Raras veces se dejó
persuadir la bella Afrodita para prestar a las demás diosas su ceñidor mágico
que poseía el don de hacer que todos se enamorasen de su portadora, pues Afrodita
era tan promiscua como celosa. Zeus la había entregado en matrimonio a
Hefestos, el herrero cojo; pero el padre de los tres hijos que le dio –Fobo,
Deimo y Harmonía– fue Ares, el dios de la Guerra. Hefestos no supo nada de este
engaño hasta que una noche los amantes permanecieron juntos en la cama demasiado
tiempo; Helios, al salir, los vio y se lo dijo a Hefestos. Éste, muy enfadado, se
retiró a su forja, y a golpes de martillo tejió una red de bronce como las que
se utilizan para atrapar pájaros; era fina como una gasa pero absolutamente
irrompible, y la ató secretamente a los postes y a los lados de su lecho.
—Querida esposa –le dijo
a Afrodita–, voy a ausentarme durante algún tiempo en Lemnos, mi isla favorita.
Afrodita no se ofreció a
acompañarle y cuando su esposo se hubo ido, mandó llamar a Ares, su amante. Los
dos se encamaron inmediatamente y fornicaron alegremente durante toda la noche.
Pero al amanecer se encontraron enredados en la malla; desnudos y sudorosos y sin
posibilidad de escapar. Hefestos los sorprendió allí y convocó a todos los dioses
para que fuesen testigos de su deshonra. Entonces anunció que no liberaría a su
esposa hasta que los regalos de boda que le había entregado a Zeus le fueran
devueltos. Los dioses llegaron
corriendo, pero las diosas, por delicadeza, se quedaron en sus casas. Apolo,
dándole un codazo a Hermes, preguntó:
—A ti no te importaría
estar en el lugar de Ares, a pesar de la red, ¿verdad?
Hermes juró que no le
importaría, aunque fueran tres las redes y aunque todas las diosas le
estuvieran mirando. Con esto, los dos dioses prorrumpieron en carcajadas, pero
Zeus estaba tan indignado que se negó a devolver los regalos de boda, o a
intervenir en el asunto. Poseidón, por su parte, fingió que se compadecía de
Hefestos.
—Ya que Zeus se niega a
colaborar –le dijo al cornudo– yo me ocuparé de que Ares, como pago por su
liberación, te entregue el equivalente de los regalos de boda en cuestión.
—Todo esto está muy bien
–respondió con amargura el marido burlado–. Pero si Ares no satisface el pago,
tendrás que ocupar su lugar bajo la red.
—No creo que Ares deje
de cumplir lo pactado –repuso Poseidón noblemente–. Pero si así fuera, estoy
dispuesto a pagar la deuda y a casarme yo mismo con Afrodita para lavar esta afrenta.
Así pues, Ares fue
puesto en libertad y regresó a Tracia; y Afrodita marchó a Pafos, donde renovó
su virginidad sumergiéndose en el mar.
Sintiéndose halagada por
la franca confesión de Hermes de su amor por ella, Afrodita pasó la noche con
él poco después; el fruto de aquella relación esporádica fue Hermafrodito, un
ser de doble sexo. Y contenta también con la intervención de Poseidón en su
favor, yació con él y le dio dos hijos, Rodis y Herófilo. Más adelante Afrodita
se entregó a Dionisos y con él engendró a Príapo, un muchacho feísimo pero
dotado de una enorme verga. Cuando creció se hizo jardinero y siempre llevaba
consigo un cuchillo de podar. Aunque Zeus jamás se
acostó con su hija adoptiva Afrodita, la magia de su ceñidor le hacía sentir
una tentación constante de poseerla, y finalmente decidió castigarla haciendo
que se enamorase de un mortal. Se trataba del hermoso Anquises, rey de los
dárdanos, un nieto de Ilo, y una noche, cuando él dormía en su cabaña de pastor
en el monte Ida, en la Tróade, Afrodita le visitó disfrazada de princesa
frigia, y yació con él. Cuando se despidieron al amanecer, ella reveló su
identidad, y le hizo prometer a su amante no contarle a nadie que se había
entregado a él. Anquises se horrorizó al saber que había contemplado la
desnudez de una diosa, y le suplicó que le perdonara la vida. Ella le aseguró
que no tenía nada que temer, y que el hijo de ambos, Eneas, sería un héroe famoso.
Un día, la mujer del rey
Cíniras de Chipre se jactó estúpidamente de que su hija Esmirna era incluso más
hermosa que Afrodita. La diosa se vengó de este insulto haciendo que Esmirna se
enamorase de su padre y se metiera en su lecho una noche oscura, después de que
su nodriza lo hubiese emborrachado hasta tal punto que no se dio cuenta de lo
que hacía. Más tarde, Cíniras descubrió que era padre y abuelo del hijo que
esperaba Esmirna, y enloquecido por la cólera tomó una espada. Rápidamente
Afrodita convirtió a Esmirna en un árbol de mirra que la espada, al caer,
partió en dos. De él salió el bello Adonis. Afrodita ocultó al muchacho en un
arca, que confió a Perséfone, reina del Hades.
Perséfone sintió
curiosidad por abrir el arca y encontró a Adonis. Era tan hermoso que lo sacó y
lo crió en su palacio como si fuese su propio hijo. La noticia llegó a oídos de
Afrodita, que se dirigió inmediatamente al Hades para reclamar la custodia de
Adonis; y en vista de que Perséfone no accedía a entregarle al muchacho –al que
por entonces ya había convertido en su amante–, recurrió a Zeus. Éste,
consciente de que Afrodita también quería gozar del bello Adonis, se negó a
juzgar semejante disputa por considerarla deshonrosa, y la transfirió a un
tribunal menor presidido por la musa Calíope. El veredicto de Calíope fue que
Perséfone y Afrodita tenían el mismo derecho sobre Adonis, pero que había que
permitirle al doncel que se tomase un descanso anual para recuperar fuerzas
tras el desgaste físico que suponía satisfacer sexualmente a ambas diosas. Así
pues, dividió el año en tres partes iguales, de las que él debería pasar una
con Perséfone, otra con Afrodita y en la tercera permanecería solo para
recuperar el vigor perdido.
Afrodita no aceptó el fallo
de buen grado y urdió una treta: al llevar puesto su ceñidor mágico todo el
tiempo, persuadió a Adonis para que le concediese la parte del año asignada
para su descanso, y le animó a escatimarle a Perséfone la que le correspondía. Así
que Afrodita no acató lo dispuesto por el tribunal en su sentencia. Perséfone se ofendió
muchísimo, y marchó a Tracia para decirle al viril Ares, su benefactor, que
Afrodita ahora prefería al bello Adonis. El temible Ares montó en cólera y,
disfrazado de jabalí salvaje, arremetió contra Adonis cuando éste estaba de cacería
en el monte Líbano, clavándole los colmillos y dándole muerte ante los ojos de Afrodita.
De su sangre brotaron anémonas y su alma descendió al Tártaro, el más oscuro de
los recovecos del inframundo. Afrodita, llorando desconsolada, fue a ver a Zeus,
y le suplicó que Adonis tuviera que pasar sólo la mitad más oscura del año con Perséfone
en el Hades, y que le dejara ser su compañero los meses de verano. Zeus accedió
magnánimamente a su petición y así, ambas diosas, gozaron de las caricias de Adonis.
Afrodita, las más promiscua de las diosas del Olimpo |
No hay comentarios:
Publicar un comentario