Uno de los lugares más importantes de las ciudades árabes en la península Ibérica es el suq (zoco) o mercado. Los mercados conocieron un renacimiento
en la península Ibérica durante la dominación islámica. En ellos se realizaba
el comercio de productos diversos, principalmente de los productos de metal y
de otros productos de artesanía así como sedas, algodón o tejidos de lana.
Algunos artículos de lujo producidos en Andalucía se exportaban al resto de
Europa, al Magreb y Oriente. Los talleres y tiendas donde se producían esos
trabajos eran propiedad del Estado. Málaga contaba con una importantísima
industria alfarera, donde se cocían losas y ánforas ornamentales, la denominada
loza dorada malagueña, que llegaron a tener gran reconocimiento en todo el
Mediterráneo. En Andalucía también se recurrió con frecuencia a la esclavitud
como fuente de mano de obra barata. A los esclavos se les solía apreciar
diferentemente según su raza ya que a cada una se le atribuía una cualidad
diferente para el trabajo. En las zonas secas surgió el cultivo del trigo y la cebada.
Se siembran también habas y granos, que eran la base de la alimentación de la
población. En períodos de baja producción se recurría a la importación de
cereales del norte de África. Fue durante esta época que el cultivo del arroz
se introdujo en la Península, así como el de la berenjena, la alcachofa y la
caña de azúcar. Los frutales ocupaban un área agrícola importante; Sintra era
famosa por sus peras y manzanas. El actual Algarve se destacaba por la
producción de higos y uvas. También destacaba la producción de miel y de vino.
Aunque su consumo estaba prohibido por el Islam, este se producía y consumía en
grandes cantidades hasta la llegada de los integristas almohades. Menor papel
económico tendría la ganadería, destaca su importancia en la alimentación, el
transporte y menor en las labores agrícolas. La cría de ganado era también una
práctica común, en particular de ganado bovino y caprino. Asimismo, los conejos
y las gallinas eran muy apreciados en la alimentación. Los hispanomusulmanes
cruzaron los sistemas hidráulicos de los romanos con los de los visigodos y con
las técnicas que trajeron de Oriente. A lo largo de los ríos construyeron
molinos de agua y para sacar agua de los pozos introdujeron la noria y la picota.
La minería no contó con un nivel técnico demasiado elevado,
durante este período continúa la explotación de los yacimientos mineros de la
Península, como se hacía desde los tiempos de los romanos, pero se revitalizó
con respecto a la época visigoda: destacaron el hierro y el cobre, además del
mercurio de Almadén (topónimo de origen árabe). El oro se extraía de algunos
ríos, como el Segre, Guadalquivir o en la desembocadura del Tajo. La plata se
encontraba en Murcia, Beja y Córdoba, el hierro en Huelva y San Nicolás del
Puerto. El gran yacimiento de cinabrio era Almadén, el cobre de Toledo y
Granada, el plomo de Cabra y el estaño del Algarve. Canteras de mármol se citan
las de Sierra Morena, aunque seguía siendo deficitario Andalucía en materiales
de construcción suntuario y había que importarlos. La abundante madera de los
bosques se usaba para la fabricación de piezas de mobiliario y para la
construcción naval y como combustible. En Alcácer do Sal esta actividad era
intensa debido a la existencia de bosques en las proximidades. La pesca y la
extracción de sal eran propiciadas por la existencia de una larga línea
costera. En cuanto a la pesca, se daba tanto pesca marítima como fluvial.
Aunque el pescado no debió de tener un papel importante en la dieta de los
hispanoárabes. Las especies más capturadas eran la sardina y el atún,
utilizándose para la captura de este último un tipo de red propia, denominada
almadraba. En cuanto a la sal se obtenía tanto de minas de sal gema en la
región de Zaragoza, como de salinas (lo más habitual) en las regiones de
Alicante, Almería y Cádiz. Gracias a la sal se pudo desarrollar una importante
industria de salazón que constituyó uno de los principales productos de
exportación. La caza podía aportar también tanto carnes (conejos, perdices,
etcétera.), dedicado a abastecer los mercados urbanos, como pieles destinados a
la industria peletera (zorro, nutria, etcétera.) en zonas escasamente habitadas
situadas en la frontera septentrional. Aunque parece destacar más la caza a
modo de diversión, se cazaba con aves de presa, siendo importante los tratados
sobre el cuidado y adiestramiento de estas aves.
