El decisivo choque naval en Trafalgar se hizo
inevitable por la obsesión de Napoleón de invadir las islas Británicas, y
España se vio arrastrada a la guerra en virtud del III Pacto de Familia. Este acuerdo
se firmó en 1761, en el reinado de Carlos III, para defender los intereses
coloniales hispano-franceses en América del Norte, frente a las aspiraciones británicas. Después
de unos inicios desastrosos, Francia y España apoyaron a los colonos
norteamericanos en su lucha contra Inglaterra, que tuvo que reconocer la
independencia de los Estados Unidos y devolver Menorca y Florida a España por
la Paz de Versalles de 1783. Pero, pese a los éxitos en
ultramar, las guerras mermaron enormemente la capacidad de crecimiento de la
economía española. Además, España adquirió unos compromisos militares que, a la
postre, serían desastrosos para sus intereses.
Aunque la batalla de
Trafalgar en 1805 supuso la mayor derrota en la gloriosa y dilatada historia de
la Armada española, también grabó a fuego los nombres de varios héroes que, como
el de Churruca, lamentablemente han ido cayendo en el olvido con el correr de
los años. A pesar de todo, hazañas como seguir en su puesto cuando una bala de
cañón le arrancó la pierna o pedir un barril de harina en el que meter el muñón
para evitar desangrarse y continuar combatiendo, siguen honrando a don Cosme Damián
Churruca y Elorza, un brigadier vasco que, además de ser un reconocido
científico y militar que estuvo 30 años al servicio de la Armada, murió como un
héroe en Trafalgar combatiendo contra seis navíos ingleses a la vez.
El joven Churruca contaba
15 años cuando se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol para completar
su formación naval. Allí destacó entre el resto de sus compañeros hasta que se
graduó en 1778. Una vez licenciado, recibió un ascenso como premio a su
precocidad. A su vez, ese mismo año comenzaría su carrera como marino a bordo del
navío San Vicente.
Después de navegar en
varios barcos, el joven Churruca llevó a cabo su primera acción de guerra en
1781, cuando se enfrentó a los ingleses cuando, aprovechando la
derrota de Inglaterra en la guerra de Independencia de los Estados Unidos,
España llevó a cabo varias acciones navales para recuperar Gibraltar, como el
asedio de la plaza en diciembre de 1781, y en el que Churruca participó.
Pero el brioso ataque de la Armada resultó infructuoso ante la potencia de
fuego de las baterías de costa inglesas, bien ubicadas en La Roca.
Varios años después, en
1788, el español inició una expedición científica con los buques Santa Casilda y Santa Eulalia, y se embarcó en el segundo viaje que partía hacia el
extremo meridional de Sudamérica para explorar el estrecho de Magallanes a las
órdenes del capitán de navío don Antonio de Córdova, y con su amigo Ciriaco
Cevallos. Churruca fue el encargado de cartografiar el Estrecho y también de
las observaciones astronómicas en esa zona austral.
Infortunadamente, una
cruel dolencia atacó al guipuzcoano tras sus primeras misiones. Sufrió de
escorbuto, una enfermedad muy frecuente entre los marinos de la época, y le dejó
terribles secuelas durante toda su vida. Pero nada podía detener a este marino vasco
ni sus ansias de aventuras. Por esto, en 1792 se embarcó como capitán en una
expedición dirigida por don José de Mazarredo. El objetivo de la misión era
llevar a cabo una serie de estudios hidrográficos para la reforma del atlas
marino de América del Norte, que después serían muy utilizados en Europa. Tal
fue el reconocimiento, que recibió el título de Capitán de Navío a su regreso en
1794.
Tras haber recorrido
medio mundo, el ilustre marino decidió retomar su carrera militar y en 1799
embarcó en el navío de línea Conquistador
que puso rumbo a la ciudad francesa de Brest. En aquellos días España era la
gran aliada de Francia, cuya obsesión era acabar con el poderío marítimo de
Gran Bretaña. Para conseguirlo, Napoleón contaba con la Armada española y sus mejores
navíos de guerra para que se uniesen a la Marina francesa para formar una
formidable escuadra combinada capaz de neutralizar a la Royal Navy.
La flota combinada
franco-española se reunió en Brest y su plan era someter a Inglaterra a un
bloqueo naval para luego proceder a la invasión de las islas Británicas. Esto
provocó que varios capitanes españoles, entre ellos Churruca, se mantuvieran en
Brest hasta el año 1802. A su regreso a España, Churruca solicitó el mando del
navío de línea San Juan Nepomuceno, hermano
gemelo del Santísima Trinidad, y a
bordo del primero viviría sus últimas horas de la forma más heroica que se
pueda imaginar.
El verdadero reto de
Churruca llegó cuando fue llamado a combatir a la Marina británica cuando cercó
a la flota combinada franco-española cerca del cabo Trafalgar, en las costas de
Cádiz. Para todos los contendientes, pero especialmente para España, era muy
importante el control del estrecho de Gibraltar. Napoleón había decretado el
cierre de todos los puertos del continente europeo a los navíos ingleses, que
tenían en Gibraltar su gran base naval para sus operaciones en el Mediterráneo.
