Según Próspero de Aquitania, se cree
que Prisciliano nació hacia el año 340 en la provincia de Gallaecia, la actual
Galicia, en el seno de una familia senatorial. Pero, por las referencias a su
origen noble, es probable que estuviese emparentado con la Bética, donde había
mayor desarrollo de fundus
aristocráticos que en la Galicia romana, aunque otros autores han señalado una
mayor importancia de este tipo de latifundios en el noroeste de la península
Ibérica de la considerada hasta ahora. En torno al año 370 llegó a Burdigala
(Burdeos) para formarse con el retórico Delfidio. A las afueras de esta ciudad
fundó una comunidad de tendencia rigorista junto a su mentor y la mujer de
éste, Eucrasia. Se le reconoce una relación con la hija de ambos, Prócula, aunque
san Jerónimo hace mención a una mujer llamada Gala como su pareja legal. Su
principal adversario, Itacio de Ossonoba, atribuye sus conocimientos de
astronomía y magia a un tal Marcos de Menfis. Sin embargo, este nombre parece
remitir a un mago alejandrino del siglo I citado por san Ireneo en su Adversus haereses. Hacia 379, durante el
consulado de Ausonio y de Oliverio, volvió al noroeste peninsular y comenzó su
período postulante. Sus ideas obtuvieron gran éxito, en especial entre las
mujeres y las clases populares, por su rechazo a la unión de la Iglesia con el
Imperio y a la corrupción y enriquecimiento de las incipientes jerarquías
eclesiásticas. Ante la rápida expansión de sus enseñanzas, Higinio de Córdoba,
el sucesor de Osio, envió una carta informando de la situación al obispo de la
sede metropolitana de Emerita Augusta (actual Mérida, capital de la Dioecesis Hispaniarum), Hidacio de
Mérida. Después de diversas vicisitudes, el obispo Prisciliano fue ejecutado
junto a otros compañeros en Civitas Treverorum,
actual Tréveris, en 385, por orden del usurpador Magno Clemente Máximo, aunque
varios obispos, con Martín de Tours y Juan Crisóstomo a la cabeza, protestaron
contra tal decisión. El propio papa Siricio —canonizado tras su muerte— criticó
duramente el proceso. La sentencia y la ejecución fueron condenadas por muchos,
que se escandalizaron ante el hecho de que un hombre piadoso y entregado a Dios
fuera ajusticiado. Esta fue la primera sentencia a muerte por herejía en
Occidente.
El
conflicto
Itacio de Ossonoba y otros obispos
ortodoxos convocaron el Concilio de Caesaraugusta (actual Zaragoza) en 380 con
el fin de condenar por heréticas las doctrinas priscilianistas. A este sínodo
acudieron dos obispos aquitanos y diez hispanos, lo que parece indicar una
fuerte y rápida expansión del movimiento ascético iniciado por Prisciliano. Sin
embargo, la ausencia de los dos principales obispos acusados de
priscilianistas, Instancio y Salviano, evitó la condena en firme. Las actas
dicen que el obispo de Astorga, Simposio —padre de Dictinio, quien años más
tarde ocupó esa sede— abandonó el Concilio al segundo día. Este prelado ocupó
años después un lugar relevante entre los discípulos del hereje gallego. El
obispo Valerio, anfitrión del sínodo, recogió las recomendaciones de Dámaso,
obispo de Roma, de evitar la condena in
absentia. Poco después estos dos obispos —Instancio y Salviano— elevaron a
Prisciliano a la sede vacante de Abula (Ávila). En un intento de acercar
posturas, Instancio y Salviano viajaron a Emerita
Augusta (Mérida) para entrevistarse con Hidacio, pero tuvieron que huir de
una turba de exaltados arengada por el obispo metropolitano. Hubo entonces un
nutrido cruce de acusaciones epistolares entre priscilianistas y ortodoxos. Hay
que tener en cuenta que la extensión de las enseñanzas de Prisciliano se dio en
todos los estratos sociales, incluyendo muchas familias influyentes de casi
todas las provincias hispanas. Finalmente, una carta enviada por Hidacio a
Ambrosio, obispo de Mediolanum (Milán), donde se encontraba la corte imperial,
convenció a éste para obtener un rescripto del emperador Graciano excomulgando
y desterrando de sus sedes a Prisciliano y a sus seguidores. En 382 Prisciliano decidió viajar a
Roma para defenderse, pero el obispo de Roma, Dámaso —en plena pugna por
obtener la primacía de la sede romana y convertirse, así, en el primer Papa
«oficial»—, y también de familia oriunda de Hispania, se negó a recibirle por
