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viernes, 7 de julio de 2017

Roma: la dinastía Flavia (69–96 d.C.)

Esta dinastía de emperadores romanos sobresalió en el aspecto de la administración del Estado y la construcción. Mantuvieron protegidas las fronteras del Imperio mediante campamentos militares fortificados y otorgaron derechos de ciudadanía a los habitantes de las provincias.
Vespasiano (69–79 d.C.)
Vespasiano descendía de una familia del Orden Ecuestre que había alcanzado el rango senatorial durante los principados de los emperadores de la dinastía Julio-Claudia. Designado cónsul en 51, Vespasiano ganó merecido renombre como comandante, destacando en la invasión de Britania (43). Mandó las fuerzas romanas que hicieron frente a la revuelta de los judíos del año 66. Cuando se disponía a sitiar Jerusalén, la capital rebelde, el emperador Nerón se suicidó (68), sumiendo al Imperio en un año de guerras civiles conocido como el Año de los Cuatro Emperadores. Tras la rápida sucesión y muerte de Galba y Otón y el ascenso al poder de Vitelio, los ejércitos de las provincias de Egipto y Judea proclamaron emperador a Vespasiano el 1 de julio del 69. En su camino hacia el trono imperial, Vespasiano se alió con el gobernador de Siria, Cayo Licinio Muciano, que condujo las tropas de Vespasiano contra Vitelio, mientras el propio Vespasiano tomaba el control sobre Egipto. El 20 de diciembre, Vitelio fue derrotado y al día siguiente Vespasiano fue proclamado emperador por el Senado. Poca información ha llegado hasta nosotros del principado de Vespasiano. Destaca en sus diez años de gobierno el programa de reformas financieras que promovió, tan necesario tras la caída de la dinastía Julioclaudiana, su exitosa campaña en Judea y sus ambiciosos proyectos de construcción como el Anfiteatro Flavio, conocido popularmente como el Coliseo. Tras su muerte, el 23 de junio de 79, fue sucedido en el trono por Tito, su hijo mayor. Al emperador Vespasiano se le atribuye esta célebre frase que, según la tradición, pronunció en su lecho de muerte: «¡Ay de mí! Creo que me estoy convirtiendo en un dios.»
Tito (79–81 d.C.)
Tito, antes de ser proclamado emperador alcanzó renombre como comandante de las legiones de Oriente a las órdenes de su padre en Judea, durante el conflicto conocido como la Primera Revuelta Judía (66–73). Esta campaña militar conoció una breve pausa después de la muerte del emperador Nerón (9 de junio de 68), cuando su padre, Vespasiano, fue proclamado emperador por sus tropas (21 de diciembre de 69). En este punto, Vespasiano inició su participación en el conflicto civil que asoló el Imperio durante el año de su nombramiento como emperador (68-69). Tras este nombramiento recayó sobre Tito la responsabilidad de acabar con los sediciosos judíos, tarea que realizó de forma satisfactoria tras sitiar y tomar Jerusalén (70), el templo fue destruido en el incendio. Su victoria fue recompensada con un triunfo y conmemorada con la construcción del Arco de Tito. Bajo el gobierno de su padre, Tito despertó recelos entre los ciudadanos de Roma debido a su servicio como prefecto del Pretorio, y también a causa de su intolerable relación con la reina Berenice de Cilicia, hermana del etnarca Herodes Agripa II. A pesar de estas faltas a la moral romana, Tito gobernó con gran popularidad después de la muerte de Vespasiano y está considerado como un buen emperador por Suetonio y otros historiadores contemporáneos. Lo más importante de su gobierno fue su programa de construcción de edificios públicos en Roma (Tito finalizó las obras del Coliseo). La enorme popularidad de Tito también se debió a su gran generosidad con las víctimas de los desastres que sufrió la península Itálica durante su breve principado; la erupción del Vesubio en agosto del 79 y el incendio de Roma al año siguiente. Tras dos años en el cargo, Tito murió a causa de unas fiebres el 13 de septiembre del 81. La gran popularidad de Tito hizo que el Senado lo proclamara divus [dios]. Tito fue sucedido por su hermano menor, Domiciano.
Domiciano (81–96 d.C.)
Su juventud y los inicios de su carrera transcurrieron a la sombra de su hermano Tito, que logró un considerable renombre militar durante las campañas de Germania y de Judea de los años 60. Esta situación se mantuvo durante el principado de su padre Vespasiano, coronado emperador el 21 de diciembre de 69, tras un año de guerras civiles. Al tiempo que su hermano gozó de poderes semejantes a los de su padre, él fue recompensado con honores nominales que no implicaban ninguna responsabilidad. A la muerte de su padre en el 79, Tito le sucedió pacíficamente, pero su corto principado finalizó abruptamente tras su muerte por enfermedad el 13 de septiembre del 81. Al día siguiente, Domiciano fue proclamado emperador por la Guardia Pretoriana, su etapa de gobierno, que duraría quince años, sería el más largo desde el de Tiberio, medio siglo antes. Las fuentes clásicas lo describen como un tirano cruel y paranoico, situando entre los emperadores más odiados al comparar su vileza con las de Gayo Calígula y Lucio Nerón. No obstante, la mayor parte de las afirmaciones sobre él tienen su origen en escritores que le fueron abiertamente hostiles: Tácito, Plinio el Joven y Suetonio. Estos hombres exageraron la crueldad del césar al efectuar adversas comparaciones con los Cinco Buenos Emperadores que le sucedieron.
Vespasiano con sus oficiales en Roma

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