A mediados del siglo III, la caída del Imperio Romano
parecía inminente. Algunas tribus de francos y alamanes habían invadido la Galia.
Los godos arrasaron la Dacia y llegaron hasta Éfeso. Armenia se había perdido,
y por el Este los partos vadearon el Éufrates. El emperador Valeriano, que
acudió con presteza a detenerlos, fue derrotado por el rey Sapor. Sin embargo,
dos generales aclamados por las legiones rechazaron a los bárbaros y
restablecieron las fronteras de Oriente. Las murallas de Aureliano, que dan la
vuelta entera a la ciudad de Roma, todavía causan asombro a quienes las contemplan.
Parece imposible que, en medio de tantas dificultades, Aureliano encontrara
recursos suficientes para construir las gigantescas torres y la altísima
muralla que ha protegido a la ciudad de los césares y de los papas hasta nuestros días. Un
sucesor de Aureliano intentó salvar el Imperio no solo con murallas ciclópeas,
sino con una nueva organización. Diocleciano fue proclamado emperador en el
284, y con él empezó una nueva etapa en la historia del Imperio Romano. Cayo Aurelio Valerio Diocleciano Augusto, nacido con el
nombre de Diocles, fue emperador de Roma desde el 20 de noviembre de 284 hasta
el 1 de mayo de 305. Nacido en el seno de una familia iliria de bajo estatus
social, fue ascendiendo escalafones en la jerarquía militar por méritos propios
hasta convertirse en comandante en jefe de la caballería del emperador Caro.
Tras la muerte de Caro y la de su hijo Numeriano durante una campaña punitiva en
Partia (Persia), Diocleciano fue aclamado emperador por las legiones. Consiguió
acceder al trono tras un breve enfrentamiento con Carino, el otro hijo del
emperador Caro, en la batalla del Margus, y su llegada al poder puso fin a la
crisis del siglo III. Diocleciano nombró a Maximiano coemperador, otorgándole
el título de augusto de Occidente en 285. El 1 de marzo de 293 nombró césares a
Galerio y Constancio. Este nuevo régimen, conocido como tetrarquía o «gobierno
de cuatro», implicaba que el gobierno del Imperio se repartía geográficamente
entre los cuatro emperadores: dos augustos y dos césares. En un movimiento que
seguía la tendencia del siglo III hacia el absolutismo, Diocleciano amoldó su
figura a la de un autócrata oriental, elevándose por encima del Senado e
imponiendo rígidos protocolos ceremoniales en la corte. Diocleciano dirigió campañas militares contra los sármatas
(285) y en el Danubio contra los alamanes (288), y contra los usurpadores en
Egipto (297-98), asegurando las fronteras del Imperio. En 299 Diocleciano
dirigió las negociaciones con el Imperio Parto, el enemigo tradicional de
Roma en Asia, consiguiendo una paz duradera y favorable. Separó y aumentó los
servicios militares y civiles que los ciudadanos debían prestar al Estado.
Asimismo, reorganizó las diócesis creando la administración más grande y
burocratizada en la historia de Roma. Estableció nuevos centros administrativos
en Nicomedia, Mediolanum (Milán), Antioquía y Tréveris, puntos estratégicos más
cercanos a las fronteras que Roma.
Las constantes campañas militares y los proyectos de
construcción y obras públicas incrementaron el gasto del Estado e hicieron
necesaria una profunda reforma fiscal. A partir del año 297 el sistema de
recaudación de impuestos fue homogeneizado con tipos impositivos más altos que
los que habían dominado hasta entonces. Sin embargo, no todas sus reformas
tuvieron éxito. Su edicto sobre Precios Máximos del año 301, norma cuyo
objetivo era poner fin a la inflación mediante el control estatal de los
precios, no solo no tuvo éxito, sino que fue contraproducente y rápidamente
ignorada. Además, y aunque fue efectivo mientras Diocleciano estuvo al mando,
el sistema de la tetrarquía se colapsó en el momento en que éste abdicó,
sustituyéndose en la lucha por el poder entre Majencio y Constantino hijos,
respectivamente, de Maximiano y Constancio. La persecución contra los
cristianos que tuvo lugar entre los años 303 y 311, se convertiría en la mayor
y más sangrienta desencadenada hasta entonces, pero no logró su objetivo de
destruirlos. A pesar de algunos fracasos, las reformas de Diocleciano
cambiaron de forma fundamental la estructura del Imperio y ayudaron a
estabilizarlo económica y militarmente, permitiendo que perdurase otro siglo y
medio, aproximadamente, cuando había estado a punto de colapsarse pocos años
antes. Enfermo y cansado, Diocleciano abdicó el 1 de mayo de 305,
convirtiéndose en el primer emperador romano en dejar voluntariamente su cargo.