La población de Andalucía era muy heterogénea, sobre todo al
principio, y varió durante el tiempo. Desde el punto de vista étnico estaba
constituida principalmente por hispanovisigodos; seguidos por los bereberes,
que conformaban el grueso de los ejércitos omeyas, los árabes que eran el grupo
dominante y dirigente, también cabe destacar otras etnias como eslavos, judíos
y una amplia masa de esclavos negros, Desde el punto de vista religioso la
población era o musulmana o dhimmi (cristianos y judíos). Se conoce como
muladíes a los cristianos de Andalucía que se habían convertido al Islam, o los
descendientes de matrimonios mixtos entre árabes e hispanos, mientras que se
llama mozárabes a los que conservaron la religión cristiana. Tanto unos como
otros adoptaron costumbres y formas de vida musulmanas. La clase dominante
estaba formada por árabes, beréberes y muladíes, y la clase dominada la componían
cristianos y judíos. La estructura social andalusí estaba condicionada por el
origen étnico de cada grupo y por la clase social. Aunque el Islam solo
reconoce un tipo de sociedad, la Uma o Comunidad de Creyentes, los juristas
islámicos fundaron el estatuto social sobre la condición de hombres libres y
esclavos. La estructuración interna de cada grupo respondía al siguiente
esquema: nobleza (jassa), notables (ayan) y masa (amma). Los mozárabes y los
judíos gozaban de cierta libertad de culto, pero a cambio estaban obligados al
pago de dos tributos: el impuesto personal (yizia) y el impuesto predial sobre
el ingreso de las tierras (jaray). Estos dos grupos tenían autoridades propias,
gozaban de libertad de circulación y podían ser juzgados de acuerdo con sus
leyes. Sin embargo, también estaban sujetos a las siguientes restricciones: no
podían ejercer cargos políticos; los hombres no podían casarse con una mujer
musulmana; no podían tener criados musulmanes o enterrar a sus muertos con
ostentación de sus ritos funerarios; debían habitar en barrios separados de los
musulmanes; estaban obligados a dar hospitalidad al musulmán que la necesitara,
sin recibir remuneración a cambio.
Ciudades como Toledo, Mérida, Valencia, Córdoba y Lisboa
eran importantes centros mozárabes. La convivencia no siempre estuvo libre de
conflictos. En Toledo los mozárabes llegaron a encabezar una revuelta contra el
dominio árabe. A causa de las persecuciones y políticas intolerantes, sobre
todo en tiempos de Abderramán III y de los almohades, muchos mozárabes huyeron
a los reinos cristianos del Norte, difundiendo con ellos elementos
arquitectónicos, onomásticos y toponímicos de la cultura mozárabe. Los judíos
se dedicaban al comercio y a la recaudación de impuestos. Fueron también médicos,
embajadores y tesoreros. El judío Hasdai ibn Shaprut (915–970), llegó a ser uno
de los hombres de confianza del califa Abderramán III. En cuanto a su número,
se calcula que a finales del siglo XV había unos 50.000 judíos en Granada y
unos 100.000 en el resto de la Península.
