William
Blake nació en una noche de tormenta del mes de noviembre de 1757. Era
el quinto hijo de un modesto tendero de Londres, James Blake, el cual no pudo
hacer mucho por alentar el talento de su hijo, salvo contemplarle con simpatía
e indulgencia. Se dice que el señor Blake, de origen irlandés, era una persona
propensa a fantasear despierto y a entregarse al misticismo, y que observaba
con devoción los preceptos de la pujante Nueva Iglesia de Jerusalén, fundada en
aquellos años por el pastor sueco Swedenborg. Este iluminado y sus fieles seguidores
creían que el mundo estaba repleto de ángeles y demonios en permanente conflicto
e invisibles para el ojo humano. Desde su más tierna infancia, William Blake se
imbuiría de estas filosofías, prestándoles más crédito a medida que iba
creciendo. En su juventud tuvo una experiencia mística: se le apareció
el profeta Ezequiel y conversó con él en medio de un campo desierto. A partir
de entonces, Blake afirmó que oía voces de espíritus, a veces posados en las ramas de los
árboles.
Entre las estrecheces económicas de su casa y la
riqueza mental que se advertía en el joven Blake, nadie se preocupó de que
fuera a la escuela. A los diez años apenas sabía leer y escribir, pero dibujaba
en cualquier papel que cayese en sus manos figuras inquietantes y escribía versos que, a
pesar de su ingenuidad, eran de una pasmosa belleza. En esa época lo que más
llamaba la atención en el joven Blake era su familiaridad con el mundo
invisible de los espíritus, del cual ofrecía descripciones tan detalladas, que
daba la impresión de que hubiese paseado realmente por aquellos lares ignotos. Su
padre, impresionado, le liberó de la obligación de ayudarle en la tienda y le
permitió inscribirse en escuelas de arte donde inició sus estudios de dibujo y
pintura. Incluso en una etapa posterior, en la que el negocio familiar empezó a
ir mal, el señor Blake no puso otra objeción a las aficiones de su hijo que la
de orientarle hacia el oficio de grabador para que pudiera obtener ganancias inmediatas.
El joven William Blake trabajó varios años como
grabador en el taller del maestro James Basire, donde siguió hasta que cumplió
veinte años. En la última etapa de su aprendizaje, su patrono le empleó en
dibujar las tumbas de la abadía de Westminster para obtener grabados de ellas.
Este encargo, que le absorbió por completo durante mucho tiempo, situándole en
una atmósfera fantástica, acentuó su inclinación hacia las formas
emotivas, huyendo de las racionales.
Es notorio que William Blake William Blake vio
el lado más oscuro de la modernidad con gran anticipación, y es uno de los grandes iconos de la cultura inglesa y universal. Sin embargo,
la figura de Blake resulta incómoda tanto para los eruditos y los especialistas
en arte más estrictos como para los críticos literarios. El pintor vivió
momentos culminantes de su existencia en mundos paralelos al nuestro, pero no
podemos delimitarlos o concretarlos porque los desconocemos. Sólo podemos intuirlos
a través de su obra porque en ella existen algunos indicios. Por esta razón, la
figura de William Blake se engrandece con un halo de misterio que sigue
constituyendo un enigma infranqueable para cuantos han estudiado la figura y la
obra de este asombroso pintor inglés que cultivó géneros tan dispares como la poesía y la pintura,
esta última disciplina la alternó con el dibujo y el grabado.
Blake fue el único intelectual moderno capaz de
atisbar los peligros del racionalismo y el materialismo. Aún en pleno siglo
XVIII advierte de que el materialismo traerá la destrucción de la naturaleza y
la alienación del hombre. Los llamados «Libros Proféticos» de William Blake —recientemente
traducidos al español— no lo son tanto por su capacidad de anticipación de
hechos o situaciones como por la claridad de su visión del alma, la naturaleza
y la sociedad. El poeta y grabador hace una crítica feroz al racionalismo —es
para él como perder la visión— ya que percibió como ningún otro las sombras
agazapadas en el Siglo de las Luces. Y son muy pocos los creadores que han
logrado ese acto supremo de dar vida a una mitología nueva, un conjunto
profundo y coherente de mitos verdaderos, símbolos que despiertan en los
hombres una nueva explicación del mundo.
