Roger de Flor fue un célebre caballero
templario y capitán de los almogávares, la temible tropa de mercenarios catalanes
al servicio de la Corona de Aragón entre los siglos XIII y XIV. Roger de Flor participó
en la VIII cruzada a Tierra Santa, donde se distinguió en la defensa
de San Juan de Acre (1291), último baluarte cristiano en Oriente. Sin embargo, los templarios le acusaron de haberse
apropiado de parte de los tesoros de la Orden aprovechando la confusión en la que se desarrolló el
desalojo de la ciudad, por lo que fue expulsado de la Orden. Aprovechando su
experiencia militar, se hizo mercenario, entrando al servicio del rey Federico
II de Sicilia (hijo de Pedro III el Grande de Aragón), que puso a Roger de Flor
al mando de las compañías de almogávares; mercenarios que habían sido empleados
por la Corona de Aragón en las conquistas de Valencia y Mallorca, y más tarde para derrotar a los angevinos y consolidar sus dominios de Sicilia frente a las pretensiones de la Casa de
Anjou. Roger de Flor también participó en la defensa de Mesina en 1302 demostrando ser un auténtico
líder. Tras firma de la Paz de Caltabellotta
(1302) entre el monarca francés Carlos II de Anjou y Federico II de Sicilia,
en 1303 se puso al servicio del emperador bizantino Andrónico II Paleólogo para
ayudarle a conjurar el peligro turco. Al mando de una expedición de
4000 infantes, 1500 soldados de caballería y 39 naves enviadas por Federico
(la Gran Compañía Catalana), marchó Roger de Flor al frente de los almogávares, que le
tenían en gran estima y se presentó ante el emperador de Oriente en la ciudad
de Constantinopla. Al mando de los almogávares aniquiló a los genoveses que ocupaban
la antigua Bizancio, acto que agradeció el emperador Andrónico. Desconfiando de los bizantinos, Roger de Flor pasó a la península de Anatolia y tomó las ciudades de
Filadelfia, Magnesia y Éfeso, rechazando a los turcos hasta Cilicia y los montes
Tauro (1304), luchando siempre los almogávares en inferioridad numérica frente
a los ejércitos turcos. En la primavera de 1304 tuvo lugar una gran batalla campal entre los almogávares y los invasores escitas procedentes del norte del mar
Negro (alanos), que fueron derrotados. Estos alanos eran descendientes de los
que habían invadido la península Ibérica a principios del siglo V, y que aliados
con los suevos, fundaron un reino independiente en el noroeste peninsular. En
recompensa por los servicios prestados de nuevo al Imperio, Andrónico le concedió a
Roger de Flor el título de megaduque (comandante de la flota) y la mano de
María, su sobrina e hija del zar de Bulgaria. Las batallas libradas hasta entonces por los almogávares habían sido cortas y puntuales, por lo que sufrieron pocas bajas si se comparan con las que tuvieron en la batalla de las Puertas Cilicias. Roger de Flor y 8000 almogávares
derrotaron a un ejército turco compuesto por 30000 hombres, en su mayoría
jenízaros, temibles soldados de infantería reclutados cuando eran niños entre
los cristianos sometidos. Los catalanes dieron muerte a más de 18000 turcos.
Después de esta victoria de las tropas catalanas y aragonesas, los turcos se replantearon si era conveniente aliarse con los almogávares, antes que volver a atacar al Imperio teniéndoles como enemigos. Roger de Flor fue proclamado césar del Imperio de
Oriente, concediéndosele en feudo los territorios bizantinos en Asia Menor, con
excepción de las ciudades amuralladas. En la batalla destacó también el capitán Berenguer de
Entenza, que había apoyado a Roger con 1000 almogávares. A éste se le concedió
el título de megaduque a petición de Roger de Flor. Estratégicamente, la posición de ambos capitanes en Bizancio favorecía el proyecto Rex Bellator de
Ramón Llull, que proponía en su Liber de Fine la ruta del Sur
(Almería-Granada-Norte de África-Egipto) para proseguir la Cruzada, con manifiesta ventaja
de los reyes de la Corona de Aragón, en caso de que hubiesen conseguido
encabezar una confederación de órdenes militares europeas unidas bajo el
estandarte de la Cruz.
Sin embargo, la situación de los almogávares
en tierras del Imperio de Oriente no era cómoda, y mucho menos segura. Por una parte, cometieron
excesos y abusos con la población griega, lo que no les granjeó sus simpatías.
