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jueves, 26 de abril de 2018

El gran rey Senaquerib y la reconstrucción del imperio asirio


Hasta bien entrado el siglo XIX, se creía que los relatos bíblicos eran meras narraciones basadas en tradiciones orales y leyendas. Sin embargo, hoy sabemos que en la Biblia se ofrecen abundantes datos históricos acerca de las civilizaciones que florecieron en el Próximo Oriente, y la moderna arqueología así lo ha confirmado. Según los relatos veterotestamentarios, Senaquerib combatió al rey Ezequías de Judá y asedió Jerusalén: «A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las tomó. Ezequías envió un mensaje a los asirios que procedían al asedio de Laquis, reconociendo su traición y ofreciéndose a pagar el tributo que Senaquerib le impusiera a cambio de la paz».
Senaquerib fue rey de Asiria entre los años 705 y 681 a.C., y también lo fue de Babilonia en dos etapas distintas a lo largo de su reinado, la segunda desde el 689 a.C. hasta su muerte. Hijo y sucesor del gran rey asirio Sargón II, estuvo ocupado en incesantes conflictos por toda la creciente fértil durante la mayor parte de su reinado guerreando con Elam, Urartu y Egipto. Combatió al rey Ezequías de Judá, asedió infructuosamente Jerusalén y arrasó Babilonia tras varias revueltas contra su dominio, la última de las cuales provocó la muerte de su hijo y heredero, Asurnadimsumi, desgracia que acarrearía un conflicto sucesorio, a resultas del cual Senaquerib murió asesinado por dos de sus hijos en una revuelta palaciega. Fue sucedido y vengado por su hijo menor y heredero designado, Asarhadón. A pesar de su intensa actividad bélica, sus mayores esfuerzos los dedicó a la arquitectura civil y las obras públicas. Reconstruyó con colosales proporciones la antigua ciudad sagrada de Nínive, convirtiéndola en la gran capital de Asiria, dotándola de templos, palacios, jardines y murallas, y construyó el colosal acueducto de Jerwán para asegurar el abastecimiento de agua.
Senaquerib heredó de su padre un imperio asirio sólidamente asentado, dotado de una eficaz administración y la maquinaria militar más formidable de su tiempo. Como sucesor designado, Senaquerib había sido bien instruido por su padre, y estaba versado en la guerra, la administración del Estado y la diplomacia. Sin embargo, apenas había subido al trono cuando comenzó una seria crisis, habitual con cada cambio de monarca en un imperio tan despótico y odiado como fue el asirio. Las aplastantes victorias militares de Sargón no habían logrado acabar con el espíritu de independencia de los pueblos sometidos, y había situado sus fronteras en vecindad con las tres grandes potencias de la época en Oriente Próximo: Egipto, Urartu y Elam, países que iban a procurar garantizar su propia seguridad espoleando las dificultades internas de los asirios. Elam, en particular, experimentaba una época de auge bajo el gobierno del enérgico monarca Shuturnakhkhunte II, que había invadido Mesopotamia en 710 y 708 a.C., e iba a suscitar de nuevo muchos problemas a los asirios en Babilonia y la Baja Mesopotamia. Negándose a adoptar el título de shakanaku (virrey), a fin de satisfacer al clero de Marduk y halagar el orgullo de los babilonios, Senaquerib se proclamó rey de Babilonia, sin molestarse en adoptar un segundo nombre real babilonio o prodigarse en obsequios a Marduk y sus poderosos sacerdotes.

La campaña de Babilonia (703 a.C.)

