Hasta bien entrado el siglo XIX, se creía que los relatos
bíblicos eran meras narraciones basadas en tradiciones orales y leyendas.
Sin embargo, hoy sabemos que en la Biblia se ofrecen abundantes datos
históricos acerca de las civilizaciones que florecieron en el Próximo Oriente,
y la moderna arqueología así lo ha confirmado. Según los relatos
veterotestamentarios, Senaquerib combatió al rey Ezequías de Judá y asedió Jerusalén:
«A los catorce años del
rey Ezequías, subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades
fortificadas de Judá y las tomó. Ezequías envió un mensaje a los asirios que
procedían al asedio de Laquis, reconociendo su traición y ofreciéndose a pagar
el tributo que Senaquerib le impusiera a cambio de la paz».
Senaquerib fue rey de
Asiria entre los años 705 y 681 a.C., y también lo fue de Babilonia en dos
etapas distintas a lo largo de su reinado, la segunda desde el 689 a.C. hasta
su muerte. Hijo y sucesor del gran rey asirio Sargón II, estuvo ocupado en incesantes
conflictos por toda la creciente fértil durante la mayor parte de su reinado guerreando con Elam, Urartu y Egipto. Combatió al rey Ezequías de Judá, asedió
infructuosamente Jerusalén y arrasó Babilonia tras varias revueltas contra su
dominio, la última de las cuales provocó la muerte de su hijo y heredero,
Asurnadimsumi, desgracia que acarrearía un conflicto sucesorio, a resultas del
cual Senaquerib murió asesinado por dos de sus hijos en una revuelta palaciega.
Fue sucedido y vengado por su hijo menor y heredero designado, Asarhadón. A
pesar de su intensa actividad bélica, sus mayores esfuerzos los dedicó a la
arquitectura civil y las obras públicas. Reconstruyó con colosales proporciones la
antigua ciudad sagrada de Nínive, convirtiéndola en la gran capital de Asiria,
dotándola de templos, palacios, jardines y murallas, y construyó el colosal acueducto
de Jerwán para asegurar el abastecimiento de agua.
Senaquerib heredó de su padre un imperio asirio sólidamente asentado, dotado de una eficaz administración
y la maquinaria militar más formidable de su tiempo. Como sucesor
designado, Senaquerib había sido bien instruido por su padre, y estaba versado en la guerra, la administración del Estado y la diplomacia. Sin embargo, apenas
había subido al trono cuando comenzó una seria crisis, habitual con cada cambio
de monarca en un imperio tan despótico y odiado como fue el asirio. Las aplastantes victorias
militares de Sargón no habían logrado acabar con el espíritu de
independencia de los pueblos sometidos, y había situado sus fronteras en
vecindad con las tres grandes potencias de la época en Oriente Próximo: Egipto,
Urartu y Elam, países que iban a procurar garantizar su propia seguridad
espoleando las dificultades internas de los asirios. Elam, en particular,
experimentaba una época de auge bajo el gobierno del enérgico monarca Shuturnakhkhunte
II, que había invadido Mesopotamia en 710 y 708 a.C., e iba a suscitar de nuevo
muchos problemas a los asirios en Babilonia y la Baja Mesopotamia. Negándose a
adoptar el título de shakanaku (virrey), a fin de satisfacer al clero de Marduk
y halagar el orgullo de los babilonios, Senaquerib se proclamó rey de
Babilonia, sin molestarse en adoptar un segundo nombre real babilonio o
prodigarse en obsequios a Marduk y sus poderosos sacerdotes.
La campaña de Babilonia
(703 a.C.)
Pronto se encendió la
llama de la rebelión en Babilonia. En 703 a.C. un desconocido hijo de esclavos,
Mardukzakirshumi II, expulsó a los asirios y se hizo con el poder; sin embargo,
fue destituido apenas un mes después por el ex monarca Merodac-Baladán,
derrotado por Sargón II en 710 a.C., que había permanecido más de un lustro oculto
en las marismas del País del Mar, esperando el momento de su venganza.
