El nombre de Sacro Imperio Romano Germánico
deriva de la pretensión de los monarcas medievales de continuar la tradición
del Imperio Carolingio —desaparecido en el siglo X—, el cual, con la
aquiescencia del papa, había usurpado el título de emperador romano en
Occidente, como una forma de conservar el prestigio del antiguo Imperio Romano.
El adjetivo «sacro» no fue empleado hasta el reinado de Federico Barbarroja
(sancionado en 1157) para legitimar su existencia como la santa voluntad divina
en el sentido cristiano. Así, la designación Sacrum Imperium fue
documentada por primera vez en 1157, mientras que el título Sacrum Romanum
Imperium apareció hacia 1184 y fue usado
de manera definitiva desde 1254.
El Imperio se formó en 962 bajo una
dinastía sajona, y a partir de los territorios que conformaban una de las tres
partes en las que se dividió el Imperio Carolingio. Desde su creación, el Sacro
Imperio se convirtió en la entidad predominante en la Europa central durante
casi un milenio, hasta su disolución en 1806. En el curso de los siglos, sus
fronteras fueron considerablemente modificadas. En el momento de su mayor
expansión, el Sacro Imperio comprendía casi todo el territorio de la actual
Europa central, y partes en el sur del Continente.
Así, a inicios del siglo
XVI, en tiempos del emperador Carlos V, además del territorio de Holstein, el
Sacro Imperio comprendía Bohemia, Moravia y Silesia. Por el sur se extendía
hasta Carniola en las costas del Adriático; por el oeste, abarcaba el condado
libre de Borgoña, Franco Condado y Saboya. Génova, Lombardía y Toscana en Italia.
También estaba integrada en el Imperio la mayor parte de los Países Bajos, con
la excepción del Artois y Flandes, al oeste del Escalda. Debido a su carácter supranacional, el
Sacro Imperio nunca se convirtió en un Estado–nación o en un Estado moderno;
más bien, mantuvo un gobierno monárquico y una tradición imperial estamental.
En 1648, los estados vecinos fueron constitucionalmente integrados como estados
imperiales. El Imperio debía asegurar la estabilidad política y la resolución
pacífica de los conflictos mediante la restricción de la dinámica del poder y ofrecía
protección a los súbditos contra la arbitrariedad de la nobleza.
El Sacro Imperio cumplió también una
función disuasoria en el sistema de potencias europeas; sin embargo, desde
mediados del siglo XVII, fue estructuralmente incapaz de emprender guerras
ofensivas, extender su poder o su territorio. Así, a partir de mediados del
siglo XVIII, el Imperio ya no fue capaz de seguir protegiendo a sus miembros de
las políticas expansionistas de las demás potencias europeas que aspiraban a
hacerse con la hegemonía continental: especialmente Francia; ya que Inglaterra
tenía puestos los ojos en ultramar. La defensa del derecho y la conservación de
la paz en Europa, se convirtieron en los objetivos fundamentales del Sacro
Imperio. Y éstas fueron las causas que determinaron su declive. Las guerras
napoleónicas y el consiguiente establecimiento de la Confederación del Rin
demostraron la debilidad del Sacro Imperio, el cual se convirtió en un conjunto
de territorios fragmentados incapaces de actuar como una gran potencia. El
Sacro Imperio Romano Germánico desapareció el 6 de agosto de 1806 cuando
Francisco II renunció a la Corona imperial para mantenerse únicamente como
emperador austriaco, debido a las derrotas sufridas a manos de Napoleón
Bonaparte.
El Sacro Imperio Romano Germánico se
originó en la Francia Oriental. Debido a su naturaleza supranacional, y a la
época de su fundación, el Imperio no fue un Estado–nación moderno, como en el
caso de Francia, por lo que nunca se desarrolló un sentimiento nacional
integral. El Imperio mantuvo una organización monárquica y corporativa,
dirigida por un emperador, y los diferentes estados que constituían el Imperio,
compartían muy pocas instituciones, y raramente tenían intereses comunes.