no considerarse competente para anular un rescripto del emperador. Finalmente fue
a Milán, y aprovechó la ausencia de Graciano para convencer a Macedonio su magister officiorum —mayordomo de
palacio— de anular el anterior decreto imperial. De este modo regresó a
Hispania, reafirmando la situación de su grupo y consiguiendo, de paso, que
Itacio fuera acusado de perturbar a la Iglesia. El procónsul Volvencio ordenó
la detención del obispo antipriscilianista y éste se vio obligado a huir a Civitas Treverorum (Tréveris), bajo el
amparo del obispo Britto. En el año 383 el también hispano Magno Clemente
Máximo, gobernador de Britania, cruzó a la Galia al mando de 130.000 soldados
haciendo huir al emperador Graciano, a quien finalmente asesinó en una
emboscada en los bosques de Lugdunum
(Lyon). Sus legiones lo proclamaron augusto de Occidente, pero este
nombramiento no fue visto con buenos ojos por Teodosio, también español y
augusto de Oriente. Esta situación delicada lo obligó buscar apoyos en la joven
Iglesia católica, a su vez necesitada de amparo institucional para enfrentarse
a los numerosos movimientos disidentes y heréticos que la asediaban: arrianos,
rigoristas, binionitas, patripasianos, novacianos, nicolaítas, ofitas,
maniqueos, homuncionitas, catáfrigos, borboritas, o los propios
priscilianistas, entre otros. Según Orosio, en su texto contra
Prisciliano, Communitorium de errore
Priscillianistarum et Origenistarum, «Prisciliano enseñó que los nombres de
los patriarcas corresponden a las partes del alma, y de modo paralelo, los
signos del Zodíaco se corresponden con partes del cuerpo». En esa alianza de
conveniencia se encuadra el desarrollo posterior de los acontecimientos: la
Iglesia oficialista y ortodoxa se enfrenta a un movimiento popular muy
extendido por toda la península Ibérica y buena parte de la Galia, y Clemente
Máximo desea ofrecer una mano tendida en forma de condena oficial al
priscilianismo. Pero la aplicación de una sentencia por herejía conlleva la
confiscación por parte del Estado de todos los templos de la secta, lo que no
interesa a la jerarquía eclesiástica ni sirve a los intereses del emperador. De
este modo se diseña un proceso judicial ad hoc que pretende condenar a los
obispos hispanos por maleficium
(brujería). Esta sentencia, más favorable a las arcas del nuevo emperador,
incluye la confiscación de todas las propiedades personales de los acusados,
quienes, recordemos, pertenecen a pudientes familias hispanas, sin afectar al
patrimonio eclesiástico. Se convoca, entonces, un nuevo concilio en Burdeos al
que deciden acudir Prisciliano y varios de sus seguidores, y en el que se
condena de nuevo la herejía priscilianista, pero del que solo se obtiene de
facto la deposición de Instancio de su sede. Durante la celebración de este
cónclave, una multitud enajenada lapida a Urbica, una discípula de Prisciliano.
Éste abandona el cónclave y se dirige al norte, a Tréveris, en la Germania
Superior, donde Máximo ha establecido su corte, para convencer al emperador de
que tercie a favor de su grupo, sin saber que allí Itacio de Ossonoba ya ha
tejido la red que acabará con su vida. En el año 385 Prisciliano llega a
Tréveris, donde es acusado, a través de Evodio, prefecto del emperador, de la
práctica de rituales mágicos que incluyen danzas nocturnas, el uso de hierbas
abortivas y la práctica de la astrología cabalística. Tras obtener mediante
tortura una confesión del mismo Prisciliano, éste es decapitado junto a sus
seguidores Felicísimo, Armenio, Eucrasia (la viuda de Delfidio), Latroniano,
Aurelio y Asarino. Todos ellos se convierten en los primeros herejes
ajusticiados por una institución civil (secular) a instancias de algunos
obispos católicos. La mayoría de los obispos católicos de Occidente.
Corpus
ideológico del priscilianismo
Prisciliano fundó una escuela
ascética, rigorista, de talante libertario, precursora del movimiento monacal,
y opuesta a la creciente opulencia de la jerarquía eclesiástica imperante en el
siglo IV. Los aspectos más polémicos, en cuestiones formales, son el
nombramiento de laicos como «maestros» o «doctores», la presencia de mujeres en
las reuniones de lectura de las Escrituras y su marcado carácter ascético.
