Eduardo de Woodstock, que fue el primogénito del rey Eduardo
III de Inglaterra y padre del futuro rey Ricardo II, era conocido por sus contemporáneos
como el Príncipe Negro, en clara referencia al color de su célebre armadura. Fue
un caudillo militar excepcional, y sus victorias sobre los franceses en las
batallas de Crécy y Poitiers lo hicieron muy popular. En 1348 se convirtió en
el primer caballero de la Orden de la Jarretera. El
príncipe Eduardo murió un año antes que su padre, siendo el primer príncipe de
Gales que no se convirtió en rey de Inglaterra. A la muerte de su padre, Eduardo
III, el trono pasó a su hijo Ricardo, que entonces aún era menor de edad. Eduardo fue regente de Inglaterra en diferentes
periodos entre 1339 y 1342 mientras su padre se encontraba guerreando en
Francia. Eduardo
se había educado con su prima Juana, la «hermosa doncella de Kent», y obtuvo una
bula del papa Inocencio VII para poder desposarla el 10 de octubre de 1361 en
el castillo de Windsor. El matrimonio causó algo de controversia debido a que el matrimonio con una dama inglesa descartaba
la posibilidad de concertar una alianza con otra potencia extranjera. Nombrado
príncipe de Aquitania por su padre, desempeñó el cargo en este dominio que acabó
convirtiéndose en la corte en el exilio de Jaime IV de Mallorca y de Pedro I de
Castilla, llamado El Cruel por sus detractores y El Justo por sus fieles, tras ser derrocado por su hermanastro, Enrique de Trastámara, ofreció a Eduardo
el señorío de Vizcaya en 1367 a cambio de su ayuda para recuperar su trono.
Eduardo salió victorioso en la batalla de Nájera (3 de abril de 1367), en la
que derrotó a los ejércitos combinados de Francia y Castilla, comandados por el
afamado mariscal francés Bertrand du Guesclin. Sin embargo, Pedro no saldó su
deuda y se negó a ceder Vizcaya al inglés, alegando la falta de consentimiento
de sus estados, y Eduardo se retiró a Guyena en julio del mismo año. Regresó a
Inglaterra en enero de 1371 y allí murió cinco años después con cuarenta y cinco años, a causa de una disentería amebiana, contraída probablemente durante su
campaña militar en Castilla.
Con Eduardo, el ideal cortés de la caballería llegó al inicio de su ocaso. Después de capturar a Juan II el Bueno, rey de Francia y a su hijo, Felipe
el Atrevido, en la batalla de Poitiers, los trató con gran
respeto, dando incluso permiso a Juan para regresar a su hogar,
y se dice que oró con él en la catedral de Canterbury. Curiosamente, permitió
que durante un día se preparara la batalla de Poitiers, de manera que las
planas mayores de ambos ejércitos pudieran discutir la batalla entre sí, y dando ocasión al
cardenal de Périgord para mediar entre los bandos contendientes y mantener la paz.
Sin embargo, algunos historiadores señalan que «Eduardo aprovechó la tregua
para ganar tiempo mientras disponía estratégicamente a sus arqueros». Sus
prácticas caballerescas eran superadas a menudo por su eficacia y pragmatismo en el campo de batalla. El
repetido uso por parte de Eduardo de Woodstock de la estrategia de algaradas,
un tipo de guerra de guerrillas que pudo aprender en España, donde fue ideada
por los moros, y que consistía en quemar y saquear las aldeas, pueblos y
granjas de áreas concretas, no encajaba en los valores de la caballería cristiana, pero
era muy efectiva para conseguir el objetivo de sus campañas: debilitar la
economía del reino de Francia con el que estaba en guerra. Sea
como fuere, hay que admitir que Eduardo fue un brillante estratega. Intervino también
en la campaña de Flandes de 1345, que acabó prematuramente cuando uno de sus
aliados flamencos, Jacob van Artevelde, gobernador de Flandes y antes maestro cervecero,
fue asesinado por sus vecinos. Eduardo demostró su bravura a los dieciséis al
tomar parte en la decisiva batalla de Crécy, en el contexto de la guerra de los
Cien Años. Después de esta campaña Normandía quedó bajo control inglés.
Eduardo
intervino en el sitio de Calais, durante el cual sus habitantes sufrieron
enormemente y se vieron reducidos a comer perros, gatos y ratas. El asedio dio lugar al control inglés sobre el norte de Francia antes de que se firmara una paz temporal
debido a la Peste Negra, que asoló Europa coincidiendo con el inicio de la guerra de los Cien Años. Hubo una contraofensiva francesa, pero Calais
permaneció en manos inglesas. También participó en la batalla de Winchelsea o
de «Les Espagnols sur Mer» en aguas del canal de La Mancha donde la flota
inglesa derrotó a la escuadra castellana que acudió en auxilio de Calais en
agosto de 1350. Eduardo realizó una gran alagarada en el año 1355 por toda la
región de Aquitania-Languedoc, que dañó la economía del sur de Francia, y
provocó un profundo resentimiento hacia el rey francés entre los campesinos occitanos,
que aún no habían olvidado los estragos sufridos por sus antepasados a manos de los norteños en la
primera mitad del siglo pasado. Esta campaña preparó la región para la conquista inglesa,
abrió alianzas con los vecinos de Aquitania, siendo la más destacada la de
Carlos II de Navarra, e hizo que muchas regiones se orientaran hacia una mayor autonomía respecto a Francia, que por ser un reino mucho más grande, no estaba
tan unido como el de Inglaterra. Después de sellar un pacto con el rey Carlos de
Navarra, Eduardo combatió nuevamente a los ejércitos de Juan II de Francia.
