Los bucaneros y corsarios ingleses fracasaron en su propósito de dar
caza a todos los barcos españoles que regresaban de Indias, como atestiguan las malogradas
expediciones de John Hawkins y Martin Frobisher en 1589 y 1590. De hecho, un
galeón contaba, solo como dotación en artillería, con 160 soldados bien
adiestrados, o incluso más, frente a las tripulaciones corsarias de 30 a 40
individuos, reclutados entre exconvictos, ladrones y huidos de la justicia en
su país. La piratería del siglo XVI en el Caribe español fue muy limitada e
ineficaz por estos motivos, prefiriéndose atacar ciudades costeras
desguarnecidas. Pero John Hawkins y Francis
Drake —los mejores corsarios ingleses de la época— fueron muertos en una desastrosa
expedición contra el Caribe español en 1596, al estar ya prevenidas de su
llegada las plazas fuertes y ciudades costeras españolas.
El corsario Francis
Drake, al servicio de la reina Isabel I de Inglaterra, realizó la segunda
circunvalación al globo en 1579, lo que aprovechó para asaltar sobre la marcha
las indefensas poblaciones españolas en el Pacífico, que no habían conocido
hasta entonces una amenaza como aquella.
A su regreso a Inglaterra, el filibustero Drake fue recibido como un héroe
nacional y nombrado Sir por la Reina. Para ocultar el hecho de que los españoles
ya habían dado la vuelta al mundo 55 años antes con la expedición de Magallanes y Elcano, los ingleses celebraron la supuesta hazaña de Drake como un
hito de la navegación mundial, distorsionando una vez más la Historia. Durante
años, la suerte acompañó al inglés, que secuestró a pilotos portugueses y
españoles para acometer su gran gesta, pero su buena estrella le abandonó en el
peor momento. La Armada española le devolvió parte de las afrentas recibidas en
1596, el año de su muerte y de su derrota más humillante.
Francis Drake consiguió
su inmerecida fama como audaz marino saqueando los indefensos puertos españoles en el Caribe cuando
Inglaterra y España ni siquiera estaban en guerra. Bajo el mando
de su primo John Hawkins, aprendió con solo 13 años lo rentable que resultaba
atacar los puertos españoles aprovechando sus deficientes defensas y el
lucrativo negocio del contrabando de esclavos, prohibido por la Corona en las
posesiones españolas de ultramar. Esto no evitó que sufriera en persona una
derrota de envergadura en esos años. En 1567, Hawkins realizó su tercera
acometida contra las posesiones españolas. Tras hacerse con 450 esclavos en
Guinea y Senegal, puso rumbo al Caribe al frente de seis barcos. Una tormenta
los obligó a dirigirse a Veracruz, donde, haciéndose pasar por la Armada
española, forzaron al virrey, don Martín Enríquez de Almansa, a entregarles
suministros. Para su desgracia, a los pocos días arribó a Veracruz la auténtica
Armada española. Cuatro buques piratas fueron hundidos, 500 de sus tripulantes muertos
y las ganancias del contrabando de esclavos confiscadas en su totalidad. Drake
y su chusma lograron escapar milagrosamente, pero estaban resueltos a vengar aquella
humillación en el futuro.
La primera actuación
individual de Francis Drake lo bastante reseñable para ser mencionada ocurrió
en 1572. Un año después de que la mejor generación de marinos españoles se
doctorara en la batalla naval de Lepanto, Drake asoló indefensos puertos en el
Caribe, entre ellos el de Nombre de Dios, en el istmo de Panamá, y Cartagena de
Indias, y capturó un convoy español cargado de oro y plata con la ayuda del
pirata francés Guillermo Le Testu. Esta acción reportó una gran fortuna a Drake
e hizo que la reina Isabel le designara para la misión de atacar intereses
españoles en el Pacífico.
La vuelta al mundo de
Drake y sus hombres fue enormemente lucrativa. El botín obtenido fue valorado
en unas 250.000 libras, una suma equivalente al presupuesto anual de la paupérrima
Corona inglesa. El 4 de abril de 1581, la reina Isabel subió en persona al
buque insignia de Drake y le nombró caballero allí mismo. De pronto el pirata se
había convertido en un hombre respetable, con su escaño en el Parlamento y con
responsabilidades en la Marina inglesa. En este contexto, con la guerra ya declarada
entre ambos países, la Reina puso al corsario inglés al frente de una flota compuesta
de 21 naves y 2.000 hombres con el objetivo de volver a atacar el Caribe
español en 1586. Sin embargo, pese a los éxitos iniciales en Santo Domingo y
Cartagena de Indias, el botín final de 200.000 ducados fue insuficiente
para cubrir los daños registrados en 18 de los buques y la muerte de la mitad
de la tripulación inglesa.