Es muy difícil calcular la población de Andalucía durante el
período de mayor extensión del dominio islámico (siglo X), pero se ha sugerido
una cifra próxima a los 10 millones de habitantes. Tras la invasión del 711,
los árabes se establecieron en las tierras más fértiles; el valle del
Guadalquivir, Levante y el valle del Ebro. Los bereberes ocuparon las áreas
montañosas, como las sierras de la Meseta Central y la Serranía de Ronda,
siendo también numerosos en el Algarve, aunque después de la revuelta bereber
de 740, muchos regresaron al norte de África. En 741 llegaron a Andalucía un
gran número de sirios con el objetivo de ayudar en la represión de la revuelta
bereber, que acabarían por asentarse en el este y sur peninsular. Hay igualmente
fuentes que apuntan hacia la presencia de familias yemeníes en ciudades como
Silves. Cabe aún destacar la presencia de dos grupos étnicos minoritarios, los
negros y los eslavos. Los negros llegaron a Andalucía como esclavos o como
mercenarios. Desempeñaron funciones como miembros de la guardia personal de los
emires, mientras que otros trabajaban como mensajeros. Las mujeres negras
fueron concubinas o criadas. Los negros fueron inicialmente esclavos, pero
muchos consiguieron progresivamente comprar su libertad. Algunos alcanzaron
importantes cargos en la administración y durante el período de los primeros
reinos de Taifas (siglo XI) algunos eslavos liberados formarían sus propios
reinos. Cabe destacar que desde principios del siglo XV empezaron a asentarse
en los territorios peninsulares los gitanos. Las casas de las clases más
acomodadas se caracterizaban por su confort y belleza, gracias a la presencia
de divanes, alfombras, almohadas y tapices que cubrían las paredes. En estas
casas las noches se animaban con la presencia de poetas, músicos y bailarines.
En las zonas rurales y urbanas existían baños públicos (hammam), que
funcionaban no solo como espacios para la higiene, sino también de convivencia.
Los baños árabes presentaban una estructura heredada de los romanos, con varias
salas con piscinas de agua fría, tibia y caliente. En ellos trabajaban
masajistas, barberos, responsables de guardarropa, maquilladores, etcétera. La
mañana estaba reservada a los hombres y la tarde a las mujeres. Con la llegada
de los almohades muchos de estos baños se cerraron al entenderse que eran
locales propicios a la práctica de la sodomía y otras relaciones sexuales
ilícitas.
El pan era la base de la alimentación del Andalucía,
consumiéndose también carne, pescado, legumbres y frutas. Los alimentos eran
cocinados con hierbas aromáticas, como el orégano, y especias (jengibre,
pimienta, comino, etcétera.). La grasa usada era el aceite de oliva (al–zait),
siendo famoso el producido en la región de Jaén. Los dulces eran también
apreciados, el arroz dulce con canela y diversos pasteles hechos con frutos
secos y miel, que son aún hoy característicos de la gastronomía de ciertas
regiones de España.
Tras una primera etapa de asimilación y emulación de los
logros conseguidos por el Califato de Bagdad y los distintos reinos persas (no
se debe olvidar que Persia es el centro cultural primordial del Islam clásico),
se estableció una cultura andalusí original, alcanzando un alto nivel, sobre
todo entre los siglos X–XII, hasta el punto de que Andalucía se convirtió en
referencia para Europa y para el resto del Islam, y convirtiéndose además en
transmisor principal de los conocimientos griegos, árabes, chinos e hindúes
llegados de oriente. Por todo esto, muchos historiadores hablan de un primer
Renacimiento europeo, o Prerrenacimiento. El árabe se impuso como idioma culto,
aunque gran parte de la población empleaba lenguas romances o hebreo. Esta
diversidad lingüística se reflejó en la literatura, concretamente en la
moaxaja. Gracias al uso del papel, que permitía copias económicas, la
biblioteca de Alhakén II en Córdoba (una de las 70 que había en la ciudad),
contenía 400.000 volúmenes, entre ellos, los tesoros de la antigüedad
grecolatina y aportaciones originales de pensadores musulmanes como Avicena y
Averroes.
A semejanza de lo que sucedió en el dominio artístico, los
árabes y bereberes que se asentaron en la península Ibérica el siglo VIII
comenzaron por recurrir a los saberes legados por la civilización
hispanorromana y visigoda. Progresivamente, fruto de los contactos con Oriente
(en el contexto, por ejemplo, de la peregrinación a La Meca) y del deseo de
algunos soberanos del Andalucía de hacer de sus cortes centros de saber que
rivalizasen con Constantinopla y las ciudades de Oriente Medio, se desarrolló
en Andalucía una ciencia que presentó aspectos de gran originalidad. Así,
mientras que el resto de Europa permanecía en la Edad Oscura del conocimiento,
Andalucía florecía. La ciudad de Córdoba era uno de los centros culturales más
importantes del mundo islámico clásico (y de toda Europa), el otro fue Bagdad.
