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jueves, 22 de junio de 2017

Los almogávares y la Venganza Catalana

Roger de Flor fue un célebre caballero templario y capitán de los almogávares, la temible tropa de mercenarios catalanes al servicio de la Corona de Aragón entre los siglos XIII y XIV. Roger de Flor participó en la VIII cruzada a Tierra Santa, donde se distinguió en la defensa de San Juan de Acre (1291), último baluarte cristiano en Oriente. Sin embargo, los templarios le acusaron de haberse apropiado de parte de los tesoros de la Orden aprovechando la confusión en la que se desarrolló el desalojo de la ciudad, por lo que fue expulsado de la Orden. Aprovechando su experiencia militar, se hizo mercenario, entrando al servicio del rey Federico II de Sicilia (hijo de Pedro III el Grande de Aragón), que puso a Roger de Flor al mando de las compañías de almogávares; mercenarios que habían sido empleados por la Corona de Aragón en las conquistas de Valencia y Mallorca, y más tarde para derrotar a los angevinos y consolidar sus dominios de Sicilia frente a las pretensiones de la Casa de Anjou. Roger de Flor también participó en la defensa de Mesina en 1302 demostrando ser un auténtico líder. Tras firma de la Paz de Caltabellotta (1302) entre el monarca francés Carlos II de Anjou y Federico II de Sicilia, en 1303 se puso al servicio del emperador bizantino Andrónico II Paleólogo para ayudarle a conjurar el peligro turco. Al mando de una expedición de 4000 infantes, 1500 soldados de caballería y 39 naves enviadas por Federico (la Gran Compañía Catalana), marchó Roger de Flor al frente de los almogávares, que le tenían en gran estima y se presentó ante el emperador de Oriente en la ciudad de Constantinopla. Al mando de los almogávares aniquiló a los genoveses que ocupaban la antigua Bizancio, acto que agradeció el emperador Andrónico. Desconfiando de los bizantinos, Roger de Flor pasó a la península de Anatolia y tomó las ciudades de Filadelfia, Magnesia y Éfeso, rechazando a los turcos hasta Cilicia y los montes Tauro (1304), luchando siempre los almogávares en inferioridad numérica frente a los ejércitos turcos. En la primavera de 1304 tuvo lugar una gran batalla campal entre los almogávares y los invasores escitas procedentes del norte del mar Negro (alanos), que fueron derrotados. Estos alanos eran descendientes de los que habían invadido la península Ibérica a principios del siglo V, y que aliados con los suevos, fundaron un reino independiente en el noroeste peninsular. En recompensa por los servicios prestados de nuevo al Imperio, Andrónico le concedió a Roger de Flor el título de megaduque (comandante de la flota) y la mano de María, su sobrina e hija del zar de Bulgaria. Las batallas libradas hasta entonces por los almogávares habían sido cortas y puntuales, por lo que sufrieron pocas bajas si se comparan con las que tuvieron en la batalla de las Puertas Cilicias. Roger de Flor y 8000 almogávares derrotaron a un ejército turco compuesto por 30000 hombres, en su mayoría jenízaros, temibles soldados de infantería reclutados cuando eran niños entre los cristianos sometidos. Los catalanes dieron muerte a más de 18000 turcos. Después de esta victoria de las tropas catalanas y aragonesas, los turcos se replantearon si era conveniente aliarse con los almogávares, antes que volver a atacar al Imperio teniéndoles como enemigos. Roger de Flor fue proclamado césar del Imperio de Oriente, concediéndosele en feudo los territorios bizantinos en Asia Menor, con excepción de las ciudades amuralladas. En la batalla destacó también el capitán Berenguer de Entenza, que había apoyado a Roger con 1000 almogávares. A éste se le concedió el título de megaduque a petición de Roger de Flor. Estratégicamente, la posición de ambos capitanes en Bizancio favorecía el proyecto Rex Bellator de Ramón Llull, que proponía en su Liber de Fine la ruta del Sur (Almería-Granada-Norte de África-Egipto) para proseguir la Cruzada, con manifiesta ventaja de los reyes de la Corona de Aragón, en caso de que hubiesen conseguido encabezar una confederación de órdenes militares europeas unidas bajo el estandarte de la Cruz.

