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jueves, 24 de agosto de 2017

Reconquista de Menorca y expulsión de los ingleses

En la madrugada del 6 de enero de 1782, Mahón y casi toda la isla de Menorca tembló: toda la artillería española destinada al asedio de la plaza disparó simultáneamente sus baterías, iniciando el bombardeo del castillo de San Felipe donde se había refugiado la guarnición británica de la Isla tras el desembarco español pocas semanas atrás. Desde entonces se conmemora la Pascua Militar para celebrar la reconquista de la isla de Menorca. Los cálculos más recientes ajustan las cifras de la artillería española a 100 cañones y 35 morteros. Como dotación inicial, cada cañón disponía de 50 disparos por día y cada mortero de 20. Con este estremecedor amanecer comenzó el asedio artillero a la fortaleza. A lo largo del sitio se dispararon 66.815 proyectiles de cañón y 17.160 de mortero según cálculos aproximados. Ello supone 695 disparos por cada cañón, y en el mes que duró el asedio, una media de 22 disparos por día. Por cada mortero hubo 520 disparos de media, unos 16 por día. Tras sufrir encerrados el intenso y constante bombardeo y efectuar algunas salidas de la fortaleza para intentar desmontar las obras de los zapadores españoles, en las que incluso se llevaron prisioneros, el 5 de febrero el general británico, siguiendo las costumbres de aquellas guerras, ofreció al general Crillón, Capitán General de las tropas aliadas francoespañolas, las condiciones para rendirse y abandonar la plaza de Menorca; Crillón aceptó unas y otras no, imponiendo su criterio. Al final, la guarnición británica se rindió; fueron 2.667 militares (entre ellos, 2 tenientes generales, 1 mariscal de campo y 3 coroneles) y 434 civiles. En total, 3.101 ingleses. Se les tomaron sus banderas y armamento: 347 cañones, morteros y obuses, víveres y otros efectos de la defensa. Sufrieron 59 muertos, 149 heridos y 35 desertores, además de los enfermos. Las tropas españolas atacantes eran inicialmente más de 8.000 hombres de los Cuerpos de Infantería, Dragones y Artillería, a los que habría que añadir los Cuarteles Generales, Estados Mayores y Ayudantes. Se recibieron refuerzos de otros 2.238 españoles y de 4.128 franceses. En total, las tropas aliadas ascendieron a más de 14.500 hombres, a los que habría que añadir proveedores y civiles. Es de reseñar la cifra de 206.000 cartuchos de fusil enviados con la expedición. Las bajas españolas fueron: 4 oficiales y 180 de tropa muertos y 20 oficiales y 360 de tropa heridos. Además, hubo que contar a los enfermos y, caso insólito, a los desertores al lado británico, 20, casi todos del Regimiento irlandés de Ultonia. Los Regimientos con mayores bajas fueron, de los de Infantería, el de Burgos (29 muertos y 54 heridos) y el de Cataluña (23 muertos y 68 heridos). En los de Dragones, el de Almansa (8 muertos y 28 heridos). Entre los artilleros hubo 13 muertos y 38 heridos, 3 de éstos oficiales. Todo esto quiere destacar que, proporcionalmente a su número, padecieron más los artilleros, pues contra ellos iba dirigida la defensa británica y aquellos de infantería destinados a las obras de zapa y fortificación. La contribución de la Armada española llegó hasta los 33 buques de guerra y 51 de transporte, además de 27 mercantes extranjeros contratados para la invasión.