Merodac-Baladán se hizo proclamar de nuevo rey de Babilonia y comenzó a recabar
apoyos para combatir a los asirios. Empleando con prodigalidad los inmensos
tesoros de oro, plata y gemas ocultados en el templo Esagila, se aseguró el
auxilio del rey de Elam, que le envió importantes refuerzos al mando de su
lugarteniente Imbapa, el segundo de éste, un tal Tannanu, y diez
generales más, junto con el temible caudillo suteo Nergalnasir, al frente de
unas fuerzas que los Anales de Senaquerib elevaban a 80000 hombres. Pronto se
hicieron con el control de las principales ciudades de la Baja Mesopotamia,
como Ur, Eridu, Nipur, Kutha y Borsipa, y se aseguraron el apoyo de las tribus
cercanas.
El joven Senaquerib, reaccionó
con su característico brío («rugiendo como un león»), movilizando un inmenso
dispositivo militar y emprendiendo personalmente la reconquista de la zona.
Partió de Assur a principios de año a la cabeza de un primer
ejército y cercó, en las proximidades de Kutha, a los rebeldes babilonios.
Mientras, sus generales marcharon en vanguardia sobre la antigua ciudad de Kis,
para mantener a raya al grueso de la coalición. Elamitas y babilonios salieron
de la ciudad al encuentro de los asirios y trabaron combate en la llanura de
Kis. Después de tomar Kutha al asalto y exterminar a sus defensores, Senaquerib acudió
a marchas forzadas en auxilio de sus generales y derrotó a
Merodac-Baladán, que huyó de nuevo al País del Mar. Los asirios tomaron
prisioneros a un hijo de Merodac-Baladán, Adinu, así como a Baskanu, hermano de
Yatié, reina de los árabes, y numerosos soldados fueron reducidos a la esclavitud. También cayó en sus
manos un inmenso botín de carros, carretas, caballos, mulas, burros, camellos y
dromedarios que formaban el aparato logístico de los vencidos, además de los víveres y suministros que transportaban. A continuación, Senaquerib entró vencedor en
Babilonia, apoderándose de los tesoros e insignias reales de Merodac-Baladán,
así como de su esposa e hijas, de su harén y cortesanos. Sin embargo, los asirios no
lograron atrapar a Merodac-Baladán, persiguiéndolo en vano durante cinco días
por las marismas de la Baja Mesopotamia. En represalia, Senaquerib devastó su
país de origen, Bityakín. Tras someter de nuevo toda la Baja Mesopotamia al
dominio asirio, esclavizando a los rebeldes, Senaquerib instaló en el trono a
un nuevo rey-títere, el potentado babilonio Belibni, educado en la corte
asiria. Una vez restablecida su autoridad, el monarca emprendió el retorno a su
patria, deteniéndose a someter a distintas tribus arameas y a recibir cuantioso
tributo de la ciudad de Hararati, a orillas del Éufrates. Retornó a Asiria con
un botín que sus Anales elevaron a la cifra de 208000 prisioneros, 7250 caballos y mulas, 11070 burros, 5250 camellos, más de 80000 cabezas de ganado y unas 800000 ovejas, sin incluir el material de guerra y el botín repartido entre
sus soldados.
La campaña de los montes
Zagros (702 a.C.)
La rebelión de la
Baja Mesopotamia y la intervención elamita provocó que el poderío asirio
quedara en entredicho en sus límites nororientales. El rey Ishpabara de Ellipi,
país montañés situado en la vertiente occidental de los Zagros y sometido a
tributo, se levantó en armas, determinado a recuperar su independencia,
al igual que los kasitas y los habitantes de Yasubigallai. Por ello, Senaquerib
emprendió una difícil y devastadora campaña de castigo en estas escarpadas regiones en
702 a.C. Primero tomó la ciudad de Bitkilamzak, reconstruida y convertida en
capital de un distrito, que pasó a depender del gobierno de Arrapkha. Los
montañeses sometidos fueron deportados y obligados a asentarse en la nueva capital, así como
en las ciudades de Hardishpi y Bitkubati. Una estela conmemora la conquista
asiria. A continuación, los asirios se dirigieron contra el corazón de Ellipi.
