Debido a la crisis económica que no acabamos de
superar, y que va camino de convertirse en eterna diez años después de su
inicio, las Fuerzas Armadas de varios países europeos, otrora grandes potencias
militares, también han tenido que apretarse el cinturón y el discreto presupuesto
asignado a Defensa sigue menguando año tras año, mientras los mismos bancos que
provocaron la última crisis financiera, se siguen enriqueciendo si poner un céntimo
por la crisis que ellos provocaron. Esta delicada situación ha llegado hasta tal
extremo que el Cuartel General de la Armada que ha tomado la decisión de enviar
al desguace al único portaaviones español, el Príncipe de Asturias, que ya
llevaba varios años en dique seco al no haberse mejorado las ridículas
asignaciones presupuestarias que el Gobierno asigna a Defensa. Esto ha
provocado el rápido deterioro del buque y ha determinado su baja definitiva
porque, debido a su antigüedad, su puesta a punto requeriría cuantiosas
inversiones. De haberse realizado las labores de
mantenimiento, podría haberse planteado la venta del navío, pero, dado su actual estado
de deterioro, resultó imposible encontrar comprador, por lo que acabará
vendiéndose como chatarra. En concreto, habría que acometer tareas de
renovación de los sistemas de combate, de navegación y de seguridad, con un
elevado coste. Estas tareas, que deberían haberse iniciado hace años, se fueron
posponiendo en cada presupuesto hasta llegar a la situación actual. Sin dinero
para actualizar el Príncipe de Asturias nos quedamos sin el único portaaviones con el que
contaba la Armada y, como tal, constituía una elemento disuasorio fundamental.
Sobre todo si tenemos en cuenta, además, los muchos kilómetros de costa de
nuestro país, ahora mucho más vulnerable. Su mera presencia en la proximidad de
un escenario de conflicto bélico, aunque sea en actitud disuasoria y en aguas
internacionales, constituye uno de los mensajes políticos más contundentes que
pueden enviarse a un potencial enemigo.
En los últimos años de servicio el portaaviones
sólo había participado en ejercicios navales cerca de su base de Rota, sobre
todo para que los pilotos de los aviones Harrier pudieran obtener su
calificación. Se supone que al paralizar definitivamente el Príncipe de
Asturias en los próximos meses, se incorporará a la Armada el buque de
proyección estratégica Juan Carlos I, que no es un portaaviones, sino un buque
de asalto anfibio, pero que dispone de una pista en cubierta para aeronaves, en la
que los pilotos pueden realizar las pruebas necesarias para mantener su aptitud
para el combate. A modo de consuelo de tontos diremos que España no es el
único país que se queda sin portaaviones. También Reino Unido, nuestro enemigo
de otras épocas, no tiene portaaviones desde que, a finales de 2010, se anunció
el desguace del Ark Royal lo que obligaba a los pilotos británicos a
entrenarse, precisamente, en el Príncipe de Asturias. Lo que no deja de ser chocante,
pues Reino Unido se opuso firmemente en su día a que España contase con aviones de combate Harrier de despegue vertical porque lo veía como una amenaza, y hace
pocos meses no sé qué lord de opereta amenazaba a nuestro país con mandar a la Royal Navy como hizo en las islas Malvinas para darnos nuestro merecido.
También es cierto que la Royal Navy está
construyendo dos nuevos portaaviones, sin que se prevea que la Armada española
encargue la construcción de uno a medio plazo. Las restricciones presupuestarias de la Armada han dado lugar a dar de baja el buque de desembarco Pizarro, a la corbeta Diana, al patrullero de altura Chilreu, así como a dos fragatas de la clase Santa María, con lo que muy pronto las Armada verá reducido su servicio al de
mero apoyo a las labores de salvamento de inmigrantes a bordo de pateras. El Juan Carlos I fue dado de alta en la Armada
en 2010 y es el buque de mayor tamaño y tonelaje que haya tenido la Marina de Guerra española en toda su historia. Si todo va de acuerdo con los planes, Reino Unido
volverá a tener portaaviones a partir de 2020, cuando entren en servicio el Queen
Elizabeth. Pero también los británicos tienen sus problemas en Defensa: la
Royal Navy no va a tener entonces suficientes aviones para el barco ni para su
gemelo, el Prince of Wales, el segundo portaaviones de la Royal Navy, con lo que volverán a superarnos por 2 a 1. Francia también tuvo que deshacerse hace algunos
años del portaaviones Clemenceau por los mismos motivos. Los europeos hemos
preferido subcontratar nuestra defensa a Estados Unidos, un país que a menudo desarrolla
una política internacional errática.
