En la Edad
Media y aún en el Renacimiento las mujeres que tuvieran conocimientos sobre
plantas, animales y minerales eran consideradas brujas. Muchas preparaban ungüentos
para curar, eran parteras, alquimistas, perfumistas, nodrizas o cocineras,
simplemente por estos conocimientos muchas mujeres fueron quemadas vivas, ahogadas o ahorcadas por la ignorancia de sus contemporáneos y el fanatismo de los clérigos de entonces. Recordemos, a guisa de ejemplo, las injustas
muertes de las célebres Brujas de Salem o el de las de Zugarramurdi en el norte
de España a principios de siglo XVII, y a las que hemos dedicado un artículo
en este mismo Blog.
A medida que se fue imponiendo el cristianismo en el mundo antiguo, las
arcaicas divinidades y los genios de la Naturaleza fueron reconvertidos en demonios
y anatemizados por la Iglesia como malos espíritus, y condenados al fuego eterno del infierno.
Un velo oscuro se fue extendiendo sobre el universo mítico, sobre la vieja
tradición heredada.
Una de las diosas más antiguas de la magia en la Antigüedad clásica es
Hécate. Junto a la diosa lunar Artemisa y a Perséfone, compañera de Hades por
la fuerza en el inframundo, las tres diosas conforman una tríada mágica. Se
considera a Hécate como la divinidad que preside la magia y los hechizos y está
ligada al mundo de las sombras. Se aparece a los magos y a las brujas con una
antorcha en la mano o en forma de distintos animales, yegua, perra, loba,
etcétera. Le es atribuida la invención de la hechicería. Hécate como maga,
preside las encrucijadas, los lugares por excelencia donde reside la magia. En
ellas se levantaba su estatua, en forma de una mujer de triple cuerpo o bien
tricéfala, señalando sus tres edades: juventud, madurez y ancianidad. Estas
estatuas eran muy abundantes en los campos y en los cruces de caminos, y a sus
pies se depositaban ofrendas.
Otra maga del mundo antiguo es Circe, que no duda en utilizar su varita
mágica para convertir en cerdos a los compañeros de Ulises en la Odisea de Homero, y ahí mismo ya la
llaman bruja. Al igual que le pasa a Medea con los brebajes que prepara para
Jasón. Los griegos nos regalan también a las Sibilas, eran seres mitológicos
que vivían en grutas cerca de corrientes de agua. La primera Sibila es Herófila,
que profetizó la Guerra de Troya, y le siguieron diez más siempre llamadas por
su lugar de origen.
Durante muchos años la bruja era la única que se encargaba de la salud
en los pequeños asentamientos. Es decir, curaba a sus vecinos y además solía ser
la comadrona que ayudaba a sus hijos a venir al mundo. Sus conocimientos se trasmitían
oralmente de madres a hijas, eran grandes conocedoras de la naturaleza y de lo
que ésta podía ofrecerles.
Los antiguos emperadores, reyes, papas, nobles, etcétera, tenían
médicos pero la gran masa de la población seguía consultando a estas curanderas
o sanadoras, a las que respetaban con una mezcla de temor y reverencia, las
llamaban como a las hadas buena mujer o bella dama, pero cuando
las cosas se torcían y sus conjuros y pócimas no sanaban se las llamaba
despectivamente brujas y hechiceras.
Pero entonces, ¿cuándo empieza a cambiar la situación de las brujas en
la sociedad? Frente a lo que se cree popularmente, no fue la Inquisición
española la que más hogueras prendió, sino la francesa. Y tampoco fueron los católicos
los más encarnizados perseguidores de las brujas, sino los protestantes durante
la Reforma de los ss. XVI-XVII, cuando la situación de estas mujeres
cambia con respecto a la nueva Iglesia reformada de los protestantes
calvinistas y luteranos, sobre todo en Alemania: solo Dios es capaz de curar el
cuerpo y el alma, por lo tanto todo aquel que encamine sus prácticas a
perseguir este fin será encarcelado, juzgado y ajusticiado. Son muy diversas
las personas ajusticiadas en nombre de Dios, niños, niñas, hombres, mujeres, judíos,
moriscos, profesionales de distintos ramos, condición, etcétera, pero sobre
todo mujeres acusadas de brujería por ejercer como parteras o sanadoras.