El poder imperial no se encontraba
únicamente en manos del emperador y de los príncipes electores; por ello, el Sacro
Imperio no puede ser entendido como un estado federal ni como una confederación
de estados, dado que nunca logró romper la obstinación regional de sus
territorios, el Imperio se vino abajo en una confederación informe. De todos
modos, el Sacro Imperio fue una institución supranacional única en la historia
mundial, y es por ello que la forma más sencilla de entenderlo es mostrando sus
diferencias respecto a otras entidades más comunes:
El Sacro Imperio nunca tuvo vocación de
convertirse en un Estado–nación, solo buscó integrar naciones en un solo
concepto sagrado de naciones con bases cristianas y con un mismo propósito, a
pesar del carácter germánico de la mayor parte de sus gobernantes y habitantes.
Desde sus inicios, el Sacro Imperio estuvo constituido por diversos pueblos, y
una parte sustancial de su nobleza y cargos electos procedía de fuera de la
comunidad germano–hablante. En su apogeo, el Imperio englobaba la mayor parte
de las actuales Alemania, Austria, Suiza, Liechtenstein, Bélgica, Países Bajos,
Luxemburgo, República Checa y Eslovenia, así como el este de Francia, norte de
Italia y oeste de Polonia. Y con ellos sus idiomas, que comprendían multitud de
dialectos y variantes de lo que formarían el alemán, el italiano y el francés,
además de las lenguas eslavas. Por otro lado, su división en numerosos
territorios gobernados por príncipes seculares y eclesiásticos, obispos,
condes, caballeros y ciudades libres hacían de él, al menos en la época
moderna, un territorio mucho menos cohesionado que los emergentes estados
modernos que tenía a su alrededor.
A diferencia de las confederaciones, el
concepto de Imperio no solo implicaba el gobierno de un territorio específico,
sino que tenía fuertes connotaciones religiosas (de ahí el prefijo «sacro»), y
durante mucho tiempo mantuvo un fuerte ascendiente sobre otros gobernantes del
orbe cristiano. Hasta 1508, los reyes alemanes no eran considerados como
emperadores hasta que el papa los hubiese coronado formalmente como tales.
Desde la Alta Edad Media, el Sacro Imperio
se caracterizó por una peculiar coexistencia entre el emperador y los poderes
locales. A diferencia de los gobernantes de la Francia Occidentalis, que más tarde se convertiría en Francia, el emperador nunca obtuvo el
control directo sobre los estados que oficialmente regentaba. De hecho, desde
sus inicios se vio obligado a ceder más y más poderes a los duques y a sus
territorios. Dicho proceso empezaría en el siglo XII, concluyendo en gran
medida con la Paz de Westfalia (1648). Oficialmente, el Imperio o Reich se
componía del monarca, que había de ser coronado emperador por el papa —hasta
1508—, y los Reichsstände (estados
imperiales).
La coronación de Carlomagno como emperador
de los Romanos en 800 constituyó el ejemplo que siguieron los posteriores
reyes, y fue la actuación de Carlomagno defendiendo al Papa frente a la
rebelión de los ciudadanos de Roma, lo que inició la noción del emperador como
protector de la Iglesia. Convertirse en emperador requería acceder previamente
al título de Rey de los Alemanes (Deutscher König). Desde
tiempos inmemoriales, los reyes germanos habían sido designados por elección.
En el siglo IX era elegido entre los líderes de las cinco tribus más
importantes (francos, sajones, bávaros, zuavos y turingios), posteriormente
entre los duques laicos y religiosos del reino, reduciéndose finalmente a los
llamados Kurfürsten (príncipes
electores). Finalmente, el colegio de electores quedó establecido mediante la
Bula de Oro promulgada en 1356. Inicialmente había siete electores, pero su
número fue variando ligeramente a través de los siglos.
