En cierta
ocasión, se presentaron ante el príncipe Vlad de Valaquia unos emisarios del sultán
procedentes de Constantinopla que iban ataviados con sus ropas tradicionales,
entre ellas el típico turbante. Al presentarse ante él, Vlad les
preguntó por qué no le mostraban respeto descubriéndose la cabeza, y los turcos
respondieron que no era costumbre en su país. Vlad, ofendido por su
desfachatez, los envió de vuelta a Constantinopla con los turbantes clavados a los
cráneos para que en adelante nunca se los quitasen. Este era Vlad Tepes, el príncipe de
Valaquia en el que se inspiró el escritor Bram Stoker para crear su personaje del vampiro Drácula, que daría origen a
gran cantidad de películas y secuelas literarias. Vlad Drakul III nació
en la ciudad rumana de Shigsoara (Transilvania), hacia el año 1430. Auque en
realidad se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. Fue uno de
los tres hijos legítimos de Vlad Drakul, quien por sus heroicas hazañas contra
los turcos había recibido del rey de Hungría, junto a otros nobles
valacos, tierras en la región de Transilvania. En 1444,
cuando Vlad contaba unos trece años, fue entregado por su padre a los turcos en
calidad de rehén junto con su hermano Radhu. Se educó en la corte del sultán
otomano Murat II, con el heredero de éste, Mehmet II. Cuando el
joven Vlad regresó de su cautiverio en tierras otomanas, descubrió que su
padre, Vlad Drakul, había muerto apaleado y que a su hermano Marcea le habían
quemado los ojos con un hierro candente, antes de enterrarlo vivo. Ambos
asesinatos fueron perpetrados por el conde Juan Punyabi, antiguo aliado de su
padre, Vlad II, y habían sido apoyados por los nobles
boyardos. Cuando el joven Vlad supo todas estas cosas, juró no descansar hasta
haberse vengado de los boyardos. Para
lograr sus propósitos, el príncipe Vlad contó con el apoyo de los turcos, y se
convirtió en príncipe de Transilvania, primero, y después en rey de Valaquia
—territorios que hoy forman parte de Rumania—, a cambio de su ayuda,
Vlad juró prestar vasallaje al sultán otomano. No obstante, su gobierno en
Transilvania apenas duró unos meses; Juan Punyabi y los demás nobles
reaccionaron con el apoyo de los húngaros, y lograron expulsarlo del poder en
1448. Vlad se
convirtió en un proscrito y estuvo viajando por las regiones limítrofes durante
ocho años, recabando partidarios para su causa. Pero no tuvo éxito en su empresa. Entonces se
puso en contacto con su primo, Esteban de Moldavia, que sería su
aliado contra los boyardos, y también contra los otomanos. Finalmente
—quizá por mediación de Esteban— el usurpador Juan Punyabi permitió
a Vlad que se instalase en la corte como asesor militar y consejero, dado su
conocimiento de los turcos y al odio larvado que sentía hacia el sultán Mehmet
II. El astuto Vlad supo presentarse ante sus antiguos enemigos como un valioso aliado.
Cuando Vlad supo que los turcos habían sido rechazados por los húngaros en
1456, tres años después de haber tomado Constantinopla, se lanzó a la conquista
del trono de Vladislav II, que contaba con el apoyo de los húngaros y de los
colonos alemanes.