Durante siglos se ha hablado de las brujas y de sus pactos con el diablo,
de su aspecto desaliñado, de los conjuros y hechizos que lanzaban para hacer
daño a otros seres humanos, especialmente a los hombres. Pero, ¿qué hay de
verdad en todo esto? Cuenta una leyenda que la noche en que las brujas se reunían para celebrar su reunión o aquelarre, éstas se
transforman en aves negras despojándose de su piel y dejándola en remojo dentro
de tinajas. Mientras levantan el vuelo blasfeman contra Dios, sus ángeles y los santos. ¿Es
cierta esta afirmación apócrifa? Un cuerpo físico no puede transformarse en otro ser vivo por mucho que
la ciencia quiera y ni el alma ni el espíritu pueden abandonar el cuerpo porque
son el cuerpo en sí mientras haya un halo de vida.
Las brujas, según el folclore popular, elaboraban pociones que bebían para
convertirse en bellas jovencitas y así poder salir de su escondite a seducir y
embrujar a los hombres del pueblo para servirse de sus atributos viriles y
usarlos en sus conjuros. ¿Esto es cierto? En parte, es imposible transformar lo
que es feo en algo hermoso, pero utilizar ciertos fluidos del hombre para hacer
conjuros sí que es posible.
Según su propia leyenda negra, las brujas son las esclavas del diablo y
los gatos negros son sus mascotas. El diablo entrega a cada bruja un gato negro
para que en todo momento la vigile. Ellas podían recibir órdenes de su amo a
través del gato ya que éstos podían hablar y comunicarse con ellas. Sin
embargo, los gatos fueron venerados hasta la Edad Media. En esta época se
pensaban que eran brujas convertidas y se dedicaban a cazarlos, torturarlos,
quemarlos y cortarles la cabeza para utilizarla en sus conjuros. Una gran crueldad del ser humano fruto de su
ignorancia. Los gatos suelen tener una relación más íntima con las mujeres que
con los hombres. A los gatos siempre les ha rodeado un aura de misterio que los
hace únicos, por esto son fieles compañeros de las mujeres, misteriosas
también.
Fuera como fuese, la brujería siempre ha estado mal vista en las mujeres,
no podían tener ningún tipo de conocimiento distinto al de las criadas,
esposas y madres, siempre supeditadas a los deseos de sus
compañeros masculinos: padres, esposos, hermanos e hijos.
Muchas mujeres jóvenes, cansadas de estar oprimidas y bajo las órdenes
del señor feudal, del señor cura y hasta de su esposo, se reunían por las
noches en el bosque para beber comer, bailar y usar sus ungüentos. Éstos son los
famosos aquelarres de las brujas pasándoselo en grande. Solo necesitaban sentirse
vivas, libres, sin ataduras, poder conectar con su propio espíritu y con los
elementos (agua, aire, fuego y tierra). Una conexión con la Madre Naturaleza
que las dotó de sabiduría. Al igual que hoy en día, en pleno siglo XXI, los
jóvenes fuman y toman sustancias tóxicas y alucinógenas (drogas), en el Medievo,
estas mujeres utilizaban belladona, beleño, opio, setas y otras plantas alucinógenas que
se podían encontrar en el bosque o en campo abierto y manipular con facilidad. Ellas estudiaron de qué manera
podían utilizarlas. Si las ingerían sufrían dolor de estómago, vómitos,
diarreas y hasta la muerte por sobredosis o envenenamiento. Untarlo en la piel
causaba reacciones alérgicas como erupciones, ronchas, quemazón, etc., lo que además las delataba En las
únicas zonas que podían utilizar estos ungüentos sin dañarlas era en las axilas
y en los genitales. Utilizaban palos de escobas para untar el ungüento y
frotarlo por la vagina. A través de las mucosas llegaba con facilidad a la
sangre y tenían alucinaciones. Se sentían liberadas por unas horas, ligeras,
sin ataduras y la escoba era su medio de liberación. Por eso se relaciona a las
brujas con las escobas, un elemento fálico después de todo, pero que cumplía una
doble función como consolador para proporcionar placer sexual y, al mismo
tiempo, para extender por la vulva la substancia alucinógena.
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