Contexto histórico
El reinado de Carlos III (1760-1788) se caracterizó por una incesante actividad bélica: asedio y bloqueo para la reconquista de Gibraltar, defensas de las plazas norteafricanas de Ceuta y de Melilla ante los constantes asedios de los moros, la operación fallida de socorro a Argel, las expediciones a Sacramento —en la Banda Oriental, hoy Uruguay— contra los portugueses, y a la Florida para ayudar a la independencia de las colonias británicas norteamericanas, y la participación en la guerra de los Siete Años a raíz de la pérdida de La Habana y Manila ante los británicos, y la misma de reconquista de Menorca, entre otras quizá no tan importantes. En aquel entonces, para recompensar los méritos destacados en las campañas, el rey Carlos III otorgaba ascensos en «grado» o en «empleo» a muchos de los intervinientes. Otros modos de premiar en aquella época, en la que no había un sistema reglado de recompensas tal como hoy en día está establecido, podían ser desde el ingreso en alguna de las Órdenes Militares (Santiago, Calatrava, Alcántara o Montesa) o en la de Carlos III —que premiaba tanto méritos civiles como militares—, hasta publicar en la Gaceta la noticia del heroísmo con los detalles de los hechos. Pero otro modo era «dar el Rey las gracias a…» quien mereciera ser reconocido por el Monarca en persona. Éste fue el detalle originador de lo que, con el tiempo, acabó siendo la característica más peculiar de la celebración de la reconquista de Menorca. La importancia que se dio a su reconquista perduraría a lo largo del tiempo, si bien variando paulatinamente su significado hasta llegar a la situación actual en que la celebración se ha configurado como la Pascua Militar en la que el Rey, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, se reúne con representantes de los tres Ejércitos y del ministerio de Defensa, entre otras autoridades.
El 14 de septiembre de 1708 —en plena guerra de Sucesión Española— una escuadra angloholandesa, mandada por el almirante sir John Leake, bombardeó los fuertes de Menorca y desembarcó las tropas del general James Stanhope, que en menos de nueve días ocuparon totalmente la Isla. Por el infame Tratado de Utrecht, de 1713, Menorca fue cedida a Inglaterra, aunque España nunca renunció a recuperarla. Ulteriormente, en 1756, en el curso de la guerra de los Siete Años, la flota francesa del almirante Glassionaire derrotó a la del inglés sir John Byng y las fuerzas de desembarco del duque de Richelieu conquistaron para Francia la isla balear. Aquella victoria francesa tuvo consecuencias trágicas y gastronómicas. La Royal Navy hizo responsable al almirante Byng de la derrota y, tras su sumario consejo de guerra, fue fusilado a bordo de su navío, ejecución que sigue siendo uno de los casos más polémicos de la historia militar de Inglaterra, y del que nos ocuparemos en el siguiente capítulo. Más amable es el asunto gastronómico: se acepta casi universalmente que un cocinero del duque de Richelieu inventó una de las salsas más conocidas, la mahonesa o mayonesa, para conmemorar aquel triunfo. Menorca volvió a cambiar de manos enseguida: por la Paz de París, que puso fin a la guerra de los Siete Años, la isla fue devuelta a Inglaterra en 1763. Mas en agosto de 1781, en la renovada guerra de España y Francia, unidas contra Inglaterra, una escuadra franco-española, mandada por el duque de Crillón y llevando a sus órdenes al conde de O'Reilly y al general Buenaventura Moreno, jefes de las fuerzas españolas de Mar y de Tierra respectivamente, atacó Menorca. El general James