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viernes, 27 de abril de 2018

Derrota del filibustero inglés Francis Drake por los españoles


Los bucaneros y corsarios ingleses fracasaron en su propósito de dar caza a todos los barcos españoles que regresaban de Indias, como atestiguan las malogradas expediciones de John Hawkins y Martin Frobisher en 1589 y 1590. De hecho, un galeón contaba, solo como dotación en artillería, con 160 soldados bien adiestrados, o incluso más, frente a las tripulaciones corsarias de 30 a 40 individuos, reclutados entre exconvictos, ladrones y huidos de la justicia en su país. La piratería del siglo XVI en el Caribe español fue muy limitada e ineficaz por estos motivos, prefiriéndose atacar ciudades costeras desguarnecidas. Pero John Hawkins y Francis Drake —los mejores corsarios ingleses de la época— fueron muertos en una desastrosa expedición contra el Caribe español en 1596, al estar ya prevenidas de su llegada las plazas fuertes y ciudades costeras españolas.
El corsario Francis Drake, al servicio de la reina Isabel I de Inglaterra, realizó la segunda circunvalación al globo en 1579, lo que aprovechó para asaltar sobre la marcha las indefensas poblaciones españolas en el Pacífico, que no habían conocido hasta entonces una amenaza como aquella. A su regreso a Inglaterra, el filibustero Drake fue recibido como un héroe nacional y nombrado Sir por la Reina. Para ocultar el hecho de que los españoles ya habían dado la vuelta al mundo 55 años antes con la expedición de Magallanes y Elcano, los ingleses celebraron la supuesta hazaña de Drake como un hito de la navegación mundial, distorsionando una vez más la Historia. Durante años, la suerte acompañó al inglés, que secuestró a pilotos portugueses y españoles para acometer su gran gesta, pero su buena estrella le abandonó en el peor momento. La Armada española le devolvió parte de las afrentas recibidas en 1596, el año de su muerte y de su derrota más humillante.
Francis Drake consiguió su inmerecida fama como audaz marino saqueando los indefensos puertos españoles en el Caribe cuando Inglaterra y España ni siquiera estaban en guerra. Bajo el mando de su primo John Hawkins, aprendió con solo 13 años lo rentable que resultaba atacar los puertos españoles aprovechando sus deficientes defensas y el lucrativo negocio del contrabando de esclavos, prohibido por la Corona en las posesiones españolas de ultramar. Esto no evitó que sufriera en persona una derrota de envergadura en esos años. En 1567, Hawkins realizó su tercera acometida contra las posesiones españolas. Tras hacerse con 450 esclavos en Guinea y Senegal, puso rumbo al Caribe al frente de seis barcos. Una tormenta los obligó a dirigirse a Veracruz, donde, haciéndose pasar por la Armada española, forzaron al virrey, don Martín Enríquez de Almansa, a entregarles suministros. Para su desgracia, a los pocos días arribó a Veracruz la auténtica Armada española. Cuatro buques piratas fueron hundidos, 500 de sus tripulantes muertos y las ganancias del contrabando de esclavos confiscadas en su totalidad. Drake y su chusma lograron escapar milagrosamente, pero estaban resueltos a vengar aquella humillación en el futuro.
La primera actuación individual de Francis Drake lo bastante reseñable para ser mencionada ocurrió en 1572. Un año después de que la mejor generación de marinos españoles se doctorara en la batalla naval de Lepanto, Drake asoló indefensos puertos en el Caribe, entre ellos el de Nombre de Dios, en el istmo de Panamá, y Cartagena de Indias, y capturó un convoy español cargado de oro y plata con la ayuda del pirata francés Guillermo Le Testu. Esta acción reportó una gran fortuna a Drake e hizo que la reina Isabel le designara para la misión de atacar intereses españoles en el Pacífico.
La vuelta al mundo de Drake y sus hombres fue enormemente lucrativa. El botín obtenido fue valorado en unas 250.000 libras, una suma equivalente al presupuesto anual de la paupérrima Corona inglesa. El 4 de abril de 1581, la reina Isabel subió en persona al buque insignia de Drake y le nombró caballero allí mismo. De pronto el pirata se había convertido en un hombre respetable, con su escaño en el Parlamento y con responsabilidades en la Marina inglesa. En este contexto, con la guerra ya declarada entre ambos países, la Reina puso al corsario inglés al frente de una flota compuesta de 21 naves y 2.000 hombres con el objetivo de volver a atacar el Caribe español en 1586. Sin embargo, pese a los éxitos iniciales en Santo Domingo y Cartagena de Indias, el botín final de 200.000 ducados fue insuficiente para cubrir los daños registrados en 18 de los buques y la muerte de la mitad de la tripulación inglesa.
