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miércoles, 9 de agosto de 2017

Gedeón extermina a los madianitas por mandato de Yahvé

Jerubaal (o sea, Gedeón) se levantó de madrugada, así como toda su gente de armas, y acampó junto a En Jarod. El campamento de Madián quedaba al norte, al pie de la colina de Moré, en el valle. El Señor dijo a Gedeón:
—Esa gente que te acompaña es demasiada para que yo pueda entregarles a Madián; se podría enorgullecer Israel a mi costa diciendo: “¡Es mi fuerza la que me ha salvado!” Así pues, difunde entre la gente este pregón: “El que tenga miedo y tiemble, que se vuelva por donde ha venido.”
Gedeón los puso así a prueba. Y se retiraron veintidós mil hombres de la tropa reclutada, quedando sólo diez mil. El Señor dijo a Gedeón:
—Son todavía demasiados; hazlos bajar a la fuente y allí los someteré a examen. Aquel de quien yo te diga que vaya contigo, irá contigo. Y aquel de quien yo te diga que no vaya contigo, no irá.
Gedeón hizo bajar la gente hasta la fuente. Y el Señor le dijo:
—A todos los que laman en agua con la lengua como lo hace un perro, ponlos a un lado; y a todos los que se arrodillen para beber, ponlos al otro.
Los que lamieron el agua (llevándosela con las manos a la boca) resultaron ser trescientos. Todo el resto de la gente se arrodilló para beber. Entonces el Señor le dijo a Gedeón:
—Con los trescientos hombres que han lamido el agua os salvaré, y pondré a Madián en tus manos. Que todos los demás regresen a su casa.
Los elegidos se pertrecharon oportunamente y tomaron sus trompetas de guerra. A los restantes israelitas, Gedeón los mandó a su casa y se quedó sólo con los trescientos hombres.
Madián había acampado abajo, en el valle. Aquella noche el Señor dijo a Gedeón:
—¡Ánimo!, baja al campamento, porque lo he puesto en tus manos. Pero si te da miedo bajar solo al campamento, que te acompañe tu criado Purá, y escucha lo que dicen. Cobrarás ánimo y no dudarás en atacar el campamento.
Bajó, pues, hasta las mismas avanzadillas del campamento, acompañado de su criado Purá.
Madián, Amalec y todos los hijos de Oriente habían inundado el valle, numerosos como plaga de langostas, y sus camellos eran incontables como los granos de arena de la playa. Cuando se acercó Gedeón, un hombre estaba contando un sueño a su vecino. Le decía:
—He tenido un sueño: una hogaza de pan de cebada rodaba por el campamento de Madián. Llegaba hasta la tienda, chocó contra ella y la volcó de arriba abajo.
El vecino le respondió:
—Eso no puede ser otra cosa que la espada de Gedeón, hijo de Joás, el israelita. Dios ha puesto en sus manos a Madián y a todo el campamento.
Cuando Gedeón escuchó el sueño y su interpretación, adoró al Señor. Regresó luego al campamento de Israel y dijo a los suyos:
—¡Ánimo!, pues el Señor ha puesto en vuestras manos el campamento de Madián.
Gedeón dividió a los trescientos hombres en tres cuerpos. Le dio a cada uno una trompeta de guerra y un cántaro vacío, con una antorcha dentro de cada cántaro. Y les dijo:
—Fijaos en mí y haced lo que yo haga. Yo y todos los que estén conmigo tocaremos las trompetas; entonces vosotros también tocad las trompetas alrededor del campamento y gritad: “¡Por el Señor y por Gedeón!”
Gedeón y los cien hombres que le acompañaban llegaron al borde del campamento cuando comenzaba la guardia de la medianoche y se acababa de hacer el relevo de los centinelas. Tocaron, entonces, las trompetas de guerra y rompieron los cántaros; en la izquierda tenían las antorchas y en la derecha las trompetas para poder tocarlas. Y gritaron:
—¡Por el Señor y por Gedeón!
Y se quedaron todos quietos, cada uno en su puesto, alrededor del campamento. Todo el campamento se despertó y, lanzando alaridos, se dieron a la fuga. Mientras los trescientos de Gedeón tocaban las trompetas de guerra, el Señor hizo que los madianitas se mataran unos a otros por todo el campamento y que salieran huyendo hacia Bet Sita y Sarán, hasta la ribera de Abel Mejolá, frente a Tabal.
Entonces los israelitas de Neftalí, de Aser y de todo Manasés se reunieron y persiguieron a Madián. Gedeón envió mensajeros que fueron avisando por toda la montaña de Efraín:
—Bajad al encuentro de Madián y cortadles la retirada ocupando los vados del Jordán hasta Bet Barú.
Se reunieron todos los hombres de Efraín y ocuparon los vados del Jordán hasta Bet Barú. Hicieron prisioneros a los jefes de Madián, Oreb y Zab; mataron a Oreb en la Peña de Oreb y a Zab en el Lagar de Zab. Y, tras perseguir a Madián, presentaron a Gedeón las cabezas de Oreb y Zab, al otro lado del Jordán

Los de Efraín dijeron a Gedeón:
—¿Qué nos has hecho? ¿Cómo no has contado con nosotros cuando has ido a combatir contra Madián?
Y discutieron con él violentamente. Gedeón les respondió entonces:
—¿Qué vale lo que he hecho yo en comparación con lo que habéis hecho vosotros? ¿No vale más la rebusca de Efraín que la vendimia de Abiecer? Dios os ha entregado a Oreb y a Zab, los jefes de Madián. ¿Qué he hecho yo en comparación con vosotros?
Con estas palabras que les dijo, se calmó su enfado contra Gedeón.

