Este fue un importante enfrentamiento militar que tuvo lugar
en el año 53 a.C. en la ciudad del mismo nombre que entonces formaba parte del territorio
de la Gran Armenia (actualmente Turquía). Se enfrentaron el ejército romano del
general Marco Licinio Craso, gobernador de Siria, y el ejército parto al mando
del Spahbod Surena. La batalla culminó en una de las derrotas más severas que
sufrió la República romana.
Marco Licinio Craso era el hombre más rico de Roma y
miembro del Primer Triunvirato formado con Cneo Pompeyo y Julio César. Deseoso
de la gloria militar y riquezas que prometía una campaña exitosa contra Partia,
antigua Persia, Craso decidió invadirla con 39.000 hombres sin el consentimiento
del Senado.
El rico Craso era un hombre de sesenta años y con
impedimentos auditivos cuando se embarcó en su campaña militar. Plutarco dice
que la avaricia y su falta de popularidad fueron los motivos de la guerra. Otros
historiadores modernos sostienen que fue la rivalidad con sus aliados del
Triunvirato. Craso no tenía gran renombre como militar, su carrera fue
eclipsada por Pompeyo y por las recientes y exitosas campañas de César. Sin embargo,
Craso había derrotado a Espartaco en la batalla del río Silario y fue el factor
clave en la victoria contra los populares en la batalla de la Puerta Colina.
Recuerda Plutarco que César, que estaba en la Galia, apoyó los planes de Craso.
Otro factor para llevar a cabo la guerra era que se esperaba que fuera una
campaña militar relativamente corta; anteriormente las legiones romanas habían
aplastado a las fuerzas coaligadas del Ponto y Armenia.
Algunos senadores y patricios romanos se opusieron a la
guerra; Cicerón la llamó nulla causa (sin
justificación), ya que los partos tenían un acuerdo de paz con Roma. El tribuno
de la plebe Gayo Ateyo Capitón se opuso enérgicamente, llegando a llevar a cabo
una execración pública contra el excónsul por partir. A pesar de las protestas
y de los malos presagios, Craso dejó Roma el 14 de noviembre del 54 a.C. y llegó
a Siria a finales del 55 a.C. y usó sus riquezas para levantar un gran ejército.
Reunió siete legiones (35.000 hombres), 4.000 auxiliares y 4.000 jinetes. Pronto
contó con el apoyo del rey armenio Artavasdes II, que le aconsejó avanzar por
su reino al encuentro de los partos. Pero Craso rechazó la oferta, quizá para
no tener que compartir el botín de su campaña con el monarca, y marchó
directamente sobre Mesopotamia. Enterado de su maniobra, el rey Orodes II de
Partia dividió su ejército y envió la mayoría de sus tropas a castigar a
Artavasdes II, mientras dejaba solo a 10.000 hombres al mando de Surena protegiendo
Mesopotamia, pues el monarca esperaba que la fuerza inferior de su general
sería incapaz de detener a Craso y le encargó la misión de retrasarlo.
Craso recibió la ayuda del jeque árabe Ariamnes, que ya
había apoyado a Pompeyo en sus campañas orientales, y que aportó un contingente
de 6.000 jinetes. Craso confió en Ariamnes, pero éste era leal a los partos y le
convenció para que atacase a los partos asegurándole que sus tropas estaban
desorganizadas y que carecían de suministros y refuerzos. Finalmente Craso condujo
a las legiones por las zonas más desoladas del desierto, lejos de los pozos de
agua. El general romano recibió entonces una carta de Artavasdes en la que éste
se excusaba por no poder acudir en su ayuda, aduciendo que Armenia también estaba
siendo atacada por Orodes, y le aconsejaba que retrocediera para luchar juntos
en Armenia. Craso no solo ignoró el consejo, sino que lo consideró una traición
y siguió su marcha hasta que, cerca de la ciudad de Carras, encontró al grueso
del ejército de Surena.