Todas las disciplinas científicas se impartían en madrasas, en las que el
intercambio de estudiantes con el mundo islámico del otro lado del Mediterráneo
era importante. Abderramán II fue uno de los primeros emires que se esforzó por
convertir la corte cordobesa en un centro de cultura y sabiduría, reclutando
con este objetivo a varios sabios del mundo islámico. Uno de ellos fue Abbás
ibn Firnás, que aunque fue contratado para enseñar música en Córdoba,
brevemente se interesó por otros campos del saber, como el vuelo; él sería el
autor de un aparato volador hecho de madera, con plumas y alas de grandes aves
(una especie de ala delta). Decidido a probar su obra, se tiró de un punto alto
de la ciudad y según los relatos, consiguió volar durante algún tiempo, pero
acabó por despeñarse, sufriendo algunas heridas. En su casa, Ibn Firnas
construyó un planetario, en el cual no solo se reproducía el movimiento de los
planetas, sino también fenómenos como la lluvia y el granizo. En el campo de la
astronomía deben destacarse los trabajos de Al–Zarqali que vivió en Toledo y en
Córdoba el siglo XI y que es conocido en Occidente por Azarquiel. Se hizo
notable por la construcción de instrumentos de observación astronómica,
habiendo inventado la azafea, un tipo de astrolabio que fue usado por los
navegadores hasta al siglo XVI. Defendió también que la órbita de los planetas
no era circular, sino elíptica, anticipándose a Johannes Kepler en este campo.
Al–Zahrawi (936–1013), más conocido como Albucasis, médico
de la corte del califa Alhakén, fue un importante cirujano de Andalucía. Es
conocido como autor de la Enciclopedia Tasrif, en la cual presentó sus
procedimientos quirúrgicos (amputaciones, tratamientos dentarios, cirugías
oculares, etcétera.). Esta obra sería traducida al latín y usada en Europa en
la enseñanza de la medicina durante la Edad Media. En la botánica y
farmacología, Ibn al–Baitar (nacido en Málaga en finales del siglo XIII) estudió
las plantas de la península Ibérica, el norte de África y Oriente gracias a los
viajes que realizó en estas regiones. Fue autor de la obra Kitāb al–Jāmiʻ li–mufradāt al–adwiya wa–l–aghdhiya, en la cual listó 1.400
plantas con sus respectivos usos medicinales; aunque se basó en
los antiguos tratados griegos de botánica, Ibn Baitar presentó el uso medicinal
de cerca de 200 plantas hasta entonces desconocidas. Ibn al–‘Awwam, residente
en la Sevilla del siglo XII, escribió un tratado agrícola titulado Kitab al–fila–hah,
uno de los trabajos medievales más importantes en esta materia. En él listaba
585 especies de plantas y 50 de árboles frutales, indicando cómo debían ser
cultivadas. En el período que se extiende entre el siglo X y el siglo XII
surgieron los grandes geógrafos hispanoárabes, de los cuales destacan Al Bakri,
Ibn Yubair y Al Idrisi. Al–Bakri trabajó esencialmente con fuentes escritas sin
dejar nunca Andalucía. Fue autor del Libro de los Caminos y de los reinos en el
cual listaba todos los países conocidos en la época. El libro estaba organizado
por entradas, cada una relatando la geografía, historia, clima y pueblo del
país en cuestión. Ibn Yubair, secretario del emir de Sevilla, realizó en 1183
la peregrinación a La Meca aprovechando la ocasión para describir el
Mediterráneo Oriental, haciendo referencia a los acontecimientos políticos que
aquella región del mundo vivía, expresamente las Cruzadas. Al–Idrisi, nacido en
Sabtah (Ceuta), recibió su educación en la Córdoba de los almorávides, pero
tuvo que abandonar la ciudad por motivos de persecución política y religiosa,
para instalarse en la Sicilia de los normandos. En esta isla escribió el Libro
de Rogelio, (cuyo nombre deriva del nombre del patrono de al–Idrisi, el rey
Rogelio II de Sicilia), donde describía el mundo conocido hasta entonces. Las
informaciones de la obra serían plasmadas en un planisferio de plata.
