Este Tratado fue un pacto alcanzado el 10 de agosto de 843
entre Lotario I, Luis el Germánico y Carlos el Calvo —hijos de Ludovico Pío y
nietos de Carlomagno—, en la localidad francesa homónima. Este tratado tuvo como origen la «ordinatio
imperii», que decretaba el modo de proceder si fallecía
uno de los monarcas subsidiarios sin descendencia. No obstante, esto dio como
resultado una serie de conflictos en el Imperio que, lejos de solventar las
divisiones, las acentuó. El
documento estableció las regiones que le correspondían a cada
heredero y previo a la rúbrica de este tratado, se acordó entre ellos un
compromiso de ayuda mutua. Así, se puso fin a la guerra civil carolingia y al
proyecto de Carlomagno de hacer resurgir el Imperio Romano, mediante la firma
de los Juramentos de Estrasburgo el 14 de febrero de 842. Tras ser llevado a cabo el reparto,
surgieron tres territorios que pasaron a denominarse Franquia Occidental, Franquia
Media y Franquia Oriental.
Lotario I se estableció en Italia y fue el depositario del
título de emperador. Luis el Germánico fijó su residencia en Baviera y se le
concedieron los territorios germánicos y anexos que iban desde los Alpes hasta
el Rin. Carlos el Calvo recibió la parte occidental de lo que restaba del Sacro
Imperio. Gracias a
este reparto surgieron tres realidades socio-políticas desarrolladas como
reinos independientes de las que Franquia Oriental y Franquia Occidental
(germen del futuro Reino de Francia) subsistieron hasta el siglo X, a
diferencia del territorio central que fue absorbido por los
territorios occidental y oriental tras la defunción de los herederos de Lotario
I.
El resurgimiento de los
territorios en el Imperio tras los Staufen
Al morir Federico II en
1250, dio comienzo un período de incertidumbre, pues ninguna de las Dinastías
susceptibles de aportar un candidato a la Corona se mostró capaz de hacerlo, y
los principales duques electores apoyaron a diversos candidatos que competían
entre sí. Este período se conoce como «Interregnum», que empezó en 1246 con la
elección de Enrique Raspe por el partido angevino y la elección del Guillermo
de Holanda por el partido gibelino; muerto este último en 1256, una embajada de
Pisa ofreció la Corona de Rey de los Romanos a Alfonso X el Sabio, rey de
Castilla, que por ser hijo de Beatriz de Suabia pertenecía a la familia
Staufen. Sin embargo, su candidatura se enfrentó a la de Ricardo de Cornualles
y no prosperó. El «Interregnum» terminó en 1273, cuando coronaron a Rodolfo I
de Habsburgo. La decisiva derrota del Imperio (plasmada en la batalla de
Legnano) había quedado plenamente de manifiesto ya en el reinado de Federico II
y se había ratificado con el fin de los Staufen, las graves dificultades del
interregno en Alemania, y la enfeudación del Reino de Sicilia en Carlos I de
Anjou, haciendo realidad la potestad pontificia.
La frontera oriental de
Alemania
Atraídos por los
espectaculares acontecimientos del Imperio y de su controversia con el Papado,
los libros de Historia dedican mucha menor atención, en general, a otros
aspectos que tal vez sean más importantes desde el punto de vista estrictamente
alemán, tales como la organización interna del país o, sobre todo, sus
relaciones con los pueblos establecidos más al Este. Son estos pueblos los
eslavos del Oeste (polacos y checos), los húngaros, los lituanos y otros
pueblos situados en las riberas del mar Báltico, aunque en este campo Alemania
compitió con la presencia de los escandinavos. Más al Este, el pueblo ruso, que
afirmaba su propia personalidad en torno a Kiev —un antiguo asentamiento
comercial vikingo— con fuertes influencias bizantinas. Ya Carlomagno llevó la
frontera desde el Rin al Elba mediante la conquista y cristianización de
Sajonia, y estableció relaciones con el reino eslavo de Moravia, antecesor de
Bohemia. Los emperadores germánicos del siglo XI realizaron la primera
conquista de los territorios comprendidos entre los ríos Elba y Oder, donde
establecieron «marcas» o gobernaciones fronterizas, y sometieron a protectorado
la comarca de Schleswig, en la frontera con Dinamarca. Al mismo tiempo,
establecieron otras «marcas» en las cuencas de los ríos Danubio, Drave y Save
para contener las incursiones de los pueblos eslavos del Sur y de los húngaros.
