Cuenta una antigua
leyenda que en la playa de Sidón un toro intentaba imitar un gorjeo amoroso.
Era Zeus. Se sintió sacudido por un escalofrío, como cuando le picaban los
tábanos. Pero esta vez era un escalofrío dulce. Eros le estaba colocando sobre
la grupa a la bella Europa. Después la bestia blanca se metió en el agua, y su
cuerpo imponente emergía lo suficiente para que la joven doncella no se mojara.
Muchos lo vieron. Tritón, con su concha sonora, replicó al mugido nupcial.
Europa, temblorosa, se sostenía agarrada a uno de los largos cuernos del toro.
Les vio también Bóreas, mientras surcaban las aguas. Malicioso y celoso, silbó
a la vista de aquellos voluptuosos senos que la brisa descubría. Atenea
enrojeció al espiar desde lo alto a su padre siendo cabalgado por una mujer medio
desnuda. También un marinero aqueo les vio, y palideció. ¿Quizás era Tetis,
curiosa de ver el cielo? ¿O sólo una Nereida, por una vez vestida? ¿O el falaz Poseidón
había raptado a otra muchacha para poseerla en su cueva?
Europa, mientras tanto,
no veía el final de aquella loca travesía. Pero imaginaba su suerte, cuando
hubieran alcanzado la tierra firme. Y lanzó un mensaje a los vientos y a las
aguas: «Di a mi padre que su hija Europa ha abandonado su tierra en la grupa de
un toro, su raptor, y que supongo que me tomará a su antojo. Marinero, entrega
este collar a mi madre». Estaba a punto de invocar también a Bóreas para que la
alzara con sus alas, como había hecho con su esposa, la ateniense Oritía. Pero
se mordió la lengua: ¿por qué pasar de un raptor a otro?
Pero ¿cómo había
comenzado todo? Un grupo de muchachas jugaba junto al río, recogiendo flores.
Muchas otras veces una escena semejante había resultado irresistible para los
dioses. Perséfone fue raptada «mientras jugaba con las jóvenes de garganta
profunda» y recogía rosas, azafranes, violetas, iris, jacintos, narcisos… Sobre
todo el narciso, «prodigiosa flor radiante, agradable a la vista, aquella vez,
para todos, para los dioses inmortales y para los hombres mortales». Y Talía
fue atrapada por Zeus en forma de águila mientras jugaba a la pelota entre las
flores en una montaña. Y Creúsa sintió sus muñecas asidas por las manos de
Apolo mientras recogía flores de azafrán en las laderas de la acrópolis de
Atenas. También Europa y sus amigas estaban recogiendo narcisos, jacintos,
violetas, rosas, tomillo…
De repente se vieron
cercadas por una manada de toros. Entre ellos uno de una blancura deslumbrante,
con grandes cuernos que parecían gemas relucientes. Su expresión desconoce la amenaza.
Tanto que Europa, tímida al comienzo, acerca sus flores a aquel cándido hocico.
Como un cachorrillo, el toro gime de placer, se revuelca en la hierba, y ofrece
sus cuernos a las guirnaldas. La princesa se atreve a montarse en su grupa, a la
amazona. La suave brisa le arranca las ropas. Entonces, inesperadamente, la
manada se desplaza del lecho seco del río a la playa. Con aviesa decisión, el
toro se acerca a la muchacha. Después ya es demasiado tarde para huir: la
bestia blanca adopta forma humana y embiste con su verga a la doncella
arrebatándole su virginidad.
Europa en la playa de Sidón |
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