Las restricciones en Defensa no sólo han
afectado a Reino Unido y España. La opulenta Unión Europea tiene mucho menos dinero del que aparenta tener, al tiempo que se empeña
en que inmigrantes de medio mundo se instalen en ella para asegurarse un núcleo
de consumidores importante, y
para que, con las partidas de divisas en euros que esos inmigrantes
envían a sus países de origen, éstos puedan hacer frente al pago de la abultada
deuda nacional.
Según estadísticas del Fondo Monetario
Internacional (FMI), en 1980 EEUU acumulaba el 21,9% del PIB mundial. Hoy, sólo
llega al 15,8%. Y que nadie se regocije con la caída del coloso norteamericano,
porque el desplome en Europa es mucho mayor. La proporción del PIB mundial que
corresponde a Alemania ha caído del 6,6% al 3,4%; la de Francia, del 4,4% al
2,3%; la de Italia, del 4,5% al 1,9%; y la de Gran Bretaña, del 3,8%, al 2,4%.
Según las proyecciones del FMI, dentro de cinco años, Alemania tendrá un peso
económico a nivel mundial similar al que España tenía en 2005. Es cierto que es
muy probable que estas cifras no reflejen toda la realidad. Nadie se cree los
datos de crecimiento de China, por ejemplo. Tampoco es descartable que el PIB
de los países más desarrollados no capte toda la actividad económica porque los
servicios son muy difíciles de medir y, además, una parte apreciable de ellos
cae en la economía sumergida. El peso económico no viene determinado sólo por
el PIB, sino también por la profundidad y liquidez de los mercados financieros,
por la innovación, o por otros factores. Pero, aun así, la tendencia es
inapelable: Occidente está perdiendo peso económico en el mundo muy deprisa. Y
lo hace a manos de Asia. Si los europeos no espabilamos, Reino Unido incluido,
corremos el riesgo de vernos reducidos a un mercado cautivo de China e India y
nuestras rentas per cápita quedarán seriamente mermadas.
No deja de ser llamativo que una parte de la
prensa china haya considerado la victoria electoral de Donald Trump como una muestra
del declive de Estados Unidos, que ahora quiere replegarse más en sus fronteras
y dejar de lado las estrechas alianzas forjadas en los últimos 70 años con Europa, después de la
finalización de la Segunda Guerra Mundial. Pero Occidente no sólo es menos
fuerte económicamente. También es menos feliz, al menos en lo que se refiere a
satisfacción con la vida personal y profesional, que muchos mercados
emergentes. Su productividad apenas crece y, según la mayor parte de los
estudios, también su innovación se está frenando. Y los países occidentales
están agravando las cosas al encerrarse más en sí mismos. Se supone que las
potencias en declive deben tratar de integrar en el sistema de relaciones
internacionales que han creado a los países que están pidiendo un trozo de la
tarta más grande. Así, al menos, tienen una forma de comunicación con ellos.
Pero ésa no está siendo la respuesta de Estados Unidos con Donald Trump, de Reino Unido con el Bréxit, de Francia con Fillon, Melenchón y Le Pen, y de Alemania con el giro a la derecha de
Merkel y su política autoritaria en la gestión de la crisis de los refugiados, intentando imponer su criterio por la fuerza a los demás Estados de la Unión.
Si alguien cree que por llamar por teléfono a la
presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, Donald Trump envió una señal de firmeza a
China, se equivoca de medio a medio. La señal de firmeza hubiera sido dejar que el Congreso
ratificara el Acuerdo de Asociación Transpacífica, que formaba un muro de 12
países, entre ellos Estados Unidos, frente a Pekín. El acuerdo habría integrado a EEUU en
la región y, al menos, le hubiera dado voz y voto y capacidad para gestionar su
declive. Igual que seguir en la Unión Europea le hubiera dado mucha más influencia a Reino Unido. Pero no. Ambos países han optado por salir del orbe europeo justo cuando
pierden capacidad de influencia en el mundo. Es como una Royal Navy sin barcos. Sólo Royal. O como una Armada con mucha honra, pero también
sin barcos, si trasladamos el símil a España.
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