Durante muchos años, las doctrinas defendidas por Prisciliano no fueron
conocidas y solamente se sabía de ellas por los ataques y condenas de sus
enemigos. Pero en 1885, el erudito Georg Schepss encontró en la biblioteca de
la Universidad de Wurzburgo un códice de finales del siglo V, que reproduce
once textos de Prisciliano o de los priscilianistas. Cuando Schepss examinó
estos escritos priscilianistas, encontró que en gran parte sus puntos de vista
estaban basados en Hilario de Poitiers, cuyo método alegórico de interpretación
de la Biblia siguen y cuya doctrina y frases a veces reproducen. El teólogo
Friedrich Paret, por entonces profesor del Seminario Evangélico de Tubinga,
publicó (en alemán) el libro Prisciliano: un reformador en el siglo IV, en el
cual considera que Prisciliano fue un precursor de la Reforma protestante. Menéndez y Pelayo, aunque discrepa
de la posición priscilianista dice: «Quizás algún teólogo muy sabio y atento
podrá descubrir en estos opúsculos alguna proposición que tenga que ver con las
doctrina imputadas de antiguo a Prisciliano; yo no he acertado a encontrar sino
el ascetismo más rígido, un gran desdén hacia la sabiduría profana y cierto
singular estudio en evitar la acusación de maniqueísmo, acaso por ser la que
con más frecuencia se fulminaba contra él». A la vez, Menéndez y Pelayo critica
a Prisciliano porque: «Se presenta como un teólogo protestante que no acata más
autoridad que la de la Biblia y se guía al interpretarla por los dictámenes de
la propia razón». Las fuentes principales que informan
de la particular liturgia del priscilianismo son los cánones promulgados en los
sucesivos concilios. En el concilio de Caesaraugusta de 380, por ejemplo, se
hace referencia a costumbres indeseables como «mujeres que asisten a lecturas
de la Biblia en casas de hombres con quienes no tienen parentesco; el ayuno
dominical y la ausencia de las iglesias durante la cuaresma; la recepción de
las especies eucarísticas en la iglesia sin consumirlas de inmediato; el
apartamiento en celdas y retiros en las montañas; andar descalzos (nudis pedibus incedere)». Sus reuniones,
frecuentemente nocturnas, en bosques, cuevas o en villae alejadas de las ciudades, y con el baile como una parte
importante de la liturgia, incluían a hombres y a mujeres. Prisciliano, en sus
rituales litúrgicos, sustituyó la consagración oficial con pan y vino por leche
y uvas; acogió a las mujeres y los esclavos en las sesiones de lectura de
textos bíblicos, incluyendo los apócrifos.
Prisciliano intentó la Reforma del
clero a través del celibato y la pobreza voluntaria, y posteriormente amplió la
Reforma a todos los fieles. Abogó por la interpretación directa de los textos
evangélicos, planteando el principio del libre examen. Exigió que la Iglesia
volviera a unirse a los pobres. Enfatizó el estudio de los símbolos y la
superación del literalismo en la interpretación de la Biblia. El literalismo bíblico —también
denominado fundamentalismo bíblico— es la interpretación de los versículos de
la Biblia de una manera explícita y primaria. La interpretación literal de la
Biblia es propia de un análisis hermenéutico de las escrituras fundamentalista
y evangélico, y es utilizada casi exclusivamente por cristianos conservadores según
la filosofía de Hans-Georg Gadamer, es la teoría de la verdad y el método que
expresa la universalización del fenómeno interpretativo desde la concreta y
personal historicidad. La interpretación literal no hace hincapié en el aspecto
referencial de las palabras o términos en el texto, significa una negación
completa de los aspectos literarios, el género, o las figuras literarias —por
ejemplo: la parábola, la alegoría, el símil o la metáfora—. Sin embargo, el
literalismo no conduce necesariamente a una sola interpretación de cualquier
pasaje bíblico. No es fácil separar las aserciones
genuinas de Prisciliano de las atribuidas a él por sus enemigos, ni de las que
posteriormente hicieron grupos que fueron etiquetados como «priscilianistas».