Desde entonces vivió en su palacio en la costa de Dalmacia, dedicado al cultivo
de sus jardines y huertos.
Los escritores clásicos críticos con su gobierno afirman que
su padre era un escriba o un liberto del senador Anulino, y aún llegan a
afirmar que el propio Diocles era un liberto. Sus primeros cuarenta años de
vida son muy oscuros. El cronista bizantino Juan Zonaras afirma que era el dux
de Moesia, lo que equivaldría a decir que era un comandante de las tropas
acuarteladas en el bajo Danubio. Por otro lado, y según la Historia Augusta,
Diocleciano habría servido también en la Galia, pero se trata de un dato poco
fiable para los historiadores modernos, ya que no está corroborado por otras
fuentes. La muerte del emperador Caro en plena campaña contra los partos supuso la llegada al poder de sus impopulares hijos, Numeriano y
Carino. Éste avanzó directamente sobre Roma desde la Galia, llegando en enero
de 284 a las puertas de la ciudad. Numeriano, sin embargo, permaneció al mando
del ejército en la parte oriental del Imperio, donde se encontraba en campaña
acompañando a su padre. La retirada romana de Partia se realizó de forma
ordenada gracias a que el rey parto Bahram II se encontraba en plena lucha
interna por establecer su autoridad y no podía enviar sus fuerzas contra ellos.
En cualquier caso, en marzo de 284, Numeriano solo había logrado llegar a Emesa
(Homs), en Siria, y en noviembre de ese mismo año todavía se encontraba en Asia
Menor. Aparentemente en Emesa todavía estaba vivo y con buena salud, pero tras
dejar la ciudad sus oficiales, incluyendo al prefecto del Pretorio, Arrio Aper,
informaron de que sufría una inflamación en uno de sus globos oculares, y desde
ese momento viajó en un coche cerrado. Cuando el ejército llegó a Bitinia,
algunos de los soldados de Numeriano percibieron un fuerte olor a putrefacción
que emanaba del coche. Cuando abrieron las cortinas encontraron el cadáver de
Numeriano en avanzado estado de descomposición. Entonces Arrio anunció la
muerte de Numeriano a sus hombres. Como era costumbre, los generales y tribunos
de Numeriano se reunieron en asamblea para dirimir la sucesión en el mando, y
eligieron a Diocles como nuevo emperador, a pesar de los esfuerzos de Arrio por
conseguir el apoyo de los oficiales. El 20 de noviembre de 284 el ejército de
Oriente se reunió en una colina situada a unos 8 kilómetros de Nicomedia y aclamó
unánimemente a Diocles como su nuevo augusto. Éste aceptó formalmente la púrpura imperial. Después
levantó su espada a la luz del sol e hizo un juramento por el que rechazaba
cualquier responsabilidad en la muerte de Numeriano al tiempo que afirmaba que
Arrio le había asesinado. Luego, a la vista de todos, le mató clavándole su
espada. Según la Historia Augusta, habría citado a Virgilio mientras hundía su
espada en Arrio. Después de su proclamación, Diocles romanizó su nombre pasando
a llamarse Cayo Aurelio Valerio Diocleciano.