Después de tomar sus capitales, Murubishti y Akudu, así como las principales ciudades fortificadas y plazas fuertes del reino, los asirios se dedicaron a arrasar el territorio y
esclavizar a sus habitantes, antes de someter a sus gobernantes a nuevos
tributos. Una parte del territorio de Ellipi, la región llamada Bitbarru, fue
anexionada por Asiria y convertida en una provincia con capital en Elenzash e
integrada en el círculo militar de Kharkhar. Incluso las lejanas tribus medas
rindieron tributo a los conquistadores.
La campaña del Oeste
(701 a.C.)
También en Siria y el
Levante mediterráneo la muerte de Sargón II provocó el estallido de una
revuelta general entre los principados tributarios de los asirios, instigados
por Egipto, que entonces estaba gobernado por el beligerante faraón Shabitko,
de origen kushita. En la ciudad-estado filistea de Ascalón, el rey Sharruludari,
entronizado por Sargón II, fue depuesto y sucedido por Sitka. En las plazas fenicias de Sidón y Tiro, su soberano Luli también se unió a la revuelta generalizada. Asimismo, el
gobernador asirio de Cilicia se alzó en armas, y con él los colonos griegos
asentados en la polis de Tarso. El rey Ezequías de Judá recibió cartas de
Merodac-Baladán de Babilonia, animándole a unirse a la rebelión y a convertirse
en el pilar en torno al cual gravitarían las fuerzas antiasirias en Canaán
(Palestina). El rey proasirio de Ecrón, Padi, fue destronado por los egipcios
y enviado encadenado a Ezequías, rey de Judá, para mayor humillación.
Siendo tal la situación
en el Líbano, en 701 a.C., tras sus victorias en los montes Zagros, Senaquerib marchó
hacia el Oeste para someter a los sublevados al yugo asirio, de nuevo. En
primer lugar, la revuelta cilicia fue aplastada y la colonia griega de Tarso
aniquilada. Tiro se rindió a los asirios. Su rey, Luli, se vio forzado a huir a
Chipre, donde fallecería, y Senaquerib impuso a un tal Itobaal como nuevo príncipe
en la ciudad-estado, que perdió el control de Sidón y de Acre, que formaron un
nuevo reino. Los reyes de las ciudades costeras fenicias, Menachem de
Samsimuruna, Abdiliti de Harbad y Urumiliki de Biblos, se sometieron
de nuevo a los asirios. A continuación, el rey Senaquerib se dirigió hacia el sur, recibiendo
el homenaje de diversos reyes: Mitinti de Ashod, Buduilu de Bethammón,
Kamusunadbi de Moab y Malikrammu de Edom. Pero las cosas no fueron tan
sencillas. Ascalón hubo de ser tomada por la fuerza, junto con las ciudades
vecinas del mismo reino, Bethdagón, Jopa, Banaibarka y Asuru. Sitka fue tomado
prisionero junto con su familia y los asirios se apoderaron del tesoro real, y Sharruludari restaurado en
el trono de Ascalón. Aun así, el predominio asirio sobre Levante distaba mucho de
haberse restablecido completamente.
Volviendo su atención hacia el rey Ezequías de Judá, la Biblia nos dice que «en represalia por su
traición» los asirios sitiaron y capturaron muchas de sus ciudades fortificadas y arrasaron muchas poblaciones. Ezequías envió un mensaje a los asirios cuando procedían al asedio de
Laquis, reconociendo su traición y ofreciéndose a pagar el tributo que
Senaquerib le impusiera a cambio de la paz: «A los catorce años del rey
Ezequías, subió Senaquerib, rey de Asiria, contra todas las ciudades
fortificadas de Judá y las tomó. Entonces Ezequías, rey de Judá, envió a decir
al rey de Asiria que estaba en Laquis: “Yo he pecado; apártate de mí, y haré
todo lo que me impongas.” Y el rey de Asiria impuso a Ezequías, rey de Judá,
trescientos talentos de plata y treinta talentos de oro».
La captura asiria de
Laquis se presenta en un célebre friso, donde el cruel monarca aparece sentado
sobre un trono ante la ciudad vencida, aceptando los despojos que le llevaban
de aquella ciudad mientras se torturaba cruelmente a los cautivos arrancándoles los ojos después de obligarles a presenciar cómo sus mujeres eran desolladas vivas y empaladas, y sus hijos degollados.
