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miércoles, 7 de junio de 2017

¿Derribó Josué los muros de Jericó utilizando explosivos?

En las Antigüedades de los Judíos de Flavio Josefo, en el Libro XVI, capítulo VII, leemos lo siguiente: «Herodes, que hacía grandes dispendios, tanto para el exterior como para el interior de su reino, se enteró muy pronto de que el rey Hircano, uno de sus predecesores, había abierto la tumba de David y había tomado de allí tres mil talentos, pero que quedaban aún muchos más, que serían sobradamente suficientes para sus suntuosos gastos. Hacía mucho tiempo que proyectaba esta empresa. De modo que una noche, habiendo hecho abrir la tumba, entró en ella, tomando todas las precauciones para que la ciudad se enterase lo menos posible, pero acompañándose de sus amigos más seguros.
»No encontró, como Hircano, sumas de dinero puestas en reserva, sino muchos ornamentos de oro y joyas, y se lo llevó todo. Se esforzó por profundizar más en su búsqueda, y avanzó más en el interior de los sarcófagos que guardaban los cuerpos de David y Salomón.
 »Pero dos de sus guardias perecieron por el efecto de una llama que, por lo que se cuenta, brotó del interior a su entrada. Él mismo retrocedió, asustado. Como monumento expiatorio a su terror, levantó a la puerta del sepulcro un monumento de mármol blanco, de elevado precio. El historiador Nicolás, contemporáneo suyo, menciona esta construcción, pero no el descenso del rey a la tumba, porque se daba cuenta de que este acto le hacía muy poco honor…»
Resulta evidente que mencionar la construcción de dicho monumento expiatorio es confesar implícitamente la violación de la sepultura. Y Josefo reconoce, respecto al historiador Nicolás, que: «En el transcurso de toda su obra, no cesó de exaltar desmedidamente las acciones honestas de este rey, y de excusar del mismo modo sus fechorías…» Por otra parte, sabemos por los historiadores eclesiásticos que cuando el emperador Juliano, llamado «Apóstata» por los cristianos, quiso proceder a la reconstrucción del Templo de Jerusalén, cada mañana, al reanudar su trabajo, los obreros vieron con terror brotar llamaradas en cuanto daban los primeros golpes con el pico o el azadón. Y el historiador Amiano Marcelino, un latino del siglo IV, muy bien documentado e imparcial, nos dice que: «Unos peligrosos globos de fuego, que se elevaban del seno de la tierra, con ataques redoblados, quemaron a los obreros y en varias ocasiones hicieron inaccesible el lugar…» El sentido está claro (él mismo precisa: «Ferere locum exustis…»). Se trata de actos terroristas y de sabotaje urdidos por los cristianos mediante la colocación de cargas de explosivos, que detonaban y explosionaban, dando la impresión de globos de fuego. La percusión de los picos, palas y azadones sobre el fulminante y el líquido inflamable mezclado con la arena era lo que causaba dichas explosiones, y esas cargas eran preparadas la noche anterior por obreros cristianos, discretamente introducidos en las cuadrillas de trabajo con la complicidad de los capataces, también cristianos, que conocían los emplazamientos del trabajo al día siguiente, que tenían acceso ilimitado a las obras y de quienes no se podía sospechar.
En el Libro de Josué leemos lo siguiente, refiriéndose a la toma de Jericó: «El pueblo clamó y los sacerdotes hicieron sonar sus trompetas. Cuando el pueblo oyó el sonido de las trompetas, lanzó grandes gritos y la muralla se derrumbó. Entonces el pueblo subió a la ciudad, cada uno ante sí…» (Josué, 6, 20). En las Guerras de los Judíos de Flavio Josefo leemos lo siguiente: «Los romanos, que habían empezado a construir el terraplén el 12º día del mes de Artemision, lo acabaron con grandes dificultades el 29º día (los días 30 de mayo y 16 de junio del año 70). Como habían colocado aparatos de asedio, Juan, excavando por debajo de la tierra, llegó hasta el terraplén, introdujo por debajo madera seca y resinosa con azufre, le prendió fuego y se fue. Al incendiarse la madera, la tierra se reblandeció, y, con un ruido de trueno, los terraplenes se hundieron con las torres (torres de asalto, construidas de madera). Porque primero se elevaba humo con el polvo, y la llama no podía quemar porque estaba cubierta. Pero una vez el suelo estuvo reblandecido y desmoronado, la llama ardía. Y a los romanos les invadió el pánico al ver repentinamente salir fuego de bajo tierra, y un abatimiento profundo cayó sobre ellos…» (Op. cit., Libro V, 7).
Está muy claro. Nos encontramos apenas a cincuenta kilómetros a vuelo de pájaro, de Alejandría, capital indiscutible de la alquimia en aquella época. Y los iniciados en esa ciencia que fue la precursora de la química moderna, conocían el secreto de la pólvora, y la de los fulminantes, de mercurio o de plata. Y eso tanto si eran egipcios, hebreos o griegos. El fuego griego en las batallas navales de aquella época era el equivalente a la pólvora incorporada a la artillería por los europeos en el siglo XV. Volvamos a la visita que realizó Herodes a la tumba de David. Es obvio que la puerta de bronce se abría hacia el interior, que suele ser el sentido habitual de todas las puertas para abrirse. Y una llama brotó del interior a su entrada… (Op. cit.). La explicación es muy sencilla. Si se espolvorea de antemano con pólvora y fulminantes los primeros metros del pasillo cerrado por la puerta de bronce, al abrir ésta o al poner el pie sobre el fulminante mezclado con arena, la pólvora se iniciará dando lugar a su combustión y a la consiguiente explosión, y el fuego saltará al rostro de los profanadores. Ése era principio de algunos petardos infantiles de baja intensidad, en cuya composición se empleaban granos de sílex mezclados con un poco de fulminantes que hacían detonar los petardos cuando se estrellaban contra el suelo arrojados por los niños. En el peor de los casos, las gotas de resina encendida que caerían de las antorchas de los guardias al suelo bastarían para incendiar la pólvora. Todo es muy sencillo y comprensible en nuestros días. Pero hace dos mil años, para el común de los mortales, aquello hubiese sido cosa de magia o bien obra del diablo.
Josué al frente de sus tropas en la batalla de Jericó

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