Tras su ascensión al poder, Diocleciano y Lucio Cesonio Baso
fueron nombrados cónsules y asumieron las fasces —insignia propia de los
cónsules romanos que se componía de una segur en un hacecillo de varas— en
lugar de Carino y Numeriano. Cesonio Baso era miembro de una familia senatorial
natural Campania, un antiguo cónsul y procónsul de África. Había sido elegido
por Probo como señal de distinción. Se trataba de un hombre con capacidad en
las labores de gobierno en las que Diocleciano, presumiblemente, no tenía
experiencia. Por otro lado, el nombramiento de Cesonio Baso simbolizaba el
rechazo de Diocleciano al gobierno de Carino, y su negativa a aceptar un
estatus inferior a cualquier otro que no fuera el de augusto, así como su
intención de continuar una colaboración a largo plazo entre los patricios de la clase senatorial, y los militares. También vinculaba su éxito al
del Senado, del que necesitaba su apoyo para entrar en Roma con garantías de
éxito. No obstante, Diocleciano no era el único candidato para
suceder a Carino. El usurpador Sabino Juliano se hizo con el control del norte
de Italia y de Panonia tras la aclamación de Diocleciano por sus tropas. Este
hecho es conocido, entre otras cosas, debido a que hizo acuñar monedas desde la
fábrica de moneda de Siscia, en la actual Sisak, Croacia, declarándose a sí
mismo emperador y prometiendo la libertad a sus súbditos. Esto ayudaría
políticamente a Diocleciano, que lo utilizó para defender en su propaganda un
retrato de Carino como un tirano cruel y opresivo. A pesar de ello, las fuerzas
con las que contaba Juliano eran tropas débiles y mal adiestradas, y fueron
dispersadas fácilmente cuando los ejércitos de Carino fueron trasladados desde
Britania al norte de Italia. Diocleciano era, como líder de un Oriente unido,
la amenaza más importante para la posición de Carino en Occidente. Durante el
invierno de 284-285, Diocleciano hizo avanzar a sus tropas a través de los Balcanes. En
la primavera, poco después de mayo, su ejército se enfrentó al de Carino en el
río Margus, en Mesia (Moesia). En la actualidad se ha estimado la localización
de la batalla cerca de la actual Belgrado (Serbia). A pesar de contar con un
ejército más fuerte, Carino ocupaba la posición más débil. Además, su gobierno
era impopular, llegándose a alegar que Carino había maltratado al Senado y
seducido a las esposas de sus oficiales. Es posible que Flavio Constancio, el
gobernador de Dalmacia, hubiese desertado al bando de Diocleciano al comienzo
de la primavera. Cuando comenzó la batalla del río Margus el prefecto de
Carino, Aristóbulo, también desertó. En el transcurso de la batalla, Carino
murió a manos de sus propios hombres, y la victoria fue para Diocleciano.
Entonces ambos ejércitos, tanto el de Oriente como el de Occidente, le
aclamaron como «Imperator» o Generalísimo. Diocleciano exigió un juramento de lealtad al
ejército derrotado y partió inmediatamente hacia Italia para asegurar su
posición.
Inmediatamente después de la batalla del río
Margus, Diocleciano se viese involucrado en sendas batallas contra los cuados
—un pueblo de origen suevo que habitó el sudeste de Germania— y los marcomanos, muy activos en tiempos de Marco Aurelio y Cómodo, un siglo antes.
Los belicosos marcomanos eran un pueblo germánico que poblaba a principios de nuestra Era
la actual Bohemia. Finalmente Diocleciano llegó al norte de Italia para hacerse
con el principado, aunque se desconoce si llegó a ver la ciudad de
Roma. Existe una acuñación de moneda contemporánea que sugiere la celebración
de un adventus (llegada) a la ciudad, pero algunos historiadores modernos
defienden que Diocleciano evitó la ciudad deliberadamente por motivos de
seguridad, pues temía una emboscada. De todos modos, la ciudad y el Senado ya
no eran políticamente relevantes para el destino del Imperio, y Diocleciano
pretendía enviarles este mensaje. Es más, Diocleciano fechó su
reinado a partir de su aclamación por el Ejército, y no por la fecha de
ratificación de su nombramiento por el Senado, siguiendo la práctica
establecida por Caro, que había declarado que la ratificación senatorial era
sólo una formalidad. En cualquier caso, si Diocleciano llegó a entrar en Roma
tras su acceso al trono, no debió permanecer mucho tiempo en la ciudad; existen
datos que le sitúan en los Balcanes el 2 de noviembre de 285 dirigiendo una campaña militar contra los sármatas. Tan pronto como le fue posible, Diocleciano sustituyó al
prefecto de Roma por su colega consular, Baso. La mayoría de los oficiales que
habían servido con Carino, sin embargo, mantuvieron sus cargos durante el
principado de Diocleciano. En una obra de Aurelio Víctor se hace referencia a
un acto inusual de clementia, en virtud del cual Diocleciano no mató ni depuso
al prefecto del Pretorio y cónsul Aristóbulo, sino que le confirmó en ambos cargos,
y más tarde le otorgó el proconsulado de África y el rango de prefecto urbano.