Andalucía sirvió de puente entre Oriente y Occidente para la
difusión de las obras de los filósofos clásicos griegos, en especial Aristóteles,
que seguramente se habrían perdido a no ser por las traducciones realizadas en
Andalucía. El principal pensador hispanoárabe fue Ibn Rusd (Averroes), que
vivió en el siglo XII. Entre sus obras cabe señalar los comentarios realizados
sobre la obra de Aristóteles, del que fue su traductor, de Platón y una
enciclopedia médica. Sus ideas influyeron notablemente en el pensamiento
renacentista. En la Universidad de París el pensamiento de Aristóteles, en el
siglo XIII, llegará fundamentalmente gracias a Averroes. Los seguidores más
radicales de este pensamiento, que revolucionaba las ideas anteriores, serán
conocidos como «averroistas latinos», su figura más conocida fue Siger de
Brabante. En 1270 y en 1277 las tesis de los «averroistas latinos» fueron condenadas
por el obispo de París, y sus seguidores perseguidos. Otros filósofos
importantes, además de Averroes fueron Ibn Bayya (Avempace) e Ibn Tufayl.
La mística ocupó un lugar clave en la producción intelectual
andalusí y gozó de gran prestigio en el mundo islámico, en especial el sufismo,
cuyo máximo representante fue Ibn Arabi, que escribió una historia sobre los
santones andalusíes, fundamental para conocer el ambiente espiritual y la
sociedad de la época. Abundaron los eremitas y los místicos, con una vida
ascética, como Ibn Masarra, fundador de la primera escuela de espiritualidad
andalusí, la escuela masarrí, que triunfó entre la aristocracia cordobesa. Pero
la espiritualidad andalusí de los siglos XIII al XV está dominada por la tariqa
sadiliya, creada por varios filósofos andalusíes como Ibn Masis, al–Sadilí,
al–Ata, Abú–l–Abás o Ibn Abad, que predica la renuncia a los carismas y el amor
personal a Alá. Desde el punto de vista artístico, el Emirato andalusí emplea
un estilo que no difiere en demasía del resto del Califato omeya. Es decir, la
adecuación de fórmulas y elementos de las culturas que les habían precedido, en
este caso del mundo romano y el visigodo. En ningún momento se produce una
repetición literal de motivos y formas; al contrario, su inteligente
incorporación y asimilación se traduce en una verdadera eclosión creadora,
originándose el momento cúspide del arte califal. En él se funden elementos de
la tradición local hispanorromana y visigótica, con los elementos orientales,
tanto bizantinos, como omeyas o abasidas.
