Una de las leyendas templarias más curiosa y a la vez
más espeluznante relata el trágico amor de un caballero y una dama. Una joven
de Maraclea estaba enamorada de un caballero templario de Sidón, siendo
correspondida por éste. Lamentablemente, la muchacha murió y el caballero, loco
de amor, se dirigió por la noche al cementerio. Una vez allí cavó en la tumba
de su amada, la desenterró y consumó el acto sexual con el cadáver. Entonces
oyó una voz que saliendo del vacío le dijo que volviera nueve meses más tarde y
encontraría a su hijo. Al cabo de ese tiempo, el caballero regresó al
cementerio, abrió nuevamente el sepulcro y al hacerlo se encontró con una
calavera cruzada por dos tibias. Nuevamente, la misma voz se hizo oír
diciéndole que siempre llevara consigo la calavera y las tibias; que las
guardara celosamente porque éstas le protegerían de todo mal. Que cuando se
encontrara frente a sus enemigos, les mostrara la calavera, que eso sería
suficiente para derrotarlos. Al parecer, el autor de esta historia es un tal
Jack Wilson, que vivió en el siglo XII. Aunque en sus orígenes no tuvo relación
con la Orden, al conocerse las acusaciones hechas contra los monjes, este hecho
macabro se relacionó con ellos. Al parecer también fue sacado a relucir entre
las acusaciones preparadas por Guillermo de Nogaret.
El escritor Edward Burman, en su libro Crímenes sumamente abominables,
cuenta que un notario apostólico de Vercelli llamado Antonio Sicci fue quien
habló a los inquisidores del cráneo de Sidón, relatando que había conocido la
historia mientras trabajaba para la Orden en Tierra Santa. Aunque hoy no se
daría crédito a una historia tan fantasiosa, en la Edad Media estas cosas se
creían posibles. Como el origen de la mujer de esta historia es armenio, los
teólogos y frailes dominicos que llevaron a cabo el interrogatorio relacionaron
el suceso de necrofilia con la Iglesia armenia y con las sectas de paulicianos.
Éstos, al igual que los bogomilos, practicaron el catarismo combatido por la
Iglesia romana en la cruzada contra los albigenses acusándoles de prácticas de
brujería, nigromancia, herejía, homosexualidad, etcétera. Los caballeros del
Temple eran ya sospechosos de haber mantenido estrechas relaciones con los
cátaros del Languedoc, sobre todo en las encomiendas instaladas en esas tierras
y en Provenza, de modo que el relato de Sicci no hizo más que cerrar el
círculo, afianzar más la trampa mortal que se estaba urdiendo contra los
templarios. Algunos investigadores sostienen que es esta leyenda la que da
origen a la bandera que más tarde utilizaron los piratas y otros
proscritos.
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