Es probable que las otras personas que mantuvieron sus cargos también hubieran
traicionado a Carino. La lealtad de Maximiano hacia Diocleciano demostró ser un
importante componente de los primeros éxitos de la tetrarquía. La historia
reciente había demostrado que el gobierno unionista del Imperio era peligroso
para su estabilidad, y los asesinatos de Aureliano (275) y de Probo eran
una muestra de ello. Aureliano fue el segundo de varios soldados-emperadores notablemente exitosos conocidos como los emperadores ilirios, que ayudaron al
Imperio Romano a recuperar su poder y prestigio durante la última parte del
siglo III y comienzos del IV. El conflicto hervía en cada provincia del Imperio, desde la
Galia hasta Siria, y desde Egipto hasta el bajo Danubio. Era demasiado para que
una sola persona lo pudiera controlar, por lo que Diocleciano necesitaba
asociarse a un colega de confianza que actuase como su lugarteniente. En algún
momento de 285, en Mediolanum —actual Milán—, Diocleciano promocionó a
Maximiano, antiguo compañero de armas, al cargo de coemperador con el título de
césar. Él se reservaba el de augusto. El concepto del principado compartido no
era nuevo en el Imperio Romano. César Augusto, el primer emperador (27 a.C. a 14
d.C.), ya había compartido el poder con sus colegas Lépido y Marco Antonio durante el II triunvirato, y
hubo una figura semejante a la del coemperador a partir de Marco Aurelio
(161-180). Además, poco tiempo antes, el emperador Caro y sus hijos habían
gobernado conjuntamente. Diocleciano, en este sentido, estaba en una situación
más delicada que sus predecesores porque tenía una hija, Valeria, pero no tenía
hijos varones. El coemperador debía proceder, por tanto, de fuera de su
familia, lo que implicaba mayores problemas de lealtad. Algunos historiadores
defienden que Diocleciano, al igual que algunos emperadores anteriores, adoptó
a Maximiano como su filius Augusti, su «hijo Augusto», en el momento de su
nombramiento. Sin embargo, se trata de una posibilidad que no está generalmente
aceptada. La relación política entre Diocleciano y Maximiano fue
investida de connotaciones religiosas cuando, hacia 287, Diocleciano asumió el
título Iovius y Maximiano el de Herculius. Es probable que estos títulos
tuvieran la intención de vincular a los dos copríncipes con ciertas
características de los dioses a los que hacían referencia: Diocleciano,
asumiendo la personalidad de Júpiter, se encargaba de las funciones propias del
mando. Maximiano, en el papel de Hércules, actuaba como el héroe subordinado a
Júpiter. En cualquier caso, y a pesar de esas connotaciones religiosas, los
emperadores no eran «dioses» ni pretendían serlo. En realidad, eran vistos como
los representantes de los dioses que hacían su voluntad en la tierra. La
legitimación religiosa permitía que Diocleciano y Maximiano quedasen en un
estadio superior al que pudieran ocupar los potenciales rivales que estuviesen
amparados únicamente en la aclamación militar. Tras su proclamación, Maximiano
fue enviado a someter la rebelión de los bagaudas en la Galia. Los bagaudas
eran campesinos que, a menudo, se convirtieron en bandidos errantes después de
haber participado en violentos levantamientos y rebeliones contra los
terratenientes romanos en Hispania y en la Galia entre los siglos III y V. Diocleciano, por su parte, volvió a Oriente para
enfrentarse a los sármatas y a los partos.
