Si se
desea iniciar una apasionante conversación relacionada con asteroides o
meteoritos, sólo hay que mencionar una palabra: Tunguska. Aparte del famoso
meteorito que impactó en la península de Yucatán (México) y que se supone acabó
con los dinosaurios, el suceso de Tunguska de 1908 es la única entrada de un meteorito
registrada en tiempos modernos, y de la cual existen testimonios facilitados
por los testigos presenciales de entonces. El 30 de
junio de 1908, una roca espacial de unos 37 metros de diámetro, penetró en la
atmósfera terrestre y detonó en el cielo liberando una energía térmica equivalente
a 185 bombas atómicas como la que se lanzó sobre Hiroshima. Ese día,
sobre las siete de la mañana, un hombre estaba sentado en el balcón de un
solitario establecimiento comercial en Vanavara, Siberia. No se imagina que, en
sólo unos instantes, iba a ser arrancado de su silla y que la fuente de calor que le
abrasaría a continuación sería tan intensa como si su camisa estuviera envuelta
en llamas. Así fue el llamado suceso
de Tunguska que se produjo a 64 km (unas 40 millas) del epicentro. Ha
transcurrido más de un siglo desde que se produjera aquel terrible impacto
cerca del río Podkamennaya, en la remota región de Tunguska, en Siberia, y los
científicos continúan discutiendo sobre el asunto sin ponerse de acuerdo sobre
lo que realmente sucedió. A pesar de
que el suceso ocurrió en 1908, la primera expedición científica que llegó al
área del impacto lo hizo 19 años después. En 1921, Leónidas Kulak, conservador
de la colección de meteoritos del Museo de San Petersburgo dirigió una
expedición a Tunguska. No
obstante, las duras condiciones climáticas de aquella remota región del interior
de Siberia, impidieron al equipo alcanzar el área de la explosión. En 1927, una
nueva expedición, liderada otra vez por Kulak, logró finalmente alcanzar la
meta. Al
principio, los habitantes de la región se mostraron renuentes a contarle a Kulak
nada acerca del evento. No olvidemos que país se había trasformado en la Unión Soviética
hacía sólo diez años, y que la gente tenía miedo cuando era interrogada por cualquier cosa. Los campesinos creían que la explosión había sido una
visita del dios Ogdy, que le había echado una maldición a la tierra derribando
árboles y matando a sus animales de granja. Aunque fue
muy difícil obtener testimonios de lo sucedido, las evidencias todavía abundaban
alrededor del área del impacto. Unos 2.100 km cuadrados de bosque quedaron calcinadas
y partidas en dos. Ochenta millones de árboles yacían a ambos lados, derribados
formando un patrón radial sobre el suelo. Esos
árboles sirvieron como marcadores ya que señalaban directamente en la dirección
opuesta al epicentro de la explosión. Más tarde, cuando el equipo de Leónidas Kulak llegó
al lugar del epicentro, descubrió que los árboles todavía estaban en pie, pero con sus
ramas y cortezas completamente removidas. «Parecía un bosque de postes de
telégrafo», según sus propias palabras. Algo así
requiere ondas de expansión de rápido movimiento capaces de romper las ramas de
un árbol antes de que éstas puedan transferir el impulso del impacto al tronco.
Treinta y siete años después de la explosión de Tunguska, se encontrarían
árboles sin ramas en el lugar de otra fuerte explosión: Hiroshima, Japón.
Las
expediciones de Kulak (que viajó a Tunguska en tres ocasiones) lograron que,
finalmente, algunos vecinos de la localidad hablaran. Uno de ellos fue el
hombre del establecimiento comercial en Vanavara que fue testigo de la explosión térmica mientras
era despedido de su silla. Este fue
su testimonio: «De pronto […] el cielo se partió en dos y, sobre el bosque,
toda la parte norte del firmamento parecía cubierta por el fuego... En ese
momento hubo un estallido en el cielo y un gran estrépito... Al estrépito le
siguió un sonido como de piedras que caían desde el cielo o de fusiles que
disparaban y la tierra tembló…» Ciertamente, parece un relato apocalíptico. El resto
del testimonio fue censurado por las autoridades comunistas y no pudo ser recuperado
tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, por lo que sigue siendo un
misterio lo que sucedió en aquella remota región siberiana en 1908. Se sabe,
no obstante, que la magnitud de la explosión fue grande. La onda expansiva que
se produjo como resultado pudo ser registrada por barómetros sensibles en lugares
tan lejanos del epicentro como Inglaterra. Se formaron nubes densas sobre la
región, a grandes altitudes, que reflejaban la luz solar detrás del horizonte.
Los cielos brillaban por la noche y se recibieron informes de personas que
vivían en lejanos lugares de Asia central, que afirmaban que podían leer el
periódico a la luz de medianoche. En la región de Tunguska, cientos de renos, cuya
carne constituye el sustento de muchas familias de ganaderos, resultaron
muertos, pero no hubo evidencia de que persona alguna pereciera en la
explosión. Eso fue, al menos, lo que figuró en el informe oficial de entonces.
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