La expedición de la Felicísima Armada de
1588 fue sin duda una interesante y espectacular empresa de objetivos no tan
ambiciosos como se piensa, marcada por lo trágico de su resultado. Sin embargo,
a día de hoy es objeto de un sinfín de mitos y confusiones que nos ha llevado a
los españoles a creer a pies juntillas la versión interesada y patriotera que
hicieron circular los historiadores ingleses. El «desastre» de la Invencible no
fue una batalla decisiva ni mucho menos; la guerra entre Inglaterra y España se
prolongó durante dieciséis largos años más, mediante buques corsarios y
piratas, Inglaterra intentó sin éxito desmantelar el poderío marítimo español
hasta que se vio forzada a pedir la paz en 1604, en unos términos claramente favorables
a España. Por otra parte, el revés de la Invencible permitió a la Armada
española aprender de sus errores y corregirlos en futuras empresas. La
Invencible estaba preparada en caso de que la expedición de 1588 no saliera
según lo previsto.
Se ha venido enseñando que la «derrota» de
la Armada Invencible fue una victoria decisiva de los ingleses, y que permitió
su triunfo en la guerra contra España, que a partir del desastre no intentó
ninguna otra operación anfibia sobre Inglaterra, prefiriendo luchar en tierra,
y fracasando estrepitosamente en combatir a los corsarios ingleses. Esto es
totalmente falso, por los siguientes motivos:
La expedición de la Felicísima Armada fue
un fracaso o error táctico por el no cumplimiento de los objetivos, pero no una
derrota decisiva, pues la mayoría de los barcos enviados regresaron a puerto
(hasta 70, entre ellos los mejores y más sólidos). El enfrentamiento no fue
decisivo, pues fue el primero de una serie de escaramuzas tempranas en el
contexto de una guerra intermitente que duró de 1585 a 1604. España derrotó a
Inglaterra en la mayoría de batallas terrestres y navales que se libraron
después de los hechos de la Armada 1588.
La paz negociada en 1604 fue muy
beneficiosa para España, que además pudo por fin concentrarse en la guerra de
Flandes. En la década 1590–1600 se enviaron más escuadras españolas contra
Inglaterra, algunas comparables a la Invencible y que sí llegaron a desembarcar
tropas en suelo inglés, aunque muchas veces fueron dispersadas por los temporales.
Tales ejemplos son la expedición punitiva en Cornualles de 1595, la
intervención en Irlanda de 1596 y la invasión de 1597. La acción de la
Felicísima Armada fue una batalla dentro del contexto de una larga guerra.
También suele argumentarse que la derrota
de la Invencible supuso el comienzo de la hegemonía británica sobre los mares
porque España nunca se recuperó, y que Inglaterra disfrutó de dominio absoluto
sobre los mares desde entonces. Absolutamente falso, como se verá más adelante,
cuando repasemos las campañas de los siglos XVII y XVIII. Los barcos perdidos
en 1588 se reemplazaron sin mayores problemas, pues España contaba con la
infraestructura necesaria para el mantenimiento de su Armada. La Navy
inglesa enviada en 1589 fue derrotada decisivamente, incluso en proporciones
mayores que el mero revés de la Felicísima Armada un año antes. Los alumnos más
atentos a las tácticas e innovaciones implementadas en la Navy fueron, irónicamente, los marinos españoles
que las adoptaron rápidamente. De hecho, los buques posteriores a la Felicísima
Armada eran mucho más rápidos y ligeros, y estaban mejor artillados. Desde
entonces España transportó con éxito más metales preciosos a través del
Atlántico en la década de 1590 que en ninguna otra época del dominio español en
ultramar. El nuevo sistema de convoyes permitía transportar tres veces más oro
después de 1588 que antes de esa fecha. El problema estaba en que el dinero se
gastaba más rápidamente de lo que llegaba, motivo del sobreendeudamiento y
bancarrota en 1598, diez años después del episodio de la Invencible.
Los bucaneros y corsarios ingleses
fracasaron en dar alcance a los barcos de españoles de Indias como atestiguan
las malogradas expediciones de John Hawkins y Martin Frobisher en 1589 y 1590.
De hecho, un galeón contaba, solo como dotación en artillería, con 160 soldados
bien adiestrados, o incluso más, frente a las tripulaciones corsarias de 30 a
40 individuos, reclutados entre exconvictos, ladrones y huidos de la justicia
en su país. La piratería del siglo XVI en el Caribe fue muy limitada e ineficaz
contra la Armada española por estos motivos, prefiriéndose atacar ciudades
costeras desguarnecidas. Pero esto no queda ahí, pues los propios John Hawkins
y Francis Drake —los mejores corsarios ingleses— fueron muertos en una
desastrosa expedición contra el Caribe español en 1596, al estar ya prevenidos
de su llegada los fuertes y ciudades españolas. España dominó los mares incluso
bien entrado el siglo XVII. En la segunda mitad del siglo XVII fue Holanda y no
Inglaterra la que disfrutaba de mayor poderío en los mares, derrotando Holanda
a Inglaterra en la guerra que mantuvieron ambas naciones por la hegemonía
marítima. Solo bien entrado el siglo XVIII Inglaterra tuvo algunos periodos de
dominio marítimo salpicados por derrotas como la de Cartagena de Indias o la
captura de su doble convoy en 1780. O el fracaso de Nelson en el asalto a
Tenerife. O la reconquista de Menorca, primero por los franceses, y después por
los españoles.