Pronto se encendió la llama de la rebelión en Babilonia. En 703 a.C. un desconocido hijo de esclavos, Mardukzakirshumi II, expulsó a los asirios y se hizo con el poder; sin embargo, fue destituido apenas un mes después por el ex monarca Merodac-Baladán, derrotado por Sargón II en 710 a.C., que había permanecido más de un lustro oculto en las marismas del País del Mar, esperando el momento de su venganza. Merodac-Baladán se hizo proclamar de nuevo rey de Babilonia y comenzó a recabar apoyos para combatir a los asirios. Empleando con prodigalidad los inmensos tesoros de oro, plata y gemas ocultados en el templo Esagila, se aseguró el auxilio del rey de Elam, que le envió importantes refuerzos al mando de su lugarteniente Imbapa, el segundo de éste, un tal Tannanu, y diez generales más, junto con el temible caudillo suteo Nergalnasir, al frente de unas fuerzas que los Anales de Senaquerib elevaban a 80000 hombres. Pronto se hicieron con el control de las principales ciudades de la Baja Mesopotamia, como Ur, Eridu, Nipur, Kutha y Borsipa, y se aseguraron el apoyo de las tribus cercanas.
El joven Senaquerib, reaccionó con su característico brío («rugiendo como un león»), movilizando un inmenso dispositivo militar y emprendiendo personalmente la reconquista de la zona. Partió de Assur a principios de año a la cabeza de un primer ejército y cercó, en las proximidades de Kutha, a los rebeldes babilonios. Mientras, sus generales marcharon en vanguardia sobre la antigua ciudad de Kis, para mantener a raya al grueso de la coalición. Elamitas y babilonios salieron de la ciudad al encuentro de los asirios y trabaron combate en la llanura de Kis. Después de tomar Kutha al asalto y exterminar a sus defensores, Senaquerib acudió a marchas forzadas en auxilio de sus generales y derrotó a Merodac-Baladán, que huyó de nuevo al País del Mar. Los asirios tomaron prisioneros a un hijo de Merodac-Baladán, Adinu, así como a Baskanu, hermano de Yatié, reina de los árabes, y numerosos soldados fueron reducidos a la esclavitud. También cayó en sus manos un inmenso botín de carros, carretas, caballos, mulas, burros, camellos y dromedarios que formaban el aparato logístico de los vencidos, además de los víveres y suministros que transportaban. A continuación, Senaquerib entró vencedor en Babilonia, apoderándose de los tesoros e insignias reales de Merodac-Baladán, así como de su esposa e hijas, de su harén y cortesanos. Sin embargo, los asirios no lograron atrapar a Merodac-Baladán, persiguiéndolo en vano durante cinco días por las marismas de la Baja Mesopotamia. En represalia, Senaquerib devastó su país de origen, Bityakín. Tras someter de nuevo toda la Baja Mesopotamia al dominio asirio, esclavizando a los rebeldes, Senaquerib instaló en el trono a un nuevo rey-títere, el potentado babilonio Belibni, educado en la corte asiria. Una vez restablecida su autoridad, el monarca emprendió el retorno a su patria, deteniéndose a someter a distintas tribus arameas y a recibir cuantioso tributo de la ciudad de Hararati, a orillas del Éufrates. Retornó a Asiria con un botín que sus Anales elevaron a la cifra de 208000 prisioneros, 7250 caballos y mulas, 11070 burros, 5250 camellos, más de 80000 cabezas de ganado y unas 800000 ovejas, sin incluir el material de guerra y el botín repartido entre sus soldados.

La campaña de los montes Zagros (702 a.C.)

La rebelión de la Baja Mesopotamia y la intervención elamita provocó que el poderío asirio quedara en entredicho en sus límites nororientales. El rey Ishpabara de Ellipi, país montañés situado en la vertiente occidental de los Zagros y sometido a tributo, se levantó en armas, determinado a recuperar su independencia, al igual que los kasitas y los habitantes de Yasubigallai. Por ello, Senaquerib emprendió una difícil y devastadora campaña de castigo en estas escarpadas regiones en 702 a.C. Primero tomó la ciudad de Bitkilamzak, reconstruida y convertida en capital de un distrito, que pasó a depender del gobierno de Arrapkha. Los montañeses sometidos fueron deportados y obligados a asentarse en la nueva capital, así como en las ciudades de Hardishpi y Bitkubati. Una estela conmemora la conquista asiria. A continuación, los asirios se dirigieron contra el corazón de Ellipi. Después de tomar sus capitales, Murubishti y Akudu, así como las principales ciudades fortificadas y plazas fuertes del reino, los asirios se dedicaron a arrasar el territorio y esclavizar a sus habitantes, antes de someter a sus gobernantes a nuevos tributos. Una parte del territorio de Ellipi, la región llamada Bitbarru, fue anexionada por Asiria y convertida en una provincia con capital en Elenzash e integrada en el círculo militar de Kharkhar. Incluso las lejanas tribus medas rindieron tributo a los conquistadores.