En 1778 Blake se despidió del taller de Basire y
emprendió una nueva etapa asistiendo a clases de pintura en la Academia Real.
Uno de sus maestros allí fue Flaxman, famoso por sus ilustraciones de los
poemas griegos y que influyó hondamente en Blake, tanto por su culto a un trazo puro
y limpio, como por el empeño en situar las figuras en actitudes estatuarias
cuya austeridad hace evocar la escultura egipcia.
Blake no tuvo nunca la virtud de la moderación y
dedicó el mayor desprecio a los maestros tradicionales de la pintura, quizá por
ello fue tomado por loco por la mayoría de sus contemporáneos. Poco o mal
comprendido, su carácter místico y a veces colérico le aisló notablemente. El trabajo
artístico de Blake es inseparable del literario. Sus mitos, extraídos de la
Biblia, de la mitología celta y las leyendas artúricas, cobran nuevo
y profundo sentido en la imaginación de Blake, puesto que ése es el sustrato de
la realidad con la que él quiere conectar. El racionalismo ha reducido la imaginación
a fantasía. Para el poeta, el mundo que percibimos es tan solo como una ventana
que nos permite contemplar ese reino de la imaginación, hirviente de vida y
habitado por dioses, ángeles y demonios. Blake dedicó toda su vida a la invocación poética de ese mundo fantástico desterrado por la modernidad materialista.
La visión neoplatónica que Blake adquirió a
través de intensas lecturas de Swedenborg y Böhme le puso en contacto con la tradición
hermética de Paracelso. Su mística busca una sociedad ideal. Y culpa a John
Locke, por encima de todo, por su dogma de la tabula rasa que indica que
venimos al mundo como un folio en blanco. Pero también se enfurece contra
Francis Bacon (el filósofo) y contra Isaac Newton. En este punto hay que
subrayar que, como hombre moderno e ilustrado, Blake no critica la ciencia:
admira la capacidad de medición y exactitud pero le exaspera el culto a la
Razón.
En 1809 Blake organizó una exposición
retrospectiva de sus obras plásticas y preparó el catálogo de la misma. La iniciativa
acabó en un completo fracaso. Los críticos la calificaron de «lamentable» y no faltó
quien se refiriera a Blake como un «infortunado demente cuyo carácter
inofensivo le salva de ser internado». El catálogo mismo era tachado de «amasijo
de locura» y de «efusiones de un cerebro desequilibrado». Pero a pesar de esta
fría acogida, en 1810 Blake presentó otra exposición, que corrió una suerte
similar a la anterior. Seguirían ocho duros años de estrecheces económicas y de
marginación, hasta que en 1818 el paisajista John Linnel se acercó a él y le
procuró el encargo de ilustrar la Divina
Comedia de Dante —de la cual Blake
era un apasionado— y el libro bíblico de Job. El bueno de Blake se dedicó en
cuerpo y alma a estos trabajos y dejó de escribir, lo que fue una enorme
pérdida para el acervo literario inglés.
Para Blake, cualquier obstrucción o cortapisa al
arte y el genio intuitivo era satánica. Blake, en su obra Jerusalem afirmaba: «Hay un límite de la opacidad y un límite de la
contracción en cada individuo, y el límite de la opacidad se llama Satanás, y
el límite de la contracción se llama Adán… Pero no hay límite de la expansión y
no hay límite de la translucidez… Tu identidad está maldita eternamente ante la presencia de Dios». El término identidad
está aquí empleado como resumen de lo satánico y lo adámico, y en oposición a su expansión libre en el universo. Para una persona que no había ido a la escuela,
no está nada mal.
William Blake murió en Londres el 12 de agosto
de 1827, a los setenta años de edad. Resulta curioso ir siguiendo en la
Enciclopedia Británica el progreso de la extensión que se le ha dedicado a
Blake en cada edición, testimonio del creciente respeto que la posteridad le
profesa. En 1969 la biblioteca de la Universidad de Princeton organizó una gran
exposición con grabados suyos. Sigue sin haber manera racional y empírica de
descifrar el misterio de Blake y concretar de dónde sacó sus conceptos y sus
imágenes, como tampoco de comprender exactamente adónde conducen. Acaso porque
no estamos a la altura espiritual necesaria para ello.
El gran Dragón Rojo y la mujer revestida de sol de William Blake |
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