En 1587 Felipe II tomó la decisión de atacar a los ingleses en su casa. Los preparativos a cargo de don Álvaro de Bazán, uno de los héroes de la batalla de Lepanto, sufrieron el sabotaje de Drake, que el 29 de abril de ese año atacó el puerto de Cádiz y hundió una veintena de embarcaciones españolas en fase de construcción. En esa misma expedición, los ingleses capturaron cerca de la isla de San Miguel, en las Azores, una carraca portuguesa procedente de la India con un tesoro valorado en 140.000 libras.
Como parte de la estrategia para defenderse del ataque español en 1588, Drake fue nombrado vicealmirante de la flota inglesa bajo las órdenes del almirante Charles Howard. Una leyenda inglesa cuenta que Francis Drake se encontraba jugando a los bolos en la localidad de Plymouth cuando fue avisado de la llegada de la Armada que Felipe II había mandado contra la reina Isabel I. «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario antes de arrojar la siguiente bola. Un episodio inverosímil para esconder una verdad vergonzosa: la Armada sorprendió al grueso de la escuadra inglesa en puerto, sin tripulaciones y sin artillería. Drake y sus filibusteros, sin experiencia en guerra naval, se encontraban reparando y aprovisionando sus barcos tras un fracasado intento por emboscar a la Armada tras su partida y la flota de Plymouth estaba acorralada. Así, pues, no es en absoluto creíble que el pirata inglés dijera: «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles». Se trata de una fanfarronada.
El duque de Medina-Sidonia, el comandante español, decidió seguir de largo en contra de la opinión de la vieja guardia de oficiales que había servido con su predecesor, don Álvaro de Bazán, que había fallecido durante los preparativos de la expedición. La decisión condenó a la Armada a vagar hacia el desastre sin objetivos claros, más allá de la quimera de recoger a las tropas de Flandes, algo en lo que don Alejandro Farnesio –comandante de la infantería de marina– no puso mucho empeño. Evitando el enfrentamiento directo con la escuadra española, aparte de algunos hostigamientos puntuales, Drake tuvo su momento de gloria en los combates de Plymouth, donde el capitán Diego Flores de Valdés rindió el galeón «Nuestra Señora del Rosario» al corsario inglés sin oponer resistencia.
Tras el fracaso de la Armada española en 1588, Isabel de Inglaterra se envalentonó y ordenó a Francis Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada», que curiosamente tuvo un destino tan trágico como el de su precursora española. A falta de la experiencia española para la organización de una operación de grandes dimensiones, que tampoco había servido de nada a éstos, la aventura de la escuadra inglesa acabó en un irremediable desastre. El primer objetivo fue La Coruña, que albergaba algunos barcos supervivientes de la flotilla inglesa todavía en reparación. Y aunque los ingleses lograron desembarcar y tomaron parte de la ciudad, la actuación heroica de las milicias, entre las que se contaba la popular María Pita, forzaron la huida de los filibusteros sin obtener botín alguno. La derrota de la Contraarmada inglesa conllevó la muerte o deserción de tres cuartas partes de los hombres que componían la expedición
A continuación, Drake y su flota –formada por más de un centenar de barcos de distinto tamaño– se dirigieron a Lisboa con la intención de provocar un levantamiento portugués contra los españoles. El desembarco de cerca de 10.000 hombres para «liberar» Lisboa fue inicialmente un éxito, pese a que las epidemias ya empezaban a causar estragos entre las tropas angloholandesas. Sin embargo, la durísima guerra de desgaste que padeció el ejército de Drake durante su marcha hacia las inmediaciones de Lisboa y la brillante actuación de don Alonso de Bazán –hermano del célebre marino– al frente de una escuadra de galeras hizo imposible que la capital portuguesa fuera rendida. Al contrario, el 16 de junio, siendo ya insostenible la situación de los atacantes ingleses, Drake ordenó la retirada, que fue seguida de una asfixiante persecución a cargo de las fuerzas hispano-lusas. El resto de la campaña, que trasladó la acción a las islas Azores, tan solo sirvió para alargar la agonía de una expedición que, según el historiador británico M. S. Hume, fue un absoluto desastre.
Francis Drake fue condenado al ostracismo tras el fracaso, negándosele el mando de cualquier expedición marítima durante los siguientes seis años. Su oportunidad de resarcirse llegó cuando la reina Isabel, cansada de no haber cosechado nada más que derrotas desde 1588, volvió a depositar su confianza en él en 1595. El objetivo era de nuevo el Caribe. Aun así, la flota de buques corsarios para esta misión –financiada en su mayor parte por particulares– fue puesta bajo un mando compartido, dado que la confianza en el liderazgo de Drake seguía bajo sospecha. John Hawkins –ya muy deteriorado por la edad y enfrentado con Drake desde el fracaso de Veracruz– fue el otro almirante designado para la misión.

