El reinado
de Pedro III (1276-1285) se centró en la expansión de la Corona de Aragón por
el Mediterráneo, y para ello aprovechó su matrimonio con Constanza de Hohenstaufen
para reivindicar su soberanía sobre el reino de Sicilia, que desde 1266 formaba
parte de los dominios del monarca francés Carlos de Anjou que, con el apoyo del
papa Clemente IV, que no deseaba a ningún Hohenstaufen en Sicilia. Tras
derrotar a Manfredo I en la batalla de Benevento, el monarca angevino hizo
cegar a los tres hijos varones de Manfredo y, en 1268, capturó e hizo decapitar
a Conradino que —como nieto de Federico II— era el último heredero varón de la
casa Hohenstaufen. La línea sucesoria pasó entonces a Constanza, quien ofreció refugio
en Aragón a las familias partidarias de su padre, los Lanza, los Lauria y los
Prócidas. Se
armó una flota aragonesa, al mando de Conrado Lanza, que en 1279 recorrió las
costas africanas para restablecer la soberanía de Aragón sobre Túnez, que la muerte
del emir Muhammad I al-Musafi había debilitado. Luego, en 1281, Pedro III armó otra
escuadra para invadir Túnez y solicitó al recién elegido papa Martín IV una
bula que declarara el carácter de cruzada de la operación militar aragonesa en Berbería, pero el papa, de origen
francés y partidario de Carlos de Anjou, se lo negó. Cuando
la flota aragonesa se disponía a zarpar, tuvieron lugar en Sicilia los
acontecimientos conocidos como las Vísperas Sicilianas que culminaron con la
expulsión de los franceses (angevinos), después de una gran matanza. El 30 de
marzo de 1282, cuando las campanas de las iglesias de Palermo llamaban al
oficio de vísperas, se produjo un levantamiento del pueblo, que
masacró a la guarnición angevina acuartelada allí. El levantamiento se
extendió a otras localidades de la isla, como Corleone y Mesina, hasta que se
expulsó completamente de la isla a los franceses. Los sicilianos llamaron en su
ayuda al rey Pedro III de Aragón, que podía alegar en favor de su causa los
derechos de su mujer Constanza, hija del rey Manfredo, de la casa Hohenstaufen,
que gobernó en Sicilia y Nápoles hasta su derrota y muerte a manos de Carlos I
de Anjou en la batalla de Benevento. Los acontecimientos relativos a las
Vísperas Sicilianas se encuentran relatados en varias crónicas medievales,
entre las que cabe citar la famosa Crónica de Ramón Muntaner, donde se afirma
que la chispa que encendió la rebelión en Palermo fue el ultraje que unos franceses
infligieron a unas damas sicilianas. Los sicilianos enviaron entonces una
embajada a Pedro III de Aragón ofreciéndole la corona siciliana, a la que tenía
derecho por su matrimonio con Constanza. El rey aragonés puso entonces rumbo a
Sicilia con su escuadra. Arribó el 30 de agosto de 1282 y fue coronado rey de
Sicilia en la ciudad de Palermo. El rey Pedro III envió inmediatamente una embajada al monarca francés Carlos de Anjou, que se encontraba en Mesina,
instándole a reconocerle como rey de Sicilia y a abandonar la isla. La derrota
de la flota francesa en la batalla naval de Nicoreta, a manos del almirante
Roger de Lauria, obligó a Carlos a dejar Mesina y a refugiarse en su reino de
Nápoles. El
papa Martín IV respondió a la coronación de Pedro III en Palermo con la
excomunión (1282) y su deposición como rey de Aragón (1283), ofreciendo la
corona al segundo hijo del rey de Francia, Carlos de Valois, a quien invistió rey
de Aragón el 27 de febrero de 1284, y declarando la cruzada contra este reino
hispánico por su intervención en los asuntos sicilianos en contra de la voluntad
papal. La mayor parte del conflicto con Francia se desarrolló en tierras
catalanas, aunque los primeros episodios se sucedieron en la frontera
navarro-aragonesa. Como respuesta, los aragoneses atacaron a los franceses en
Mallorca y Occitania. La
situación de Pedro III era muy inestable, ya que no
sólo tenía que enfrentarse a la invasión francesa que se preparaba al norte de
los Pirineos, sino que tuvo que hacer frente a graves problemas en el interior