Senaquerib
envió a tres de sus capitanes, Rabsaqué, Tartán y Rabsarís, con una poderosa
fuerza militar para pedir al rey y al pueblo de Jerusalén que capitularan y con
el tiempo se sometieran a ser enviados al exilio. El mensaje asirio despreciaba
de manera particular la fe ciega del rey Ezequías en su dios Yahvé. A pesar de la fe en su
dios, el rey Ezequías pagó el exorbitante tributo de 300 talentos de plata y 30
talentos de oro que exigió Senaquerib. La embajada asiria regresó con su
monarca, que a la sazón estaba luchando contra Labná, y se oyó decir respecto
al príncipe kushita Taharqa, futuro faraón: «Mira que ha salido a pelear contra
ti». Las inscripciones de Senaquerib hablan de una batalla en Elteqeh, unos 15
km al noroeste de Ecrón, en la que derrotó a un ejército egipcio y a las
fuerzas del rey de Etiopía. Luego, conquistó las ciudades de Timnah y Ecrón,
donde ejecutó a los líderes rebeldes y restauró en el trono al liberado Padi.
La campaña de Judá y el
sitio de Jerusalén (701 a.C.)
Aunque Senaquerib había enviado cartas amenazadoras advirtiendo al rey Ezequías que
no había desistido en su determinación de tomar Jerusalén, la capital del reino de Judá,
la Biblia dice que el dios de los hebreos
golpeó el campamento asirio con una epidemia que mató a más de 180000 soldados
en una sola noche. Por otra parte, las inscripciones de Senaquerib no mencionan
nada respecto a este desastre, pero en vista del tono jactancioso que domina
habitualmente las inscripciones de los soberanos asirios, difícilmente cabría
esperar que Senaquerib registrara tal derrota. No es menos cierto que los
antiguos judíos solían exagerar sus victorias y fantaseaban con la intervención
de su dios en todos los conflictos. No obstante, la versión asiria del asunto,
inscrita en el llamado Prisma de Senaquerib, conservado en el Instituto
Oriental de la Universidad de Chicago, muestra que, si bien Senaquerib no llegó
a tomar Jerusalén, Judá fue sometido de nuevo al dominio asirio: «En cuanto a Ezequías el
Judío, que no se sometió a mi yugo, puse sitio a 46 de sus ciudades fuertes, e
innumerables poblachones de sus alrededores, y (las) conquisté mediante
arietes y máquinas de asedio. Saqué (de ellas) 200150 personas, jóvenes y
ancianos, varones y hembras, [así como] innumerables caballos, mulas, asnos,
camellos y ganado mayor y menor, que le arrebaté y consideré botín. A él mismo
(Ezequías), encerré en Jerusalén, su residencia real, como a un pájaro en una
jaula. [...] Las ciudades que había tomado a saco desgajé de su país y las
entregué a Mitinti, rey de Ashod, a Padi, rey de Ecrón, y a Sillibel, rey de
Gaza. Y así disminuí su territorio. [...] El propio Ezequías, fue por el
terrible esplendor de mi majestad, y los árabes y las tropas mercenarias que
había traído para reforzar Jerusalén, su ciudad real, le abandonaron. Me envió
más tarde a Nínive, mi ciudad señorial, además de 30 talentos de oro, 800
talentos de plata, piedras preciosas, antimonio, grandes bloques de piedra
roja, lechos (taraceados) con marfil, sillas [taraceadas] con marfil, cueros de
elefante, madera de ébano, madera de boj [y] toda clase de valiosos tesoros,
sus hijas, concubinas, músicos y bailarinas. Para entregar el tributo y rendir
obediencia como un esclavo envió a sus mensajeros (personales)».
Algunos comentaristas
intentan explicar el desastre refiriéndose a un relato de Heródoto en el que
cuenta que sobre el campamento asirio «cayó durante la noche un tropel de
ratones campestres que royeron sus aljabas, sus arcos y, asimismo, los brazales
de sus escudos», lo que los incapacitó para la invasión de Egipto. Este relato no coincide con el registro bíblico, ni tampoco armoniza con las
inscripciones asirias. No obstante, los relatos de Berozo y Heródoto reflejan
el hecho de que las fuerzas de Senaquerib sufrieron una repentina calamidad en
esta campaña que les obligó a levantar el asedio sobre Jerusalén.
