Ruy González de Clavijo (†1412) fue emisario
del rey Enrique III de Castilla que le encomendó una embajada en la corte de Tamerlán
en Samarcanda. Éste era entonces el poderoso kan de los tártaros y el rey castellano
pretendía, con su ayuda, crear una alianza para frenar a los turcos otomanos que
amenazaban el Imperio de Oriente. Tamerlán le entregó al embajador castellano una amistosa
carta dirigida al rey Enrique III y los devolvió a la península Ibérica acompañados
por un embajador mongol y dos damas españolas de alcurnia: doña Angelina de
Grecia y doña María Gómez. Rescatadas ambas del cautiverio en que las mantenía
el célebre sultán otomano Bayaceto. Según cuenta Gonzalo Argote de
Molina en el discurso preliminar que antepuso a su obra sobre la embajada de
Ruy González de Clavijo en Samarcanda, el monarca castellano Enrique III (†1406) había recibido confusas
noticias sobre las victorias del gran kan de los tártaros Tamerlán (Timur el Cojo)
contra la pesadilla de la Cristiandad, el sultán turco Bayaceto que había derrotado en la batalla de
Nicópolis (1396) al rey húngaro Segismundo
y a los cruzados franceses y valacos
que se le habían unido. Así pues, envió el
rey castellano una primera embajada
compuesta por los caballeros Payo o Pelayo de Sotomayor y Fernando de Palazuelo
a los dominios de Tamerlán para verificar sus victorias y granjearse la amistad del célebre conquistador mongol. Presenciaron in situ la famosa batalla de Angora en la que el kan derrotó
al sultán y lo hizo prisionero. Bayaceto
murió en prisión en 1403.
Enrique III correspondió
al kan enviando una segunda embajada con
delicados presentes y regalos compuesta por su noble camarero, Ruy González de
Clavijo, junto con el guardia real Gómez de Salazar (que murió en Nishapur durante
el viaje en1404) y un maestro de teología,
el religioso fray Alonso Páez de Santa María. Para ello siguieron la ruta
comercial habitual, partiendo de El
Puerto de Santa María (Cádiz) el 22 de
mayo de 1403; luego de arribar a Málaga, Ibiza y Mallorca, cargaron víveres y
pertrechos en Gaeta y visitaron Roma, Rodas, Quíos y Constantinopla, donde
invernaron. En primavera se internaron en el proceloso mar Negro y alcanzaron la mítica Trebisonda. Allí desembarcaron y prosiguieron el viaje por tierra
a través de los actuales Turquía, Irak, Irán y Uzbekistán y alcanzaron la ciudad de Samarcanda, una de las ciudades más ricas
de la Ruta de la Seda, y que albergaba la
corte de Tamerlán, por entonces casi septuagenario y ya gravemente enfermo.
La embajada castellana arribó a Samarcanda el 8 de septiembre de 1404. Después de ser muy bien recibidos y agasajados por el gran kan de los tártaros, quien llamó afectuosamente a Enrique III «hijo suyo», alabó al rey castellano y agradeció los regalos. Los delegados
de Castilla pasaron dos meses y medio en la corte del gran kan contemplando las maravillas de la capital y el
21 de noviembre de 1404 emprendieron el viaje de vuelta, mucho más penoso que
el de la ida, y durante el cual recibieron confusas noticias sobre el
fallecimiento de Tamerlán. Los embajadores llegaron a Sanlúcar de Barrameda el 1 de marzo de 1406. El propósito de la misión era obtener
una alianza estratégica contra los turcos
en dos frentes alejadísimos en un momento muy delicado, en el que los otomanos
se hallaban en un interregno desde 1402 y los mamelucos, con presencia en el
Próximo Oriente, estaban sufriendo los
ataques de Tamerlán. Ya en la corte, que entonces se
encontraba en Alcalá de Henares, el noble González de Clavijo fue nombrado chambelán por el Rey y siguió al servicio
de la Corona, aunque más tarde fijó su
residencia en Madrid donde murió y fue enterrado en la iglesia de San Francisco
el Grande. El relato de los viajes de González
de Clavijo hasta Samarcanda entre los años 1403 y 1406, escrito por el propio
viajero, y embellecido
con elementos fantásticos producto de fantasías librescas provocadas por las
lecturas de otros libros de viajes, y recogido bajo el título de Embajada a Tamerlán,
es una de las joyas de la literatura medieval castellana, y es en muchos
aspectos comparable al célebre Libro de
las Maravillas del italiano Marco Polo escrito casi un siglo antes. La primera edición de la obra, en
1582, se debió al erudito sevillano Gonzalo Argote de Molina; éste incluyó además un importante y aclarador
discurso introductorio y el impresor madrileño Antonio de Sancha hizo una segunda edición en 1782.
Soldados mongoles ante las murallas de Bagdad |
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