Los edificios artísticos se centran, desde el primer
momento, en torno a su capital, Córdoba, en la que se construyó una mezquita
congregacional destinada a convertirse en el monumento más importante del
occidente islámico. Destacan, entre otras, las obras llevadas a cabo durante el
reinado de Abderramán II, corte que acogió a numerosos artistas, modas y
costumbres orientales; impulsó, entre otras, las construcciones del Alcázar de
Mérida así como la del alminar de la iglesia de San Juan en Córdoba, e hizo
mejorar sus murallas y las de Sevilla. El califa Abderramán III, siguiendo la
tradición oriental —según la cual cada emir, como signo de prestigio, debía
poseer su propia residencia palaciega—, decidió fundar la ciudad áulica de Medina
Azahara. En el resto del territorio peninsular también es patente el
florecimiento artístico impulsado por el Califato. Entre los de carácter
religioso figuran las mezquitas, madrazas y mausoleos. En la ciudad de Toledo
todavía se perciben restos de su fortificación, así como algunos vestigios que
definen su alcazaba, medina, arrabales y entorno. De entre ellas destaca la
pequeña mezquita cristianizada del Cristo de la Luz. Y obras tan significativas
como la rábida de Guardamar del Segura (Alicante), el Castillo de Gormaz
(Soria) o la Ciudad de Vascos (Toledo). El refinamiento imperante en la corte
califal propició la creación de toda clase de objetos decorativos que, bajo el
patrocinio real, se tradujeron en las más variadas expresiones artísticas. Mención
especial merecen los trabajos en marfil, entre los que se encuentran todo tipo
de objetos de uso cotidiano minuciosamente tallados: botes y arquetas
destinadas a guardar joyas, ungüentos y perfumes; almireces, pebeteros,
ataifores, jarras y jofainas de cerámica vidriada, etcétera. En el Museo
Arqueológico Nacional, puede contemplarse el Bote de Zamora destinado a la
mujer de Alhakén II. O la Arqueta de Leyre, en el Museo de Navarra.
Los reyes andalusíes, igual que hacían los de Bagdad y El
Cairo, crearon su propia fábrica de tejidos o bandas, lo que da lugar al
principio de la historia de la producción de tejidos en seda bordada en el
Andalucía. Los motivos vegetales y figurativos geométricos se inscriben en
medallones que forman bandas tal y como aparecen en el velo o almejí de Hisham
II que, a modo de turbante, le cubría la cabeza y le colgaba hasta los brazos.
Asimismo existían los talleres en los que se trabajaba el bronce, tallado con
figuras que representaban leones y ciervos con el cuerpo cubierto de círculos
tangentes evocando tejidos y que se utilizaban como surtidores en las fuentes.
Su paralelismo formal y estilístico con piezas de los fatimíes ha conducido a
la controversia acerca de la legitimidad de algunas de estas piezas. La
cerámica cuenta con tipos de producción conocida como verde y manganeso. Su
decoración a base de motivos epigráficos, geométricos y una destacada presencia
de motivos figurativos se consiguen mediante la aplicación del óxido de cobre
(verde) y óxido de manganeso (morado).
La destrucción de la unidad política llevó a la abolición
del Califato cordobés en 1031 y a la creación de un mosaico de reinos
independientes que fueron denominados Taifas. Las rivalidades entre ellos,
reivindicando la herencia del prestigio y la autoridad del Califato,
constituyeron la tónica dominante del período. Esta situación se tradujo en el
terreno artístico en la emulación de modelos cordobeses. En este contexto se
inserta la arquitectura palatina patrocinada por cada uno de los monarcas. Uno de
los mejores testimonios es, sin duda, la Aljafería de Zaragoza, emparentada
tipológicamente con el palacio omeya de Msatta (Jordania). Cuenta con
organización tripartita donde cada uno de los sectores estaba dedicado a
funciones diferenciadas. El sector central, de uso protocolario, está dominado
por un patio rectangular cuyos lados menores estaban ocupados por albercas,
pórticos y estancias alargadas acotadas en los extremos por alcobas. Este
esquema deriva, sin duda, de los modelos palatinos cordobeses. A esta misma
tradición responde el repertorio de arcos desplegado en el edificio, entre los
que encontramos desde arcos lobulados, mixtilíneos, de herradura semicircular y
apuntada, a complejas organizaciones de arcos entrecruzados, superpuestos y
contrapuestos. Todos ellos están realizados con materiales pobres, pero
revestidos de yeserías con motivos vegetales, geométricos y epigráficos,
buscando un efecto de fastuosidad y aparente riqueza. Las viejas alcazabas de
los distintos reinos también sufrieron importantes remodelaciones. En la de
Málaga se añadió un doble recinto amurallado con torres cuadradas y un palacio
al que corresponden los restos de los llamados Cuartos de Granada. La vieja
alcazaba de la Granada musulmana, conocida como Qadima (antigua), situada en la
colina del Albaicín, se fortificó con torres cuadradas y redondas y se le
añadieron algunas puertas en recodo, como la puerta Monaita y la puerta Nueva.