El avance de Diocleciano y sus tropas fue lento. El 2 de
noviembre todavía se encontraban en Citivas Iovia (Botivo, cerca de Ptuj,
actual Eslovenia). En los Balcanes, en el otoño de 285, una delegación
sármata solicitó una audiencia con el emperador. Los embajadores sármatas
solicitaron a Diocleciano ayuda para recuperar sus tierras o, en su defecto,
permiso para utilizar los pastos que se encontraban en tierras del Imperio Romano,
pero Diocleciano contestó negativamente a ambas peticiones y se enfrentó a
ellos, aunque no fue capaz de obtener una victoria definitiva en el campo de
batalla. Las presiones de los pueblos nómadas sobre la Gran Llanura europea se
mantuvieron, y más tarde el Imperio tendría que volver a guerrear con los
sármatas. Diocleciano pasó el invierno en Nicomedia, y parece ser que entonces
se produjo una revuelta en las provincias orientales provocada por el hecho de
que Diocleciano trajo consigo colonos de la provincia romana de Asia Menor para
hacerse cargo de las granjas deshabitadas de Tracia. El emperador visitó Judea
la primavera siguiente y probablemente volvió a Nicomedia para pasar a
cuarteles de invierno. Durante la estancia de Diocleciano en Oriente tuvo lugar un
éxito diplomático relativo al conflicto con Partia: en 287 el rey Bahram II le
ofreció valiosos regalos, declaró la amistad abierta con el Imperio e invitó a
Diocleciano a visitarle. Las fuentes romanas insisten en que se trató de un
acto de buena fe totalmente voluntario. Ese mismo año, Partia renunció a sus
reclamaciones sobre Armenia y reconoció la autoridad romana sobre el territorio
al oeste y al sur del Tigris, con lo que la parte occidental de Armenia quedó
incorporada al Imperio Romano como provincia. Tiridates III, de la dinastía
arsácida y pretendiente al trono armenio —tradicionalmente cliente de Roma—,
había sido desheredado y forzado a refugiarse en el Imperio Romano tras la
conquista de los partos de los años 252-253. En 287 volvió a reclamar la parte oriental
de su reino y no encontró oposición. Los regalos de Bahram II fueron vistos
como un símbolo de victoria en el marco de las guerras entre Roma y Partia, y
Diocleciano fue alabado como el «fundador de la Paz Eterna». Estos hechos
sirvieron de brillante colofón a la campaña oriental del emperador Caro, que
probablemente culminó en un acuerdo de paz. A la terminación de los
enfrentamientos armados con los partos, Diocleciano reorganizó la frontera de
Mesopotamia y fortificó las defensas en Siria y el Éufrates.
Las campañas militares de Maximiano no fueron tan brillantes
como las de Diocleciano. Los bagaudas fueron sometidos, pero Carausio, el
hombre al que había puesto al mando de las operaciones navales contra los piratas
sajones y francos, había comenzado a apropiarse del botín tomado a los piratas.
Maximiano emitió una orden de apresamiento y pena de muerte contra su
subordinado, que huyó del continente y se proclamó a sí mismo augusto,
consiguiendo iniciar una revuelta en Britania y en noroeste de la Galia.
Espoleado por la crisis, el 1 de abril de 286, Maximiano adoptó el título de
augusto. Se trató de un pronunciamiento inusual, por cuanto era imposible que
Diocleciano estuviese presente como testigo del evento. Se ha sugerido que
Maximiano pudo haber usurpado el título deliberadamente, y sólo más tarde
habría sido reconocido por Diocleciano para evitar la guerra civil. Sin
embargo, esta posibilidad no es generalmente aceptada, debido a que no está
claro si Diocleciano estaba de acuerdo con la medida, y si quiso o no que
Maximiano actuara con la suficiente independencia. Maximiano se dio cuenta de que no podía terminar con el
comandante rebelde de forma rápida, por lo que previamente, durante la campaña
de 287, se dedicó a hacer la guerra a las tribus de la orilla oriental del Rin.
Durante la primavera siguiente Maximiano preparó una flota para la expedición
militar contra Carausio. Diocleciano, por su parte, volvió del este para
encontrarse con Maximiano, y prepararon una campaña conjunta contra los alamanes. Diocleciano invadió Germania desde Raecia mientras que Maximiano
avanzaba desde Maguncia, y cada uno de los augustos iba arrasando los cultivos
y acaparando las provisiones que encontraba a su paso, destruyendo los medios
de subsistencia de los germanos. Con esta campaña punitiva los dos emperadores
consiguieron ampliar el territorio romano, permitiendo que Maximiano pudiera
centrarse en los preparativos de la campaña contra Carausio sin ningún tipo de
distracción. A su vuelta al este, Diocleciano venció a los sármatas en una
rápida campaña. No han llegado detalles sobre estos hechos, si bien las
inscripciones existentes indican que Diocleciano adoptó el título de Sarmaticus
Maximus después de 289. En Oriente Diocleciano encabezó diversas actividades
diplomáticas dirigidas a las tribus del desierto que habitaban el territorio
entre Roma y Partia. Es posible que pudiera intentar persuadirles para que se
aliasen con Roma, reeditando la antigua esfera de influencia romana en Palmira,
o puede que simplemente intentase reducir la frecuencia de sus incursiones
sobre el territorio del Imperio en Mesopotamia. No existen detalles sobre estos
eventos. Algunos de los reyes de estos pequeños estados eran vasallos de
Partia, hecho que pudiera haber incrementado la tensión entre las dos
potencias. En Occidente, Maximiano perdió la escuadra a comienzos de la primavera de 290. El autor del panegírico en el
que se hace referencia a este desastre naval sugiere que pudo haberse producido por
culpa de una tormenta, pero también es posible que dicha excusa no sea más que
un intento del autor de ocultar una humillante derrota militar. Poco después de este
acontecimiento, Diocleciano terminó su viaje por Oriente y volvió al oeste,
llegando a Sirmio, en el Danubio, el 1 de julio del mismo año 290.