La segunda campaña de
Babilonia (700 a.C.)
A pesar de su victoriosa
campaña militar en Levante, las dificultades de Senaquerib en la región no habían terminado.
Aprovechando que el monarca asirio estaba comprometido con el grueso de sus
fuerzas en el oeste, el tenaz rey babilonio Merodac-Baladán reapareció y volvió
a alzarse en armas al sur de Mesopotamia. Marchando sobre Babilonia en la
cuarta campaña de su reinado, el monarca asirio depuso y tomó prisionero al
entonces rey, Belibni, cuya lealtad era más que sospechosa, para avanzar a
continuación sobre Bityakín. El rebelde Shuzubi el Caldeo, señor de Bitutu, huyó. Con
objeto de acabar de una vez por todas con la revuelta, Senaquerib envió a sus tropas al
corazón mismo de las marismas. Merodac-Baladán retrocedió ante el avance de las
huestes asirias, pero, finalmente, fue acorralado en sus últimos reductos a
orillas del golfo Pérsico. Embarcó entonces una parte de sus tropas, las
estatuas de sus dioses e incluso los huesos de sus antepasados, y navegó por la
costa hasta la ciudad elamita de Nagitu, donde buscó refugio. Las tropas
asirias, que no pudieron impedir su huida, batieron los cañaverales y sus
poblaciones, saqueando la región hasta la frontera de Elam y trajeron, entre
los prisioneros, a varios príncipes y a los cortesanos que el monarca
fugitivo había dejado atrás. A fin de solventar la irritante y siempre
renaciente rebelión, espoleada por la permanente traición de los babilonios,
Senaquerib decidió poner en el trono de Babilonia a su primogénito, el príncipe heredero, Asurnadimsumi, que ejercería un férreo
dominio sobre la Baja Mesopotamia al tiempo que iba ejerciendo el poder y adquiriendo experiencia.
La campaña de Nipur (699
a.C.)
Estos acontecimientos
tuvieron una repentina repercusión en Elam. Una revuelta palaciega derribó a
Sutruknahunte II, en provecho de su hermano menor, Hallusuinsusinak, que
reinó en Susa entre los años 699 y 693 a.C. Este cambio provocaría nuevas guerras pero,
por el momento, la tranquilidad parecía reinar de nuevo en el imperio asirio,
si bien la regia vanidad exigió que se registrara como «quinta campaña» una
expedición menor contra la ciudad de Utku, en los montes de Nipur, al este del
Tigris. Senaquerib dejó que sus generales se encargaran de reprimir la
rebelión del gobernador de Cilicia, Kirúa, en 696, cuya capital fue tomada al
asalto; él mismo fue enviado prisionero a Nínive, donde fue desollado vivo. Al
año siguiente hubo una campaña punitiva contra Tilgarimmu, cerca del Tauro.
Senaquerib permaneció en Asiria entregado a la realización de una obra que
deseaba vivamente: la construcción de su propia capital.
La reconstrucción de
Nínive (705–690 a.C.)
Al ascender al trono
Senaquerib abandonó la inacabada ciudad de su padre, Dur-Sharrukin, convertida
en una irrelevante ciudad de provincias. Centró sus esfuerzos en la reconstrucción de
la nueva ciudad sobre la antigua ciudad de Nínive, un ancestral centro
religioso de gran importancia que nunca había sido corte real, con objeto de
convertirla en la más bella ciudad del reino y en capital de su pujante
imperio. El rey la reconstruyó desde sus cimientos e hizo de ella una fastuosa
metrópolis. La primera versión de los anales de su reinado, escrita después de
la campaña de 703 a.C., ya comprendía un balance prometedor de las obras de
Nínive. La quinta, en 694 a.C., fecha en que fue inaugurado solemnemente el
nuevo palacio, ofrece una descripción completa.