Vlad se
puso al frente de un contingente transilvano, que comandó al lado de un noble
de la casa Báthory, derrotó al voivoda e hizo que lo ejecutaran en la plaza
pública de Targusor, cerca de Targoviste, la antigua capital de Valaquia, justo
en el mismo lugar donde había sido cruelmente ajusticiado su hermano. Una vez
convertido en príncipe de Valaquia en 1456, los demás príncipes cristianos lo
reconocieron como tal sin oponer objeciones, dada la inminencia del peligro
turco, cuyas hordas avanzaban hacia Viena de forma inexorable. Lo primero
que hizo el nuevo príncipe, fue reducir el poder de la nobleza local, los
boyardos: muchos fueron encarcelados y otros ejecutados. Pero sus medidas no se
limitaron a simples venganzas personales: recortó el poder de los boyardos, sobre
todo el económico, y en el consejo de nobles al que acudían los nobles más
poderosos, repartió muchos títulos nobiliarios de nueva creación entre
extranjeros que le juraron fidelidad. Vlad sabía
que los nobles boyardos basaban su influencia en las buenas relaciones que
mantenían con las ciudades de Transilvania con población mayoritariamente
sajona. Vlad eliminó sus privilegios y organizó campañas de castigo contra las
ciudades que le fueron hostiles. Se mostró cruel y despiadado en extremo,
ordenando empalamientos masivos de hombres, mujeres y niños en las ciudades que
no se plegaron a sus demandas. En 1459 ordenó que 30.000 colonos sajones que se
negaron a pagarle tributo de vasallaje, fuesen empalados, con lo que inició una
carrera de crímenes y crueldades sin cuento. Se estima que entre 1456 y 1462 —en base a
documentos y grabados de la época— Vlad Tepes ordenó ajusticiar entre 40 mil y
100 mil personas, aunque es muy posible que la cifra haya sido exagerada. Su
enfermizo gusto por el empalamiento como forma de tortura y ejecución, hizo que
se le conociese como Vlad Tepes, que en lengua rumana viene a ser Vlad el
Empalador.
Uno de los
episodios más violentos que se le atribuyen a Vlad Tepes fue el empalamiento de
un nutrido grupo de boyardos, responsables de las muertes de su padre y de su
hermano. Vlad llevó a cabo su sangrienta venganza en la celebración de la
Pascua de 1459, invitando a los boyardos a un gran banquete que, supuestamente,
organizaba en su honor, y pidiéndoles que vistiesen sus mejores ropajes para la
ocasión. Cuando terminaron de cenar, Vlad ordenó que los nobles más viejos
fuesen empalados, y envió a los más jóvenes a Targoviste, a un castillo en
ruinas que se hallaba en la cima de un monte cercano al río Argés, y que quizá
se corresponda con la peña llamada El Trono de Dios que es mencionada en la
novela de Stoker. Los desdichados tuvieron que caminar hasta allí cargados de
cadenas; muchos de ellos perecieron por el camino y los que llegaron con vida
fueron obligados a reconstruir el castillo y a reparar las derruidas murallas.
En cuestión de días los lujosos ropajes de los boyardos quedaron reducidos a
harapos, mientras los nobles iban muriendo uno a uno a causa del hambre, las
enfermedades y el agotamiento. Entretanto, Vlad Tepes asistía impertérrito a su
lenta agonía.
Al
siniestro príncipe Vlad le gustaba organizar empalamientos masivos formando
figuras geométricas. La más habitual era una serie de anillos concéntricos de
empalados que organizaba alrededor de las ciudades rebeldes, cubriendo casi
todo su perímetro. La longitud de la estaca determinaba la importancia que la
víctima ensartada en ella había tenido en vida. A menudo Vlad dejaba que los cadáveres se
pudriesen durante meses alrededor de las ciudades, mientras los cuervos y otras
aves de rapiña los picoteaban y se alimentaba con su carroña. Algo que no era
nuevo, pues los romanos y los persas ya habían practicado esta medida en la
Antigüedad, y se sabe que Alejandro Janeo crucificó a más de 3.000 fariseos en
torno a las murallas de Jerusalén, a modo de escarmiento. Se dice que
una avanzadilla del ejército turco que se preparaba para invadir Valaquia,
reculó aterrada cuando los exploradores descubrieron un bosque de empalados
cuyos cuerpos, casi irreconocibles, seguían descomponiéndose clavados aún en
las estacas, a ambos lados del Danubio. Uno de los pocos grabados de Vlad Tepes
que han llegado hasta nosotros lo representa desayunado con buen apetito en
medio de un bosque de empalados. En los
últimos tiempos, se ha querido reivindicar —si no reinventar— la figura del voivoda Vlad
Tepes, presentándolo como un esforzado paladín de la cristiandad, o un noble
cruzado, que se enfrentó, él solo y espada en mano, a los infieles turcos que
pretendían apoderarse de Europa. Pero lo cierto es que Vlad luchó contra
cristianos y musulmanes con la misma saña, y que a los infelices que cayeron en
su poder, los trató con el mismo grado sumo de crueldad que a los cristianos. El príncipe Vlad
luchaba en su propio provecho y no conocía más causa que la suya, y se rebelaba
contra todo monarca que quisiera someterle a vasallaje y hacerle pagar
tributos; ya fuese éste el rey de Hungría, o el sultán de Constantinopla.
