La escuadra española llegó a la isla San Lorenzo, frente a las costas de El Callao, el 26 de abril de 1866. Al día siguiente, Méndez Núñez, anunció al cuerpo diplomático acreditado en Lima, que daría un plazo de cuatro días para la evacuación de la ciudad antes del bombardeo. Nuevamente, la trasnochada caballerosidad española acabaría conjurándose en su contra. Este excesivo lapso de tiempo fue aprovechado por las autoridades peruanas para ultimar la organización de la defensa de la ciudad, y de los cuerpos auxiliares, como las brigadas de bomberos formadas por extranjeros residentes en El Callao. Desde luego, si el ataque hubiese sido llevado a cabo por británicos, norteamericanos o alemanes, no habrían otorgado ningún plazo de gracia a los peruanos para que evacuasen la ciudad; habrían iniciado el bombardeo y, luego, sobre las ruinas de El Callao habrían exigido, sin más, la rendición incondicional de la plaza. La Escuadra española del Pacífico estaba compuesta, el día del combate, por la fragata blindada Numancia, las cinco fragatas de hélice Blanca, Resolución, Berenguela, Villa de Madrid y Almansa, esta última enviada para reforzar la flotilla de Méndez Núñez junto con el transporte artillado Consuelo arribando al teatro de operaciones el 15 de marzo; la corbeta de hélice Vencedora y siete buques auxiliares: los vapores de transporte Marqués de la Victoria, Paquete del Maule, Uncle Sam y Matías Cousiño y los transportes a vela Mataura, María y Lotta and Mary. La escuadra española contaba en total con 272 cañones: 270 montados en los navíos de guerra y en sus embarcaciones menores, y 2 en el Marqués de la Victoria.
En el combate participaron únicamente los buques de guerra, quedando el resto de unidades como naves auxiliares en tareas de socorro o de alojamiento para los refugiados españoles procedentes de El Callao. De los 270 cañones de la Escuadra, hay que descontar la mayor parte de los cañones de las embarcaciones menores, que no participaron, y los 2 inservibles de la Villa de Madrid, que habían implosionado en el transcurso del combate de Abtao. En la otra parte, la defensa de El Callao consistía en una serie de baterías de costa que se habían emplazado al norte y al sur de la ciudad y en el muelle, en tanto que buques de guerra —los monitores Loa y Victoria y los vapores Tumbes, Sachaca y Colón— se situaron en el centro, a las órdenes del capitán de navío Lizardo Montero Flores. La comandancia general de baterías del norte la tenía el coronel José Joaquín Inclán; en las defensas de este sector sobresalía Torre Junín, y el fuerte Ayacucho cerca de la estación del ferrocarril. En el sector sur, al mando del general Manuel González de la Cotera, las principales defensas eran el fuerte Santa Rosa y Torre La Merced. Contabilizaban un total de 69 cañones, 56 en las baterías y 13 en los buques de guerra. De este total, pueden obviarse los 6 cañones de la batería Zepita, pues no participaron en el combate por estar orientados a la Mar Brava. De estas 63 piezas de artillería cabe destacar los llamados «cañones monstruosos»: 4 piezas Armstrong de 300 libras y 5 Blakely de 500 libras. También se colocaron una serie de torpedos fijos (minas) delante de las baterías de la zona sur, seis canoas-torpedo en la zona norte, y un torpedo de botalón sujeto al vapor Tumbes, atracado en el muelle. El general Juan Buendía estaba al mando de los batallones de infantería y caballería situados a lo largo de la línea del frente, detrás de las baterías que tenían la misión de repeler el ataque en caso de que se produjera un desembarco, lo que, sin embargo, nunca estuvo en los planes de la Flota expedicionaria española. A las 11:30 la fragata española Numancia largó la señal de zafarrancho de combate. La escuadra se dividió en dos grupos. El primero (I División), compuesto por la propia Numancia, la Blanca y la Resolución se dirigió hacia las defensas de la zona sur. El segundo, compuesto por la Berenguela y la Villa de Madrid (II División) y por la Almansa y la Vencedora (III División), se dirigió hacia el norte. La II División debía atacar las defensas de la zona norte y la III tenía que enfrentarse a la flotilla peruana y bombardear el muelle. A las 11:50 la Numancia inició el bombardeo; a continuación lo hicieron la Blanca y la Resolución. Al tercer disparo del buque-insignia español, los cañones de la Torre de La Merced respondieron al ataque. Afortunadamente para los buques españoles, al poco de comenzar el combate, el Cañón del Pueblo, un Blakely de 500 libras, tras realizar su primer disparo descarriló por el retroceso, quedando inservible durante el resto del combate. A las 12:30 la Berenguela llegó a su posición, abrió fuego contra las defensas del norte y fue respondida desde las baterías peruanas. Algo más tarde de las 12:30, un disparo probablemente procedente del monitor Loa fue a parar a la barandilla del puente de la Numancia, donde se encontraban el capitán de navío don Juan Bautista Antequera y Bobadilla y don Casto Méndez Núñez, comandante general de la Flota española. La bala produjo heridas de cierta gravedad a Méndez Núñez, negándose a abandonar su puesto de mando hasta que se desvaneció a causa de la abundante pérdida de sangre.
