Como algunas fuentes de la época nos
indican, hubo un enfrentamiento real entre germanos y romanos, pero esta causa
no fue suficiente para evitar la fusión de ambas culturas. Sin embargo, entre
las muchas causas que propiciaron este enfrentamiento secular destacan las diferencias
religiosas tras la cristianización del Imperio. Dejando como cuestión aparte
los pueblos germanos paganos o arrianos (francos, alamanes, sajones, jutos…), que
no representaron especial problema para el catolicismo, pues solo fomentaron su
espíritu de evangelización y de predicación, la dificultad mayor residió en los
pueblos de religión arriana. La extensión del arrianismo entre los godos
fue tardía, a fines del siglo IV, y otros pueblos se adhirieron a él aún más
tarde, después de haberse iniciado las grandes invasiones del siglo siguiente.
Por esto, el arrianismo no caló hondo entre los pueblos germánicos y fue, más
que otra cosa, un signo de diferenciación con respecto a los romanos
(católicos) y una forma de evitar su asimilación mediante la creación de una
Iglesia nacional con un clero propio. En general, el arrianismo fue una
religión no misionera y pacífica, como lo prueba la actitud de los burgundios y
los ostrogodos ante los católicos. Otra cosa fueron los vándalos. Ahora bien, la
persecución arriana contra los católicos hispanorromanos en la época de
Leovigildo (568-586) y en el África del Norte ocupada por los vándalos de
Genserico, respondió más a motivaciones políticas que a fanatismos religiosos.
En el primer caso existen implicaciones de posibles intervenciones francas o bizantinas en la Península, unidas al levantamiento de su hijo Hermenegildo, apoyado en la Bética, de población mayoritariamente hispanorromana. Aunque también hay que admitir la posibilidad de que Leovigildo intentara alcanzar la unidad religiosa a base del arrianismo durante el periodo 570-580, unidad que realizaría finalmente su hijo Recadero en 587, pero en favor del catolicismo. La persecución de los vándalos se debió principalmente a los propósitos de expoliar los bienes de los estamentos más ricos, como era el eclesiástico. En consecuencia, esta lucha económico-religiosa, que unió a propietarios laicos y a Bizancio, fue pretexto más que un verdadero motivo (440-495). La actitud de los lombardos en Italia respondió a las mismas motivaciones de los vándalos, pero con menor virulencia. Otro motivo de diferenciación fue la separación jurídica, generalmente admitida, debido al deseo de no ser absorbidos rápidamente por la mayoría romana. Esta distinta legislación respondió a una tolerancia mutua originada en la concesión hecha por el Imperio para que los germanos siguieran rigiéndose por sus propias leyes. Como consecuencia, los germanos no se creyeron en la necesidad de regirse por el código imperial, que además los romanos ya no estaban en condiciones de imponer por la fuerza. A cada individuo se le aplicaba la ley que le correspondía por nacimiento. Sin embargo, esta barrera se fue superando a través del tiempo al incorporar a una y otra legislación disposiciones de la contraria. De esta manera las diferencias se suavizaron.
Asimismo, hay que mencionar el
establecimiento de los germanos en las tierras de propietarios romanos según el
foedus
y, más concretamente según el principio de la «hospitalidad», por el que un
grupo bárbaro recibía la asignación de una propiedad rural romana para
proporcionarse alimentos y vivienda. Esta forma de usufructo salvaba las
confiscaciones y hacía al bárbaro conservador de aquellas tierras. Así entre
los grandes propietarios romanos y la aristocracia germana, transformada en
territorial, se establecieron contactos que fueron un factor activo de
asimilación. Aunque al principio, según una ley
promulgada por los emperadores Valentiniano y Valente (370–375), estaba
prohibido bajo pena de muerte el matrimonio entre bárbaros y romanos e incluso
algunos pueblos germanos, como los visigodos y los ostrogodos, adoptaron esta
ley, aunque en realidad se celebraban los matrimonios mixtos. Pero, en cambio, no cabe
hablar de diferenciaciones por superioridades raciales. En menor grado hay que
mencionar la diversidad de costumbres y formas de vida entre bárbaros y
romanos; pero paulatinamente esta diferenciación fue despareciendo y
transformándose más bien en distinción de clases sociales que de pueblos. En
definitiva, aunque se encontraron dos concepciones distintas, la germánica y la
romana, ambas subsistieron con diversa vitalidad. En algunas regiones se puede
hablar de una supremacía de una sobre la otra, pero siempre con influencias del
otro elemento. Todos los reinos medievales de Occidente fueron fruto directo de
la fusión entre la civilización germánica, el cristianismo y el legado de
Grecia y Roma.