El día de
San Bartolomé de 1459, Vlad hizo empalar a la mayoría de los sajones de Brasov,
una ciudad transilvana que le había desafiado apoyando al
usurpador Dan II, junto a desleales nobles húngaros y boyardos rumanos. Después de haber ensartado en sendas estacas a la mayoría de los habitantes de Brasov, el príncipe Vlad organizó un festín en el centro de este nuevo bosque de empalados aún agonizantes, justo frente a la tarima donde un experto verdugo descuartizaba, lenta y meticulosamente, a los cabecillas
de la sublevación y a sus familiares. La macabra celebración duró hasta bien
entrada la noche cuando, para iluminarse, Vlad ordenó a sus hombres que
prendiesen fuego a la ciudad ante los ojos de los 30.000 agonizantes empalados. A los que
no pudo empalar por falta de estacas, los amontonó y la soldadesca los fue
asesinando acuchillándolos o atravesándoles con sus largas picas. Poco después, sus hordas arrasaron la región y prendieron fuego a la ciudad ante los ojos de sus ciudadanos, que pudieron contemplar el incendio desde lo alto de las estacas en las que habían sido ensartados como pollos. Incluso a los que no mandó empalar, los amontonó para obligarles a contemplar la ciudad en llamas, y después hizo que sus
soldados los degollaran a sangre fría. Poco después
atacó las ciudades de la región de Tara Barza, donde también hubo empalamientos en masa de sus habitantes. Al año
siguiente, Vlad arrasó las ciudades de Almas y Fugaras por rebelión; acabando
empalados, ahorcados, quemados vivos o muertos en los
violentos combates la mayor parte de sus vecinos. Estas martirizadas ciudades tardaron generaciones en
recuperar su población, quedando algunas de ellas desiertas durante más de un
siglo. Al firmar la paz con Transilvania, Vlad Tepes exigió que el principado
no diera refugio a ningún enemigo y que le pagara un tributo de 15.000 florines
en concepto de indemnización. Una vez que hubo resuelto los conflictos
internos, Vlad se alió con Matías Corvino, rey de Hungría, y en 1459 dejó de
pagar a los otomanos el tributo estipulado, lo que de por sí constituía un acto
de rebeldía que traía aparejada la declaración de guerra.