En 1587 Felipe II tomó
la decisión de atacar a los ingleses en su casa. Los preparativos a cargo de don Álvaro de Bazán, uno de los héroes de la batalla de Lepanto, sufrieron el
sabotaje de Drake, que el 29 de abril de ese año atacó el puerto de Cádiz y
hundió una veintena de embarcaciones españolas en fase de construcción. En esa misma
expedición, los ingleses capturaron cerca de la isla de San Miguel, en las
Azores, una carraca portuguesa procedente de la India con un tesoro valorado en
140.000 libras.
Como parte de la
estrategia para defenderse del ataque español en 1588, Drake fue nombrado
vicealmirante de la flota inglesa bajo las órdenes del almirante Charles
Howard. Una leyenda inglesa cuenta que Francis Drake se encontraba jugando a
los bolos en la localidad de Plymouth cuando fue avisado de la llegada de la Armada
que Felipe II había mandado contra la reina Isabel I. «Tenemos tiempo de acabar
la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario antes de
arrojar la siguiente bola. Un episodio inverosímil para esconder una verdad
vergonzosa: la Armada sorprendió al grueso de la escuadra inglesa en puerto,
sin tripulaciones y sin artillería. Drake y sus filibusteros, sin experiencia
en guerra naval, se encontraban reparando y aprovisionando sus barcos tras un
fracasado intento por emboscar a la Armada tras su partida y la flota de
Plymouth estaba acorralada. Así, pues, no es en absoluto creíble que el pirata
inglés dijera: «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los
españoles». Se trata de una fanfarronada.
El duque de
Medina-Sidonia, el comandante español, decidió seguir de largo en contra de la
opinión de la vieja guardia de oficiales que había servido con su predecesor, don
Álvaro de Bazán, que había fallecido durante los preparativos de la expedición.
La decisión condenó a la Armada a vagar hacia el desastre sin objetivos claros,
más allá de la quimera de recoger a las tropas de Flandes, algo en lo que don Alejandro
Farnesio –comandante de la infantería de marina– no puso mucho empeño. Evitando
el enfrentamiento directo con la escuadra española, aparte de algunos
hostigamientos puntuales, Drake tuvo su momento de gloria en los combates de
Plymouth, donde el capitán Diego Flores de Valdés rindió el galeón «Nuestra Señora
del Rosario» al corsario inglés sin oponer resistencia.
Tras el fracaso de la
Armada española en 1588, Isabel de Inglaterra se envalentonó y ordenó a Francis
Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada»,
que curiosamente tuvo un destino tan trágico como el de su precursora española.
A falta de la experiencia española para la organización de una operación de
grandes dimensiones, que tampoco había servido de nada a éstos, la aventura de
la escuadra inglesa acabó en un irremediable desastre. El primer objetivo fue
La Coruña, que albergaba algunos barcos supervivientes de la flotilla inglesa
todavía en reparación. Y aunque los ingleses lograron desembarcar y tomaron
parte de la ciudad, la actuación heroica de las milicias, entre las que se
contaba la popular María Pita, forzaron la huida de los filibusteros sin
obtener botín alguno. La derrota de la Contraarmada inglesa conllevó la muerte
o deserción de tres cuartas partes de los hombres que componían la expedición
A continuación, Drake y
su flota –formada por más de un centenar de barcos de distinto tamaño– se
dirigieron a Lisboa con la intención de provocar un levantamiento portugués
contra los españoles. El desembarco de cerca de 10.000 hombres para «liberar»
Lisboa fue inicialmente un éxito, pese a que las epidemias ya empezaban a
causar estragos entre las tropas angloholandesas. Sin embargo, la durísima
guerra de desgaste que padeció el ejército de Drake durante su marcha hacia las
inmediaciones de Lisboa y la brillante actuación de don Alonso de Bazán
–hermano del célebre marino– al frente de una escuadra de galeras hizo
imposible que la capital portuguesa fuera rendida. Al contrario, el 16 de
junio, siendo ya insostenible la situación de los atacantes ingleses, Drake
ordenó la retirada, que fue seguida de una asfixiante persecución a cargo de
las fuerzas hispano-lusas. El resto de la campaña, que trasladó la acción a las
islas Azores, tan solo sirvió para alargar la agonía de una expedición que,
según el historiador británico M. S. Hume, fue un absoluto desastre.
Francis Drake fue
condenado al ostracismo tras el fracaso, negándosele el mando de cualquier
expedición marítima durante los siguientes seis años. Su oportunidad de
resarcirse llegó cuando la reina Isabel, cansada de no haber cosechado nada más
que derrotas desde 1588, volvió a depositar su confianza en él en 1595. El
objetivo era de nuevo el Caribe. Aun así, la flota de buques corsarios para
esta misión –financiada en su mayor parte por particulares– fue puesta bajo un
mando compartido, dado que la confianza en el liderazgo de Drake seguía bajo
sospecha. John Hawkins –ya muy deteriorado por la edad y enfrentado con Drake
desde el fracaso de Veracruz– fue el otro almirante designado para la misión.
