El conde Borrell
II tuvo que gobernar en una época en la que el poder carolingio estaba en plena
descomposición, mientras que el poder del Califato de Córdoba alcanzaba su
máximo apogeo. Su política fue la de mantener un equilibrio entre ambos poderes
y conseguir el mayor grado de autonomía; para ello, estrechó relaciones con las
principales familias del Languedoc y, sobre todo, buscó la comprensión y ayuda
de una autoridad lejana pero influyente: el Papa. Esta
política de contemporización ya se había iniciado en 950 con una serie de viajes de altos
dignatarios eclesiásticos de los condados pirenaicos a Roma, como Suñer, abad
de San Miguel de Cuixá, Guisad, obispo de Urgel, y Arnulfo, abad de Ripoll. El
primer conde que siguió este ejemplo fue Sunifredo de Cerdaña. Borrell II fue
conde de Barcelona, Gerona, Vic, Urgel y Osona en la segunda mitad del siglo X y era
hijo del conde Suñer y de Riquilda de Barcelona. Gobernó los tres primeros
condados con su hermano Mirón hasta la muerte de éste en 966.
Parece ser que el reparto de poderes entre los dos hermanos consistió en que
Borrell se encargara de las relaciones exteriores y de defensa, mientras que
Mirón lo hacía de las obras públicas y de los asuntos concernientes a la ciudad
de Barcelona y sus alrededores. Al morir en 948 su tío Sunifredo de Urgel sin
descendencia, Borrell pasó a gobernar también dicho Condado. En 967
casó con Letagarda, hija del conde Ramón Borrell I de Roergue, marqués de Gotia,
rompiendo así la tradición vigente hasta entonces de buscar esposa entre las
damas de los condados situados en las tierras que después fueron
Cataluña. Enviudó en 980 y contrajo un nuevo matrimonio, esta vez con
Eimeruda, hermana de su primera esposa.
Intentos
de reforma monástica y canónica
Por otro
lado, el monje Cesáreo, fundador y primer abad del monasterio de Santa Cecilia
de Montserrat, realizó un primer intento de separar las diócesis catalanas de
la dependencia narbonesa, buscando la autoridad de la sede apostólica
compostelana, haciéndose reconocer en un concilio de obispos gallegos y
leoneses. en 956, como metropolitano de la provincia eclesiástica tarraconense,
pero topó con la oposición de los obispos catalanes y, sobre todo, con la del
arzobispo de Narbona. Pocos años
después, Borrell II de Barcelona-Urgel se presentó junto con el obispo de Vic,
Atón, en Roma en la Navidad de 970, y solicitó a la Santa Sede la elevación a
la categoría de metropolitano del obispado de Vic, mientras que Mirón Bonfill,
conde de Besalú y obispo de Gerona (970-984), obtenía del Pontífice numerosos
privilegios para el monasterio de San Pedro de Besalú. Estos
magnates no tenían ningún inconveniente en introducir la reforma monástica y
canónica en sus tierras, a la vez que ponían fin a sus tradicionales prácticas
endogámicas, mal vistas por el Papado. Pero el
intento llevado a cabo por Borrell II de restauración de la sede arzobispal de
Tarragona trasladándose la sede a Vic, con jurisdicción sobre Barcelona, Urgel y
Gerona, restauración que había sido intentada por el abad de Santa Cecilia de
Montserrat, quedó frustrada por el asesinato de Atón el 971, por partidarios de
mantener la dependencia de Narbona. En esta
política de jurisdicciones eclesiásticas, unos lo hicieron por el deseo de
liberar las instituciones eclesiásticas de la supeditación a los poderes
temporales, mientras que otros lo hacían para independizar a los obispados
catalanes de los últimos lazos político-religiosos con Francia. En cuanto
a las relaciones con Occitania, ya en 967, recién fallecido su hermano Mirón, el
conde Borrell II había hecho un viaje al monasterio de Saint-Géraud de
Aurillac, donde fue nombrado por el monje Richer de San Remy de Reims Duque de
la Hispania Citerior; gracias a este viaje, conoció a su esposa Letgarda de
Auvernia, introductora del nombre de Ramón en la casa condal de Barcelona. Tras la muerte
de Letgarda, Borrell II se casó con una hermana de ésta, Eimeruda de Auvernia,
que le sobrevivirá y a la que en su testamento le dejaba diversas propiedades,
que fueron después de la muerte de la viuda a la catedral de Gerona y a otros
monasterios e iglesias.
