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sábado, 2 de enero de 2016

La batalla de Carras o de Carrhae

Este fue un importante enfrentamiento militar que tuvo lugar en el año 53 a.C. en la ciudad del mismo nombre que entonces formaba parte del territorio de la Gran Armenia (actualmente Turquía). Se enfrentaron el ejército romano del general Marco Licinio Craso, gobernador de Siria, y el ejército parto al mando del Spahbod Surena. La batalla culminó en una de las derrotas más severas que sufrió la República romana.
Marco Licinio Craso era el hombre más rico de Roma y miembro del Primer Triunvirato formado con Cneo Pompeyo y Julio César. Deseoso de la gloria militar y riquezas que prometía una campaña exitosa contra Partia, antigua Persia, Craso decidió invadirla con 39.000 hombres sin el consentimiento del Senado.
El rico Craso era un hombre de sesenta años y con impedimentos auditivos cuando se embarcó en su campaña militar. Plutarco dice que la avaricia y su falta de popularidad fueron los motivos de la guerra. Otros historiadores modernos sostienen que fue la rivalidad con sus aliados del Triunvirato. Craso no tenía gran renombre como militar, su carrera fue eclipsada por Pompeyo y por las recientes y exitosas campañas de César. Sin embargo, Craso había derrotado a Espartaco en la batalla del río Silario y fue el factor clave en la victoria contra los populares en la batalla de la Puerta Colina. Recuerda Plutarco que César, que estaba en la Galia, apoyó los planes de Craso. Otro factor para llevar a cabo la guerra era que se esperaba que fuera una campaña militar relativamente corta; anteriormente las legiones romanas habían aplastado a las fuerzas coaligadas del Ponto y Armenia.
Algunos senadores y patricios romanos se opusieron a la guerra; Cicerón la llamó nulla causa (sin justificación), ya que los partos tenían un acuerdo de paz con Roma. El tribuno de la plebe Gayo Ateyo Capitón se opuso enérgicamente, llegando a llevar a cabo una execración pública contra el excónsul por partir. A pesar de las protestas y de los malos presagios, Craso dejó Roma el 14 de noviembre del 54 a.C. y llegó a Siria a finales del 55 a.C. y usó sus riquezas para levantar un gran ejército. Reunió siete legiones (35.000 hombres), 4.000 auxiliares y 4.000 jinetes. Pronto contó con el apoyo del rey armenio Artavasdes II, que le aconsejó avanzar por su reino al encuentro de los partos. Pero Craso rechazó la oferta, quizá para no tener que compartir el botín de su campaña con el monarca, y marchó directamente sobre Mesopotamia. Enterado de su maniobra, el rey Orodes II de Partia dividió su ejército y envió la mayoría de sus tropas a castigar a Artavasdes II, mientras dejaba solo a 10.000 hombres al mando de Surena protegiendo Mesopotamia, pues el monarca esperaba que la fuerza inferior de su general sería incapaz de detener a Craso y le encargó la misión de retrasarlo.
Craso recibió la ayuda del jeque árabe Ariamnes, que ya había apoyado a Pompeyo en sus campañas orientales, y que aportó un contingente de 6.000 jinetes. Craso confió en Ariamnes, pero éste era leal a los partos y le convenció para que atacase a los partos asegurándole que sus tropas estaban desorganizadas y que carecían de suministros y refuerzos. Finalmente Craso condujo a las legiones por las zonas más desoladas del desierto, lejos de los pozos de agua. El general romano recibió entonces una carta de Artavasdes en la que éste se excusaba por no poder acudir en su ayuda, aduciendo que Armenia también estaba siendo atacada por Orodes, y le aconsejaba que retrocediera para luchar juntos en Armenia. Craso no solo ignoró el consejo, sino que lo consideró una traición y siguió su marcha hasta que, cerca de la ciudad de Carras, encontró al grueso del ejército de Surena.
Tras ser informado de la presencia del ejército parto, su general Casio Longino le recomendó desplegar el ejército al estilo tradicional romano, con la infantería en el centro y la caballería a los flancos. Aunque inicialmente estuvo de acuerdo, Craso terminó por formar un cuadrado con cada lado formado por doce cohortes. Esta era la formación usual en caso de ser desbordado, pero coartaba la movilidad. Las fuerzas romanas avanzaron hasta un arroyo. Sus lugartenientes aconsejaron a Craso levantar un campamento y atacar a la mañana siguiente, con el fin de dar a sus hombres la oportunidad de descansar. Publio Craso, sin embargo, estaba deseoso por luchar y convenció a su padre de iniciar la batalla.
Los partos se esforzaron mucho por intimidar a los romanos. Comenzaron con un redoble de un gran número de tambores huecos para asustar a sus rivales, haciéndoles creer que los partos eran muchos más de los que eran. Luego, al llegar a la vista de las legiones, dejaron caer sus telas para que se vieran sus brillantes armaduras; sin embargo, Surena notó que no había podido intimidarlos. El general parto, a pesar de que inicialmente había planeado romper las líneas romanas con sus catafractos, rápidamente se dio cuenta de la inutilidad de aquella maniobra. Por ello envió a sus arqueros a caballo a rodear el cuadrado enemigo. La densidad de tropas romanas garantizó rápidamente que cada flecha conseguiría dar en un objetivo; gracias a sus arcos compuestos cada flecha llevaba suficiente fuerza para penetrar la coraza y, en parte, los escudos romanos. Los legionarios estaban bien protegidos por sus largos escudos (scutum), pero éstos no podían cubrir todo el cuerpo. Debido a esto, la mayoría de las heridas no fueron letales, aunque afectaron a las extremidades. Los romanos avanzaron varias veces contra sus enemigos, pero éstos retrocedían disparando flechas. Los legionarios formaron entonces un testudo o formación en tortuga para mejor protegerse de las flechas, pero esto restringía su capacidad de combate cuerpo a cuerpo, hecho que fue aprovechado por los catafractos para cargar contra grupos aislados, rompiendo las líneas romanas en distintos puntos y causando muchas bajas. Cuando los romanos abandonaban dicha formación, los catafractos huían y los jinetes ligeros volvían a disparar sus arcos.