Definitivo desastre inglés en el Caribe

La expedición no pudo empezar de peor manera. En contra de la opinión de Hawkins, Drake ordenó atacar las islas Canarias y abastecerse allí antes de dirigirse al Caribe. Calculaba el filibustero inglés tomar Las Palmas –defendida por apenas 1.000 hombres, la mayoría milicianos– en cuestión de cuatro horas, pero los defensores rechazaron sin dificultad el primer desembarco. Con 40 muertos y numerosos heridos, la flota inglesa estimó inútil sacrificar más hombres en algo que se suponía iba a ser sencillo pero que resultó no serlo. La captura de un capitán inglés en este tropiezo en las Canarias reveló las intenciones de Drake y los suyos y permitió mandar aviso a las autoridades españolas al otro lado del Océano.
El desembarco inglés en Puerto Rico terminó con 400 hombres muertos. Los defensores españoles los recibieron con una flotilla de cinco fragatas formadas en hilera –de reciente construcción y adaptadas al escenario atlántico– apuntando sus cañones hacia los filibusteros. La flota inglesa tuvo que retirarse cuando las balas de los cañones españoles penetraron en la cámara de Drake justo cuando éste brindaba con sus oficiales por la victoria. El jefe de la flota corsaria salió ileso, pero dos oficiales fallecieron y otros tantos quedaron gravemente heridos. Además, la salud de John Hawkins se consumió por completo poco antes de los primeros combates, dejando a Drake como único comandante de la escuadra.
Pese al furioso recibimiento, los ingleses no desistieron y realizaron un desembarco masivo a la desesperada con barcazas en la noche del día 23. Drake ordenó acercarse en silencio a las fragatas, que se mantenían como celosas guardianas del puerto, para prenderles fuego con brulotes y otros artefactos incendiarios. Lejos de destruir los barcos españoles, solo uno quedó inservible, pero el fuego de los incendios iluminó la noche facilitando que los defensores rechazaran el desembarco enfilando sus piezas de artillería. La jornada acabó con 400 ingleses muertos.
Además de las nuevas fragatas destinadas a luchar contra los piratas, los españoles habían aprendido de sus errores defensivos. Cuando Drake decidió alejarse finalmente de Puerto Rico –previo paso por dos pequeños pueblos, Río del Hacha y Santa Marta, que le reportaron escasísimo botín– tuvo que descartar atacar Cartagena de Indias al ver las imponentes defensas con las que ahora contaba la ciudad. El objetivo, por tanto, se trasladó a Panamá, donde ordenó un doble ataque, por tierra y por mar, que tuvo un destino parecido a lo ocurrido en Lisboa siete años antes. Baskerville, al frente de 900 soldados, se dirigió por tierra hacia las cercanías de Panamá. En el camino se topó con un pequeño fuerte, el San Pablo, guarnecido por 70 hombres al mando de Juan Enríquez, que impidieron por dos veces el avance inglés. Cuando llegaron otros 50 hombres a reforzar la guarnición, Baskerville decidió poner pies en polvorosa. La persecución, entre muertos, heridos y prisioneros, se saldó con otras 400 bajas entre los filibusteros ingleses.
Desmoralizado, agotado y enfermo de disentería sangrante, Francis Drake buscó sin éxito posibles presas. El 27 de enero, estando fondeada la flota inglesa en la entrada de Portobello, Drake pidió que le pusieran su armadura «para morir como un soldado». Pero falleció durante la madrugada siguiente y su cuerpo fue lanzado al mar dentro de un ataúd de plomo, en contra de su voluntad de ser enterrado en tierra firme. Aún sin tiempo de velar su muerte, dos de sus herederos, su hermano Thomas y su sobrino Jonas Bodenham, se enfrentaron en el mismo buque por algunas de las pertenencias del pirata.
La desastrosa expedición de los filibusteros todavía tuvo que hacer frente a otra dura prueba: el viaje de regreso a Inglaterra. Así las cosas, llegaron a puerto solo ocho de los 28 buques iniciales y un tercio de los hombres.