Los dos emperadores se encontraron en Milán durante el
invierno de 290-291, en el transcurso de una ceremonia revestida de gran
solemnidad. Los augustos emplearon gran parte de su tiempo en apariciones
públicas y se conjetura que las ceremonias se prepararon con la finalidad de
demostrar que el apoyo de Diocleciano a su colega Maximiano se mantenía
incólume. Una delegación del Senado se reunió con los emperadores. La elección
de Milán en lugar de Roma para celebrar el encuentro, no agradó a los senadores
romanos, que lo interpretaron como una afrenta a la capital del Imperio, aunque
entonces ya existía una práctica generalizada que determinaba que Roma era una
capital de carácter más ceremonial que real, puesto que el verdadero centro de
la administración imperial quedaba determinado en función de las necesidades
defensivas de la península Itálica. Antes de que Diocleciano lo hiciera, Galieno
(260-268) ya había elegido Milán para ubicar sus cuarteles de invierno. En el
panegírico que detalla la ceremonia aparece una mención que implica que el
verdadero centro del Imperio no era Roma, sino donde el emperador se
encontrase; algo que ya había manifestado el historiador Herodiano a comienzos
del siglo III: «Roma está donde el emperador reside». Durante la reunión
probablemente se trataron diversos asuntos políticos y militares, pero las
conversaciones se mantuvieron en secreto. Los emperadores no volverían a
reunirse hasta el año 303, en vísperas de la abdicación de Diocleciano. En algún momento, entre su vuelta y el año 293, Diocleciano
transfirió el mando de la guerra contra Carausio de Maximiano a Flavio
Constancio. Éste era el gobernador de Dalmacia y un hombre de una gran
experiencia militar que se remontaba a las campañas de Aureliano contra la reina Zenobia de Palmira (272-273). Además, era el prefecto del
Pretorio de Maximiano en la Galia, y el esposo de la hija de Maximiano,
Teodora. El 1 de marzo de 293, en Milán, Maximiano otorgó a Constancio el
título de césar. En la primavera de 293, puede que en Filipópolis o Sirmio,
Diocleciano hizo lo mismo con Galerio, su yerno. Constancio fue asignado a la
prefectura de la Galia, y Galerio a la de Siria y Egipto. Este sistema de gobierno recibió el nombre de tetrarquía
cuyo significado es, literalmente, «gobierno de cuatro». Cada uno de los cuatro
emperadores que componía la tetrarquía era el Imperator de la prefectura o
región militar asignada, y, puede decirse, que cada uno tenía su propia corte
diseñada a su gusto. Los cuatro estaban vinculados entre sí por lazos de sangre
y de matrimonio; Diocleciano y Maximiano se presentaban como augustos y hermanos,
y adoptaron formalmente a Galerio y a Constancio como hijos y césares en 293.
Estas relaciones implicaban la existencia de una línea de sucesión bien
definida: Galerio y Constancio se convertirían en augustos después de
Diocleciano y Maximiano. En ese momento el hijo de Maximiano, Majencio, y el de
Constancio, Constantino, se convertirían en césares. Para prepararles para sus
obligaciones futuras, Constantino y Majencio fueron llevados a la corte de
Diocleciano en Nicomedia, capital del antiguo reino de Bitinia en Anatolia.