Asimismo, la ciudad conserva unos baños conocidos como El Bañuelo, en la
carrera del Darro, organizados en tres estancias de las cuales la central o
templada adquiere, por razones de uso, unas mayores dimensiones. Baños muy
similares se conservan en Toledo, Baza y Palma de Mallorca. La alcazaba de
Almería fue fortificada con muros de tapial, construyéndose en su interior un
palacio rodeado de jardines. En los casos de Toledo y Sevilla, reinos que
pujaron más fuertemente por la herencia cordobesa, se conservan deslumbrantes
testimonios de las crónicas árabes sobre sus palacios, así como escasos
fragmentos generalmente descontextualizados.
Al igual que la arquitectura, las artes suntuarias siguieron
la tradición cordobesa aunque el protagonismo fue adquirido por otros centros.
Así la producción de marfil se trasladó al taller de Cuenca mientras que el
prestigio en los textiles fue adquirido por el taller de Almería. Por lo que
respecta a la cerámica, se consolidó una técnica que había aparecido durante el
Califato pero que en estos momentos adquirió un gran desarrollo. Se trata de la
cerámica de «cuerda seca» cuyas piezas se decoran con líneas de óxido de
manganeso formando diferentes motivos que se rellenan con vidrio de diferentes
colores. Las obras realizadas durante el reinado del monarca Yusuf
ibn Tasufin, evidenciaban, todavía, la austeridad y falta de ornamentación
impuestas por el fervor religioso de los invasores almorávides. Rigor formal
que no mantuvo su hijo Alí ibn Yusuf que, deslumbrado por el refinamiento
cortesano de las Taifas andalusíes, patrocinó la construcción de varios edificios
decorados con los más bellos elementos. El soporte preferido en la época
almorávide es el pilar, en sustitución de la columna. Adoptan el arco de
herradura y lobulado, a los que añaden arcos de herradura o túmidos, lobulados
trebolados, mixtilíneos y lambrequines formados, éstos últimos, por pequeñas
curvas, ángulos rectos y claves pinjantes. En relación al desarrollo de los
arcos aplican, desde el salmer, un motivo en «S» denominado serpentiforme, ya
utilizado anteriormente en la Aljafería de Zaragoza. El sistema de tejados
preferido es a dos aguas, construyen techos de madera y alcanzan un gran
desarrollo en el arte mudéjar, a la vez que realizan extraordinarias cubiertas
en forma de cúpula. Unas, representadas por la cúpula del mihrab de la mezquita
de Tremecén, seguirán el modelo cordobés: arcos entrecruzados que dejan la
clave libre si bien, en este caso, arrancan de trompas angulares y utilizan
unos complementos de estuco calado decorados con exuberantes motivos florales.
A partir de esta obra, en la que se documenta la introducción en el Zagreb de
la mucarna o mocárabe, aparecen otros tipos de cúpulas denominadas de mucarnas,
como la que puede verse en la mezquita de Qarawiyin en Fez. Los trabajos
artísticos continuaron vinculados a las tradiciones anteriores. El taller
textil de Almería alcanzó su cénit realizando los famosos attabi. Estos tejidos
se caracterizan por la utilización de colores más suaves con toques de oro
formando círculos dobles, tangentes o enlazados, dispuestos en filas, en cuyo interior
se bordan parejas de animales. La similitud con los tejidos sicilianos permite
que se confundan ambos talleres. Un problema similar plantean los marfiles, que
contienen inscripciones ambiguas que no acaban de aclarar a cuál de los dos
talleres pertenecen. La cerámica, por su parte, continúa desarrollando la
técnica de «cuerda seca parcial» o «total» dependiendo de que la decoración
cubra toda la superficie o parte de ella. Al mismo tiempo aparecen dos nuevas
técnicas aplicadas a la cerámica no vidriada: el esgrafiado y el estampillado,
que se generalizarán en la época almohade.
Artesano andalusí en la Córdoba del siglo X |
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