La
tradición nos ha transmitido la noticia de que a la muerte del apóstol
Santiago, hijo de Zebedeo, sus restos fueron trasladados por dos de sus
discípulos, en barco, hasta las costas de Galicia. Desembarcaron en Iria Flavia
y fueron enterrados en un edificio sepulcral ya existente en un lugar cercano.
Se trataba de una construcción funeraria romana mandada edificar por una
importante matrona pagana, Atia Moeta, para el enterramiento de su nieta de
dieciséis años, Viria Moeta, y para el suyo propio. Este hecho viene confirmado
por la lectura de una inscripción hallada en una piedra de mármol que se encuentra
en el Museo de San Pelayo de Antealtares y que se usó de altar en la planta
alta del edificio. Era
una construcción de dos plantas, a la que se accedía desde la segunda y se
pasaba a la planta baja o cámara sepulcral por una escalera interior. En ésta
fueron enterrados tanto Santiago como los dos discípulos que lo trasladaron
muerto desde Jerusalén, Atanasio y Teodoro. Siempre según la tradición. A
partir del siglo IX, en que se halla el sepulcro, se construyen in situ
sucesivamente tres iglesias para albergar tan santos huesos, de las cuales la
del siglo XI es la románica que ha llegado hasta nuestros días. Las
dos primeras iglesias, edificadas la primera al poco del hallazgo y la segunda
a finales del siglo IX, respetaron el edificio sepulcral tal como fue hallado,
de forma que lo embebían. La construcción de la Catedral románica en su primera
fase tampoco afectó al cenotafio. En
1105, estando aún sin concluir, el obispo Gelmírez decidió levantar el nuevo
altar mayor sobre la tumba apostólica. Esto conllevó la demolición de la planta
superior del cenotafio, del que quedó en pie sólo la cámara sepulcral, pero
reducida a la altura de una persona. Sobre esta cavidad asentó el Altar del
Apóstol y dejó el sepulcro inaccesible para todos. Ambrosio del Morales cuenta
en su Viaje, redactado en la segunda mitad del siglo XVI, que Gelmírez quiso
impedir la entrada al sepulcro «por ser grande la costumbre que había de
enseñarlo a reyes y príncipes que venían de todos los lugares a venerar los
huesos».
En
1585 se había producido el primero de los ataques ingleses a las costas
gallegas, bajo el mando del corsario inglés Francis Drake, el cual había
amenazado con destruir la catedral y la tumba de Santiago. Para proteger los
restos del Apóstol de la amenaza de los filibusteros, el obispo
Sanclemente retiró los restos de los tres santos de sus sepulcros y los
escondió en unas tumbas construidas a toda prisa en el transaltar mayor. El
deseo confesado de Felipe II de llevarse parte de los restos del Apóstol al
relicario del monasterio de El Escorial, probablemente explique la poca
diligencia del obispo en devolverlos a su sitio original una vez pasado el
peligro corsario. El secreto sobre su ubicación se fue con él a la tumba. Así
quedaron las cosas hasta que en el siglo XVII, en que el gusto por lo barroco
hizo ver como excesivamente pobre la disposición del altar mayor del siglo XII, se acometió la construcción de uno nuevo, para lo cual se rebajaron aún más
los muros del antiguo cenotafio romano y se asentó el nuevo altar directamente
sobre las tumbas vacías. Quienes realizaron la reforma no dejaron nada escrito
de lo que encontraron y desde ese momento las tumbas quedaron del todo
inaccesibles. En
1878 se inician las excavaciones arqueológicas bajo el altar mayor con el fin
de hallar la tumba del apóstol Santiago y sus restos. La iniciativa se debió al
arzobispo Miguel Payá, quien encargó la dirección de las excavaciones a Antonio
López Ferreiro, uno de los mejores arqueólogos de la época. Tras realizar
varias prospecciones sin resultado positivo, finalmente se levantó el altar mayor.
Descubrieron entonces un mausoleo con tres hoyos en el suelo, pero removidos y
vacíos. Uno de ellos aparecía cubierto con los restos de un mosaico de mármol
con clara apariencia de factura romana. Los
huesos, finalmente, se encontraron en el espacio del transaltar mayor, bajo el
ábside, metidos en una urna construida deprisa, con materiales en parte
procedentes del sepulcro.
Al
levantar el altar mayor en 1878 se descubrió la estructura de lo que quedaba de
un viejo monumento funerario romano, en el que encontraban alojamiento tres
sepulturas. La cámara sepulcral estaba dividida en dos partes por una pared de
mampostería: la oriental contenía una única tumba cubierta con mosaico romano
de colores, sin duda la de un personaje más importante que los otros; las otras
dos estaban en la parte occidental, adosadas a las paredes norte y sur y
cubiertas con baldosas de arcilla. Estos enterramientos son necesariamente
anteriores a la primera mitad del siglo II, data del segundo nivel del
pavimento que se sitúa por encima de los sepulcros. El edificio se encontraba
rodeado en sus partes este, norte y sur por un pasillo pavimentado con losas
graníticas. La cenefa indica el carácter cristiano del personaje allí enterrado. Las
tumbas estaban vacías y con el pavimento removido. No obstante fue posible
reconstruir un dibujo de la cenefa que enmarcaba el mosaico de la tumba de la
parte oriental, atribuida a Santiago, pero no lo que sin duda contenía el
rectángulo central, roto para extraer los huesos que debía contener. El mosaico
que cubría la tumba del Apóstol era una composición de tres colores (blanco,
negro y cárdeno), cuyo motivo fundamental era la flor de loto, símbolo
cristiano del bautismo y la resurrección. Este motivo indica el carácter
cristiano del personaje allí enterrado. Un pavimento de mosaico de este tipo no
tiene paralelo ninguno en Galicia en la época germánica. En
1879 se constituyó un tribunal para estudiar los restos encontrados y en 1884
una Congregación Extraordinaria. El estudio científico de los huesos revela que
pertenecen a tres esqueletos incompletos de tres individuos de desarrollo y
edad diferentes, de los cuales dos estaban en una edad madura y el tercero en
el último tercio de la vida. A uno de ellos le falta la apófisis mastoidea
derecha, que fue regalada por Gelmírez al obispo de Pistoia, donde se venera
como una reliquia. Se explica que dicho hueso esté separado del hueso temporal
por pertenecer a un decapitado, como es el caso de Santiago. De este modo se ha
podido identificar cuál de los tres grupos de huesos pertenece al Apóstol. Los
estudios sobre los restos encontrados a partir de 1878 han sido realizados
principalmente por Antonio López Ferreiro, su descubridor, Fidel Fita y
Aureliano Fernández Guerra a finales del siglo XIX. A partir de 1940 son
fundamentales los estudios de José Guerra Campos e Isidoro Millán. En
cualquier caso, y tras los estudios pertinentes, el papa León XIII, en la bula
Deus Omnipotens de 1884 anunció a toda la cristiandad el hallazgo de los huesos
del apóstol Santiago y animaba a los creyentes a emprender de nuevo peregrinaciones a
Compostela.
Catedral de Santiago de Compostela (España) |
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