Senaquerib tenía un vivo
interés por el urbanismo y la ingeniería, pasión por la belleza y refinados
gustos artísticos. En primer lugar, el rey asirio amplió el perímetro de la
ciudad enormemente, de 9300 a 21815 codos. Agrandó sus plazas y calles, hizo
construir a la puerta de la ciudadela interior un puente de ladrillos y cal,
dispuso una triunfal «vía real» de más de treinta metros de ancho y bordeada
de estelas que, a través de la ciudad, venían a desembocar en la Puerta de los
Jardines, una de las quince grandes puertas de la muralla exterior, de 40
ladrillos de espesor y 100 de alta, y protegida por un foso de cincuenta metros
de anchura. Tenía entre 15 y 18 puertas impresionantes, cada una de ellas
dedicada a una divinidad. Se desvió el canal Tebiltu, cuyas aguas habían minado
los cimientos de la antigua metrópolis, que no medía más que 395 codos por 95.
Tras rellenar el antiguo cauce, la plataforma se expandió a 914 codos por 440,
y fue alzada hasta una altura de 190 hileras de ladrillos. Sobre esta superficie se
edificó un espectacular palacio. Tenía al menos 80 habitaciones y 3 km de decoración mural sobre placas de alabastro adosadas a los muros de adobe.
Senaquerib lo bautizó como el «Palacio sin rival». Para su construcción hizo
traer de todas partes los materiales necesarios. Se explotaron nuevas canteras, se talaron bosques aún vírgenes y se refinaron las artes de la escultura y la
metalurgia. Monstruosos toros alados con cabezas de reyes barbudos, los Shedu,
franqueaban sus principales puertas.
La ansiada paz y el problema sucesorio
(688–681 a.C.)
Tras la destrucción de
Babilonia (689 a.C.), los ocho años restantes del reinado de Senaquerib fueron
de aparente paz. El rey permaneció en Nínive, entregado a tareas administrativas,
aunque sus generales dirigieron alguna campaña punitiva contra los
árabes. Apenas tres meses después de la caída de Babilonia, murió
Khumbannimena II, rey de Elam, y le sucedió Khumbankhaltash II, que
quizá fuera su sobrino. Bajo su pacífico reinado, Elam vio crecer su
influencia: Ellipi y el País del Mar —donde se instaló como gobernante un hijo
del tenaz Merodac-Baladán— se sacudieron la tutela asiria para volverse hacia
Elam. En Anatolia, el país de Tabal también recobró su independencia, y Urartu
ocupó de nuevo Musashi y algunas regiones vecinas de la frontera septentrional
de Asiria. Por lo tanto, Senaquerib no fue capaz de mantener intactas las
fronteras del dilatado imperio forjado por su padre.
En el interior del país
se sucedieron los problemas, paralizando nuevas ofensivas que permitieran el
restablecimiento de la hegemonía asiria en todos los frentes. La muerte de su heredero provocó una grave crisis en la corte asiria, ya de por sí
dada a la intriga. La tradición mesopotámica establecía que el hijo mayor del
rey era siempre, de derecho y de conformidad con los mandatos divinos, el
legítimo heredero del trono. Sin embargo, si llegaba a morir antes que su
padre, éste podía designar libremente a su sucesor en el poder, sin tener en
cuenta la edad o la madre del príncipe. Senaquerib tenía aún cinco hijos vivos, el menor de
los cuales era Asarhadón (Assurakhaiddina), nacido de su última esposa, Naquia,
a la que se llamaba en asirio Zacuto. Mujer en apariencia enérgica y ambiciosa,
intrigó apasionadamente en favor de su hijo, conquistando poco a poco el
corazón del rey. Sin embargo, los hermanos mayores de Asarhadón defendían no
menos encarnizadamente sus respectivas candidaturas, y contaban con sus propias
camarillas. El nacionalismo asirio se convirtió en una importante cuestión en
disputa, ya que denunciaban como crímenes las simpatías probabilónicas de la
reina y su hijo. El resultado fue el rebrote de las luchas y las intrigas
constantes en el seno de la familia real. Finalmente, el elegido fue Asarhadón.
Según el Antiguo Testamento
«sucedió que mientras [Senaquerib] adoraba a su dios en el templo de Nisroc,
sus hijos Adramelec y Saraza lo mataron a espada y huyeron a la tierra de
Ararat». Sucedió esto en el 681 a.C. Una inscripción de su hijo, sucesor y
vengador, Asarhadón, confirma esta declaración bíblica, aunque no menciona los
nombres de los asesinos.
Carro de guerra asirio (siglo VIII a.C.) |
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