Relaciones
con el Califato de Córdoba
Borrell II
mantuvo o intentó mantener buenas relaciones con el Califato de Córdoba, como
lo demuestra el envío de repetidas embajadas. En 950, mandó un legado que
acompañó a la embajada del marqués Guido de Toscana, y la embajada de 966
supuso la firma de un tratado de paz, amistad y fijación de fronteras. Las
embajadas enviadas en 971 y 974 supusieron una connotación jurídica mucho más
importante, ya que significaron el establecimiento de una cierta forma de
vasallaje hacia el califa al-Hakam, cosa que era contradictoria con la
fidelidad debida al rey de Francia, pero gracias a ello fue posible mantener
una estabilidad en el área fronteriza suroeste del condado de Barcelona, lo que
facilitó una cierta repoblación cristiana hasta el área del río Gayá: se repueblan
Montmell, Miralles, Santa Coloma de Queralt, Pontils, Montbui, Cabra, etcétera. Todo ello
redundó en beneficio económico del condado de Barcelona, que permitió a Borrell
II poner en circulación la moneda de oro denominada mansusos, a la vez que se alejaba de la soberanía franca.
Contactos con
el Reino de los Francos
Esos años
de paz y buena vecindad con el islam permitieron a Borrell II profundizar en su
anhelo de independencia del reino franco. En 971 fue nombrado duque de la
Gotia, y en ocasión de la consagración en 977 del monasterio de Ripoll, ocupó
un lugar preeminente sobre los demás condes del área. Todos
estos discretos actos de soberanía coincidieron con la muerte del califa
al-Hakam II de Córdoba en 976 y la subida al trono de Hixam II, con la consiguiente
toma de poder por parte de Almanzor. Según
cuenta el cronista musulmán Ibn Hayyan, esos actos de soberanía hicieron creer
a Almanzor que el conde de Barcelona se había independizado de la Monarquía
franca, por lo que decidió atacar Barcelona. Una expedición mandada por
Almanzor salió de Córdoba el (5-V-985) y penetró por el Penedés en el condado
de Barcelona, saqueando el Vallés. Barcelona,
defendida por el vizconde Udalard, fue sitiada, tomada y saqueada el 6 de
julio. Hubo una gran matanza entre sus habitantes, y los supervivientes, con el
vizconde a la cabeza, y junto con el arcediano Arnulfo, eran hechos
prisioneros. Los
monasterios de San Pedro de las Puellas y de San Cugat del Vallés fueron
saqueados. Parece ser que Borrell II intentó hacer frente a los musulmanes en
Rovirans, cerca de Tarrasa, pero, derrotado, hubo de retirarse primero a Caldas
de Montbui y después buscar refugio en Manresa. El cambio
de situación provocado por el ataque de Almanzor hizo que Borrell II buscase a
toda prisa recomponer los ligámenes con la Monarquía franca a finales de 985 y
durante todo el 986, con el fin de lograr la ayuda militar necesaria como
feudatario de ella que todavía era. Pero la
muerte del penúltimo soberano carolingio, Lotario, en 986, y poco después del
último, Luis V, en 987, y la subida al trono de Hugo Capeto en un momento en
que tuvo que defender su corona de insurrecciones internas y ataques externos
de los normandos, hicieron que no se pudiese enviar a Borrell la ayuda
solicitada. Mientras
estos contactos con la Corte franca se producían, los musulmanes se retiraron
del condado de Barcelona, ya que la aceifa, según al Udri, duró únicamente
ochenta días. Esta nueva
situación llevó a Borrell II a proclamarse en 988 Duque ibérico y marqués por
la Gracia de Dios, y el otro documento, apud nos autem imperante Iesu Christo,
tempore Borrelli ducis Gothicae y a romper para siempre las relaciones formales
de subordinación política hacia los reyes francos. Este hecho
es para muchos el inicio del largo camino de Cataluña hacia la independencia
por omisión, independencia que no se consiguió legalmente hasta el tratado de
Corbeil de 1258.