Sobre aquellas «marcas» del Este, de Estiria, de Carintia y de Carniola
surgiría, varios siglos después, el fundamento de la nación austriaca.
Más al este comenzaba el
territorio poblado por polacos, checos, húngaros, croatas, etcétera. Estos
pueblos tenían un origen y unas características muy diversas. Los croatas
habían sido cristianizados en el siglo IX y, a través de complicados avatares
políticos, mantuvieron diversos grados de autonomía en toda la Edad Media bajo
el triple influjo bizantino, alemán e italiano, aunque también estuvieron relacionados
con los búlgaros y húngaros, que los dominan militarmente en ocasiones, y,
desde el siglo XIV, con los turcos otomanos. La constitución política de la
extinta Yugoslavia, tan compleja, no era ajena a estos lejanos acontecimientos
históricos.
Los húngaros, nómadas
procedentes de las estepas euroasiáticas, comienzan un proceso de
sedentarización, desde la segunda mitad del siglo X, en torno a la cuenca media
del Danubio. Al mismo tiempo, comienza su cristianización y organización en
forma de reino, que culminó con la conversión del rey Vajk (Esteban) en el año
996. Desde entonces, la asimilación de los modos de vida europeos, favorecida
por la proximidad de las marcas austriacas y por la reanudación del tráfico
danubiano, no dejó de aumentar.
Los checos constituyeron
un poder político, Bohemia, con sede religiosa y nacional en Praga a lo largo
de la segunda mitad del siglo X; sus relaciones con el Imperio fueron muy
estrechas y Bohemia será un reino vasallo durante toda la Edad Media.
Los polacos establecieron
su organización política más alejada del ámbito alemán y con mayor
independencia; el paso de la estructura tribal a la de reino se realiza en el
siglo X gracias al florecimiento urbano y a la cristianización, aprovechada por
los reyes Mieszko I Boleslao I, que gobiernan sucesivamente entre el año 960 y
el 1025; de todas formas, amplias zonas del país seguían mal organizadas y poco
pobladas, y una región, Silesia, era causa de frecuentes conflictos con los
checos.
Sobre este panorama
oriental se proyecta la influencia del Sacro Imperio Germánico, primero
cultural y religiosa, pero, desde comienzos del siglo XII, en forma de avance
colonizador y político: la «marcha hacia el Este», iniciada en tiempos de
Lotario de Supplinburg y que tiene su principal protagonista en el duque
Enrique el León, sirvió para colonizar definitivamente los territorios entre el
Elba y el Oder, actual frontera germano–polaca, y a trasladar colonos rurales a
las poblaciones de Pomerania, Polonia, sobre todo en su costa báltica y en la
de la antigua Prusia oriental, Silesia, Bohemia (origen de la minoría alemana
de los «sudetes»), Moravia y Mecklemburgo.
Aquella expansión,
favorecida por los señores eslavos, por las órdenes religiosas y militares, en
especial la Orden de los Caballeros Teutónicos, mezcló profundamente los modos
de vida eslavos y germanos, extendió el derecho alemán, en especial el urbano,
y significó una enorme riqueza agraria, comercial y cultural para toda aquella
área geográfica. Llegó a su término a fines del siglo XIII, cuando finaliza la
gran expansión demográfica de la Europa altomedieval.
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