Como ya se ha dicho, España se declaró en
bancarrota en 1598, a pesar de lo cual prosiguió con sus guerras en Flandes y
contra Inglaterra, pero la soberana inglesa, Isabel I, estaba endeudada hasta
las cejas debido a la guerra (1594-1603) que libraba en Irlanda contra Hugh
O’Neil. A esto hay que sumarle las plagas y hambrunas debido a las malas
cosechas que causaron gran pobreza entre la población británica.
A menudo se ha dicho también, incluso aquí
en España, que el origen del poderío británico comienza con el desastre de la
Invencible. Esto es absolutamente falso e inexacto; la guerra contra España
entre 1585–1604 impidió a los ingleses mandar expediciones al Nuevo Mundo. Solo
tras la paz negociada en 1604 pudo Inglaterra crear un establecimiento
permanente en América del Norte. Fue de hecho el envío de la Armada en 1588 lo
que provocó el fracaso de la colonia de Roanoke, al no poder recibir ésta
suministros. También se ha venido enseñando a los escolares británicos que
Felipe II de España pretendía conquistar Inglaterra, anexionársela, imponer el
español como lengua y devolverla al catolicismo, y que gracias al fracaso de la
Invencible Inglaterra no habla español. Totalmente falso, los objetivos de
Felipe II eran mucho más modestos y realistas.
El propósito era desembarcar un cuerpo expedicionario
y ocupar la capital inglesa, Londres, con los Tercios para obligar a los
ingleses a negociar la paz según los términos españoles. A continuación, conseguir
un trato favorable para los católicos ingleses, y que cesasen las
persecuciones, condenas e incautaciones de bienes de éstos. Forzar a Isabel I a
comprometerse en no interferir militarmente en el conflicto de Flandes (el
objetivo principal), y obligarla a detener las incursiones de Francis Drake
sobre los territorios españoles, tanto de la Península como en ultramar.
También se ha dicho que la batalla de
Gravelinas fue una victoria decisiva británica, estando éstos superados en
número y armamento por los españoles. Esto también es falso; pese a que los
barcos españoles eran en su mayor parte pesados galeones, los ingleses contaban
con superioridad en pequeñas naves equipadas con cañones de disparo rápido,
mientras que bastantes cañones españoles eran defectuosos. También se ha dicho
que la Invencible fue diezmada por las inclemencias meteorológicas, regresando
muy pocos barcos a puerto en la Península. Tampoco esto es exacto. Se perdieron
20 de 130 barcos aproximadamente por causas no relacionadas directamente con el
combate. La mayoría de los 20 barcos que se fueron a pique estaban muy dañados
y eran poco navegables, lo que precipitó su hundimiento delante de las costas
irlandesas. La mayoría de los barcos enviados —hasta más de 70, entre ellos los
mejores y más sólidos— volvieron a Santander y otros puertos entre septiembre y
octubre de 1588. Los tripulantes de los barcos a su llegada a puerto recibieron
atención médica y tratamiento adecuado, salvándose así cientos de vidas.
Otra inexactitud es la que sostiene que la
Armada española fue bautizada «Invencible» por el rey Felipe II, jactándose éste
de que ninguna escuadra extranjera podía derrotarla. Esto también es falso: el
nombre que recibió la flota fue el de «Grande y Felicísima Armada». El adjetivo
de «Invencible» es un añadido, una invención de los cronistas y gacetilleros
ingleses, que también han venido sosteniendo que los suyos apenas sufrieron
bajas en las acciones contra la Armada Invencible, y que la victoria fue
celebrada con júbilo. Pero poco hubo que celebrar en Inglaterra.
Muchos marineros ingleses enfermaron a
causa de un terrible brote infeccioso en su escuadra, llegando a sufrir hasta
cerca de 10.000 bajas por motivos no relacionadas con el combate. No se celebró
con entusiasmo la victoria, pues los marineros ingleses supervivientes
protestaron airadamente porque llevaban meses sin recibir sus pagas, y muchos
habían sido embarcados por la fuerza o mediante engaños.
El duque de Parma, don Alejandro Farnesio,
debía aportar miles de hombres de los Tercios de Flandes que serían embarcados
en los puertos de los Países Bajos, a la llegada de la Armada. Una vez arribó
la flota española a Calais, llegó un mensajero enviado por el duque de Parma,
quien comunicó a Medina–Sidonia que sus hombres no podían embarcar porque los
puertos bajo su dominio en Flandes estaban siendo bloqueados por barcos
holandeses, dirigidos por Justino de Nassau. El mal tiempo y estas noticias
hicieron decantarse al duque de Medina–Sidonia por aprovechar los vientos para
bordear las islas Británicas y regresar a España por la travesía más larga,
pero aparentemente más segura. Fue, sin duda, una mala decisión, pues los
temporales se cebaron con la Armada.
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