El
testamento de Borrell II
Desde el
mismo año de 988, sus dos hijos varones, Ramón Borrell y Armengol aparecen
asociados a su padre con el título de conde, el primero para Barcelona y sus
territorios anexos y el segundo para Urgel, aunque ya dos años antes, en 986,
en plena crisis por la incursión de Almanzor, ambos aparecen ostentando el
título condal en la carta de repoblación de Cardona. En 992,
antes de que Borrell II hiciese testamento, sus dos hijos actúan ya como condes
sin necesidad de su padre. El 30-IX-992, Borrell II fallece, probablemente en
la Seu de Urgel, casi sexagenario. Borrell II
tuvo, además de los dos hijos varones, tres hijas. Una de ellas, Riquilda, fue
dada en matrimonio al conde Udalard de Barcelona, que tan valientemente había
defendido la ciudad, al regreso de su cautividad en Córdoba. Otra, Enmegarda,
fue casada con el vizconde Gereberto, hermano de Udalard. Este
desdoblamiento en la alianza familiar dentro de la misma generación está dentro
de la lógica del sistema endogámico imperante en Cataluña en aquella época y
servía de recompensa a los fieles del conde, a la vez que reforzaba el papel de
éste. La tercera
hija, Adelaida Bonafilla, fue nombrada por su hermano Ramón Borrell abadesa de
San Pedro de las Puellas, después de que en 985 dicho monasterio fuese
destruido por Almanzor y su comunidad dispersada. La misión de Adelaida fue la
de restaurar dicho patrimonio monástico, gracias especialmente a la protección
de su hermano, el nuevo conde. Durante el
gobierno de Borrell II los condados catalanes son el paso obligatorio de la
cultura árabe hacia Europa central y nórdica, convirtiéndose gracias a los
scriptoria y a las bibliotecas de monasterios como Ripoll, Cuixá y otros
muchos, en difusores de cultura científica y clásica. La fama de
los territorios regidos por el conde Borrell, hace que el monje Gerberto de
Aurillac, futuro papa Silvestre II, llegue a Barcelona hacia 967 y entable
amistad con el propio conde, con Atón, obispo de Vic, y Sunifredo Llobet,
arcediano de la catedral que traducía textos del árabe. Gerberto
había pasado por el monasterio de Ripoll y aprendido durante los años en que su
sriptorium tenía su primera época de esplendor, bajo la dirección del abad
Arnulfo (954-970) y se había convertido en un importante centro de traducción.
Gerberto de Aurillac aprendió en Ripoll la construcción del astrolabio y
acompañó a Borrell II en el viaje que este realizó a Roma. Desde
1270, y especialmente en la Crónica del monasterio de San Pedro de las Puellas
de Barcelona, redactado en catalán entre 1278 y 1283, se recoge una falsa
tradición de que el conde Borrell II murió en el asedio de Barcelona por
Almanzor, y que los musulmanes lanzaron su cabeza dentro de las murallas de la
ciudad sitiada para aterrorizar a sus habitantes, antes de proceder a su toma y
posterior saqueo. El conde Borrell II
dejó a su muerte el camino allanado para la gran época del condado de
Barcelona, tanto para su expansión hacia tierras de al-Andalus, como hacia
Occitania.
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