Para lograr su condena, fue acusado de usar magia —delito capital castigado por
la ley romana—, de reuniones nocturnas con mujeres, gnosticismo y maniqueísmo,
y posteriormente de negar que las tres personas de Dios son distintas y con
ello negar el misterio de la Trinidad. Incorporó el concepto del emanantismo,
doctrina panteísta según la cual todas las cosas proceden de Dios por
emanación: el alma «surge» de una especie de almacén y debe descender hasta el
mundo terrenal, donde es corrompida por el diablo. Este origen divino del alma,
junto con la concepción sabeliana del dogma de la Trinidad, son los principales
motivos de controversia teológica con los sectores más ortodoxos de la Iglesia. Tras la ejecución de Prisciliano, un
movimiento de sus seguidores se mantuvo en vigor durante al menos dos siglos
más, sobre todo en Galicia, como lo demuestran los sucesivos concilios
convocados para tratar el tema. Inmediatamente después del proceso de Tréveris,
Magno Clemente Máximo envía dos comisarios a Hispania para depurar las sedes
episcopales de todo rastro de priscilianismo, iniciándose una cadena de
ejecuciones y deportaciones que acabaron por despertar las iras de sectores de
la iglesia ortodoxa descontentos con el curso que estaban tomando los
acontecimientos. Martín de Tours, Jerónimo en Roma y Ambrosio en Milán,
representaban un sector, dentro del cuadro de ortodoxos nicenos leales a Roma,
que se había opuesto desde un principio a la injerencia seglar en asuntos
eclesiásticos, y a condenar y ejecutar a los herejes. Son estos padres de la
Iglesia, en especial Martín de Tours, quienes detienen el desproporcionado
movimiento itaciano, denominado así por su principal impulsor, Itacio, el
obispo de Ossonoba. En Oriente, Juan Crisóstomo advirtió: «Condenar a muerte a
un hereje supondría desencadenar en la tierra una guerra sin cuartel». San
Agustín de Hipona, sin embargo, fue uno de los padres de la Iglesia más activos
contra el priscilianismo.
En el año 388 Magno Clemente Máximo
es derrotado y decapitado por Teodosio, y la situación da un vuelco hasta el
punto de que el propio Itacio es excomulgado en el 389 por su implicación
directa en el juicio secular contra Prisciliano. Ese mismo año, según Sulpicio
Severo, varios discípulos de Prisciliano viajan hasta Tréveris con el permiso
de Roma para exhumar los restos de su maestro y llevarlos a su tierra natal en
el noroeste de Hispania. A la cabeza de esta delegación se encuentra Dictinio,
autor de uno de los pocos opúsculos priscilianistas de los que se conoce su
existencia, aunque no se conserva ningún ejemplar. De ese libro, titulado
Libra, se conservan tan solo referencias indirectas en la obra Contra mendacium
de san Agustín de Hipona. Refiere este autor que los priscilianistas consideran
lícito mentir para proteger su existencia, hasta el punto de que se recoge un
santo y seña mediante el que se reconocen: Iura,
periura, secretum prodere noli (juramento de inviolabilidad de los secretos
del grupo, aun a costa de mentir). En el año 396 se convoca un Concilio en
Toledo en el que los seguidores de Prisciliano abjuran de sus ideas y declaran
«haber abandonado los errores de la secta», pero la constatación de la
pervivencia de costumbres priscilianistas, tales como la consagración de la
eucaristía con leche y uvas, el ayuno, la presencia de clérigos con el pelo
largo, etcétera, obliga a la celebración de un nuevo concilio en Toledo en el
año 400. En este sínodo se asegura que once de los doce obispos de Galicia eran
priscilianistas. El único obispo no priscilianista era el de la diócesis de
Bretoña, no hispana, sino bretona. Huyendo de los invasores sajones y
jutos, entre los siglos IV y V miles de celtas de la provincia romana de
Britania, bajo el mando del obispo Maeloc, cruzan a la península de Armórica,
en la Galia, y a Galicia, fundando la provincia–obispado de Bretoña. Un par de
siglos después será también un monje bretón, Pelagio, el que anuncie el
descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago. Las actas de ese concilio de
Toledo del año 400, recogen el testimonio de abjuración de su herejía de
Simposio, su hijo Dictinio y el presbítero Comasio. Tras la muerte de Clemente Máximo,
Teodosio se proclama único augusto de Oriente y Occidente; pero su muerte en el
395 deja de nuevo el Imperio dividido entre sus dos hijos. Al mayor, Arcadio,
le corresponden los territorios orientales y al joven Honorio, con apenas once