Aunque sus incursiones en territorio turco resultaron
exitosas al principio, no le proporcionaron a Vlad grandes ganancias ni victorias
duraderas, debido al poco apoyo que le prestaron sus aliados húngaros, de una parte,
y a los escasos recursos financieros de los que disponía Valaquia, de otra. En 1461, Vlad
Drakul libró una de sus más famosas batallas. El sultán turco Mehmet II,
conquistador de Constantinopla, le tendió una trampa. Envió a su encuentro al
griego Katabolikos, en calidad de embajador, para convocarlo en Giurgiu, un puerto
fluvial del Danubio cercano a Bucarest, a fin de solucionar una cuestión
fronteriza. En el lugar del encuentro le esperaba un destacamento turco. Vlad
fingió caer en la emboscada y se presentó con actitud sumisa y portando parte
de los tributos adeudados, además de algunos presentes para el sultán, pero
también le acompañaban un grupo de jinetes de élite que sorprendieron a los
turcos dando muerte a muchos de ellos. Después de la batalla, Katabolikos y el
capitán de los turcos fueron apresados y conducidos junto al resto de prisioneros a Targoviste,
donde murieron empalados, aunque otras fuentes aseguran que el oficial turco fue
abandonado con vida en la frontera después de haberle cortado los pies y las
manos. Ese mismo
año, Mehmet II, retrocedió cuando se disponía a invadir Targoviste y regresó a
Constantinopla aquejado de violentos vómitos ante la visión del Bosque de los
Empalados. Este peculiar bosque se erigió en un valle donde se habían talado
todos los árboles para obtener suficientes estacas para empalar a más de 23.000
prisioneros turcos, búlgaros, húngaros, rumanos y sajones, junto con sus esposas
e hijos, y distribuirlos a lo largo de todo el valle clavados en estacas.
Animado
por estos éxitos, Vlad Tepes cruzó el Danubio y penetró en territorio otomano,
donde derrotó a las tropas turcas. El 11 de enero de 1462 Drakul envió una
misiva al rey Matías Corvino, informándole del recuento de bajas que había
infligido al enemigo: más de 24.000 muertos en los incendios de casas,
haciendas y granjas. Luego envió al soberano magiar, a modo de prueba o presente, sacos
llenos de miembros cercenados, orejas, narices, penes y escrotos, además de las
cabezas cortadas de muchas víctimas brutalmente masacradas. Fue tal el terror
desatado entre los turcos por estas incursiones que buena parte de la población
musulmana de Constantinopla abandonó la ciudad por miedo a que fuera reconquistada por Vlad con el apoyo de los numerosos habitantes que todavía añoraban los gloriosos días de esplendor de Bizancio. Enfurecido
por el avance de los valacos, el sultán Mehmet II atacó ese año con un ejército
de 150.000 hombres —según una carta que él mismo escribió a un gran visir— y
una gran escuadra que ascendió por el Danubio. Estas tropas incluían a 4.000
soldados de caballería comandados por Radhu el Hermoso, hermano de Vlad III. No
hay acuerdo sobre la cantidad de hombres que componían las tropas de Drakul,
pero se barajan cifras que oscilan entre los 22.000 y los 30.000 soldados. En
cualquier caso, Vlad no pudo evitar que los turcos tomaran Targoviste el 4 de
junio de 1462, por lo que se sirvió de la estrategia de tierra quemada y hostigamiento para
enfrentarse a los turcos durante la primavera y el verano de 1462, además de lanzar
diversos ataques por sorpresa contra ellos. El más importante tuvo lugar entre el 16 y el 17 de
junio, cuando Vlad y algunos de sus hombres disfrazados con ropas turcas se
introdujeron en el campamento otomano e intentaron asesinar a Mehmet. Además,
para desmoralizar a los invasores, ordenó evacuar todas las ciudades de
Valaquia y sacar de ellas cualquier objeto de valor. Los turcos se retiraron
tras fracasar en el asedio a la fortaleza de Chilis (al sur de Moldavia), con
sus tropas diezmadas por la peste, y dejaron a Radhu el Hermoso para que
continuara la lucha.
