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jueves, 11 de enero de 2018

La embajada de González de Clavijo a Samarcanda

Ruy González de Clavijo (†1412) fue emisario del rey Enrique III de Castilla que le encomendó una embajada en la corte de Tamerlán en Samarcanda. Éste era entonces el poderoso kan de los tártaros y el rey castellano pretendía, con su ayuda, crear una alianza para frenar a los turcos otomanos que amenazaban el Imperio de OrienteTamerlán le entregó al embajador castellano una amistosa carta dirigida al rey Enrique III y los devolvió a la península Ibérica acompañados por un embajador mongol y dos damas españolas de alcurnia: doña Angelina de Grecia y doña María Gómez. Rescatadas ambas del cautiverio en que las mantenía el célebre sultán otomano BayacetoSegún cuenta Gonzalo Argote de Molina en el discurso preliminar que antepuso a su obra sobre la embajada de Ruy González de Clavijo en Samarcanda, el monarca castellano Enrique III (†1406) había recibido confusas noticias sobre las victorias del gran kan de los tártaros Tamerlán (Timur el Cojo) contra la pesadilla de la Cristiandad, el sultán turco Bayaceto que había derrotado en la batalla de Nicópolis (1396) al rey húngaro Segismundo y a los cruzados franceses y valacos que se le habían unido. Así pues, envió el rey castellano una primera embajada compuesta por los caballeros Payo o Pelayo de Sotomayor y Fernando de Palazuelo a los dominios de Tamerlán para verificar sus victorias y granjearse la amistad del célebre conquistador mongol. Presenciaron in situ la famosa batalla de Angora en la que el kan derrotó al sultán y lo hizo prisionero. Bayaceto murió en prisión en 1403.
Enrique III correspondió al kan enviando una segunda embajada con delicados presentes y regalos compuesta por su noble camarero, Ruy González de Clavijo, junto con el guardia real Gómez de Salazar (que murió en Nishapur durante el viaje en1404) y un maestro de teología, el religioso fray Alonso Páez de Santa María. Para ello siguieron la ruta comercial habitual, partiendo de El Puerto de Santa María (Cádiz) el 22 de mayo de 1403; luego de arribar a Málaga, Ibiza y Mallorca, cargaron víveres y pertrechos en Gaeta y visitaron Roma, Rodas, Quíos y Constantinopla, donde invernaron. En primavera se internaron en el proceloso mar Negro y alcanzaron la mítica Trebisonda. Allí desembarcaron y prosiguieron el viaje por tierra a través de los actuales Turquía, Irak, Irán y Uzbekistán y alcanzaron la ciudad de Samarcanda, una de las ciudades más ricas de la Ruta de la Seda, y que albergaba la corte de Tamerlán, por entonces casi septuagenario y ya gravemente enfermo. La embajada castellana arribó a Samarcanda el 8 de septiembre de 1404. Después de ser muy bien recibidos y agasajados por el gran kan de los tártaros, quien llamó afectuosamente a Enrique III «hijo suyo», alabó al rey castellano y agradeció los regalos. Los delegados de Castilla pasaron dos meses y medio en la corte del gran kan contemplando las maravillas de la capital y el 21 de noviembre de 1404 emprendieron el viaje de vuelta, mucho más penoso que el de la ida, y durante el cual recibieron confusas noticias sobre el fallecimiento de Tamerlán. Los embajadores llegaron a Sanlúcar de Barrameda el 1 de marzo de 1406. El propósito de la misión era obtener una alianza estratégica contra los turcos en dos frentes alejadísimos en un momento muy delicado, en el que los otomanos se hallaban en un interregno desde 1402 y los mamelucos, con presencia en el Próximo Oriente, estaban sufriendo los ataques de Tamerlán. Ya en la corte, que entonces se encontraba en Alcalá de Henares, el noble González de Clavijo fue nombrado chambelán por el Rey y siguió al servicio de la Corona, aunque más tarde fijó su residencia en Madrid donde murió y fue enterrado en la iglesia de San Francisco el Grande. El relato de los viajes de González de Clavijo hasta Samarcanda entre los años 1403 y 1406, escrito por el propio viajero, y embellecido con elementos fantásticos producto de fantasías librescas provocadas por las lecturas de otros libros de viajes, y recogido bajo el título de Embajada a Tamerlán, es una de las joyas de la literatura medieval castellana, y es en muchos aspectos comparable al célebre Libro de las Maravillas del italiano Marco Polo escrito casi un siglo antes. La primera edición de la obra, en 1582, se debió al erudito sevillano Gonzalo Argote de Molina; éste incluyó además un importante y aclarador discurso introductorio y el impresor madrileño Antonio de Sancha hizo una segunda edición en 1782.

Soldados mongoles ante las murallas de Bagdad

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