años, el Imperio de Occidente, tutelado por el general Estilicón, de origen
vándalo. El movimiento priscilianista se ha ido transformando en este tiempo,
por fuerza de la persecución, en una sociedad secreta, que ejerce el suficiente
poder en el noroeste de Hispania para que el papa Inocencio I decrete la Regula fidei contra omnes hereses maxime
contra Priscillianistas en el año 404. Entre las filas del movimiento
priscilianista algunos autores han incluido a Baquiario, un monje itinerante
que vivió a finales del siglo IV y principios del V, y a Egeria, autora de la
primera crónica de viajes a Tierra Santa del cristianismo primitivo escrita por
una mujer. En el año 409 el emperador de Occidente, Honorio, define su política
decantándose en contra del movimiento priscilianista, condenando a sus
seguidores a perder sus bienes y derechos civiles, y llegando a imponer multas
a los funcionarios remisos a perseguir la herejía. Al tiempo que los bárbaros invadían
el Imperio de Occidente, el emperador empleaba buena parte de su tiempo en
dirimir cuestiones teológicas. A pesar de todo, el priscilianismo sobrevivirá
en el noroeste de la península Ibérica, sobre todo en el entorno rural, y al
amparo de la ruptura política con Roma. A mediados del siglo V, san Toribio,
obispo de Astorga, se aplicó a arrebatar de manos de los fieles todos los
libros priscilianistas y, comprendiendo que todavía este remedio era ineficaz,
remitió al papa León I el Communitorium,
una enumeración de los errores consignados en los libros apócrifos, y el Libellus, donde refutaba el
priscilianismo. San León aconsejó la celebración de un concilio en Toledo, o un
sínodo de obispos gallegos, si lo anterior fuese imposible por el estado de
independencia política de buena parte de Hispania respecto a Roma. Se convocó
el sínodo de Aquis Caelenis (actual
Caldas de Reyes), donde los heterodoxos, aún aparentando admitir la Assertio fidei, perseveraron en sus
doctrinas y prácticas. Finalmente, el primer Concilio de Braga (561) vuelve a
hacer referencia al problema, condenándose en siete de sus diecisiete cánones
las proposiciones priscilianistas. El segundo Concilio de Braga, celebrado
varios años después, aún refleja en sus actas alusiones a la secta
priscilianista, e incluso aparece una alusión en el cuarto Concilio de Toledo
(683), en el que se condena, como lacra priscilianista, el «delirante pecado»
de no cortarse el pelo la clerecía gallega.
¿Se
halla la tumba de Prisciliano en Santiago de Compostela?
En el año 813 un ermitaño llamado
Pelagio comunica a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, que en el bosque de su
diócesis se ven unas luces extrañas. El obispo referirá después a Alfonso II el
Casto, rey de Asturias, que buscando el origen de las luces halló un sepulcro,
que no duda en atribuir inmediatamente al apóstol Santiago. La noticia del
singular hallazgo se hace oficial con el papa León III. En 1900 el hagiógrafo
Louis Duchesne publica en la revista de Toulouse Annales du Midí un artículo bajo el título «Saint Jacques en
Galice» en el que sugiere que el que realmente está enterrado en Compostela es
Prisciliano, basándose en el viaje que sus discípulos hicieron con los restos
mortales del hereje hasta su tierra natal. Posteriormente, los académicos
españoles Sánchez–Albornoz y Unamuno, se hacen eco de esta hipótesis que ha
pasado a convertirse en una hipótesis muy popular, y alternativa a la tradición
católica. Oponiéndose a esta teoría, monseñor guerra Campos indica la existencia
de un lugar que podría ser el lugar de enterramiento de Prisciliano: Los
Martores, perteneciente a la parroquia de San Miguel de Valga, en la provincia
de Pontevedra. Allí hay una ermita en cuyo interior han aparecido sarcófagos
antropoideos tallados en piedra que bien pudieran pertenecer al siglo IV. La
teoría de Guerra Campos se basa en la denominación popular con la que se
conoció a los discípulos ajusticiados en Tréveris, hasta mucho tiempo después
de su muerte: «Los mártires» (en gallego dialectal Os mártores), siendo éste el único topónimo de estas
características en toda Galicia. Una última teoría, planteada por Celestino
Fernández de la Vega, establece el posible lugar de enterramiento de
Prisciliano en Santa Eulalia de Bóveda, localidad próxima a Lugo. Entre tanto,
los intentos de relacionar la tumba de Santiago en Compostela con Prisciliano
siguen produciéndose.
Caballería tardorromana de finales del siglo IV |
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