Sin embargo, la situación de los almogávares en tierras del Imperio de Oriente no era cómoda, y mucho menos segura. Por una parte, cometieron excesos y abusos con la población griega, lo que no les granjeó sus simpatías. Por otra, parece ser que la ambición de Roger de Flor era grande y pretendía erigirse en soberano de los territorios bizantinos arrebatados a los turcos. Finalmente, su creciente ambición e influencia despertaron la hostilidad de Miguel IX, hijo de Andrónico II y asociado al trono del Imperio. Así las cosas, el príncipe le hizo asesinar en Adrianópolis junto con más de un centenar de jefes, sargentos y capitanes de los almogávares, en el transcurso de un banquete celebrado el 5 de abril de 1305, y atacó después a las tropas catalanas acuarteladas en la ciudad. Pero no sólo no pudieron acabar con ellos, sino que los supervivientes, bajo el mando de Berenguer de Entenza, contraatacaron y arrasaron todo cuanto encontraron a su paso en Tracia y Macedonia en lo que fueron los hechos conocidos como la Venganza Catalana. Finalmente se alcanzó un acuerdo de compromiso creándose los ducados de Atenas y Neopatria, vasallos de la Corona de Aragón, que acabarían fusionándose en un gran ducado. La figura de Roger de Flor alcanzó gran difusión entre sus contemporáneos gracias a la Crónica de Muntaner, inspirando la obra Tirante el Blanco, de Joanot Martorell que, a su vez, inspiró a don Miguel de Cervantes para escribir su inmortal novela protagonizada por el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La Venganza Catalana fue una consecuencia derivada del cobarde asesinato de Roger de Flor y sus capitanes en Adrianópolis ordenada por el emperador Andrónico, además de unos cien almogávares de la Compañía Catalana. Tras el asesinato, los almogávares repelieron ferozmente los ataques de los griegos y saquearon varias regiones de la península Balcánica, especialmente Tracia, al grito de «¡Aragón, Aragón!» y «¡Desperta ferro!»

Posteriormente los catalanes fundaron los ducados de Atenas y Neopatria y se aliaron con los turcos. La presencia catalana en Oriente se prolongó a lo largo de todo el siglo XIV. El primer uso del término almogávar se sitúa en los territorios de Andalucía en el siglo X, para referirse a pequeños grupos de moros armados dedicados al saqueo y al pillaje en los ataques por sorpresa que hacían en tierras de los cristianos; las célebres algaradas. Así, la primera referencia histórica documentada aparece en la crónica árabe «Ajbar muluk al-Ándalus» o Crónica del Moro Rasis, que recoge la historia de los reyes moros de Andalucía, y que fue escrita entre 887 y 955 por Ahmad ibn Muhammad ar-Razí, conocido entre los andalusíes con el nombre de Al-Tarik (el Cronista) y entre los cristianos como El Moro Rasis. En su crónica, el historiador de Qurtuba describe los territorios de Andalucía, y al llegar a la frontera del valle del Ebro, cita por primera vez la presencia de unas tropas mercenarias llamadas almogávares en la ciudad de Zaragoza. La palabra almogávar también se usó durante los últimos siglos de la Reconquista, en la frontera del Reino de Granada con Castilla, para designar a las partidas de salteadores moros que atacaban las villas y pueblos cristianos fronterizos. Los aragoneses fueron los primeros cristianos en adaptar estas tácticas de combate y luchar en guerrilla como estos grupos de moros conocidos como almogávares, por lo que finalmente acabaron siendo conocidos por el mismo nombre. A pesar de que no existen crónicas coetáneas a los hechos del siglo XI o del XII, la primera vez que se menciona a unos almogávares cristianos es en un testimonio de Jerónimo Zurita en sus Anales de Aragón, que sitúa a los almogávares en época de Alfonso I de Aragón reforzando la fortaleza de El Castellar con vistas a la conquista de Zaragoza, hacia los años 1105-1110.

Bajo la figura del katalan, un gigante sediento de sangre que se usa para asustar a los niños en algunos países balcánicos, aún pervive el recuerdo de las sangrientas acciones que emprendieron los almogávares para castigar la traición del emperador bizantino y vengar el asesinato de sus compañeros de armas. Además la palabra katalan en tosco, un dialecto albanés, significa monstruo y si un griego quiere maldecir a alguien, le increpa diciéndole: «Así te alcance la venganza de los catalanes». La presencia de la Compañía Catalana dejó una profunda huella negativa en el folclore y las leyendas populares de las diferentes regiones por donde pasaron los almogávares (área Balcánica y Grecia) debido a la devastación provocada por los catalanes. En Bulgaria las expresiones «Catalán» e «Hijo de catalán» significan «hombre desalmado». Esta mala fama llegó a trascender los límites del folclore para influir en poetas, como Iván M. Vazov, que en el poema Piratas, publicado por primera vez en 1915, cita a los catalanes junto a los turcos como los mayores opresores de la nación búlgara. En Tesalia la expresión «¡Eres un catalán!» era utilizada como insulto hasta finales del siglo XX. En la Argólida, península del Peloponeso, «catalana» era el epítome de los insultos que se pueden dedicar a una mujer, y en la actual Albania, la palabra catalán significa «hombre feo y malvado». Asimismo, para en el folclore albanés, un catalán es un monstruo con un solo ojo, que recuerda en muchos aspectos al cíclope Polifemo de la Odisea. Dicho cíclope aparece representado como un herrero salvaje que se alimenta de carne humana, y a él se enfrenta un joven héroe llamado Dedaliya, que lo vence con ayuda de su astucia. Esta tradición, que se conserva en diferentes versiones, se conoce con el título de Dedalo dhe Katallani (Dédalo y Catalán). 

Triunfal entrada de los almogávares en Constantinopla en 1303

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