Definitivo desastre inglés en el Caribe
La expedición no pudo
empezar de peor manera. En contra de la opinión de Hawkins, Drake ordenó atacar
las islas Canarias y abastecerse allí antes de dirigirse al Caribe. Calculaba el filibustero
inglés tomar Las Palmas –defendida por apenas 1.000 hombres, la mayoría milicianos–
en cuestión de cuatro horas, pero los defensores rechazaron sin dificultad el
primer desembarco. Con 40 muertos y numerosos heridos, la flota inglesa estimó
inútil sacrificar más hombres en algo que se suponía iba a ser sencillo pero que
resultó no serlo. La captura de un capitán inglés en este tropiezo en las
Canarias reveló las intenciones de Drake y los suyos y permitió mandar aviso a las
autoridades españolas al otro lado del Océano.
El desembarco inglés en
Puerto Rico terminó con 400 hombres muertos. Los defensores españoles los
recibieron con una flotilla de cinco fragatas formadas en hilera –de reciente construcción y
adaptadas al escenario atlántico– apuntando sus cañones hacia los filibusteros.
La flota inglesa tuvo que retirarse cuando las balas de los cañones españoles
penetraron en la cámara de Drake justo cuando éste brindaba con sus oficiales por la victoria.
El jefe de la flota corsaria salió ileso, pero dos oficiales fallecieron y otros tantos
quedaron gravemente heridos. Además, la salud de John Hawkins se consumió por
completo poco antes de los primeros combates, dejando a Drake como único comandante
de la escuadra.
Pese al furioso
recibimiento, los ingleses no desistieron y realizaron un desembarco masivo a la desesperada con
barcazas en la noche del día 23. Drake ordenó acercarse en silencio a las
fragatas, que se mantenían como celosas guardianas del puerto, para prenderles fuego
con brulotes y otros artefactos incendiarios. Lejos de destruir los barcos españoles, solo uno
quedó inservible, pero el fuego de los incendios iluminó la noche facilitando
que los defensores rechazaran el desembarco enfilando sus piezas de artillería. La jornada acabó con 400 ingleses
muertos.
Además de las nuevas
fragatas destinadas a luchar contra los piratas, los españoles habían aprendido
de sus errores defensivos. Cuando Drake decidió alejarse finalmente de Puerto
Rico –previo paso por dos pequeños pueblos, Río del Hacha y Santa Marta, que le
reportaron escasísimo botín– tuvo que descartar atacar Cartagena de Indias al
ver las imponentes defensas con las que ahora contaba la ciudad. El objetivo,
por tanto, se trasladó a Panamá, donde ordenó un doble ataque, por tierra y por
mar, que tuvo un destino parecido a lo ocurrido en Lisboa siete años antes.
Baskerville, al frente de 900 soldados, se dirigió por tierra hacia las
cercanías de Panamá. En el camino se topó con un pequeño fuerte, el San Pablo,
guarnecido por 70 hombres al mando de Juan Enríquez, que impidieron por dos
veces el avance inglés. Cuando llegaron otros 50 hombres a reforzar la
guarnición, Baskerville decidió poner pies en polvorosa. La persecución, entre
muertos, heridos y prisioneros, se saldó con otras 400 bajas entre los filibusteros
ingleses.
Desmoralizado, agotado y
enfermo de disentería sangrante, Francis Drake buscó sin éxito posibles presas.
El 27 de enero, estando fondeada la flota inglesa en la entrada de Portobello,
Drake pidió que le pusieran su armadura «para morir como un soldado». Pero falleció durante
la madrugada siguiente y su cuerpo fue lanzado al mar dentro de un ataúd de
plomo, en contra de su voluntad de ser enterrado en tierra firme. Aún sin
tiempo de velar su muerte, dos de sus herederos, su hermano Thomas y su sobrino
Jonas Bodenham, se enfrentaron en el mismo buque por algunas de las
pertenencias del pirata.
La desastrosa expedición
de los filibusteros todavía tuvo que hacer frente a otra dura prueba: el viaje de regreso a
Inglaterra. Así las cosas, llegaron a puerto solo ocho de los 28 buques iniciales y un tercio
de los hombres.