Murria —que, sin duda recordaba el trágico final del almirante Byng— ofreció una valerosa resistencia, pero tuvo que capitular, finalmente, el 5 de febrero de 1782, y la isla fue eventualmente recuperada por España. El funesto Tratado de San Ildefonso, de 1796, unió la suerte de España a Napoleón contra Inglaterra y, dada la importancia estratégica de la isla de Menorca para los ingleses, el 7 de noviembre de 1798, las fuerzas del general sir Charles Stuart desembarcaron en la zona de Adaya y en diez días derrotaron a la escasa y desmoralizada guarnición española, comandada por el brigadier don Juan Nepomuceno Quesada. En barcos ingleses fueron transportados a la Península 3.528 soldados, 153 oficiales y los 600 infantes suizos —hechos prisioneros por los austriacos en contiendas anteriores y vendidos a España «a dos dólares por cabeza»— éstos optaron por pasarse a los ingleses y formar parte de las fuerzas de ocupación. Sir Charles Stuart ingresó con todos los honores en la Orden Militar del Baño y fue nombrado gobernador de Menorca. Pero, por motivos de salud, a mediados de 1799, regresó a Inglaterra. Su sucesor en la gobernación de la isla, el general St. Clair Erskine, mostró un gran interés en reforzar las defensas y, por ello, solicitó al almirante Horatio Nelson —reciente vencedor de los franceses en Abukir— que, con parte de sus navíos, se desplazara desde Sicilia a Menorca. Solicitud que Nelson satisfizo, enviando al contraalmirante sir Thomas Duckworth con seis navíos de línea. Según las malas lenguas, Nelson no quiso trasladarse a Menorca con toda la flota para no alejarse de su amante, lady Hamilton. Finalmente, sin poder alegar más excusas, Nelson, a bordo del Toudroyant, un navío apresado a los franceses, arribó a Mahón el 12 de octubre de 1799. El Almirantazgo había dado instrucciones a Nelson para que reuniera en este puerto una flota adecuada para batir a una poderosa escuadra francesa, que se hallaba frente a Finisterre. Pero días más tarde, se supo que la supuesta escuadra francesa no eran sino barcos españoles refugiados en Ferrol a causa del temporal, por lo que la operación fue cancelada. En Menorca, Nelson pidió a Erskine que le cediera 2.000 hombres para colaborar en la expulsión de los franceses de la isla de Malta, solicitud que el general inglés rechazó rotundamente y, en vista de ello, el malhumorado gran almirante preparó su urgente regreso a Palermo. Pero una fuerte tormenta, con huracanados vientos del noroeste, le retuvo hasta el 18 de octubre. Durante aquellos seis días, Nelson se alojó en la casa predial de San Antonio, también conocida como Golden Farm o Quinta de Oro —hoy día inevitable atracción turística de Menorca— y, según cuentan las crónicas, se dedicó a poner al día su correspondencia y a resolver asuntos pendientes, como el consejo de guerra del día 15 contra un marinero acusado de robo, que fue condenado a muerte y ahorcado en la arboladura de su navío. El día 18 de octubre partió hacia Palermo. Cuatro meses después, el 18 de febrero de 1800, Nelson colaboró con el almirante Keith en la victoria sobre la flota francesa en Malta, y pronto llegarían sus días de gloria y muerte en Copenhague, Tolón y Trafalgar (1805). Pero también hay que destacar su derrota cuando atacó Santa Cruz de Tenerife en 1797, donde perdió un brazo y fue hecho prisionero por los españoles, que posteriormente le pusieron en libertad. Respecto a la estancia de Horatio Nelson en Menorca, por más que la romántica tradición quiera imponerlo, es falso que le acompañara su amante, lady Hamilton.
