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jueves, 1 de junio de 2017

Godofredo y el Reino de los Cielos

En la Edad Media abunda una mitología tan rica y resonante como la de la Grecia clásica y la antigua Roma. Parte de esta mitología, pese a la tremenda exageración de sus formas, se refiere a personajes históricos como Vlad Tepes, Gilles de Rais, Juana de Arco, Ricardo Corazón de León, Rolando, Almanzor, Carlomagno ó Rodrigo Díaz de Vivar «El Cid». Otros mitos —como, por ejemplo, los relativos al Grial y el rey Arturo— parecen, a primera vista, descansar sobre una base más tenue. Entre los mitos medievales más populares y evocadores se cuenta el de Lohengrín, el «Caballero Cisne». Por un lado, está estrechamente relacionado con los romances sobre el Grial; por otro, cita personajes históricos concretos que nos permiten situarlo inequívocamente en el tiempo: Atila, rey de los hunos vivió en la primera mitad del siglo V. Puede que sea el único por su mezcla de realidad y fantasía. Y mediante obras tales como la ópera de Wagner continúa teniendo un atractivo arquetípico incluso hoy en día.
Según las crónicas medievales, Lohengrín —al que a veces llaman Helías, nombre con claras connotaciones solares— era vástago de la elusiva y misteriosa «familia del Grial». En el poema de Wólfram von Eschenbach es, de hecho, el hijo de Parsifal, el esforzado «Caballero del Grial». Se dice que un día, en el castillo del Grial, en Montsalvat, Lohengrín oyó que la campana de la capilla tañía sin intervención de manos humanas: era la señal de que en alguna parte del mundo era requerida su ayuda. Como era de esperar, quien la necesitaba era una hermosa doncella en apuros: la duquesa de Brabante, según algunas crónicas, la duquesa de Bouillón, según otras. La dama necesitaba desesperadamente un paladín y Lohengrín se apresuró a acudir en su ayuda en una embarcación de la que tiraban cisnes heráldicos. En singular combate derrotó al perseguidor de la duquesa, luego se casó con la dama. En las nupcias, sin embargo, pronunció una advertencia severa. Su esposa jamás debería preguntarle sobre sus orígenes o antepasados, sus antecedentes o el lugar de donde procedía. Y durante algunos años la dama obedeció la orden de su esposo. Al final, sin embargo, despertada su curiosidad por las insinuaciones difamatorias de los rivales de Lohengrín, se atrevió a formular la pregunta prohibida. En seguida se sintió Lohengrín obligado a partir y desapareció en el crepúsculo a bordo de una embarcación tirada por cisnes. Y tras de sí, con su esposa, dejó un hijo de linaje incierto. Según las diversas crónicas, este hijo fue o bien el padre o el abuelo de Godofredo de Bouillón.
A la mente moderna le resulta difícil apreciar la magnitud de la categoría de un personaje como Godofredo en la conciencia popular, no sólo en su propia época, sino varios siglos después. Hoy, cuando pensamos en las cruzadas nos acordamos de Ricardo Corazón de León, de Luis IX de Francia, el rey-santo, de Federico Barbarroja o del gran Saladino, el carismático sultán de Siria que acabaría reconquistando Jerusalén para el islam en 1188. Pero hasta hace relativamente poco tiempo, a ninguno de estos personajes históricos se le atribuía el prestigio o los elogios que cosechó Godofredo, aun tantos siglos después de haber muerto. Éste, líder indiscutible de la primera Cruzada, fue el héroe popular europeo por excelencia. Él fue quien recuperó Jerusalén para la Cristiandad en 1099. Fue Godofredo quien arrebató el Santo Sepulcro a los infieles. Él fue, por encima de todos los demás, quien hizo compatibles los ideales de las grandes empresas caballerescas, propias de la nobleza, con la fervorosa piedad cristiana de los más humildes. Por primera vez, señores y vasallos combatirían codo con codo, a brazo partido, por la consecución de un ideal común: reconquistar Tierra Santa. No es de extrañar, pues, que Godofredo, el hacedor de este «milagro» se convirtiera en el objeto de un culto que perduró mucho tiempo después de su muerte.
Dada la categoría que adquirió el personaje, no es de extrañar que se le atribuyeran a Godofredo toda suerte de ilustres y míticas genealogías. Incluso es comprensible que Wólfram von Eschenbach, así como otros romanceros medievales, establecieran un vínculo directo entre él y la misteriosa «familia del Grial». Y, paradójicamente, estas genealogías fabulosas resultan más creíbles debido a que poco se sabe del verdadero linaje de Godofredo. Una de estas genealogías unía a Godofredo, duque de Lorena, con la estirpe de los reyes merovingios cuyo último soberano, Dagoberto II, fue depuesto en el año 679. Pero si Godofredo descendía de un rey depuesto, era un rey sin reino que gobernar; y la dinastía Capeto en Francia, apoyada por la Iglesia, estaba a la sazón demasiado consolidada para que fuese posible destronarla. ¿Qué se puede hacer si se es rey y no se tiene reino? Quizá buscar uno nuevo. O crearlo. El reino más precioso de la Cristiandad: «el Reino de los Cielos», Tierra Santa, el mismo suelo fértil que un día pisara Jesús. ¿Acaso ese rey no sería comparable a cualquier otro monarca de la Cristiandad?

Godofredo a la conquista del Reino de los Cielos

1 comentario:

  1. Algo raro..mellamo Godofredo y desde muy niño sueño con batallas mato enemigos y siento la espada en mi mano y hoy acabo de leer sobre "Godofredo el de linaje incierto"¿?

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