de sus estados derivados de las necesidades económicas que provocó la guerra de Sicilia. Solucionados los problemas internos, el monarca aragonés pudo
centrar su atención en la invasión francesa, que al mando del propio rey Felipe
III tomó en 1285 la ciudad de Gerona, para inmediatamente tener que retirarse
cuando la flota aragonesa retornó de Sicilia al mando de Roger de Lauria e
infligió a la escuadra francesa otra severa derrota en la batalla naval de las
islas Formigues, y una derrota en tierra en la batalla del barranco de las
Panizas, cuando las tropas francesas se retiraban. La victoria militar
aragonesa sobre los franceses fue completa, y Pedro III se dispuso entonces a
saldar cuentas con su hermano Jaime II de Mallorca, y con su sobrino el rey
Sancho IV de Castilla, que no le habían prestado su apoyo durante la guerra con
los franceses, pero su prematura muerte a finales de octubre de 1285, lo impidió. El
rey Pedro III enfermó cuando se disponía a emprender viaje a Barcelona y tuvo
que detenerse en la localidad de San Clemente donde los físicos, que viajaron
desde la capital para atenderle, no pudieron hacer nada para salvarle. Falleció
el 11 de noviembre de 1285 en la festividad de de San Martín.
En su
testamento, Pedro III dispuso que su cadáver recibiera cristiana sepultura en
el monasterio de Santes Creus, de la Orden cisterciense. Las exequias se
celebraron con gran solemnidad y fue
el primer monarca aragonés en recibir sepultura en el citado monasterio. El
rey Jaime II de Aragón, ordenó erigir la tumba del rey Pedro III el Grande, su
padre, al mismo tiempo que disponía la creación de su sepulcro y el de su
segunda esposa, doña Blanca de Nápoles. Se colocaron los sepulcros de modo que se
hallaran cobijados bajo baldaquinos labrados en mármol blanco procedente de las
canteras de San Feliu, cerca de Gerona. Cuando el rey Jaime II ordenó la
creación de su propio sepulcro, tomó como modelo el de su padre, Pedro III, que
fue realizado entre los años 1291 y 1307 por Bartomeu de Gerona y es más rico
que el de su hijo Jaime II y su esposa. Un gran templete de caladas tracerías
alberga el sepulcro del rey, consistente en una urna de pórfido rojo, que era una
pila de baño romana reutilizada, y traída a España por el almirante Roger de Lauria desde
Sicilia. La urna de pórfido se encuentra rodeada por imágenes de santos. En
diciembre de 1835, durante la primera guerra Carlista, tropas de la Legión
Extranjera francesa procedentes de Argelia, y que luchaban al
lado del Gobierno, junto con varias compañías de migueletes, fusileros de las
milicias de Cataluña que hacía las veces de carabineros, se alojaron en el monasterio
causando numerosos destrozos. Las tumbas reales de Jaime II y de su esposa fueron
profanadas por la soldadesca francesa. Los restos de Jaime II fueron quemados, aunque parece que algunos huesos permanecieron milagrosamente
intactos en el sepulcro. La momia de la reina Blanca de Nápoles fue arrojada a
un pozo, de donde fue rescatada en 1854. El sepulcro de Pedro III, a causa de
la solidez de la urna de pórfido utilizada para albergar el cadáver, impidió
que sus restos corrieran igual suerte. ¿Fue
el comportamiento vandálico de la soldadesca francesa una venganza tardía y
cobarde por las muchas derrotas que el rey aragonés había infligido a Carlos de
Anjou varios siglos antes? Jamás lo sabremos con seguridad, pero tampoco hay
que descartarlo. En
2009 se hallaron los restos mortales del rey Pedro III de Aragón en su tumba de
Santes Creus, mediante una sofisticada técnica de endoscopia y una analítica de
los gases contenidos en su interior. Es la única tumba de un monarca de la
Corona de Aragón que no ha sido jamás profanada. Los estudios forenses de sus
restos, exhumados en 2010, indican que probablemente su muerte se debió a una
afección pulmonar.
Pedro III en el collado de las Panizas |
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