La expedición de la Contraarmada inglesa se saldó con un estruendoso fracaso, y España dominó los mares hasta bien entrado el siglo XVII, pese a lo que siempre ha sostenido la propaganda inglesa. En la segunda mitad del siglo XVII fue Holanda, y no Inglaterra, la que disfrutaba de mayor poderío en los mares, derrotando Holanda a Inglaterra en la guerra que mantuvieron ambas naciones por la hegemonía marítima. Solo bien entrado el siglo XVIII Inglaterra tuvo algunos periodos de dominio marítimo salpicados por derrotas como la de Cartagena de Indias en 1741 o la captura de su doble convoy en 1780. O el fracaso de Nelson en el asalto a Tenerife en 1797. O la reconquista de Menorca, primero por los franceses, y después por los españoles en 1782.
España se declaró en bancarrota en 1598, a pesar de lo cual prosiguió con sus guerras en Flandes y con la reina Isabel de Inglaterra, que acabó endeudada hasta las cejas debido a la guerra con España y a la que libraba en Irlanda contra el rebelde Hugh O’Neil. A esto hay que sumar las plagas y hambrunas que devastaron Inglaterra debido a las malas cosechas y que causaron una gran mortandad entre la población.
A menudo se ha sostenido, incluso en España, que el origen del poderío marítimo inglés comienza con el desastre de la Invencible. Esto es absolutamente falso e inexacto; la guerra con España que se desarrolló entre 1585-1604 impidió a los ingleses mandar expediciones al Nuevo Mundo. Solo tras la paz negociada en 1604 pudo Inglaterra crear un establecimiento permanente en América del Norte. De hecho, fue el envío de la Armada en 1588 lo que provocó el fracaso de la colonia de Roanoke, al no poder recibir ésta suministros desde la metrópoli. También se ha venido enseñando a los escolares británicos que Felipe II de España pretendía conquistar Inglaterra, anexionársela, imponer el español como lengua y devolverla al catolicismo, y que gracias al fracaso de la Invencible en Inglaterra no se habla español. Totalmente falso, los objetivos de Felipe II eran mucho más modestos y realistas.
El propósito era desembarcar un cuerpo expedicionario y ocupar la capital inglesa, Londres, con los Tercios para obligar a los ingleses a negociar la paz según los términos españoles, lo que se consiguió en 1604, ya en tiempos del rey Jacobo. En este acuerdo de paz, España obtuvo el compromiso del Rey de dispensar un trato favorable a los católicos ingleses, y que cesasen las persecuciones, condenas e incautaciones de bienes de éstos. También se forzó a Jacobo I a no intervenir militarmente en el conflicto de Flandes, y se concedió licencia a los buques españoles para recalar en los puertos ingleses.
También se ha dicho que la Invencible fue diezmada por las inclemencias meteorológicas, regresando muy pocas naves a sus puertos en la Península. Tampoco esto es exacto. Se perdieron 20 de los 130 barcos por causas no relacionadas directamente con los combates en alta mar. La mayoría de los 20 barcos que se fueron a pique estaban muy dañados, lo que precipitó su hundimiento frente a las costas irlandesas. La mayoría de los barcos enviados —más de 70, entre ellos los mejores y más sólidos— volvieron a Santander y otros puertos peninsulares entre septiembre y octubre de 1588. Los tripulantes de los barcos a su llegada a puerto recibieron atención médica y tratamiento adecuado, salvándose así cientos de vidas.
Otra inexactitud es la que sostiene que la Armada española fue bautizada la «Invencible» por el rey Felipe II, jactándose éste de que ninguna escuadra extranjera podía derrotarla. Esto también es falso: el nombre que recibió la flota española fue el de «Grande y Felicísima Armada». El adjetivo de «Invencible» es un añadido, una invención de los cronistas y gacetilleros ingleses, que también han venido sosteniendo que los suyos apenas sufrieron bajas en las acciones contra la Armada, y que la victoria fue celebrada con júbilo. Pero lo cierto es que hubo poco que celebrar en Inglaterra.
Muchos marineros ingleses enfermaron a causa de un terrible brote infeccioso en su flota, llegando a sufrir hasta cerca de 10.000 bajas por motivos no relacionadas con los combates. No se celebró con entusiasmo la victoria, pues los marineros ingleses supervivientes protestaron airadamente porque llevaban meses sin recibir sus pagas, y muchos habían sido embarcados mediante levas forzosas o mediante engaños; emborrachándolos en tabernas y secuestrándoles después para embarcarlos.
La leyenda negra antiespañola, la propaganda patriotera inglesa, la literatura y el cine anglosajón, incluido el de Hollywood, han exagerado las gestas inglesas y han distorsionado los episodios históricos de una larga guerra que finalmente ganó España. Entre 1540 y 1650, de los 11.000 buques españoles que hicieron la ruta atlántica entre América y la península Ibérica, solo se perdieron 107 a causa de los ataques piratas.

Galeón español del siglo XVII entrando en Nueva York

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