Gedeón llegó al Jordán y lo atravesó. Pero tanto él como los trescientos hombres que llevaba consigo estaban agotados por la persecución. Dijo, pues, a la gente de Sucot:
—Por favor, dadle unas hogazas de pan a la tropa que me sigue, porque está agotada, y yo voy persiguiendo a Cébaj y a Salmuná, reyes de Madián.
Los jefes de Sucot le respondieron:
—¿Acaso tienes ya en tu poder a Cébaj y Salmuná para que suministremos pan a tu ejército?
Gedeón les respondió:
—Bien; cuando el Señor me haya entregado a Cébaj y a Salmuná, os desgarraré las carnes con cardos y espinas del desierto.
De allí subió a Penuel y les habló de igual manera. Pero la gente de Penuel le respondió como lo había hecho la gente de Sucot. Gedeón contestó también a los de Penuel:
—Cuando regrese vencedor, derribaré esa torre.
Cébaj y Salmuná estaban en Corcar con sus tropas, unos quince mil hombres de armas, todos los que habían quedado del ejército de los hijos de Oriente. Los guerreros que habían caído eran ciento veinte mil. Gedeón subió por la ruta de los beduinos, al este de Nóbaj y de Jogboá, y atacó al campamento que se creía ya seguro. Cébaj y Salmuná lograron huir. Pero él los persiguió e hizo prisioneros a estos dos reyes de Madián, Cébaj y Salmuná. Y destruyó todo su ejército.
Después de la batalla, Gedeón, hijo de Joás, volvió por la pendiente de Jarees. Detuvo a un joven de la gente de Sucot, lo interrogó, y él le dio por escrito los nombres de los jefes de Sucot y de los ancianos: setenta y siete hombres. Gedeón se dirigió entonces a la gente de Sucot y les dijo:
—Aquí tenéis a Cébaj y a Salmuná, a cuenta de los cuales os burlasteis de mí diciendo: “¿Acaso tienes ya en tu poder a Cébaj y a Salmuná para que tengamos que suministrar pan a tus tropas agotadas?”
Apresó entonces a los ancianos de la ciudad y, recogiendo espinas y cardos del desierto, desgarró las carnes de los hombres de Sucot. Derribó la torre de Penuel y pasó a cuchillo a los habitantes de la ciudad. Luego dijo a Cébaj y a Salmuná:
—¿Cómo eran los hombres que matasteis en el Tabor?
Ellos respondieron:
—Eran como tú; cualquiera de ellos parecía un hijo de rey.
Respondió Gedeón:
—Eran mis hermanos, hijos de mi madre. ¡Vive el Señor, que, si los hubieseis dejado con vida, no os mataría yo ahora!
Y dijo a Jémer, su hijo mayor:
—¡Anda! ¡Mátalos a todos!
Pero el muchacho no desenvainó la espada; no se atrevía, porque era todavía un mozo. Cébaj y Salmuná dijeron:
—Anda, mátanos tú, pues un hombre se mide por su valentía.
Gedeón se levantó, mató a Cébaj y Salmuná y se quedó con las lunetas que llevaban al cuello sus camellos.

Los hombres de Israel dijeron a Gedeón:
—Reina tú sobre nosotros; tú, tu hijo y tu nieto, pues nos has salvado del dominio de Madián.
Pero Gedeón les respondió:
—No seré yo quien reine sobre vosotros; ni yo ni mi hijo. Vuestro rey será el Señor.
Y añadió Gedeón:
—Os voy a pedir una cosa: que cada uno de vosotros me dé un anillo de su botín.
[Porque los vencidos eran ismaelitas y tenían anillos de oro].
Respondieron ellos:
—Te los entregamos con mucho gusto.
Extendió él su manto y ellos echaron en él cada uno un anillo de su botín. El peso de los anillos de oro que les había pedido fue de mil setecientos siclos de oro, sin contar las lunetas, los pendientes y los ropajes de púrpura de los reyes de Madián, ni los collares que pendían del cuello de sus camellos.
Gedeón hizo con todo ello un efod, que colocó en su ciudad, en Ofrá. Y todo Israel le rindió culto, lo que vino a ser una trampa para Gedeón y su familia.
De esta manera Madián quedó sometido a los israelitas, y no volvió a levantarse. El país gozó de paz durante cuarenta años, mientras vivió Gedeón.
Se fue, pues, Jerubaal, hijo de Joás, y se quedó en su casa. Gedeón tuvo setenta hijos, todos engendrados por él, pues tenía muchas mujeres. Y una concubina que tenía en Siquén le dio también un hijo, al que puso por nombre Abimélec.
Y murió Gedeón, hijo de Joás, tras una dichosa vejez, y fue sepultado en la tumba de su padre Joás, en Ofrá de Abiecer.
Después de la muerte de Gedeón, los israelitas volvieron a rendir culto a los baales y eligieron por dios a Baalberit. Los israelitas se olvidaron del Señor, su Dios, que los había librado de la mano de todos los enemigos de alrededor. Y no fueron agradecidos con la casa de Jerubaal-Gedeón, a pesar de todo el bien que había hecho a Israel.

(Jueces 7 y 8)


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