La batalla de Trafalgar se libró por el control del Estrecho y, por tanto, del Mediterráneo.
El 21 de octubre de
1805, frente a las costas gaditanas, se libró una de las batallas navales más importantes
de la Historia. La flota combinada franco-española estaba formada por 33 navíos
(15 españoles y 18 franceses) y la escuadra inglesa por 27; además de naves de
menor porte, como varias fragatas, bergantines y corbetas por ambos bandos.
La victoria se
antojaba difícil para la flota aliada, pues la escuadra británica estaba bien
pertrechada y la mandaban los vicealmirantes Horatio Nelson (fue ascendido a
almirante después de muerto) y Cuthbert Collingwood, como segundo, dos
experiementados marinos, aunque Nelson había sido derrotado por los españoles en su asalto a Tenerife en 1797. La flota combinada la mandaba el inexperto almirante francés
Villeneuve, y su segundo era el contraalmirante Dumanoir. Los oficiales
españoles fueron relegados, a pesar de conocer mucho mejor las aguas del Estrecho.
A bordo del San Juan Nepomuceno, Churruca se preparó
para la batalla sabiendo de antemano la ardua tarea que le esperaba, pero sin
perder el ánimo en ningún momento. Tal era su determinación que, un día antes
de entrar en combate, envió una carta a su hermano en la que se despedía
diciendo: «Si llegas a saber que mi navío ha sido capturado por el enemigo, di
que he muerto». No había duda, para el marino era la victoria o la muerte.
En medio del fragor del
combate, Villeneuve ordenó a su flota una complicada maniobra para formar una
extensa hilera para cañonear a los navíos ingleses. La flota combinada formó
una línea demasiado alargada, y viró sin sentido; la escuadra inglesa se lanzó
en formación de punta de flecha hacia el centro de la formación para romper la
línea y partir en dos a la escuadra franco-española, ganando así una enorme ventaja.
Debido a la maniobra
ordenada por Villeneuve, que no tuvo en cuenta los cambiantes vientos del
Estrecho, que ralentizaron la maniobra, la batalla dio un inesperado vuelco a favor
de los ingleses. Los navíos aliados se
enfrentaron en clara inferioridad numérica a los británicos, mientras que algunos
de sus compañeros todavía no habían entrado en combate. Precisamente esto le
sucedió al San Juan Nepomuceno de
Churruca, al que la ruptura de la línea le obligó a combatir contra nada menos
que seis navíos británicos a los que puso en serios aprietos gracias a la competencia
marinera del bravo capitán vasco al que, mientras dirigía el combate desde el puesto
de mando, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la
rodilla. Sin embargo, ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a
Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a sus hombres para
seguir combatiendo con denuedo a pesar de que la derrota era segura. Se dice
que al perder la pierna y no poder mantenerse en pie, Churruca ordenó que
trajeran un barril de harina y allí metió el muñón para mantener el equilibrio.
Finalmente, y para
desgracia de su tripulación, Churruca murió desangrado después de ordenar clavar
la bandera de su barco para que no fuera arriada tras el abordaje inglés. A su
vez, antes de morir, dio órdenes en el sentido de que nadie se rindiera mientras
tuviera un leve soplo de vida. Mas, a pesar del heroísmo
derrochado por Churruca y por los demás oficiales, así como por la tropa y marinería
españolas, los ingleses vencieron en Trafalgar.
Aun después de muerto,
como el Cid, el marino español protagonizó una última anécdota. Ésta se
produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango
del San Juan Nepomuceno que
entregara, como era costumbre, la espada del capitán vencido a aquel de ellos
que hubiera derrotado a Churruca. Entonces, y para sorpresa de todos, el
español les dijo que deberían partir la espada en seis trozos pues,
de haber atacado uno a uno, jamás habrían vencido al bravo marino de Motrico. Con su muerte, España
perdió uno de sus mejores marinos, probablemente el más preparado y
el único que tenía conocimientos geográficos comparables a los de los experimentados marinos ingleses.
Para la mayoría de historiadores
españoles, y también europeos, la derrota en Trafalgar supuso el fin de la hegemonía
y relevancia de la Armada española. Sin embargo no fue una derrota decisiva desde
un punto de vista estrictamente militar, pues España pudo rehacer su flota en
los años siguientes, pero sí supuso un impacto emocional tremendo en el
imaginario popular. El resultado de la batalla, y sobre todo la gestión de la
propaganda que hicieron de ella los británicos, provocó una terrible sensación
de decadencia nacional y de debilidad por haber perdido el papel de gran potencia
internacional para pasar a ser una nación de segunda fila, sobre todo después
de la guerra de Independencia que se inició tres años después, y de la emancipación
de las colonias españolas de América aprovechando la pérdida de la flota en
Trafalgar. La guerra contra los antiguos aliados franceses, que se libró entre
1808-1812, supuso un esfuerzo devastador que arruinó los recursos económicos de
España, que tardaría décadas en recuperarse. Desmoralizada y
muy mal gobernada, España fue apartada de las negociaciones de paz del Congreso de Viena
celebrado en 1815, tras las guerras napoleónicas, y quedó definitivamente fuera
del llamado concierto de las naciones.
Navío de línea Santísima Trinidad hundido en 1805 |
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