La campaña del Oeste (701 a.C.)

También en Siria y el Levante mediterráneo la muerte de Sargón II provocó el estallido de una revuelta general entre los principados tributarios de los asirios, instigados por Egipto, que entonces estaba gobernado por el beligerante faraón Shabitko, de origen kushita. En la ciudad-estado filistea de Ascalón, el rey Sharruludari, entronizado por Sargón II, fue depuesto y sucedido por Sitka. En las plazas fenicias de Sidón y Tiro, su soberano Luli también se unió a la revuelta generalizada. Asimismo, el gobernador asirio de Cilicia se alzó en armas, y con él los colonos griegos asentados en la polis de Tarso. El rey Ezequías de Judá recibió cartas de Merodac-Baladán de Babilonia, animándole a unirse a la rebelión y a convertirse en el pilar en torno al cual gravitarían las fuerzas antiasirias en Canaán (Palestina). El rey proasirio de Ecrón, Padi, fue destronado por los egipcios y enviado encadenado a Ezequías, rey de Judá, para mayor humillación.
Siendo tal la situación en el Líbano, en 701 a.C., tras sus victorias en los montes Zagros, Senaquerib marchó hacia el Oeste para someter a los sublevados al yugo asirio, de nuevo. En primer lugar, la revuelta cilicia fue aplastada y la colonia griega de Tarso aniquilada. Tiro se rindió a los asirios. Su rey, Luli, se vio forzado a huir a Chipre, donde fallecería, y Senaquerib impuso a un tal Itobaal como nuevo príncipe en la ciudad-estado, que perdió el control de Sidón y de Acre, que formaron un nuevo reino. Los reyes de las ciudades costeras fenicias, Menachem de Samsimuruna, Abdiliti de Harbad y Urumiliki de Biblos, se sometieron de nuevo a los asirios. A continuación, el rey Senaquerib se dirigió hacia el sur, recibiendo el homenaje de diversos reyes: Mitinti de Ashod, Buduilu de Bethammón, Kamusunadbi de Moab y Malikrammu de Edom. Pero las cosas no fueron tan sencillas. Ascalón hubo de ser tomada por la fuerza, junto con las ciudades vecinas del mismo reino, Bethdagón, Jopa, Banaibarka y Asuru. Sitka fue tomado prisionero junto con su familia y los asirios se apoderaron del tesoro real, y Sharruludari restaurado en el trono de Ascalón. Aun así, el predominio asirio sobre Levante distaba mucho de haberse restablecido completamente.
Volviendo su atención hacia el rey Ezequías de Judá, la Biblia nos dice que «en represalia por su traición» los asirios sitiaron y capturaron muchas de sus ciudades fortificadas y arrasaron muchas poblaciones. Ezequías envió un mensaje a los asirios cuando procedían al asedio de Laquis, reconociendo su traición y ofreciéndose a pagar el tributo que Senaquerib le impusiera a cambio de la paz: «A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las tomó. Entonces Ezequías, rey de Judá, envió a decir al rey de Asiria que estaba en Laquis: “Yo he pecado; apártate de mí, y haré todo lo que me impongas.” Y el rey de Asiria impuso a Ezequías, rey de Judá, trescientos talentos de plata y treinta talentos de oro». 
La captura asiria de Laquis se presenta en un célebre friso, donde el cruel monarca aparece sentado sobre un trono ante la ciudad vencida, aceptando los despojos que le llevaban de aquella ciudad mientras se torturaba cruelmente a los cautivos arrancándoles los ojos después de obligarles a presenciar cómo sus mujeres eran desolladas vivas y empaladas, y sus hijos degollados. 
Senaquerib envió a tres de sus capitanes, Rabsaqué, Tartán y Rabsarís, con una poderosa fuerza militar para pedir al rey y al pueblo de Jerusalén que capitularan y con el tiempo se sometieran a ser enviados al exilio. El mensaje asirio despreciaba de manera particular la fe ciega del rey Ezequías en su dios Yahvé. A pesar de la fe en su dios, el rey Ezequías pagó el exorbitante tributo de 300 talentos de plata y 30 talentos de oro que exigió Senaquerib. La embajada asiria regresó con su monarca, que a la sazón estaba luchando contra Labná, y se oyó decir respecto al príncipe kushita Taharqa, futuro faraón: «Mira que ha salido a pelear contra ti». Las inscripciones de Senaquerib hablan de una batalla en Elteqeh, unos 15 km al noroeste de Ecrón, en la que derrotó a un ejército egipcio y a las fuerzas del rey de Etiopía. Luego, conquistó las ciudades de Timnah y Ecrón, donde ejecutó a los líderes rebeldes y restauró en el trono al liberado Padi.