La campaña de Aquitania le dio a Eduardo un control más firme de la región, mucha
tierra de la que obtener recursos y hombres con los que poder luchar contra el
rey de Francia. Durante
la campaña militar de 1356, Eduardo mandó un ejército de más de 7.000 soldados,
logrando una gran victoria sobre la caballería pesada francesa en la batalla de
Poitiers, ese mismo año. En esa decisiva acción apresó al rey Juan II de Francia, al que llevó
como rehén a Inglaterra. En la batalla cayó la flor y nata de la nobleza
francesa y abrió un periodo de caos y anarquía en Francia que culminó con la
firma del Tratado de Brétigny en 1360, por el que el rey de Francia recuperó su
libertad cediendo ricos territorios a los ingleses, que recibieron casi un tercio
de Francia, que aún se vio obligada a pagar un enorme rescate que equivalía a
cuatro veces su producto interior bruto. El rescate que se pagó, no obstante,
fue un poco inferior al exigido por los ingleses. Las consecuencias fueron que
Eduardo III mantuvo sus pretensiones al trono de Francia y que alrededor de la
mitad del Reino quedó bajo control inglés.
Ganada la guerra en Francia, el príncipe Eduardo
se trasladó después a Castilla y se alió con el rey Pedro I el Cruel para hacerle la
guerra a Enrique de Trastámara, aliado de Carlos V de Francia. En la guerra
civil castellana sus fuerzas vencieron en la batalla de Nájera en 1367. Luego Pedro I entró
en constantes disputas con el inglés a causa de no haberle pagado lo acordado por prestarle ayuda militar, por lo
que éste decidió abandonar Castilla, dejando solo a Pedro I en la lucha contra
su hermanastro. Como
resultado del asesinato de Pedro I, el dinero que el Príncipe Negro invirtió en
el esfuerzo de guerra en Castilla no le proporcionó beneficios y entró en
bancarrota. Esto obligó a gravar a Aquitania con fuertes impuestos para aliviar
los problemas financieros de Eduardo, lo que llevó a un círculo vicioso de
malestar en Aquitania y a su violenta represión. Carlos el Sabio, nuevo rey
de Francia, supo aprovecharse de este sentimiento de rechazo hacia Eduardo en
Aquitania. Sin embargo, el Príncipe Negro se convirtió temporalmente en Señor
de Vizcaya.
Tras
el sitio de Limoges en 1370, Eduardo de Woodstock se vio obligado a dejar su
puesto debido a la enfermedad y a graves problemas financieros, pero también debido a la
crueldad del asedio, que vio la masacre de alrededor de tres mil habitantes de
acuerdo con el cronista Froissart. Sin el Príncipe Negro, el esfuerzo de guerra
inglés contra Carlos el Sabio y Bertrand Du Guesclin estaba destinado al
fracaso. El hermano de Eduardo, el príncipe Juan de Gante, no estaba interesado en proseguir la
guerra con Francia, más bien lo estaba en el desenlace de la guerra de sucesión en Castilla. Nuevas investigaciones
ponen de relieve que el relato de las atrocidades cometidas por los ingleses en
Aquitania no fue exagerado por Froissart.
El
rey Eduardo III y el Príncipe Negro navegaron rumbo a Francia desde Sándwich
con cuatrocientos barcos que llevaban a bordo cuatro mil hombres de armas y
diez mil arqueros, pero después de seis semanas de mal tiempo, perdieron el rumbo
y volvieron a Inglaterra porque en marzo de 1360 se produjo una incursión
protagonizada por normandos y castellanos que, a través del Támesis, se internaron
hasta las proximidades de Hastings. Los marinos de esta pequeña flotilla llegaron
a desembarcar en Londres, siguiendo las tácticas de los antiguos daneses, que llegaron
a tomar la capital del reino de Wessex en 870, en tiempos del rey Alfredo el Grande.
Afortunadamente
para franceses y castellanos, este ambicioso príncipe inglés falleció relativamente
joven en el palacio de Westminster en 1376. Eduardo pidió
ser enterrado en la cripta de la catedral de Canterbury y su sepulcro está formado
por una efigie de bronce bajo un baldaquín representando la Santísima Trinidad,
con sus «logros» heráldicos colgando sobre el baldaquino. Los logros han sido
reemplazados hoy por réplicas, aunque los originales aún se pueden ver cerca de la tumba.
El baldaquín fue restaurado en 2006 y en el epitafio escrito alrededor de su
efigie puede leerse lo siguiente: «Como te ves, yo me vi. Como me veo, te verás.
Como soy, tú serás. Poco pensé en la muerte, mientras pude respirar. En la
tierra acumulé grandes riquezas: tierras, casas, caballos y un gran tesoro en oro
y plata. Pero ahora soy un triste cautivo en lo más profundo de la tierra, donde
yazco. Mi lozanía se ha marchitado, mi vigor ha desaparecido, y los gusanos han
roído mi carne hasta el hueso».
El Príncipe Negro se granjeó este apelativo por el color de su armadura |
No hay comentarios:
Publicar un comentario