Craso confiaba en que los partos terminaran por agotar sus flechas, pero Surena había traído consigo un millar de camellos cargados con munición, a fin de tener siempre abastecidos a los arqueros. Ante esto, el general romano envió a su hijo Publio con sus galos a ahuyentar a los partos, pero los arqueros montados se retiraron sin cesar de dispararles y, después de sufrir graves bajas, los catafractos les atacaron. Los arqueros a caballo rodearon a los galos y les cortaron la retirada, con lo que los galos acabaron masacrados. Craso, sin saber lo sucedido a su hijo, ordenó un avance general para rescatarlo, pero entonces vio la cabeza de Publio en la punta de una lanza. Entonces los arqueros a caballo empezaron a rodear a la infantería romana disparándoles desde todas las direcciones mientras los catafractos cargaban contra los grupos de legionarios desorganizados y aislados. El ataque de los jinetes no cesó hasta la noche. El triunviro, desconcertado por la pérdida de su hijo, ordenó la retirada a la ciudad de Carras dejando tras de sí a 4.000 heridos que fueron rematados o capturados por los partos al amanecer.
Al día siguiente Surena envió un mensaje a los romanos ofreciéndose a negociar con Craso y propuso una tregua, permitiendo a las tropas romanas retirarse a Siria a salvo a cambio de que Roma renunciara a avanzar más allá del río Éufrates. Craso era reacio a reunirse con los partos, pero sus tropas amenazaron con amotinarse si no lo hacía. Durante la reunión un parto tiró de las riendas del caballo de Craso, lo que inició una discusión que pronto se tornó violenta, terminando muertos el mismo triunviro y los generales que le acompañaban. Después de eso los partos, supuestamente, vertieron oro fundido en la garganta de Craso como símbolo de burla por su fama de avaro. Los legionarios que estaban en Carras intentaron huir. Ariamnes prometió guiarlos por el camino a Siria, pero Casio Longino, con 500 jinetes y 5.000 infantes, desconfió de él y siguió su propio camino hacia Siria. Los que sí lo siguieron fueron conducidos a una nueva trampa, donde los rodearon los partos y terminaron muertos o prisioneros.
Las cifras que da Plutarco de la derrota indican la magnitud del desastre: 20.000 muertos y 10.000 prisioneros. Las pérdidas partas son desconocidas, pero es muy probable que fueran mínimas en comparación. Los romanos sobrevivientes llegaron en pequeños grupos a Siria por su cuenta. Entre tanto, Orodes invadió con éxito Armenia y la sometió, pero al serle imposible asediar las ciudades enemigas, decidió negociar la paz con Artavasdes II y le forzó a entregarle una de sus hermanas, a la que casó con su hijo Pacoro.
La cabeza y la mano derecha de Craso fueron enviadas al rey parto. Se cuenta que Orodes II estaba viendo una obra teatral —en la que uno de los actores fingía tener en sus manos una cabeza humana— cuando el mensajero lanzó al escenario la cabeza de Craso, diciéndoles que mejor usaran aquélla. El destino de Surena no fue mejor que el de Craso: su victoria provocó los celos del rey, que decidió ordenar su asesinato para deshacerse de un posible rival. La cabeza de Craso fue exhibida en la corte de Orodes II y los siete estandartes romanos expuestos en los templos de Partia. Tres décadas después, en 19 a.C., el emperador Augusto negoció la devolución de éstos y el regreso de los cautivos que habían sobrevivido.
Los partos no atacaron inmediatamente Siria, lo que dio tiempo al cuestor Casio a preparar las defensas de las ciudades y rechazar las incursiones fronterizas, cuando en el 51 a.C. un ejército parto, al mando del príncipe Pacoro y el general Osaces, irrumpió en la provincia. Casio, que apenas disponía de dos legiones, se refugió tras los muros de Antioquia. Los partos avanzaron y saquearon la provincia pero no conquistaron tomar ninguna plaza importante y tuvieron que retroceder a Antigonea, que tampoco lograron expugnar. En el camino de regreso, Casio emboscó a las avanzadillas partas y Osaces resultó muerto. Al año siguiente el nuevo gobernador romano de Siria, Marco Calpurnio Bíbulo, logró firmar una paz de diez años con Pacoro.
Para Roma, la principal consecuencia de esta batalla fue la muerte de Craso y, por consiguiente, la desaparición del Primer Triunvirato, pasando de un gobierno de tres a otro de dos para el gobierno de la República: el camino quedaba despejado para el inicio de la guerra civil entre Julio César y Cneo Pompeyo, ya que el balance de poder quedó roto. Otra de las consecuencias de esta batalla fue el hecho de que Europa se abriera a un nuevo y preciado material: la seda. Los romanos que lograron sobrevivir a la batalla describieron unas oriflamas brillantes usadas por los partos mientras les perseguían. Estas banderolas estaban hechas con seda. Así, al mismo tiempo que crecía el interés en el Imperio por este tejido, se extendía la Ruta de la Seda entre Europa y China, dando comienzo a una de las rutas comerciales más grandes y prósperas de la Historia, hasta que fue clausurada por los turcos otomanos en el siglo XV.


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