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domingo, 8 de abril de 2018

La leyenda apócrifa del cráneo de Sidón


Una de las leyendas templarias más curiosa y a la vez más espeluznante relata el trágico amor de un caballero y una dama. Una joven de Maraclea estaba enamorada de un caballero templario de Sidón, siendo correspondida por éste. Lamentablemente, la muchacha murió y el caballero, loco de amor, se dirigió por la noche al cementerio. Una vez allí cavó en la tumba de su amada, la desenterró y consumó el acto sexual con el cadáver. Entonces oyó una voz que saliendo del vacío le dijo que volviera nueve meses más tarde y encontraría a su hijo. Al cabo de ese tiempo, el caballero regresó al cementerio, abrió nuevamente el sepulcro y al hacerlo se encontró con una calavera cruzada por dos tibias. Nuevamente, la misma voz se hizo oír diciéndole que siempre llevara consigo la calavera y las tibias; que las guardara celosamente porque éstas le protegerían de todo mal. Que cuando se encontrara frente a sus enemigos, les mostrara la calavera, que eso sería suficiente para derrotarlos. Al parecer, el autor de esta historia es un tal Jack Wilson, que vivió en el siglo XII. Aunque en sus orígenes no tuvo relación con la Orden, al conocerse las acusaciones hechas contra los monjes, este hecho macabro se relacionó con ellos. Al parecer también fue sacado a relucir entre las acusaciones preparadas por Guillermo de Nogaret.
El escritor Edward Burman, en su libro Crímenes sumamente abominables, cuenta que un notario apostólico de Vercelli llamado Antonio Sicci fue quien habló a los inquisidores del cráneo de Sidón, relatando que había conocido la historia mientras trabajaba para la Orden en Tierra Santa. Aunque hoy no se daría crédito a una historia tan fantasiosa, en la Edad Media estas cosas se creían posibles. Como el origen de la mujer de esta historia es armenio, los teólogos y frailes dominicos que llevaron a cabo el interrogatorio relacionaron el suceso de necrofilia con la Iglesia armenia y con las sectas de paulicianos. Éstos, al igual que los bogomilos, practicaron el catarismo combatido por la Iglesia romana en la cruzada contra los albigenses acusándoles de prácticas de brujería, nigromancia, herejía, homosexualidad, etcétera. Los caballeros del Temple eran ya sospechosos de haber mantenido estrechas relaciones con los cátaros del Languedoc, sobre todo en las encomiendas instaladas en esas tierras y en Provenza, de modo que el relato de Sicci no hizo más que cerrar el círculo, afianzar más la trampa mortal que se estaba urdiendo contra los templarios. Algunos investigadores sostienen que es esta leyenda la que da origen a la bandera que más tarde utilizaron los piratas y otros proscritos.


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