Tras ser informado de la presencia del ejército parto, su
general Casio Longino le recomendó desplegar el ejército al estilo tradicional
romano, con la infantería en el centro y la caballería a los flancos. Aunque
inicialmente estuvo de acuerdo, Craso terminó por formar un cuadrado con cada
lado formado por doce cohortes. Esta era la formación usual en caso de ser
desbordado, pero coartaba la movilidad. Las fuerzas romanas avanzaron hasta un
arroyo. Sus lugartenientes aconsejaron a Craso levantar un campamento y atacar
a la mañana siguiente, con el fin de dar a sus hombres la oportunidad de
descansar. Publio Craso, sin embargo, estaba deseoso por luchar y convenció a
su padre de iniciar la batalla.
Los partos se esforzaron mucho por intimidar a los romanos.
Comenzaron con un redoble de un gran número de tambores huecos para asustar a
sus rivales, haciéndoles creer que los partos eran muchos más de los que eran.
Luego, al llegar a la vista de las legiones, dejaron caer sus telas para que se
vieran sus brillantes armaduras; sin embargo, Surena notó que no había podido
intimidarlos. El general parto, a pesar de que inicialmente había planeado
romper las líneas romanas con sus catafractos, rápidamente se dio cuenta de la
inutilidad de aquella maniobra. Por ello envió a sus arqueros a caballo a
rodear el cuadrado enemigo. La densidad de tropas romanas garantizó rápidamente
que cada flecha conseguiría dar en un objetivo; gracias a sus arcos compuestos
cada flecha llevaba suficiente fuerza para penetrar la coraza y, en parte, los
escudos romanos. Los legionarios estaban bien protegidos por sus largos escudos
(scutum), pero éstos no podían cubrir todo el cuerpo. Debido a esto, la mayoría
de las heridas no fueron letales, aunque afectaron a las extremidades. Los
romanos avanzaron varias veces contra sus enemigos, pero éstos retrocedían
disparando flechas. Los legionarios formaron entonces un testudo o formación en
tortuga para mejor protegerse de las flechas, pero esto restringía su capacidad
de combate cuerpo a cuerpo, hecho que fue aprovechado por los catafractos para
cargar contra grupos aislados, rompiendo las líneas romanas en distintos puntos
y causando muchas bajas. Cuando los romanos abandonaban dicha formación, los catafractos
huían y los jinetes ligeros volvían a disparar sus arcos.
Craso confiaba en que los partos terminaran por agotar
sus flechas, pero Surena había traído consigo un millar de camellos cargados con
munición, a fin de tener siempre abastecidos a los arqueros. Ante esto, el
general romano envió a su hijo Publio con sus galos a ahuyentar a los partos,
pero los arqueros montados se retiraron sin cesar de dispararles y, después de
sufrir graves bajas, los catafractos les atacaron. Los arqueros a caballo rodearon
a los galos y les cortaron la retirada, con lo que los galos acabaron
masacrados. Craso, sin saber lo sucedido a su hijo, ordenó un avance general
para rescatarlo, pero entonces vio la cabeza de Publio en la punta de una
lanza. Entonces los arqueros a caballo empezaron a rodear a la infantería
romana disparándoles desde todas las direcciones mientras los catafractos
cargaban contra los grupos de legionarios desorganizados y aislados. El ataque
de los jinetes no cesó hasta la noche. El triunviro, desconcertado por la
pérdida de su hijo, ordenó la retirada a la ciudad de Carras dejando tras de sí
a 4.000 heridos que fueron rematados o capturados por los partos al amanecer.