La principal institución sobre la que se apoyaban los pueblos germanos al realizar las invasiones era la realeza. Esta institución acrecentará su prestigio y su poder, que llegará a ser casi absoluto. Aunque en un primer momento la figura del rey solo tendrá tal carácter para sus respectivos pueblos, a finales del siglo V dejará de ser únicamente el caudillo de las fuerzas bárbaras para convertirse, incluso para las poblaciones romanas, en la autoridad máxima de cada territorio. En principio, la sucesión del rey tenía carácter electivo, pero luego cambiaría su naturaleza según cada reino germánico. Así, entre los francos la realeza quedó asegurada para los descendientes de Clodoveo; entre los vándalos para el familiar de Genserico de mayor edad, con el fin de evitar la inestabilidad de las regencias, y entre los visigodos fue una preocupación constante de sus reyes el obtener el principio hereditario. En muchos casos se tenía un sentido patrimonial del reino, como entre los merovingios, que repartían el reino entre sus hijos para que cada uno de ellos pudiera disfrutar de sus rentas. En cambio, otras veces se distinguía el patrimonio del monarca del patrimonio de la Corona. Generalmente la corte carecía de aparatosidad y burocracia, llegándose al caso de cortes ambulantes sin residencia fija. Algo muy opuesto al lujo y al boato que presidía la corte de Constantinopla.
La principal institución sobre la que se apoyaban los pueblos germanos al realizar las invasiones era la realeza. Esta institución acrecentará su prestigio y su poder, que llegará a ser casi absoluto. Aunque en un primer momento la figura del rey solo tendrá tal carácter para sus respectivos pueblos, a finales del siglo V dejará de ser únicamente el caudillo de las fuerzas bárbaras para convertirse, incluso para las poblaciones romanas, en la autoridad máxima de cada territorio. En principio, la sucesión del rey tenía carácter electivo, pero luego cambiaría su naturaleza según cada reino germánico. Así, entre los francos la realeza quedó asegurada para los descendientes de Clodoveo; entre los vándalos para el familiar de Genserico de mayor edad, con el fin de evitar la inestabilidad de las regencias, y entre los visigodos fue una preocupación constante de sus reyes el obtener el principio hereditario. En muchos casos se tenía un sentido patrimonial del reino, como entre los merovingios, que repartían el reino entre sus hijos para que cada uno de ellos pudiera disfrutar de sus rentas. En cambio, otras veces se distinguía el patrimonio del monarca del patrimonio de la Corona. Generalmente la corte carecía de aparatosidad y burocracia, llegándose al caso de cortes ambulantes sin residencia fija. Algo muy opuesto al lujo y al boato que presidía la corte de Constantinopla.
Las nuevas circunstancias hicieron que
paulatinamente dejaran de realizarse entre los germanos las acostumbradas
asambleas nacionales. Cada vez se fueron espaciando más en el tiempo hasta
desaparecer, como entre los visigodos, pues los concilios de Toledo
respondieron a otra casuística o se transformaron en ceremoniales como los Campus Martius entre los francos. Los acostumbraban ir acompañados de unos cómites, que llegaron a formar una guardia personal
—los gardingos en la monarquía visigoda; individuos de uno de los Órdenes del
oficio palatino, pero inferior a los duques y condes—, unidos por un juramento
de fidelidad. Por otro lado, estos mismos cómites al permanecer al lado del monarca recogieron para sí muchas de las
funciones reales e incluso alcanzaron de hecho el poder real, como ocurrió
entre los francos, cuyos «mayordomos de palacio» derrocaron al rey en su propio
beneficio. Este fue el caso de Pipino el Breve en el 751. En su mayoría, los nuevos estados germanos
unieron los servicios de tipo doméstico de origen germano con los organismos
heredados del Imperio. Hay que mencionar los propósitos del rey ostrogodo
Teodorico, que pretendía organizar la península Itálica mediante dos
organizaciones administrativas paralelas, la romana y la germánica, unidas en
la persona del rey y de algunos organismos. La falta de una preparación y la
ausencia de un personal capacitado por parte de los germanos hicieron que el
aparato administrativo romano prosiguiera todavía durante algún tiempo. Asimismo, entre los
visigodos, ostrogodos, vándalos y burgundios, los romanos siguieron viviendo en
las ciudades, mientras a los germanos se les reservaba el estamento militar.
Pero pronto desaparecería este exclusivismo, pues, a excepción de los reinos
ostrogodo y vándalo, el servicio militar incluyó a los romanos. Las
antiguas divisiones administrativas romanas se conservaron a veces, pero en su
mayoría tendieron a desaparecer. Un cargo muy importante en la vida de los
nuevos reinos germanos fue el de comes civitatis. El conde
era el representante del rey y como tal administraba justicia. Además los
condes eran los jefes militares de los municipios y otros territorios de su
jurisdicción, y reunían en su persona tanto la autoridad civil como militar. El
sistema financiero se nutrió principalmente del impuesto territorial, que solo
afectaba a los romanos. La acuñación de moneda propia, no imitada de las
monedas del Imperio, se hizo tardíamente, a mediados del siglo VI. La
importancia de la organización de los reinos germánicos es manifiesta, ya que
de ella nació la sociedad medieval europea como producto de las
invasiones.
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