En la Edad Media abunda una mitología tan rica
y resonante como la de la Grecia clásica y la antigua Roma. Parte de esta
mitología, pese a la tremenda exageración de sus formas, se refiere a
personajes históricos como Vlad Tepes, Gilles de Rais, Juana de Arco, Ricardo Corazón
de León, Rolando, Almanzor, Carlomagno ó Rodrigo Díaz de Vivar «El Cid». Otros mitos —como, por ejemplo, los relativos al Grial y el rey
Arturo— parecen, a primera vista, descansar sobre una base más tenue. Entre los mitos
medievales más populares y evocadores se cuenta el de Lohengrín, el «Caballero
Cisne». Por un lado, está estrechamente relacionado con los romances sobre el
Grial; por otro, cita personajes históricos concretos que nos permiten situarlo
inequívocamente en el tiempo: Atila, rey de los hunos vivió en la primera mitad
del siglo V. Puede que sea el único por su mezcla de realidad y fantasía. Y mediante
obras tales como la ópera de Wagner continúa teniendo un atractivo arquetípico
incluso hoy en día.
Según las crónicas
medievales, Lohengrín —al que a veces llaman Helías, nombre con claras
connotaciones solares— era vástago de la elusiva y misteriosa «familia del
Grial». En el poema de Wólfram von Eschenbach es, de hecho, el hijo de
Parsifal, el esforzado «Caballero del Grial». Se dice que un día, en el castillo
del Grial, en Montsalvat, Lohengrín oyó que la campana de la capilla tañía sin
intervención de manos humanas: era la señal de que en alguna parte del mundo
era requerida su ayuda. Como era de esperar, quien la necesitaba era una
hermosa doncella en apuros: la duquesa de Brabante, según algunas crónicas, la
duquesa de Bouillón, según otras. La dama necesitaba desesperadamente un
paladín y Lohengrín se apresuró a acudir en su ayuda en una embarcación de la
que tiraban cisnes heráldicos. En singular combate derrotó al perseguidor de la
duquesa, luego se casó con la dama. En las nupcias, sin embargo, pronunció una
advertencia severa. Su esposa jamás debería preguntarle sobre sus orígenes o
antepasados, sus antecedentes o el lugar de donde procedía. Y durante algunos
años la dama obedeció la orden de su esposo. Al final, sin embargo, despertada
su curiosidad por las insinuaciones difamatorias de los rivales de Lohengrín,
se atrevió a formular la pregunta prohibida. En seguida se sintió Lohengrín
obligado a partir y desapareció en el crepúsculo a bordo de una embarcación
tirada por cisnes. Y tras de sí, con su esposa, dejó un hijo de linaje
incierto. Según las diversas crónicas, este hijo fue o bien el padre o el
abuelo de Godofredo de Bouillón.
A la mente moderna le
resulta difícil apreciar la magnitud de la categoría de un personaje como
Godofredo en la conciencia popular, no sólo en su propia época, sino varios
siglos después. Hoy, cuando pensamos en las cruzadas nos acordamos de Ricardo Corazón
de León, de Luis IX de Francia, el rey-santo, de Federico Barbarroja o del gran
Saladino, el carismático sultán de Siria que acabaría reconquistando Jerusalén
para el islam en 1188. Pero hasta hace relativamente poco tiempo, a ninguno de estos
personajes históricos se le atribuía el prestigio o los elogios que cosechó
Godofredo, aun tantos siglos después de haber muerto. Éste, líder indiscutible
de la primera Cruzada, fue el héroe popular europeo por excelencia. Él fue
quien recuperó Jerusalén para la Cristiandad en 1099. Fue Godofredo quien arrebató el
Santo Sepulcro a los infieles. Él fue, por encima de todos los demás, quien
hizo compatibles los ideales de las grandes empresas caballerescas, propias de
la nobleza, con la fervorosa piedad cristiana de los más humildes. Por primera
vez, señores y vasallos combatirían codo con codo, a brazo partido, por la consecución
de un ideal común: reconquistar Tierra Santa. No es de extrañar, pues,
que Godofredo, el hacedor de este «milagro» se convirtiera en el objeto de un
culto que perduró mucho tiempo después de su muerte.
Dada la categoría que adquirió
el personaje, no es de extrañar que se le atribuyeran a Godofredo toda suerte
de ilustres y míticas genealogías. Incluso es comprensible que Wólfram von
Eschenbach, así como otros romanceros medievales, establecieran un vínculo
directo entre él y la misteriosa «familia del Grial». Y, paradójicamente, estas
genealogías fabulosas resultan más creíbles debido a que poco se sabe del verdadero
linaje de Godofredo. Una de estas genealogías
unía a Godofredo, duque de Lorena, con la estirpe de los reyes merovingios cuyo
último soberano, Dagoberto II, fue depuesto en el año 679. Pero si Godofredo
descendía de un rey depuesto, era un rey sin reino que gobernar; y la dinastía
Capeto en Francia, apoyada por la Iglesia, estaba a la sazón demasiado
consolidada para que fuese posible destronarla. ¿Qué se puede hacer si
se es rey y no se tiene reino? Quizá buscar uno nuevo. O crearlo. El reino más
precioso de la Cristiandad: «el Reino de los Cielos», Tierra Santa, el mismo
suelo fértil que un día pisara Jesús. ¿Acaso ese rey no sería comparable a
cualquier otro monarca de la Cristiandad?
Algo raro..mellamo Godofredo y desde muy niño sueño con batallas mato enemigos y siento la espada en mi mano y hoy acabo de leer sobre "Godofredo el de linaje incierto"¿?
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