El término Reconquista es un marco conceptual utilizado
por los historiadores para definir el período histórico comprendido entre la
invasión musulmana del 711, y la conquista del reino nazarí de Granada en 1492
por los Reyes Católicos. A lo largo de casi ochocientos años, la Reconquista fue
para los reinos cristianos de la península Ibérica, aislados inicialmente en
los montañosos territorios del Norte, un proceso restaurador de la primera monarquía
española, ya que los cristianos se consideraban herederos del reino visigodo, y
apelaban constantemente a la reconquista de los territorios ocupados por los moros. Para algunos historiadores revisionistas, el término «Reconquista»
resulta confuso teniendo en cuenta que, tras el desmoronamiento del Califato de
Córdoba en 1031, los reinos cristianos optaron por una política de dominio
tributario —parias— sobre los reinos de Taifas, en lugar de hacerlo por una
clara expansión hacia el Sur. Pero eso tiene una explicación: los reinos
cristianos tuvieron grandes dificultades para repoblar los territorios que iban
ganado a los moros. Por otra parte, las guerras entre los diferentes reinos
cristianos a medida que éstos fueron creciendo y emancipándose del primigenio Reino
de Asturias, retrasó considerablemente la culminación de la Reconquista. No
obstante, la temprana reacción en la cornisa cantábrica contra el Islam —recordemos
que don Pelayo rechazó a los sarracenos en Covadonga apenas siete años después
de que atravesaran el estrecho de Gibraltar—, e incluso su rechazo del
territorio actualmente francés después de la batalla de Poitiers (732), pueden
sustentar la idea de que la Reconquista cristiana sigue inmediatamente en el
tiempo a la conquista árabe. Más aún, dicha cornisa cantábrica jamás fue conquistada
por los sarracenos, lo cual viene a justificar la idea de que la conquista
árabe y la reconquista cristiana, de muy diferente duración —muy corta la
primera, y sumamente larga la segunda—, se superponen, por lo que podría
considerarse como una sola etapa histórica, sobre todo si tenemos en cuenta que
la batalla de Guadalete, la primera batalla por defender el reino visigodo en
el año 711, marca el inicio de la reconquista cristiana al mismo tiempo que se
produce la invasión musulmana.
Consolidación de los reinos hispánicos
En 711 tuvo lugar la invasión musulmana de la península
Ibérica. Los moros desembarcaron en Gibraltar y Roderico, o Rodrigo, el último
de los reyes visigodos, fue a rechazarles, perdiendo la vida en la batalla de
Guadalete. Poco después Tarik fue llamado a Damasco, entonces capital del Califato,
para informar y nunca más volvió. Su lugar lo ocupó el gobernador Abd al–Aziz,
comenzando el Emirato independiente. A partir de este momento, los árabes iniciaron
una política de tratados con los nobles visigodos que les permitió controlar el
resto de la Península. En 716 Abd al–Aziz fue asesinado en Sevilla y se desató
una crisis tal que en los siguientes cuarenta años se sucedieron veinte emires.
En ese mismo año, 716, los árabes comenzaron a dirigir sus fuerzas hacia los
Pirineos para tratar de entrar en el Reino de los francos. La veloz y contundente
invasión norteafricana, se explica por las debilidades que afectaban al reino
visigodo: el frágil e incompleto dominio que ejercía sobre el territorio
peninsular –en 711 el rey Roderico se hallaba dirigiendo una campaña militar en
el Norte—; la división de sus élites, con enfrentamientos vinculados a la
elección de los sucesores al trono de una monarquía electiva, no hereditaria; una
aristocracia de terratenientes —de tardía conversión al catolicismo—
superpuesta a una población, libre o servil, con condiciones vitales muy duras,
entre la que latía un fuerte descontento. Muchos de ellos, ciertamente,
recibieron la conquista musulmana como una sensible mejora de su situación. Por
otra parte, la decadencia de la actividad mercantil derivó en una
minusvaloración de la población judía, que en gran medida la protagonizaba.
También ellos pudieron ver una ventaja en la situación de las minorías hebreas
amparada por la jurisdicción islámica.
En cualquier caso, tras la invasión, la resistencia cristiana
se hace fuerte en el Reino de Asturias y en el ducado de Cantabria. En el año
718 se sublevó un noble llamado Pelayo. Fracasó, fue hecho prisionero y enviado
a Córdoba. Los escritores árabes usan la palabra «Córdoba», pero esto no
implica que fuera la capital, ya que los árabes llamaban Córdoba a todo el Califato.
Esto viene a contradecir la tesis que sostiene que llamaban al–Ándalus al
territorio hispano bajo su dominio. En cualquier caso, Pelayo —o Pelagio—
consiguió escapar y organizó una segunda revuelta en los montes de Asturias,
que empezó con la batalla de Covadonga de 722. Esta batalla se considera el
comienzo de la Reconquista. La interpretación es discutida: mientras que en las
crónicas cristianas aparece como «una gran victoria frente a los infieles,
gracias a la ayuda de Dios», los cronistas árabes describen un enfrentamiento
con un reducido grupo de cristianos, a los que tras vencer se desiste de
perseguir por la dificultad del terreno, excesivamente montañoso. Probablemente
fuera una victoria cristiana sobre un pequeño contingente de exploración. La
realidad es que esta victoria de Covadonga, por pequeñas que fueran las fuerzas
contendientes, tuvo una importancia tal que polarizó en torno a Pelayo un foco
de resistencia al poder musulmán, lo cual le permitió mantenerse independiente
e ir incorporando nuevas tierras a sus dominios, al tiempo que los árabes desistían
de controlar la zona más septentrional de la Península, dado que en su opinión,
dominar una región montañosa de limitados recursos e inviernos extremos, no merecía
el esfuerzo. De todas formas, la sorprendente expansión del minúsculo Reino de
Asturias pronto inquietó a las emires cordobeses. Hubo sucesivas incursiones o
algaradas, pero el reino sobrevivió y se siguió expandiendo, con sonoras
victorias, como la batalla de Lutos, Polvoraria y la toma de Lisboa en 798.
El Reino de Asturias estuvo en sus primeros tiempos muy
vinculado al de los francos, sobre todo a raíz del «descubrimiento» del
sepulcro del apóstol Santiago, hacia el año 820. Esta idea «propagandista»
consiguió vincular a Europa con el pequeño reino cristiano del norte de la
Península, frente al Sur islamizado. Con el correr del tiempo, el Reino de
Asturias sufrió varias escisiones que dieron lugar a nuevos reinos cristianos
independientes. La primera a la muerte del rey Alfonso III el Magno, que
repartió sus dominios entre tres de sus cinco hijos: García, Ordoño y Fruela.
Estos dominios incluían, además de Asturias, el condado de León, el de
Castilla, el de Galicia, la marca de Álava y la de Portugal (que entonces era
solo la frontera sur de Galicia). García se quedó León, Álava y Castilla,
fundando el Reino de León. Ordoño se quedó Galicia y Portugal, y Fruela se
quedó Asturias. El foco pirenaico de resistencia a la expansión musulmana
se originó a partir del caudillo de los francos, Carlos Martel, que rechazó la
invasión musulmana de Aquitania en la batalla de Poitiers en 732.
Posteriormente su sucesor, Carlomagno, creó la Marca Hispánica (frontera
militar al sur del Reino de los francos), que dio origen a otros focos
cristianos de resistencia en la Península: el Reino de Pamplona, los Condados Catalanes
y los Condados de Aragón, además de Sobrarbe y Ribagorza.
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