Al día siguiente Surena envió un mensaje a los romanos
ofreciéndose a negociar con Craso y propuso una tregua, permitiendo a las
tropas romanas retirarse a Siria a salvo a cambio de que Roma renunciara a
avanzar más allá del río Éufrates. Craso era reacio a reunirse con los partos,
pero sus tropas amenazaron con amotinarse si no lo hacía. Durante la reunión un
parto tiró de las riendas del caballo de Craso, lo que inició una discusión que
pronto se tornó violenta, terminando muertos el mismo triunviro y los generales
que le acompañaban. Después de eso los partos, supuestamente, vertieron oro fundido
en la garganta de Craso como símbolo de burla por su fama de avaro. Los
legionarios que estaban en Carras intentaron huir. Ariamnes prometió guiarlos
por el camino a Siria, pero Casio Longino, con 500 jinetes y 5.000 infantes,
desconfió de él y siguió su propio camino hacia Siria. Los que sí lo siguieron
fueron conducidos a una nueva trampa, donde los rodearon los partos y
terminaron muertos o prisioneros.
Las cifras que da Plutarco de la derrota indican la
magnitud del desastre: 20.000 muertos y 10.000 prisioneros. Las pérdidas partas
son desconocidas, pero es muy probable que fueran mínimas en comparación. Los
romanos sobrevivientes llegaron en pequeños grupos a Siria por su cuenta. Entre
tanto, Orodes invadió con éxito Armenia y la sometió, pero al serle imposible
asediar las ciudades enemigas, decidió negociar la paz con Artavasdes II y le
forzó a entregarle una de sus hermanas, a la que casó con su hijo Pacoro.
La cabeza y la mano derecha de Craso fueron enviadas al
rey parto. Se cuenta que Orodes II estaba viendo una obra teatral —en la que
uno de los actores fingía tener en sus manos una cabeza humana— cuando el
mensajero lanzó al escenario la cabeza de Craso, diciéndoles que mejor usaran
aquélla. El destino de Surena no fue mejor que el de Craso: su victoria provocó
los celos del rey, que decidió ordenar su asesinato para deshacerse de un
posible rival. La cabeza de Craso fue exhibida en la corte de Orodes II y los
siete estandartes romanos expuestos en los templos de Partia. Tres décadas
después, en 19 a.C., el emperador Augusto negoció la devolución de éstos y el
regreso de los cautivos que habían sobrevivido.
Los partos no atacaron inmediatamente Siria, lo que dio
tiempo al cuestor Casio a preparar las defensas de las ciudades y rechazar las
incursiones fronterizas, cuando en el 51 a.C. un ejército parto, al mando del
príncipe Pacoro y el general Osaces, irrumpió en la provincia. Casio, que
apenas disponía de dos legiones, se refugió tras los muros de Antioquia. Los
partos avanzaron y saquearon la provincia pero no conquistaron tomar ninguna plaza
importante y tuvieron que retroceder a Antigonea, que tampoco lograron expugnar.
En el camino de regreso, Casio emboscó a las avanzadillas partas y Osaces
resultó muerto. Al año siguiente el nuevo gobernador romano de Siria, Marco
Calpurnio Bíbulo, logró firmar una paz de diez años con Pacoro.
Para Roma, la principal consecuencia de esta batalla fue
la muerte de Craso y, por consiguiente, la desaparición del Primer Triunvirato,
pasando de un gobierno de tres a otro de dos para el gobierno de la República: el
camino quedaba despejado para el inicio de la guerra civil entre Julio César y Cneo
Pompeyo, ya que el balance de poder quedó roto. Otra de las consecuencias de
esta batalla fue el hecho de que Europa se abriera a un nuevo y preciado
material: la seda. Los romanos que lograron sobrevivir a la batalla
describieron unas oriflamas brillantes usadas por los partos mientras les
perseguían. Estas banderolas estaban hechas con seda. Así, al mismo tiempo que
crecía el interés en el Imperio por este tejido, se extendía la Ruta de la Seda
entre Europa y China, dando comienzo a una de las rutas comerciales más grandes
y prósperas de la Historia, hasta que fue clausurada por los turcos otomanos en
el siglo XV.
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