El último gobernador inglés de Menorca fue el general Henry Fox, quien tras ser nombrado comandante supremo de las fuerzas inglesas en el Mediterráneo, trasladó su cuartel a la isla de Malta, libre ya de franceses. Entre tanto, los países participantes en la Segunda Coalición contra Napoleón —Gran Bretaña, Rusia, Turquía, Austria, Portugal y Las Dos Sicilias— proseguían con desigual fortuna la guerra. Los triunfos de Nelson en Abukir; de sir Sidney Smith en Acre y de sir Ralph Abercomby en Alejandría, forzaron a los franceses a evacuar Egipto. Pero las grandes victorias napoleónicas de Marengo (14-6-1800) y sobre todo la de Hohenliden, en Baviera (2-12-1800), obligaron a Austria a firmar la paz de Luneville en febrero de 1801, lo que prácticamente deshizo la Coalición y dejó sola a Inglaterra contra Francia y España. Tras casi diez años de continuada guerra, tanto Francia como Inglaterra necesitaban la paz. Ambas potencias estaban cansadas y tenían graves problemas políticos y económicos que resolver. En Inglaterra, debido a una serie de malas cosechas, reinaba un gran descontento y el agresivo primer ministro sir William Pitt, a causa de su impopularidad, se vio forzado a dimitir, siendo sustituido por el moderado sir Henry Addington. Napoleón Bonaparte, ya primer Cónsul de la República, se dirigió al Gobierno inglés con actitud conciliadora; el 1 de octubre de 1801 se alcanzaron en Londres los acuerdos preliminares y la Paz se firmó en la casa consistorial de la ciudad francesa de Amiens, el 27 de marzo de 1802. En virtud de este acuerdo de paz, Francia e Inglaterra abandonaban Egipto, que debía ser devuelto a Turquía; Inglaterra restituía a Francia y a Holanda los territorios e islas conquistados, pero conservaría Ceilán y la India; se comprometía a devolver la isla de Malta a la Orden de San Juan de Jerusalén y, curiosamente, después de casi cuatro siglos de continuado uso, los reyes de Inglaterra, aceptaron dejar de intitularse también reyes de Francia. Por su parte, Francia se retiraba de Italia y prometía frenar su política expansionista. Con respecto a España, Napoleón consintió que Inglaterra conservara la isla española de Trinidad, ocupada en 1797 por la flota del almirante Harvey, pero, definitivamente, recuperaba Menorca y se aceptó la agregación de la población fronteriza de Olivenza —que había formado parte de Portugal hasta la guerra de las Naranjas— al territorio español. Por parte de España, dicha paz la firmó don José Nicolás de Azara; por Francia, José Bonaparte —hermano de Napoleón—; por Inglaterra, lord Cornwallis; y por Holanda, el señor Schimmelpennick. «Los plenipotenciarios creyeron que con este tratado había desaparecido la enemistad entre Francia e Inglaterra, y se abrazaron emocionados en medio de los aplausos de cuantos presenciaban el acto», anotó un testigo presencial. Pero aquella paz a nadie convenció, apenas constituyó una tregua y tan solo un año más tarde, al rechazar Inglaterra la devolución de la isla de Malta a los Caballeros de San Juan, la guerra se reanudó y Francia se tuvo que enfrentar a la Cuarta Coalición, formada por Rusia, Austria, Suecia e Inglaterra. La breve ocupación francesa de Menorca, de algo más de siete años, dejó en la isla una nueva ciudad, San Luis, y una aceptable red viaria. Pero los 71 años de posesión inglesa habían dejado una huella más honda y perceptible. Los aviesos ingleses, para captarse la simpatía de los menorquines, adoptaron una política de tolerancia y respeto a las instituciones y costumbres locales. Y prueba de que lo consiguieron es el dato de que, cuando en 1778 se reanudaron las hostilidades con Francia, el gobernador ingles sir James Mostyn concedió la patente de corso a más de 50 naves menorquinas que atacaron los puertos y costas de la Península y de Francia, y fomentaron el contrabando. Diversas obras públicas fueron debidas a los ingleses, quienes fundaron y levantaron la ciudad de Georgetown —hoy Villacarlos—, y todavía se puede contemplar, en las cercanías de Mahón, el monumento erigido a la memoria del gobernador sir Richard Kanes, «uno de los mejores administradores británicos que tuvo la isla menorquina». Con el clero católico los ingleses tuvieron algunos problemas, que en general obedecían a que los curas menorquines se vieron forzados a tolerar contra su voluntad los cultos de las minorías protestante, griega y judía, establecidas en Menorca durante los años de ocupación inglesa. Exactamente lo mismo que ha sucedido en Gibraltar. También en la arquitectura, mobiliario e, incluso, en las bebidas, hoy día, se percibe la influencia inglesa en Menorca. Varios de sus antiguos edificios reflejan el llamado estilo georgiano del siglo XVIII inglés, y la misma tendencia se percibe en muchos otros rasgos de la estética y las costumbres de la isla.

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