatez de desdecirse del trato. Amenazó con prender fuego al «Argo» y pasar a cuchillo a toda su tripulación; pero Medea, a quien había tenido la imprudencia de confiarse, condujo a Jasón y a un grupo de argonautas al recinto de Ares, a unas seis millas de distancia. Allí estaba colgado el vellocino, guardado por el espantoso e inmortal dragón de mil anillos, más grande que el propio «Argo» y nacido de la sangre del monstruo Tifón que Zeus destruyó. Medea calmó al dragón sibilante con ensalmos y luego, utilizando ramas de enebro recién cortadas, le salpicó los párpados con unas gotas soporíferas. Jasón descolgó el vellocino del árbol a hurtadillas, para no despertar a la bestia dormida, y juntos recorrieron la playa en pos del «Argo» y de la salvación. A todo esto, los sacerdotes de Ares ya habían dado la voz de alarma y en una acción de retirada, los colquídeos, también llamados iberos, hirieron a Ífito, a Meleagro, a Argo, a Atalanta y a Jasón. Pero todos ellos lograron trepar a bordo del «Argo» que les aguardaba, y se alejaron de allí bogando a toda prisa, perseguidos por las bien pertrechadas galeras de guerra de Eetes. Ífito fue el único en sucumbir a sus heridas; Medea curó a los demás con un bálsamo de invención propia que sanaba casi cualquier herida. ¿Sería éste el famoso bálsamo de fierabrás? ¿Cumplió Jasón la promesa de amor eterno hecha a Medea?

Jasón se enfrenta al dragón que custodia el Vellocino de Oro

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