Diocleciano pasó la primavera de 293 viajando con Galerio
desde Sirmio, en Panonia, a la ciudad de Bizancio —futura Constantinopla— en el
Bósforo. Luego volvió a Sirmio, donde permaneció hasta la primavera del año
siguiente. Luchó de nuevo contra los sármatas en 294, probablemente en otoño, y
obtuvo una memorable victoria que mantuvo a los sármatas alejados de las
provincias del Danubio durante algún tiempo. Mientras tanto, Diocleciano
construyó nuevos fuertes al norte del Danubio que se convirtieron en parte de
una línea de defensa llamada Ripa Sarmatica. Entre 295 y 296 Diocleciano
combatió en la región, obteniendo una gran victoria sobre los carpianos en el verano
de 296. Después, durante 299 y 302, mientras Diocleciano residía en Oriente,
fue el turno de Galerio de dirigir una victoriosa campaña en el Danubio. A
finales de su principado, Diocleciano había pacificado la totalidad de la
frontera del Danubio, construyendo fortificaciones, cabezas de puente, carreteras y
ciudades amuralladas, y envió al menos quince legiones a patrullar la región;
una inscripción en Sexaginta Prista, en el bajo Danubio, asegura que
Diocleciano restauró la tranquilitas en la región. El sistema defensivo se
construyó a muy alto coste, pero fue un logro significativo. Galerio, entre tanto, se vio envuelto en enfrentamientos en
el Alto Egipto entre los años 291 y 293. Allí tuvo que sofocar una revuelta
local y regresar después a Siria en 295 para luchar contra los partos, pero los
intentos de Diocleciano por homogeneizar el sistema impositivo egipcio con el
del resto del Imperio, provocaron el descontento y se desató una nueva revuelta
tras la partida de Galerio con sus tropas. El usurpador Domicio Domiciano se
declaró a sí mismo augusto en julio o agosto de 297 y gran parte de Egipto,
incluyendo Alejandría, lo reconoció como tal. Diocleciano se trasladó a Egipto
para acabar con la amenaza de secesión, consiguiendo una primera victoria en Tebaida en
otoño de 297, para luego trasladarse a Alejandría, a la que puso asedio.
Domiciano murió en diciembre de ese año, momento en el que Diocleciano ya había
asegurado el control sobre el territorio rebelde egipcio. Alejandría, que había
organizado su defensa bajo el mando de Aurelio Aquileo, antiguo corrector de
Diocleciano, aguantó heroicamente hasta marzo de 298. Durante la estadía de Diocleciano en la región se llevaron a
cabo diversas reformas en la administración: se realizó un censo y Alejandría,
en castigo por su rebelión, perdió el derecho a acuñar moneda. Las reformas de
Diocleciano en la provincia, combinadas con las de Septimio Severo, llevaron
las prácticas administrativas egipcias más cerca de las romanas. Diocleciano
viajó por el Nilo el verano siguiente, visitando Oxirrinco y Elefantina. En
Nubia firmó una paz con Nobatia y con las tribus blemias. Conforme a lo
estipulado en el tratado —al estilo de los antiguos faraones—, las fronteras
romanas fueron trasladadas al norte hasta Filo y las dos tribus recibieron un estipendio
anual en oro. Diocleciano dejó África poco después de formalizar el tratado de
paz, llegando a Siria en febrero de 299 y, poco después, se reunió con Galerio
en Mesopotamia.
En 294, Narsés de Armenia, un hijo del rey sasánida Sapor,
que había sido dejado a un lado en la sucesión al trono, se hizo con el poder
en Partia. Narsés eliminó a Bahram III, un usurpador que accedió al trono en
293, tras la muerte de Bahram II. A comienzos de 294, Narsés y Diocleciano
procedieron a hacer el acostumbrado intercambio de regalos entre los dos
Imperios y Diocleciano incluyó un intercambio de embajadores. En Partia,
mientras tanto, Narsés se dedicaba a destruir cualquier rastro que hiciese
referencia a sus inmediatos predecesores en los monumentos públicos. Buscaba
que se le identificase con el Gran Rey guerrero Sapor I, que gobernó entre los
años 241 y 272, y que había saqueado Antioquía. Narsés declaró la guerra a Roma en 295. Parece que primero
invadió el oeste de Armenia, ocupando las tierras que fueron entregadas a
Tiridates en virtud del tratado de paz de 287. En 297 Narsés se dirigió a
Mesopotamia, donde infligió una severa derrota a Galerio cerca de la ciudad de
Carras —en latín Carrhae—, en territorio de Armenia (hoy Harán, Turquía). La
debacle se produjo en un lugar de infausto recuerdo para los romanos; pocos
años antes, en el 260, el rey de los partos Sapor I había derrotado a las legiones de
Valeriano, y había desollado vivo al emperador para decorar con su piel su sala de
trofeos. Fue precisamente en ese mismo lugar donde Marco Licinio Craso, legado de
Siria, fue también vencido por los partos en el año 53 a.C. Craso, al igual que
Valeriano, padeció una muerte horrible tras la derrota; pues los partos
vertieron oro fundido por su garganta. Ambas batallas, aunque separadas en el tiempo por casi tres
siglos y medio, significaron dos de las más humillantes derrotas sufridas por
los romanos en Oriente. Quizá por este motivo, Diocleciano pudo o no haber
estado presente durante la batalla, pero, en cualquier caso, rechazó rápidamente
cualquier tipo de responsabilidad en la derrota, y en una ceremonia pública en
Antioquía declaró que Galerio era el único responsable del descalabro.