Entre las 12:45 y las 13:00, la Villa de Madrid llegó a su destino, siendo alcanzada poco después por un cañón de la Torre Junín, que la dejó inmovilizada. La Vencedora tuvo que remolcarla para alejarla del frente. Pasadas las 12:45 la Torre Junín cesó el fuego. A las 13:00 una granada, muy probablemente disparada desde la Blanca, cayó sobre los saquetes de pólvora de uno de los cañones de la Torre de La Merced, provocando una gran explosión que destruyó la Torre matando a la mayor parte de los defensores que allí se encontraban. Algo más tarde de las 13:00, la Berenguela recibió una bala de 500 libras proveniente del fuerte Ayacucho; el impacto se produjo bajo la línea de flotación y produjo un incendio. Sofocado el fuego, y contenida la vía de agua, el buque se retiró. A las 14:30 una enorme granada explotó en la batería de la Almansa, provocando un incendio que impidió al barco continuar el bombardeo hasta las 15:00. A las 16:00 únicamente tres cañones del fuerte Santa Rosa responden desde tierra al fuego español. Según fuentes españolas eran los únicos que lo hacían en aquellos momentos. A las 16:45 la Flota española decide dar por finalizado el combate. A las 17:00 se da la orden de finalizar el bombardeo. A las 17:30 la Almansa detiene el cañoneo. Después de dar gracias a Dios y tres «vivas» a la Reina, la Numancia, la Blanca, la Resolución, la Almansa y la Vencedora salieron de la rada de El Callao y se dirigieron al fondeadero, donde esperaban el resto de barcos españoles. Sobre las 17:50, cuando la escuadra atacante ya estaba cerca de la isla de San Lorenzo, los tres cañones del fuerte Santa Rosa que aún respondían al fuego español, efectuaron sus últimos disparos. Según el parte dado por Méndez Núñez estos se realizaron sin munición. El último disparo lo efectuó el monitor peruano Victoria. A las 18:00 la escuadra española llegó al fondeadero.
El resultado del combate ha sido materia de controversia. Según la versión difundía por el almirante don Casto Méndez Núñez y los demás combatientes españoles, la casi totalidad de las baterías del puerto de El Callao fueron silenciadas antes de retirarse los barcos españoles, solo tres cañones del fuerte Santa Rosa continuaron disparando. Esta versión está respaldada por el capitán de la corbeta francesa Venus, presente durante el combate. También se sustenta la victoria española en el hecho de no haber sido hundida una sola de sus naves y que, si bien dos de ellas (la Berenguela y la Villa de Madrid) sufrieron daños de consideración, y fueron puestas temporalmente fuera de combate, esto no les impidió realizar el viaje de regreso a España. Las fuentes peruanas, por su parte, afirman que las baterías mantuvieron el fuego durante todo el combate y, a excepción de la ubicada en la Torre La Merced (que implosionó), no sufrieron daños que les impidieran continuar disparando; por otra parte, en lo que se refiere a la población y el puerto los daños materiales fueron escasos, de igual manera en los buques defensores; respalda esta versión el testimonio del comodoro estadounidense John Rogers, que presenció el combate desde la cubierta del Powhatan. Hay que señalar que los «escasos» daños sufridos por la población civil y la ciudad se deben a la humanidad de los españoles. No olvidemos que se concedieron, absurdamente, cuatro días para evacuar la ciudad, y que los artilleros españoles centraron el fuego en las fortificaciones del puerto, no en el casco urbano. Lo que los peruanos se atribuyen como mérito, se debió, una vez más, a la mal pagada generosidad de los españoles.
La fragata acorazada Numancia en 1866 |
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