La expedición de la Contraarmada
inglesa se saldó con un estruendoso fracaso, y España dominó los mares hasta
bien entrado el siglo XVII, pese a lo que siempre ha sostenido la propaganda
inglesa. En la segunda mitad del siglo XVII fue Holanda, y no Inglaterra, la
que disfrutaba de mayor poderío en los mares, derrotando Holanda a Inglaterra
en la guerra que mantuvieron ambas naciones por la hegemonía marítima. Solo
bien entrado el siglo XVIII Inglaterra tuvo algunos periodos de dominio
marítimo salpicados por derrotas como la de Cartagena de Indias en 1741 o la
captura de su doble convoy en 1780. O el fracaso de Nelson en el asalto a
Tenerife en 1797. O la reconquista de Menorca, primero por los franceses, y después
por los españoles en 1782.
España se declaró en
bancarrota en 1598, a pesar de lo cual prosiguió con sus guerras en Flandes y
con la reina Isabel de Inglaterra, que acabó endeudada hasta las
cejas debido a la guerra con España y a la que libraba en Irlanda contra el rebelde Hugh
O’Neil. A esto hay que sumar las plagas y hambrunas que devastaron Inglaterra debido
a las malas cosechas y que causaron una gran mortandad entre la población.
A menudo se ha sostenido,
incluso en España, que el origen del poderío marítimo inglés comienza con el
desastre de la Invencible. Esto es absolutamente falso e inexacto; la guerra
con España que se desarrolló entre 1585-1604 impidió a los ingleses mandar expediciones al
Nuevo Mundo. Solo tras la paz negociada en 1604 pudo Inglaterra crear un establecimiento
permanente en América del Norte. De hecho, fue el envío de la Armada en 1588 lo
que provocó el fracaso de la colonia de Roanoke, al no poder recibir ésta
suministros desde la metrópoli. También se ha venido enseñando a los escolares británicos que
Felipe II de España pretendía conquistar Inglaterra, anexionársela, imponer el
español como lengua y devolverla al catolicismo, y que gracias al fracaso de la
Invencible en Inglaterra no se habla español. Totalmente falso, los objetivos de
Felipe II eran mucho más modestos y realistas.
El propósito era
desembarcar un cuerpo expedicionario y ocupar la capital inglesa, Londres, con
los Tercios para obligar a los ingleses a negociar la paz según los términos
españoles, lo que se consiguió en 1604, ya en tiempos del rey Jacobo. En este
acuerdo de paz, España obtuvo el compromiso del Rey de dispensar un trato
favorable a los católicos ingleses, y que cesasen las persecuciones, condenas e
incautaciones de bienes de éstos. También se forzó a Jacobo I a no intervenir
militarmente en el conflicto de Flandes, y se concedió licencia a los buques
españoles para recalar en los puertos ingleses.
También se ha dicho que
la Invencible fue diezmada por las inclemencias meteorológicas, regresando muy
pocas naves a sus puertos en la Península. Tampoco esto es exacto. Se perdieron
20 de los 130 barcos por causas no relacionadas directamente con los combates
en alta mar. La mayoría de los 20 barcos que se fueron a pique estaban muy
dañados, lo que precipitó su hundimiento frente a las costas irlandesas. La
mayoría de los barcos enviados —más de 70, entre ellos los mejores y más
sólidos— volvieron a Santander y otros puertos peninsulares entre septiembre y
octubre de 1588. Los tripulantes de los barcos a su llegada a puerto recibieron
atención médica y tratamiento adecuado, salvándose así cientos de vidas.
Otra inexactitud es la
que sostiene que la Armada española fue bautizada la «Invencible» por el rey
Felipe II, jactándose éste de que ninguna escuadra extranjera podía derrotarla.
Esto también es falso: el nombre que recibió la flota española fue el de «Grande y
Felicísima Armada». El adjetivo de «Invencible» es un añadido, una invención de
los cronistas y gacetilleros ingleses, que también han venido sosteniendo que
los suyos apenas sufrieron bajas en las acciones contra la Armada, y que la
victoria fue celebrada con júbilo. Pero lo cierto es que hubo poco que celebrar
en Inglaterra.
Muchos marineros
ingleses enfermaron a causa de un terrible brote infeccioso en su flota,
llegando a sufrir hasta cerca de 10.000 bajas por motivos no relacionadas con los
combates. No se celebró con entusiasmo la victoria, pues los marineros ingleses
supervivientes protestaron airadamente porque llevaban meses sin recibir sus
pagas, y muchos habían sido embarcados mediante levas forzosas o mediante
engaños; emborrachándolos en tabernas y secuestrándoles después para embarcarlos.
La leyenda negra antiespañola, la propaganda patriotera inglesa, la
literatura y el cine anglosajón, incluido el de Hollywood, han exagerado las gestas
inglesas y han distorsionado los episodios históricos de una larga guerra que finalmente
ganó España. Entre 1540 y 1650, de los 11.000 buques españoles que hicieron la ruta
atlántica entre América y la península Ibérica, solo se perdieron 107 a causa
de los ataques piratas.
Galeón español del siglo XVII entrando en Nueva York |
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