La campaña de Judá y el sitio de Jerusalén (701 a.C.)

Aunque Senaquerib había enviado cartas amenazadoras advirtiendo al rey Ezequías que no había desistido en su determinación de tomar Jerusalén, la capital del reino de Judá, la Biblia dice que el dios de los hebreos golpeó el campamento asirio con una epidemia que mató a más de 180000 soldados en una sola noche. Por otra parte, las inscripciones de Senaquerib no mencionan nada respecto a este desastre, pero en vista del tono jactancioso que domina habitualmente las inscripciones de los soberanos asirios, difícilmente cabría esperar que Senaquerib registrara tal derrota. No es menos cierto que los antiguos judíos solían exagerar sus victorias y fantaseaban con la intervención de su dios en todos los conflictos. No obstante, la versión asiria del asunto, inscrita en el llamado Prisma de Senaquerib, conservado en el Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, muestra que, si bien Senaquerib no llegó a tomar Jerusalén, Judá fue sometido de nuevo al dominio asirio: «En cuanto a Ezequías el Judío, que no se sometió a mi yugo, puse sitio a 46 de sus ciudades fuertes, e innumerables poblachones de sus alrededores, y (las) conquisté mediante arietes y máquinas de asedio. Saqué (de ellas) 200150 personas, jóvenes y ancianos, varones y hembras, [así como] innumerables caballos, mulas, asnos, camellos y ganado mayor y menor, que le arrebaté y consideré botín. A él mismo (Ezequías), encerré en Jerusalén, su residencia real, como a un pájaro en una jaula. [...] Las ciudades que había tomado a saco desgajé de su país y las entregué a Mitinti, rey de Ashod, a Padi, rey de Ecrón, y a Sillibel, rey de Gaza. Y así disminuí su territorio. [...] El propio Ezequías, fue por el terrible esplendor de mi majestad, y los árabes y las tropas mercenarias que había traído para reforzar Jerusalén, su ciudad real, le abandonaron. Me envió más tarde a Nínive, mi ciudad señorial, además de 30 talentos de oro, 800 talentos de plata, piedras preciosas, antimonio, grandes bloques de piedra roja, lechos (taraceados) con marfil, sillas [taraceadas] con marfil, cueros de elefante, madera de ébano, madera de boj [y] toda clase de valiosos tesoros, sus hijas, concubinas, músicos y bailarinas. Para entregar el tributo y rendir obediencia como un esclavo envió a sus mensajeros (personales)».
Algunos comentaristas intentan explicar el desastre refiriéndose a un relato de Heródoto en el que cuenta que sobre el campamento asirio «cayó durante la noche un tropel de ratones campestres que royeron sus aljabas, sus arcos y, asimismo, los brazales de sus escudos», lo que los incapacitó para la invasión de Egipto. Este relato no coincide con el registro bíblico, ni tampoco armoniza con las inscripciones asirias. No obstante, los relatos de Berozo y Heródoto reflejan el hecho de que las fuerzas de Senaquerib sufrieron una repentina calamidad en esta campaña que les obligó a levantar el asedio sobre Jerusalén.