Por otra, parece ser que la ambición de Roger de Flor era grande y pretendía
erigirse en soberano de los territorios bizantinos arrebatados a los turcos. Finalmente, su creciente
ambición e influencia despertaron la hostilidad de Miguel IX, hijo de Andrónico
II y asociado al trono del Imperio. Así las cosas, el príncipe le hizo asesinar en
Adrianópolis junto con más de un centenar de jefes, sargentos y capitanes de los almogávares, en el transcurso de un banquete celebrado el 5 de abril de 1305, y atacó después a las tropas catalanas acuarteladas en la ciudad. Pero no sólo no pudieron acabar con ellos, sino que los supervivientes,
bajo el mando de Berenguer de Entenza, contraatacaron y arrasaron todo cuanto
encontraron a su paso en Tracia y Macedonia en lo que fueron los hechos conocidos como la Venganza
Catalana. Finalmente se alcanzó un acuerdo de compromiso creándose los ducados
de Atenas y Neopatria, vasallos de la Corona de Aragón, que acabarían
fusionándose en un gran ducado. La figura de Roger de Flor alcanzó gran difusión
entre sus contemporáneos gracias a la Crónica de Muntaner, inspirando la obra
Tirante el Blanco, de Joanot Martorell que, a su vez, inspiró a don Miguel de Cervantes para escribir su inmortal novela protagonizada por el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. La Venganza Catalana fue una consecuencia derivada del cobarde asesinato de Roger de Flor y sus capitanes en Adrianópolis ordenada por el emperador Andrónico, además de unos cien almogávares de la Compañía Catalana. Tras
el asesinato, los almogávares repelieron ferozmente los ataques de los
griegos y saquearon varias regiones de la península Balcánica, especialmente Tracia, al grito
de «¡Aragón, Aragón!» y «¡Desperta ferro!»
Posteriormente los catalanes fundaron los
ducados de Atenas y Neopatria y se aliaron con los turcos. La presencia catalana en Oriente se prolongó a
lo largo de todo el siglo XIV. El primer uso del término almogávar se
sitúa en los territorios de Andalucía en el siglo X, para referirse a pequeños
grupos de moros armados dedicados al saqueo y al pillaje en los ataques por sorpresa que hacían en tierras de los cristianos; las célebres
algaradas. Así, la primera referencia histórica documentada aparece en la
crónica árabe «Ajbar muluk al-Ándalus» o Crónica del Moro Rasis, que recoge la historia de los
reyes moros de Andalucía, y que fue escrita entre 887 y 955 por Ahmad ibn Muhammad ar-Razí,
conocido entre los andalusíes con el nombre de Al-Tarik (el Cronista) y entre
los cristianos como El Moro Rasis. En su crónica, el historiador de Qurtuba
describe los territorios de Andalucía, y al llegar a la frontera del valle del Ebro, cita por
primera vez la presencia de unas tropas mercenarias llamadas almogávares en la ciudad de Zaragoza. La palabra almogávar también se usó durante
los últimos siglos de la Reconquista, en la frontera del Reino de Granada con Castilla, para designar
a las partidas de salteadores moros que atacaban las
villas y pueblos cristianos fronterizos. Los aragoneses fueron los primeros
cristianos en adaptar estas tácticas de combate y luchar en guerrilla como estos grupos
de moros conocidos como almogávares, por lo que finalmente acabaron siendo
conocidos por el mismo nombre. A pesar de que no existen crónicas
coetáneas a los hechos del siglo XI o del XII, la primera vez que se menciona a
unos almogávares cristianos es en un testimonio de Jerónimo Zurita en sus
Anales de Aragón, que sitúa a los almogávares en época de Alfonso I de Aragón
reforzando la fortaleza de El Castellar con vistas a la
conquista de Zaragoza, hacia los años 1105-1110.
Bajo la figura del katalan, un gigante sediento de sangre que se usa para asustar a los niños en algunos países balcánicos, aún pervive el
recuerdo de las sangrientas acciones que emprendieron los almogávares para
castigar la traición del emperador bizantino y vengar el asesinato de sus compañeros de armas. Además la palabra katalan en tosco, un dialecto albanés, significa monstruo y si un griego quiere maldecir a alguien, le increpa diciéndole: «Así te alcance la
venganza de los catalanes». La presencia de la Compañía Catalana dejó
una profunda huella negativa en el folclore y las leyendas populares de las
diferentes regiones por donde pasaron los almogávares (área Balcánica y Grecia) debido a la
devastación provocada por los catalanes. En Bulgaria las expresiones «Catalán» e «Hijo
de catalán» significan «hombre desalmado». Esta mala fama
llegó a trascender los límites del folclore para influir en poetas, como Iván
M. Vazov, que en el poema Piratas, publicado por primera vez en 1915, cita a
los catalanes junto a los turcos como los mayores opresores de la nación
búlgara. En Tesalia la expresión «¡Eres un
catalán!» era utilizada como insulto hasta finales del siglo XX. En la Argólida, península del Peloponeso,
«catalana» era el epítome de los insultos que se pueden dedicar a una mujer, y en la actual
Albania, la palabra catalán significa «hombre feo y malvado». Asimismo, para en
el folclore albanés, un catalán es un monstruo con un solo ojo, que recuerda en
muchos aspectos al cíclope Polifemo de la Odisea. Dicho cíclope aparece
representado como un herrero salvaje que se alimenta de carne humana, y a él se enfrenta un joven héroe llamado Dedaliya, que lo vence con ayuda
de su astucia. Esta tradición, que se conserva en diferentes versiones, se conoce
con el título de Dedalo dhe Katallani (Dédalo y Catalán).
Triunfal entrada de los almogávares en Constantinopla en 1303 |
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