Diocleciano humilló públicamente a Galerio, obligándole a caminar durante una
milla encabezando la caravana imperial, vestido con la púrpura imperial.
Durante la primavera de 298 es probable que Galerio recibiera refuerzos
procedentes de un contingente germano reclutado en las regiones del Danubio.
Narsés no avanzó desde Armenia y Mesopotamia, dejando que Galerio liderase la
contraofensiva en 298 con un ataque sobre el norte de Mesopotamia a través de
territorio armenio. No está claro si Diocleciano estaba presente para prestar
su ayuda en la campaña de Galerio contra los partos; puede que hubiese regresado
a Egipto. Narsés se retiró a Armenia para evitar la batalla con el ejército de
Galerio en una situación de desventaja; el escarpado terreno armenio favorecía
más a la infantería romana que a la caballería ligera sasánida. Galerio obtuvo dos
grandes victorias sobre Narsés. Durante el segundo encuentro, las fuerzas
romanas asediaron el campamento de Narsés, donde se encontraban su tesoro y su
esposa. Galerio continuó avanzando por el río Tigris hacia el sur y capturó
Ctesifonte, la capital de los partos, antes de volver a territorio romano
siguiendo el Éufrates. Las ruinas de Ctesifonte se hallan unos 35 kilómetros al
sur de Bagdad, a orillas del Tigris. El área que ocupaba esta fabulosa ciudad
era de unos 30 km² frente a los 15 km² de Roma en el siglo
III. Narsés envió a un embajador a Galerio para rogarle que le devolviera a su esposa e hijas, pero Galerio le despidió sin atender a sus
demandas. Las negociaciones de paz comenzaron en la primavera de 299.
Diocleciano y el magister memoriae (secretario) de Galerio, Sicorio Probo,
fueron enviados a Narsés para presentar sus condiciones. Éstas eran muy duras:
Armenia debía volver al dominio romano, estableciendo la fortaleza de Ziatha
como límite; la Iberia caucásica se sometería a Roma. La Iberia caucásica o Iberia
asiática, para distinguirla de la península Ibérica, al igual que la legendaria
Cólquida —donde se encontraba el Vellocino de Oro—, se hallaba en la costa
oriental del mar Negro. Actualmente ambos territorios forman parte de Georgia.
Nísibis, bajo dominio romano, se convertiría en la única ruta para el comercio
entre Partia y Roma; y Roma controlaría las cinco satrapías ubicadas entre el
Tigris y Armenia: Ingilene, Sophanene, Arzanene, Corduene, y Zabdicene. Dentro
de estas regiones se ubicaba el paso del Tigris por el Antitauro, —la cadena
montañosa que se extiende por el sur hacia el interior de Turquía—, el paso de
Bitlis, que representaba la ruta más rápida hacia el interior de la Armenia
parta, y el acceso a la llanura de Tur Abdón. Una franja de tierra que
contendría más adelante las fortalezas estratégicas de Amida (Diyarbakır,
Turquía) y Bezabde pasó a estar bajo la ocupación militar romana. Gracias a estos
territorios, Roma tendría una posición avanzada al norte de Ctesifonte, y
podría frenar cualquier futuro avance de fuerzas partas en la región. El Tigris
se convirtió en la frontera natural entre los dos imperios. Con la paz, Tiridates
recuperó su trono y sus derechos dinásticos y Roma aseguró una amplia zona de
influencia, lo cual permitió en décadas posteriores una amplia difusión del
cristianismo desde el centro de Nísibis, y la posterior cristianización de
Armenia.
Jinetes romanos del siglo III |
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