La segunda campaña de Babilonia (700 a.C.)

A pesar de su victoriosa campaña militar en Levante, las dificultades de Senaquerib en la región no habían terminado. Aprovechando que el monarca asirio estaba comprometido con el grueso de sus fuerzas en el oeste, el tenaz rey babilonio Merodac-Baladán reapareció y volvió a alzarse en armas al sur de Mesopotamia. Marchando sobre Babilonia en la cuarta campaña de su reinado, el monarca asirio depuso y tomó prisionero al entonces rey, Belibni, cuya lealtad era más que sospechosa, para avanzar a continuación sobre Bityakín. El rebelde Shuzubi el Caldeo, señor de Bitutu, huyó. Con objeto de acabar de una vez por todas con la revuelta, Senaquerib envió a sus tropas al corazón mismo de las marismas. Merodac-Baladán retrocedió ante el avance de las huestes asirias, pero, finalmente, fue acorralado en sus últimos reductos a orillas del golfo Pérsico. Embarcó entonces una parte de sus tropas, las estatuas de sus dioses e incluso los huesos de sus antepasados, y navegó por la costa hasta la ciudad elamita de Nagitu, donde buscó refugio. Las tropas asirias, que no pudieron impedir su huida, batieron los cañaverales y sus poblaciones, saqueando la región hasta la frontera de Elam y trajeron, entre los prisioneros, a varios príncipes y a los cortesanos que el monarca fugitivo había dejado atrás. A fin de solventar la irritante y siempre renaciente rebelión, espoleada por la permanente traición de los babilonios, Senaquerib decidió poner en el trono de Babilonia a su primogénito, el príncipe heredero, Asurnadimsumi, que ejercería un férreo dominio sobre la Baja Mesopotamia al tiempo que iba ejerciendo el poder y adquiriendo experiencia.

La campaña de Nipur (699 a.C.)

Estos acontecimientos tuvieron una repentina repercusión en Elam. Una revuelta palaciega derribó a Sutruknahunte II, en provecho de su hermano menor, Hallusuinsusinak, que reinó en Susa entre los años 699 y 693 a.C. Este cambio provocaría nuevas guerras pero, por el momento, la tranquilidad parecía reinar de nuevo en el imperio asirio, si bien la regia vanidad exigió que se registrara como «quinta campaña» una expedición menor contra la ciudad de Utku, en los montes de Nipur, al este del Tigris. Senaquerib dejó que sus generales se encargaran de reprimir la rebelión del gobernador de Cilicia, Kirúa, en 696, cuya capital fue tomada al asalto; él mismo fue enviado prisionero a Nínive, donde fue desollado vivo. Al año siguiente hubo una campaña punitiva contra Tilgarimmu, cerca del Tauro. Senaquerib permaneció en Asiria entregado a la realización de una obra que deseaba vivamente: la construcción de su propia capital.

La reconstrucción de Nínive (705–690 a.C.)