Hasta 1508, los recién elegidos reyes
debían trasladarse a Roma para ser coronados emperadores por el papa. No
obstante, el proceso solía demorarse hasta la resolución de algunos conflictos
«crónicos»: imponerse en el inestable norte de Italia, resolver disputas
pendientes con el Patriarca romano, etcétera. Las tareas habituales de un
soberano, como decretar normas o gobernar el territorio, fueron siempre, en el
caso del emperador, sumamente complejas. Su poder estaba fuertemente
restringido por los diversos líderes locales. Desde finales del siglo XV, el Reichstag
(la Dieta o Parlamento) se estableció como órgano legislativo del Imperio: una
complicada asamblea que se reunía a petición del emperador, sin una
periodicidad establecida y en cada ocasión en una nueva sede. En 1663, el
Reichstag se transformó en una asamblea permanente.
Los estados Imperiales
Una entidad era considerada como un
Reichsstand (Estado imperial) si, conforme a las leyes feudales, no tenía más
autoridad por encima que la del emperador del Sacro Imperio. Entre dichos estados
se contaban: los territorios gobernados por un príncipe o duque, y en algunos
casos reyes. A los gobernadores del Sacro Imperio, con la excepción de la
Corona de Bohemia, no se les permitía ser reyes de territorios dentro del
Imperio, pero algunos gobernaron reinos fuera del mismo, como ocurrió durante
algún tiempo con el Reino de la Gran Bretaña, cuyo rey era también príncipe elector
de Brunswick–Luneburgo. Estaban también los territorios eclesiásticos gobernados
por un obispo o príncipe de la Iglesia. En el primer caso, el territorio era
con frecuencia idéntico al de la diócesis, recayendo en el obispo tanto los
poderes civiles como los eclesiásticos. Un ejemplo, entre muchos otros, podría
ser el de Osnabrück. Por su parte, un príncipe–obispo de notable importancia en
el Sacro Imperio fue el obispo de Maguncia, cuya sede episcopal se encontraba
en la catedral de esa ciudad.
Ciudades imperiales libres
El número de territorios era muy grande,
llegando a varios centenares en tiempos de la Paz de Westfalia, no sobrepasando
la extensión de muchos de ellos unos pocos kilómetros cuadrados. El Imperio en
una definición afortunada era descrito como una «alfombra hecha de retales» (Flickenteppich).
El Reichstag
El Reichstag o Parlamento era el órgano
legislativo del Sacro Imperio Romano Germánico. Se dividía a fines del s. XVIII
(1777–1797) en tres clases: el Consejo de los electores, que incluía a los 8
electores del Sacro Imperio Romano Germánico. El Consejo de los príncipes, que
incluía tanto a laicos como a eclesiásticos. El brazo laico o secular estaba
compuesto por 91 Príncipes —con título de príncipe, gran duque, duque, conde
palatino, margrave o landgrave— tenían derecho a voto; algunos tenían varios
votos al poseer el gobierno de más de un territorio con derecho a voto.
Asimismo, el Consejo incluía cuatro colegios electorales que agrupaban a unos
100 condes (Grafen) y Señores (Herren): Renania, Suabia, Franconia y Westfalia. Cada colegio podía emitir un
voto conjunto. El brazo eclesiástico: arzobispos, algunos abades y los dos
grandes maestres de la Orden de los Caballeros Teutónicos y de los Caballeros
Hospitalarios (Orden de San Juan) tenían cada uno de ellos un voto (33 a fines
del siglo XVIII). Varios abades y prelados más (unos 40) estaban agrupados en
dos colegios: Suabia y Renania. Cada colegio tenía un voto colectivo. El
Consejo de las 51 ciudades imperiales, que incluía representantes de las
ciudades imperiales agrupados en dos colegios: Suabia y Renania, teniendo cada
uno un voto colectivo. El Consejo de las ciudades imperiales, sin embargo, no
era totalmente igual al resto, ya que no tenía derecho de voto en diversas
materias, como el de la admisión de nuevos territorios. El Imperio también
contaba con dos cortes: el Reichshofrat
(conocido también como Consejo Áulico) en la corte del emperador (con
posterioridad asentado en Viena), y la Reichskammergericht, establecida mediante la Reforma imperial
de 1495.
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