El virus que provocó la muerte de millones de personas
en 1918 sigue siendo un ejemplo de lo devastadoras que pueden ser estas
pandemias. La influenza está considerada
la pandemia más mortal de la historia de la humanidad, y en solo un año,
el último de la Primera Guerra Mundial, mató entre 20 y 40 millones de personas.
Esta impresionante cifra de muertos, incluía
una alta mortalidad entre hombres jóvenes en edad militar, mayor
que entre ancianos y niños. Aunque se bautizó como
Gripe española, fue en Estados Unidos donde la enfermedad se observó por
primera vez. Concretamente en Fort Rilley (Kansas) el 3 de marzo de 1918,
aunque ya en octubre del año anterior se había producido un primer brote que afectó a más de catorce campamentos militares.
Luego la enfermedad reapareció en el condado de Haskell,
en la primavera de 1918, y, en algún momento del verano el virus sufrió una
mutación o grupo de mutaciones que lo transformó en un agente
infeccioso letal; el primer caso confirmado de la mutación se dio el 22 de
agosto de 1918 en Brest, el puerto francés por el que entraba la mitad de las
tropas estadounidenses en la Primera Guerra Mundial. Fue injustamente llamada Gripe española porque la pandemia recibió
una mayor atención de la prensa en España que en el resto de Europa, ya que
España no se vio involucrada en la guerra y por tanto no censuró la información
sobre la enfermedad. La Gripe española tenía
algo que la hacía letal: mientras el virus influenza
se cebaba habitualmente en niños o ancianos, la Gripe española atacaba sin
remisión a jóvenes de entre 20 y 40 años, y además violentamente: muchos
acababan muriendo en sus propios fluidos tras severos sangrados nasales.
Entre 1918-1919 la
enfermedad acabó con más de 50 millones de personas en todo el mundo —en España
fueron unas 250.000 víctimas según las estimaciones de la época— y redujo la
esperanza de vida en todo el mundo. Algunos historiadores sugieren que incluso
pudo tener un papel determinante en el desenlace de la Primera Guerra Mundial,
ya que las tasas de mortalidad fueron mayores en los imperios centrales, lo que
pudo decantar la balanza a favor de los Aliados. Cuando el ejército
estadounidense desembarcó en Brest (Francia) para dar su apoyo a los aliados,
introdujeron en el continente europeo esta gripe que pronto empezó a afectar a
soldados de todos los bandos contendientes. Pero los periodistas en esos países
no escribieron una línea al respecto: estaban atados de pies y manos, ya que
sus gobiernos temían que pudiera suponer un golpe a la moral y a la opinión
pública, cada vez más contraria a proseguir con la guerra.
Fueron los reporteros destinados
en España, nacionales y extranjeros, los que empezaron a publicar información
sobre aquella devastadora pandemia. Pero en lugar de elogiar la libertad de
expresión en España, país neutral en el conflicto armado, la prensa anglosajona,
sobre todo, empezó a llamar a la pandemia Gripe española para ocultar el hecho
de que eran sus queridos aliados norteamericanos los que la habían llevado a
las islas Británicas y al Continente. Se calcula que un brote
de Gripe española a día de hoy sería capaz de provocar entre 188.000 y 337.000
muertes, solo en los Estados Unidos, donde los científicos han logrado
reconstruir la secuencia genética exacta del virus, apuntando a una gripe aviar
que llegó a los cerdos y luego a los humanos. Hoy serían la mitad del más de
medio millón de cadáveres que dejó la Gripe española hace un siglo, pero aun
así causaría una mortandad de proporciones apocalípticas.
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