Al ascender al trono Senaquerib abandonó la inacabada ciudad de su padre, Dur-Sharrukin, convertida en una irrelevante ciudad de provincias. Centró sus esfuerzos en la reconstrucción de la nueva ciudad sobre la antigua ciudad de Nínive, un ancestral centro religioso de gran importancia que nunca había sido corte real, con objeto de convertirla en la más bella ciudad del reino y en capital de su pujante imperio. El rey la reconstruyó desde sus cimientos e hizo de ella una fastuosa metrópolis. La primera versión de los anales de su reinado, escrita después de la campaña de 703 a.C., ya comprendía un balance prometedor de las obras de Nínive. La quinta, en 694 a.C., fecha en que fue inaugurado solemnemente el nuevo palacio, ofrece una descripción completa.
Senaquerib tenía un vivo interés por el urbanismo y la ingeniería, pasión por la belleza y refinados gustos artísticos. En primer lugar, el rey asirio amplió el perímetro de la ciudad enormemente, de 9300 a 21815 codos. Agrandó sus plazas y calles, hizo construir a la puerta de la ciudadela interior un puente de ladrillos y cal, dispuso una triunfal «vía real» de más de treinta metros de ancho y bordeada de estelas que, a través de la ciudad, venían a desembocar en la Puerta de los Jardines, una de las quince grandes puertas de la muralla exterior, de 40 ladrillos de espesor y 100 de alta, y protegida por un foso de cincuenta metros de anchura. Tenía entre 15 y 18 puertas impresionantes, cada una de ellas dedicada a una divinidad. Se desvió el canal Tebiltu, cuyas aguas habían minado los cimientos de la antigua metrópolis, que no medía más que 395 codos por 95. Tras rellenar el antiguo cauce, la plataforma se expandió a 914 codos por 440, y fue alzada hasta una altura de 190 hileras de ladrillos. Sobre esta superficie se edificó un espectacular palacio. Tenía al menos 80 habitaciones y 3 km de decoración mural sobre placas de alabastro adosadas a los muros de adobe. Senaquerib lo bautizó como el «Palacio sin rival». Para su construcción hizo traer de todas partes los materiales necesarios. Se explotaron nuevas canteras, se talaron bosques aún vírgenes y se refinaron las artes de la escultura y la metalurgia. Monstruosos toros alados con cabezas de reyes barbudos, los Shedu, franqueaban sus principales puertas.

La ansiada paz y el problema sucesorio (688–681 a.C.)

Tras la destrucción de Babilonia (689 a.C.), los ocho años restantes del reinado de Senaquerib fueron de aparente paz. El rey permaneció en Nínive, entregado a tareas administrativas, aunque sus generales dirigieron alguna campaña punitiva contra los árabes. Apenas tres meses después de la caída de Babilonia, murió Khumbannimena II, rey de Elam, y le sucedió Khumbankhaltash II, que quizá fuera su sobrino. Bajo su pacífico reinado, Elam vio crecer su influencia: Ellipi y el País del Mar —donde se instaló como gobernante un hijo del tenaz Merodac-Baladán— se sacudieron la tutela asiria para volverse hacia Elam. En Anatolia, el país de Tabal también recobró su independencia, y Urartu ocupó de nuevo Musashi y algunas regiones vecinas de la frontera septentrional de Asiria. Por lo tanto, Senaquerib no fue capaz de mantener intactas las fronteras del dilatado imperio forjado por su padre.
En el interior del país se sucedieron los problemas, paralizando nuevas ofensivas que permitieran el restablecimiento de la hegemonía asiria en todos los frentes. La muerte de su heredero provocó una grave crisis en la corte asiria, ya de por sí dada a la intriga. La tradición mesopotámica establecía que el hijo mayor del rey era siempre, de derecho y de conformidad con los mandatos divinos, el legítimo heredero del trono. Sin embargo, si llegaba a morir antes que su padre, éste podía designar libremente a su sucesor en el poder, sin tener en cuenta la edad o la madre del príncipe. Senaquerib tenía aún cinco hijos vivos, el menor de los cuales era Asarhadón (Assurakhaiddina), nacido de su última esposa, Naquia, a la que se llamaba en asirio Zacuto. Mujer en apariencia enérgica y ambiciosa, intrigó apasionadamente en favor de su hijo, conquistando poco a poco el corazón del rey. Sin embargo, los hermanos mayores de Asarhadón defendían no menos encarnizadamente sus respectivas candidaturas, y contaban con sus propias camarillas. El nacionalismo asirio se convirtió en una importante cuestión en disputa, ya que denunciaban como crímenes las simpatías probabilónicas de la reina y su hijo. El resultado fue el rebrote de las luchas y las intrigas constantes en el seno de la familia real. Finalmente, el elegido fue Asarhadón.
Según el Antiguo Testamento «sucedió que mientras [Senaquerib] adoraba a su dios en el templo de Nisroc, sus hijos Adramelec y Saraza lo mataron a espada y huyeron a la tierra de Ararat». Sucedió esto en el 681 a.C. Una inscripción de su hijo, sucesor y vengador, Asarhadón, confirma esta declaración bíblica, aunque no menciona los nombres de los asesinos.

Carro de guerra asirio (siglo VIII a.C.)

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