Esta sería
la última gran batalla de Drakul. Pese a las victorias, a Vlad se le oponía la
nobleza, que apoyó a su hermano Radhu que luchaba para los turcos. Ya en
Constantinopla, el sultán Mehmet II se sirvió de una serie de argucias
diplomáticas para que el rey Matías Corvino prendiese y encarcelara a Vlad
Tepes en agosto de 1462. El
ejército turco, dirigido por su hermanastro Radhu, rodeó la fortaleza de
Poenari, donde se había refugiado el príncipe valaco. Un arquero lanzó una flecha
a través de la ventana, avisando de que el ejército turco se acercaba. Según
parece, este arquero era un antiguo sirviente de Vlad que envió la flecha con
el mensaje por lealtad, pese a haberse convertido al islam, cosa que hizo para
salvar la vida cuando fue apresado por los otomanos. La esposa de Drakul, la
princesa Cnaejna, al leer el mensaje se arrojó a un afluente del río Argés para
evitar ser hecha prisionera por los mahometanos. De acuerdo con la leyenda, la princesa
dijo que «prefería que su cuerpo fuese pasto de los peces en el río Argés, antes que
ser esclava de los turcos». Hoy, el afluente es conocido como El río de la Dama.
Vlad fue apresado y recluido en la torre cercana a Buda, y su hermano Radhu se
proclamó príncipe de Valaquia con la aquiescencia de los turcos. No se sabe
cómo o por qué, Drakul fue liberado de su encierro en 1474, pero no hay duda de
que participó en la batalla de Vaslui, en la región de Moldavia, junto al príncipe
Esteban Báthory de Transilvania. Juntos invadieron Valaquia con un ejército
formado por transilvanos, boyardos valacos y un pequeño número de moldavos
enviados por Esteban de Moldavia, primo de Vlad Drakul. Después de esta batalla
Vlad recuperó el principado, pero Esteban Báthory volvió a Transilvania, dejándolo
en una posición muy frágil frente a sus enemigos. Su última
acción tuvo lugar tres días después, cuando Vlad se lanzó a atacar a los turcos.
Éstos habían preparado otro gran ejército para conquistar Valaquia. Los turcos otomanos contaban
con el apoyo de los nobles boyardos que deseaban desembarazarse de Vlad
Tepes, y facilitaron el camino a los otomanos para penetrar en Valaquia sin
encontrar resistencia.
Drakul y la mayoría de sus fieles, casi todos moldavos,
fueron muertos en el transcurso de una emboscada que les tendieron los turcos
en diciembre de 1476. Los
otomanos le cortaron la cabeza al cadáver de Vlad y la desollaron para arrancarle
la cara y la cabellera, que fueron llevadas a Constantinopla como trofeo de
guerra. El sultán ordenó que los despojos de Vlad Tepes se
mostraran clavados en lo más alto de una larga pica, para no dejar dudas a
nadie sobre la veracidad de su muerte. No se sabe
dónde fue inhumado el resto del cuerpo, aunque se suele aceptar que pudiera
estar sepultado en el monasterio de Sangov. A mediados
del siglo XIX, el poeta rumano Dimitrie Bolintineanu glorificó los triunfos de Vlad
el Empalador en su obra épica y patriótica Combates de los Rumanos, que reivindica las crueles acciones
de Vlad Tepes como hazañas necesarias para prevenir el despotismo de
la nobleza local. El gran poeta rumano, Mihai Eminescu, en su balada La Tercera
Carta se refiere a los valerosos príncipes valacos entre los que incluye al príncipe
Vlad el Empalador en un lugar destacado, con el que a buen seguro no estarán de
acuerdo los colectivos feministas a causa de la anécdota que, a modo de colofón, incluyo a continuación: "Se cuenta de
Vlad que en cierta ocasión se encontró con un hombre trabajando en el campo que
parecía falto de mujer por el aspecto desaliñado de sus ropas. Al preguntarle
si no estaba casado éste le dijo que sí. Vlad hizo traer a la mujer y le
preguntó qué hacía a lo largo del día, y ésta le dijo que lavar, amasar y cocer
el pan y… coser la ropa ajada de su esposo. Señalando a las ropas de su marido hechas
jirones, Vlad no la creyó y decidió empalarla a pesar de que el marido afirmaba
estar satisfecho con ella. Luego obligó a otra mujer a casarse con el hombre que
acababa de enviudar, no sin antes amenazarla con el mismo destino si no cuidaba
bien del campesino."
Vlad Tepes y el bosque de empalados al fondo |
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