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jueves, 15 de junio de 2017

La tumba del apóstol Santiago en Compostela

La tradición nos ha transmitido la noticia de que a la muerte del apóstol Santiago, hijo de Zebedeo, sus restos fueron trasladados por dos de sus discípulos, en barco, hasta las costas de Galicia. Desembarcaron en Iria Flavia y fueron enterrados en un edificio sepulcral ya existente en un lugar cercano. Se trataba de una construcción funeraria romana mandada edificar por una importante matrona pagana, Atia Moeta, para el enterramiento de su nieta de dieciséis años, Viria Moeta, y para el suyo propio. Este hecho viene confirmado por la lectura de una inscripción hallada en una piedra de mármol que se encuentra en el Museo de San Pelayo de Antealtares y que se usó de altar en la planta alta del edificio. Era una construcción de dos plantas, a la que se accedía desde la segunda y se pasaba a la planta baja o cámara sepulcral por una escalera interior. En ésta fueron enterrados tanto Santiago como los dos discípulos que lo trasladaron muerto desde Jerusalén, Atanasio y Teodoro. Siempre según la tradición. A partir del siglo IX, en que se halla el sepulcro, se construyen in situ sucesivamente tres iglesias para albergar tan santos huesos, de las cuales la del siglo XI es la románica que ha llegado hasta nuestros días. Las dos primeras iglesias, edificadas la primera al poco del hallazgo y la segunda a finales del siglo IX, respetaron el edificio sepulcral tal como fue hallado, de forma que lo embebían. La construcción de la Catedral románica en su primera fase tampoco afectó al cenotafio. En 1105, estando aún sin concluir, el obispo Gelmírez decidió levantar el nuevo altar mayor sobre la tumba apostólica. Esto conllevó la demolición de la planta superior del cenotafio, del que quedó en pie sólo la cámara sepulcral, pero reducida a la altura de una persona. Sobre esta cavidad asentó el Altar del Apóstol y dejó el sepulcro inaccesible para todos. Ambrosio del Morales cuenta en su Viaje, redactado en la segunda mitad del siglo XVI, que Gelmírez quiso impedir la entrada al sepulcro «por ser grande la costumbre que había de enseñarlo a reyes y príncipes que venían de todos los lugares a venerar los huesos».
En 1585 se había producido el primero de los ataques ingleses a las costas gallegas, bajo el mando del corsario inglés Francis Drake, el cual había amenazado con destruir la catedral y la tumba de Santiago. Para proteger los restos del Apóstol de la amenaza de los filibusteros, el obispo Sanclemente retiró los restos de los tres santos de sus sepulcros y los escondió en unas tumbas construidas a toda prisa en el transaltar mayor. El deseo confesado de Felipe II de llevarse parte de los restos del Apóstol al relicario del monasterio de El Escorial, probablemente explique la poca diligencia del obispo en devolverlos a su sitio original una vez pasado el peligro corsario. El secreto sobre su ubicación se fue con él a la tumba. Así quedaron las cosas hasta que en el siglo XVII, en que el gusto por lo barroco hizo ver como excesivamente pobre la disposición del altar mayor del siglo XII, se acometió la construcción de uno nuevo, para lo cual se rebajaron aún más los muros del antiguo cenotafio romano y se asentó el nuevo altar directamente sobre las tumbas vacías. Quienes realizaron la reforma no dejaron nada escrito de lo que encontraron y desde ese momento las tumbas quedaron del todo inaccesibles. En 1878 se inician las excavaciones arqueológicas bajo el altar mayor con el fin de hallar la tumba del apóstol Santiago y sus restos. La iniciativa se debió al arzobispo Miguel Payá, quien encargó la dirección de las excavaciones a Antonio López Ferreiro, uno de los mejores arqueólogos de la época. Tras realizar varias prospecciones sin resultado positivo, finalmente se levantó el altar mayor. Descubrieron entonces un mausoleo con tres hoyos en el suelo, pero removidos y vacíos. Uno de ellos aparecía cubierto con los restos de un mosaico de mármol con clara apariencia de factura romana. Los huesos, finalmente, se encontraron en el espacio del transaltar mayor, bajo el ábside, metidos en una urna construida deprisa, con materiales en parte procedentes del sepulcro.
Al levantar el altar mayor en 1878 se descubrió la estructura de lo que quedaba de un viejo monumento funerario romano, en el que encontraban alojamiento tres sepulturas. La cámara sepulcral estaba dividida en dos partes por una pared de mampostería: la oriental contenía una única tumba cubierta con mosaico romano de colores, sin duda la de un personaje más importante que los otros; las otras dos estaban en la parte occidental, adosadas a las paredes norte y sur y cubiertas con baldosas de arcilla. Estos enterramientos son necesariamente anteriores a la primera mitad del siglo II, data del segundo nivel del pavimento que se sitúa por encima de los sepulcros. El edificio se encontraba rodeado en sus partes este, norte y sur por un pasillo pavimentado con losas graníticas. La cenefa indica el carácter cristiano del personaje allí enterrado. Las tumbas estaban vacías y con el pavimento removido. No obstante fue posible reconstruir un dibujo de la cenefa que enmarcaba el mosaico de la tumba de la parte oriental, atribuida a Santiago, pero no lo que sin duda contenía el rectángulo central, roto para extraer los huesos que debía contener. El mosaico que cubría la tumba del Apóstol era una composición de tres colores (blanco, negro y cárdeno), cuyo motivo fundamental era la flor de loto, símbolo cristiano del bautismo y la resurrección. Este motivo indica el carácter cristiano del personaje allí enterrado. Un pavimento de mosaico de este tipo no tiene paralelo ninguno en Galicia en la época germánica. En 1879 se constituyó un tribunal para estudiar los restos encontrados y en 1884 una Congregación Extraordinaria. El estudio científico de los huesos revela que pertenecen a tres esqueletos incompletos de tres individuos de desarrollo y edad diferentes, de los cuales dos estaban en una edad madura y el tercero en el último tercio de la vida. A uno de ellos le falta la apófisis mastoidea derecha, que fue regalada por Gelmírez al obispo de Pistoia, donde se venera como una reliquia. Se explica que dicho hueso esté separado del hueso temporal por pertenecer a un decapitado, como es el caso de Santiago. De este modo se ha podido identificar cuál de los tres grupos de huesos pertenece al Apóstol. Los estudios sobre los restos encontrados a partir de 1878 han sido realizados principalmente por Antonio López Ferreiro, su descubridor, Fidel Fita y Aureliano Fernández Guerra a finales del siglo XIX. A partir de 1940 son fundamentales los estudios de José Guerra Campos e Isidoro Millán. En cualquier caso, y tras los estudios pertinentes, el papa León XIII, en la bula Deus Omnipotens de 1884 anunció a toda la cristiandad el hallazgo de los huesos del apóstol Santiago y animaba a los creyentes a emprender de nuevo peregrinaciones a Compostela.
Catedral de Santiago de Compostela (España)

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